Vamos tesoro, no te juntes con esa chusma
Al parecer, hay quienes gustan de confeccionar peleas que flaco favor le hacen al país y al civismo desenterrando odios y riñas que embrutecen, chantajean y limitan. Es desagradable leer comentarios reduccionistas y alarmantemente desinformados que parecen venir más del rencor que de una reflexión razonada. Tanto autores como lectores en ocasiones se comportan como policías del buen gusto. Denuncian con estruendo, entrando con pasmosa facilidad en las descalificaciones personales. Por no citar el nivel de refinada malignidad que se despliega. Porque los animales pueden ser crueles, al igual que los niños. Pero tanto unos como otros poseen una suerte de inocencia que les redime. En cambio, los adultos somos atroces. Usamos el falso decoro y las trampas para que el otro quede mal y nosotros bien. Pero claro que, a la larga, nadie queda bien cuando el debate esteriliza y solo nos convoca a la inercia.
Existen pocos foros de debate amplio y sano. Y a mi parecer, este espacio de 80grados es uno de ellos. Para mantenerlo limpio (o casi limpio) deberíamos todos tener más conciencia de los comentarios que nos hacemos públicamente. Pienso que podemos todos estar de acuerdo que vivimos en un mundo que necesita gentes capaces de escuchar posiciones contrapuestas, confrontar análisis y puntos de vista, sostener diálogos difíciles y provechosos, sin enfrentamientos y amenazas, y formarse una opinión personal, inteligente, a la que se arriba por elección y no por adoctrinamiento. Se trata de poder decir que Fulano no opina como yo y que le considero equivocado por tal y cual razón, en vez de concluir que el autor, otro comentarista, o ambos, son unos idiotas. Vamos tesoro, no te juntes con esa chusma, es lo que suelo leer entre líneas detrás de las rabietas.
Para buscar un diálogo provechoso, tal vez nos sirva a todos menguar la magma que nos ahoga y refrescar la memoria en cuanto a las falacias de la lógica, que son las proposiciones, los argumentos, las conclusiones o los razonamientos presentados de forma aparentemente correcta, pero que en el fondo, son erróneos y falaces. Por ejemplo, que no se atacará a la persona, sino al argumento. Que no se malinterpretará o exagerará el argumento de una persona para debilitar su postura. Que no se tomará una pequeña parte para representar el todo. Que no se intentará demostrar una proposición suponiendo que una de sus premisas es cierta. Que no se asegurará que algo es la causa simplemente porque ocurrió antes. Que no se reducirá la discusión solo a dos posibilidades. Que no se afirmará que por la ignorancia de una persona, una afirmación ha de ser verdadera o falsa. Que no se dejará caer la carga de la prueba sobre aquel que está cuestionando una afirmación. Que no se asumirá que “esto” sigue “aquello” cuando no existe conexión lógica alguna. Que no se asumirá que una afirmación, por ser popular, debe ser cierta.
En lo personal, me arriesgo a compartir que de las muchas experiencias que 80grados me ha aportado, quizás la mejor es el asombro al encontrarme con ideas completamente distintas a las mías. Esas islas que surgen en mitad de un panorama más o menos continuo. Es curioso, porque resulta que gran parte de los trabajos en los que encuentro esa motivación son los mismos que padecen los ataques iracundos. En ese renglón es bueno recordar que una de las consecuencias positivas de este medio es dar mayor visibilidad a aquellos trabajos de vocación experimental, de autores que no se ajustan al canon y están dispuestos a correr riesgos con sus ideas y en sus formas narrativas, para buscar nuevas vías poco transitadas. Tarde o temprano, todos los demás nos beneficiaremos de sus hallazgos, sin tener que sufrir sus incertidumbres.
Como lectora, confieso que algunos de los textos y las propuestas que se publican me parecen intragables. Pero no me siento desafiada por su existencia. Más bien, estoy encantada de que haya sitio para todo, y no veo por qué esa circunstancia perjudicaría a ningún lector, incluyendo entre estos a los autores, que no está obligado a interesarse en nada más que lo que cada uno decida.
No sé a ustedes, pero a mí siempre me gustaron esas historias de los exploradores británicos del siglo antepasado, que se adentraban en tierra africana poniendo su existencia en peligro, y luego a las cinco de la tarde desplegaban un mantelito de encaje sobre una mesa de campaña y se tomaban el té en delicadas tazas de porcelana. No, no es por risible y colonialista que me gustaban esas historias. Es que algo similar siento yo cuando sale publicado algo que he escrito en 80grados. Paso todo el día enfrentándome al peligro de los comentarios rabiosos, y luego en la tarde, descanso, en mi caso con café en mano. Al otro día vuelvo a lo mismo, hasta que el texto ha perdido el interés de los lectores. Mi experiencia es un símbolo, eso creo, del caos que nos habita y de la predisposición que tiene nuestra cultura a la crítica destructiva y a la intransigencia, esas tendencias tan universales como las cucarachas y la calvicie.
Y es así, creo, porque lo heroico hoy es la gentileza y la nobleza. Uno emplea tanto esfuerzo en producir algo hermoso que refleje lo mejor de uno, solo para conseguir un comentario atroz y poco pensado que le arruina a uno las ganas. Vale la pena recordarnos los unos a los otros que son muy pocos los que aguantan diez minutos reales frente a su propio espejo. Y que es la belleza aparentemente inútil que muchas veces surge de la buena lectura lo que nos rescata de los demonios interiores, lo que nos recuerda que los humanos también podemos ser sabios y dignos. Llueve sobre nosotros la vida fea, pero no debemos olvidar eso que dice Aute en su canción:
Reivindico el espejismo
de intentar ser uno mismo,
ese viaje hacia la nada
que consiste en la certeza
de encontrar en tu mirada
la belleza.
Porque la intuición de lo hermoso nos hace saber, aún en las circunstancias más degradantes, que siempre somos capaces de otra cosa.