Viaje y relato
Hace unos días mi pana, el pintor y video artista radicado en L.A., Sebastián Peschiera, me envió unas impresiones sobre su viaje de tres días a Hong Kong. Las leí con mucho interés. Hay lugares remotos de los que solo tenemos una noción borrosa. Para mí, Hong Kong es uno de estos sitios, todo Asia realmente. Lo que sé o logro visualizar lo debo a fotos en la red y alguna película o novela. Agradecí recibir el texto de Sebastián. En el pasado hemos viajado juntos y tenemos muchas afinidades en nuestra percepción y en lo que buscamos como experiencia de viaje.
Con su permiso, comparto el texto (la traducción del inglés es mía):
“En Hong Kong la cultura de antaño se entrelaza con la contemporánea. Veo andamiajes de bambú junto a edificios polvorientos de colores terrenales; tiendas viejas con anuncios desgastados de neón. Hoy, los colores lustrosos de antaño han adquirido unos tonos melancólicos. Los nuevos anuncios resplandecientes sugieren la posibilidad de un Hong Kong extremamente moderno y colorido, pero aún no se ha llegado a ese estado. Las calles brillan gracias a una tecnología dudosa pero rampante. Hay cables colgando por todos lados y conexiones eléctricas absurdas. Aunque atrapados en el pasado, viven impresionados por lo nuevo e innovador. La ciudad se siente como un after-party, una fiesta que continúa al otro día a pesar del hangover.
En las calles, los ruidos y los olores sobresalen. Casi no hay espacio. No se debe tratar de ir aprisa. Las señoras se mueven al paso y lo mejor es ajustarse a su caminar. Algunos se quedan mirando las luces por horas. En el tren están hipnotizados por sus teléfonos. La gente es simpática y gentil, aunque no sonríen fácilmente.
Fumadores galore. Todo el mundo fuma en Hong Kong. Se consiguen cigarrillos por donde quiera, desde los 7 Eleven, hasta las tiendas de electrodomésticos. Humo.
La ciudad tiene un aire de cambio vertiginoso. Se las está buscando, es obvio. Jóvenes y viejos abren sus tiendas para vender a los turistas: objetos llamativos y juguetes cute. Esta artesanía innecesaria vuelve locos a los compradores locales y extranjeros.
Casi nadie está gordo. Quizás por su dieta de vegetales y pescados. El vapor y los olores intensos de la cocina salen por entre las puertas y los callejones. Los más extraños kioscos de comida conviven junto a restaurantes de alta cuisine. Llenos a capacidad, la gente come junta sin importar la relación. Los mejores dumplings que he comido. El pescado es rico también. Supongo porque están rodeados de mar. Los pescadores viven al margen del agua listos para la jornada y los botes se empujan unos a otros en un tapón marítimo.
Hong Kong es una ciudad vertical. Se me ocurre que para encontrar los tesoros que guarda tienes que subir por unas escaleras nebulosas, cada vez más arriba, llegar casi a la azotea, hasta que encuentres una puerta marcada en azul, cuando la abres… bum, contracultura, música, bares clandestinos, fumaderos de opio, cuartos con tés especiales. El Hong Kong oculto esta arriba, pienso. Probablemente es cierto en algunos edificios, pero hasta donde sé y he podido experimentar, esto existe solo en mi imaginación.
La extrañeza de esta ciudad se te mete por dentro y todo parece una alucinación. Hong Kong es anacrónica, consumista, sobrepoblada, calurosa, simplemente hermosa y solitaria.”
Cuando trabajé en el documental sobre Chinatown, Your Day is my Night, muchas de los entrevistados (comerciantes o hijos de) mencionaron a Hong Kong como la ciudad a donde escaparon del comunismo durante los cincuenta y sesenta. Para ellos, la ciudad-estado fue el trampolín entre la China continental y los Estados Unidos. Hong Kong (colonia de Inglaterra durante casi todo el siglo 19 y 20), era, y probablemente sigue siendo, el puente entre oriente y occidente. Las descripciones de Sebastián me hicieron pensar en el Chinatown de NY como una posible reproducción social de Hong Kong. En otras palabras, un lugar consumista, según los propios chinos, atrapado en el pasado (¿after-party?), sobrepoblado, con olores intensos a comida y en el que es difícil cifrar qué está pasando tras las fachadas. Es posible que esta conexión sea arbitraria pero de alguna manera los relatos de viaje ayudan también a mirar los ambientes que nos rodean.
En el texto de Sebastián figuran pocos de los datos con los cuales comúnmente se anuncia Hong Kong, de hecho, sus descripciones son casi opuestas a ellos:
- el tercer centro financiero del mundo
- uno de los mejores ingresos per cápita del planeta
- arquitectura híper-moderna
- de los mejores sistemas de transportación pública
- uno de los promedios más altos de IQ, expectativa y calidad de vida
Estos datos tienen poco que ver con la experiencia en la calle o la relación con la gente; con los ritmos, sabores y visiones del día a día. El universo de la opulencia económica rara vez corre a ras del suelo. Los slogans de turismo solo sirven como información para informes escolares.
Cada persona en su trayecto construye una visión propia de los lugares que visita. Como implica Sebastián, esta mirada se junta irremediablemente con las expectativas que guardamos. Hong Kong o cualquier ciudad, es tanto esa calle atestada y luminosa como la fantasía de lo que esconde.
Al viajar hay mucho que se escapa a la percepción, igual, cada cual al relatar, engloba (ilusoriamente) el espacio que transito. Cuando visitamos un país no lo hacemos de manera objetiva y en las observaciones que tenemos se juntan la imaginación, los prejuicios y sorpresas que encontramos en el camino.
Algo así señala el gran Roland Barthes en su libro sobre Japón, El imperio de los signos: “El autor, no ha fotografiado jamás, en ningún sentido, el Japón. Más bien ha sido lo contrario: el Japón lo ha deslumbrado con múltiples destellos; o mejor aún: el Japón lo ha puesto en situación de escribir.”
Entre las miles posibles, las notas de mi amigo ofrecen un hilo de luz sobre lo desconocido. Que satisfacción cuando el viaje, tuyo, mío, el de todos, nos obliga a la página.