Vice: el del poder
El filme —sin duda una tragedia— recurre a una línea expositiva en la que Kurt (Jesse Plemons) un narrador en off, aunque a veces lo vemos, nos va dando los pormenores de la vida de nuestro personaje. Kurt, un personaje ficticio, está ahí para prepararnos para dos chistes (que no les puedo divulgar) y para servir de conexión entre los disparates de la administración de George W. (Sam Rockwell) con la invasión de Iraq, impulsada por Cheney, que han durado hasta hoy día. Como sabemos, lo que estaba detrás de la idea y la mentira de las “armas de destrucción masiva” de Saddam Hussein y la violación de un país soberano, era acaparar el petróleo del mediano oriente. Hay también una cámara que sirve como narrador omnisciente y, en un momento dado, el personaje principal se encara a la audiencia para insistir en los giros shakesperianos del guion. Claro, que en lo que estamos viendo, también sobresalen los giros maquiavélicos.
El dicho de que alguien los crea y el diablo los junta se aplica tanto y tan bien al grupo de Cheney, que uno podría pensar que la frase es un invento del guion. ¿Quién o qué, si no una fuerza luciferina, podía haber juntado a Donald Rumsfeld (Steve Carell) y a Cheney en la Casa Blanca de Richard Nixon para que, con su renuncia, pasaran a ser, el primero secretario de defensa, y el otro jefe de personal de la Casa Blanca de Gerald Ford? No solo eso que, dada la relación que desarrolló Cheney con Roger Aisle, hoy tengamos FOX “News” y los Rush Limbaugh de la vida. Lo logró porque la ley que exigía que las estaciones de radio y TV dieran tiempo igual para las opiniones de los dos partidos políticos fue derogada por los republicanos. Cheney es también responsable por la influencia que tienen los negocios de combustible derivado de fósiles (petróleo), como los de los hermanos Koch, sobre el Congreso y la presidencia. Todo gracias a sus intervenciones durante la presidencia de Reagan. Como sabemos, uno de los resultados de esa influencia es el rechazo de la ciencia que ha comprobado el calentamiento global y el daño ambiental como resultado de la contaminación de la atmósfera con bióxido de carbón.
A veces la película es tan informativa que el espectador puede perderse. No por lo que se está trayendo a colación, sino por la edición del filme, que quiere ser tan innovadora que ignora la cantidad de información que se puede absorber en poco más de dos horas. Lo bueno es que, todas las movidas de Cheney para llegar a ser en un momento tan poderoso como el presidente y más poderoso de lo que jamás ha sido ningún otro vicepresidente de los EE.UU., están a plena vista en la película. Pudo hacerlo, porque su principal influencia fue durante George W. quien le dio los poderes porque él no tenía idea de lo que hacía. Nos deja sin habla que todo es verdad. Desde la elección de Nixon hasta hoy los republicanos han ocupado la Casa Blanca durante 30 años y el mundo está peor que nunca, y mucho se le debe al Vice, que sufría del vicio del poder.
Lo bueno de la cinta son los actores. Christian Bale, con 40 o 50 libras más y maquillaje en cuello y manos, personifica a Cheney a perfección. Tiene el ceceo que muestra el tipo cuando lo oímos en TV, y las poses que este asume cuando quiere aparecer como un gran servidor público que ha dado su vida para hacer a “América grande nuevamente”. El caricaturista Garry Trudeau representaba a Cheney en su tirilla Doonesbury como Darth Vader, y donde quiera que iba dejaba un olor sulfuroso. Bale, interpreta tan bien a su personaje que ese olor se esparce por la sala de cine. Como casi siempre es el caso, Amy Adams es una fuerza que mueve las escenas en que su marido, que tiende a ser parco e inexpresivo y se enconcha, a ser una paradoja viviente de la maldad que quiere aparecer humilde. Además, crea uno de los mejores personajes representativos de los mentirosos maquiavélicos que tienen el poder que acecha detrás de las sobras que proyectan los tronos.
El bien de todos es una frase que los bolsillos de Cheney, los intereses económicos que lo respaldaron, y los que crecieron a su sombra, nunca han oído. Lo único bueno que se puede considerar que ha hecho Cheney en su vida, fue no postularse para presidente para proteger a su hija de oprobios porque había salido del closet. Esa acción “altruista” surgió de que estaba último en la lista de los posibles candidatos para el puesto. Que fue por eso y no porque quería defender a su hija, lo delata el hecho que luego, para que su otra hija ocupara un lugar en el Congreso, la tiró por la borda, o como se dice entre los caballeros sensibles y honrados que se postulan para esos puestos “la tiró debajo de la guagua”.
La película funciona mejor como una especie de semidocumental con buenas actuaciones que como la comedia dramática que pretende ser. Sin embrago, hay que aceptar que la información que provee y las inferencias (una vez que entra Reagan a Casa Blanca, manda a quitar los paneles solares que había puesto Jimmy Carter para suplirle energía a la mansión) de las actitudes retrógradas y dañinas de la derecha que niegan la ciencia. Tal vez, verla para que no les cuenten y, luego, volverla a ver, con calma, en TV. Antes de ir un buen repaso de la historia, de lo que ha pasado desde 9-11 para acá, ayudará.