Victoria Espinosa y el campo de concentración de Fuerte Allen
Para Rosalina Perales
Los campos de concentración son una tradición estadounidense que se niega a desaparecer. A esa repulsiva tradición pertenece el campo de concentración para refugiados haitianos que la Administración Ronald Reagan, con la complicidad de la Administración Romero Barceló, que se mantuvo en el Fuerte Allen en Juana Díaz, de agosto de 1981 a octubre de 1982.Lo que sucedió en Fuerte Allen lo cuenta Raymond Lafontant Gerdes en su valioso estudio Fuerte Allen: la diáspora haitiana (Editorial Plaza Mayor, 1996). De acuerdo con el autor, se dispuso del campamento militar en Juana Díaz para encarcelar a hombres y mujeres que huían por mar de la dictadura de Jean-Claude Duvalier. Puesto que el gobierno de Estados Unidos apoyaba el régimen de Duvalier, nunca concedía asilo a los refugiados, más bien los instaba a regresar a Haití a enfrentar una encarcelación o muerte segura. Como tanto se comentó en ese momento, el trato de los Estados Unidos hacia los haitianos fue diametralmente opuesto al ofrecido a refugiados cubanos, pues la gran mayoría de estos últimos eran blancos y provenían de un país que los Estados Unidos consideraba enemigo.
Para los refugiados haitianos, el Fuerte Allen resultó ser el segundo campo de concentración con mayor cantidad de personas –casi ochocientas–, después del Fuerte Krome en Miami, con unas mil ciento cincuenta. Los costos de preparación del Fuerte Allen ascendieron a once millones de dólares; los de su mantenimiento rondaban 1.5 millones de dólares mensuales: ahí las perversas prioridades del gobierno estadounidense.
Como es de suponer, las condiciones de vida del campo de concentración eran crueles, francamente inhumanas. De ello dan fe las insistentes denuncias de visitantes al campamento, tales como abogados, miembros de grupos de derechos humanos y grupos religiosos. El estado de opresión eventualmente provocó un motín que estalló el diecinueve de diciembre y mantuvo en vilo al campamento por varios días. Quedan también los elocuentes testimonios pintados por algunos de los prisioneros, paisajes que se exhibieron en el Ateneo de San Juan después de la liberación y que acompañan este escrito. Quien conoce el característico colorido de la pintura popular haitiana no dejará de sorprenderse ante la lobreguez de estos paisajes, incontestablemente puertorriqueños: para nuestra deshonra.
La lucha por la liberación de los haitianos contó en Puerto Rico con una variedad de frentes, entre los cuales se destacó el cultural. En el fuerte se habilitó un espacio para eventos culturales con la intención de ofrecer esparcimiento a los prisioneros. De acuerdo a Lafontant Gerdes, entre los meses de septiembre de 1981 y enero de 1982, se presentaron en Fuerte Allen los siguientes grupos: Orquesta Municipal de Juana Díaz, Orquesta Municipal de Ponce, Orquesta Juvenil de la Escuela Libre de Música de Ponce, Ballet Nacional Areyto, Orquesta de la Policía de Gurabo, Banda de Acero Taíno. Además, hubo la visita de la gran artista Toto Bissainthe, indiscutible estrella haitiana de la canción, el teatro y el cine, quien ofreció un concierto a los prisioneros. De Puerto Rico, Sylvia del Villard dijo también presente.
En el libro de Lafontant Gerdes se toca brevemente este asunto artístico, pero esa es una historia que merece recogerse mejor, pues poca gente la conoce. (Aquí no pretendemos hacer esa historia, sino ofrecer un breve testimonio personal que esperamos motive a otros a compartir sus experiencias.) Una de las personas que se movilizó fue la directora de teatro Victoria Espinosa, quien asumió la compleja tarea de coordinar una serie de actividades artísticas en el fuerte. Invitar y organizar diversidad de grupos y artistas independientes, lidiar con los directorios administrativos federales de la prisión, todo esto durante un largo periodo de meses, fue la empresa que Espinosa realizó tras bastidores, sin reconocimiento personal. Era también una tarea para la cual Espinosa resultaba la persona idónea por su gran poder de convocatoria, pues ¿quién se atrevería a decirle no a una invitación de Vicky?
Las presentaciones se hacían en una tarima colocada dentro del fuerte, frente al campo de concentración, pero a gran distancia, de tal modo que el contacto directo entre artistas y prisioneros fuera imposible. Quien allí entró difícilmente lo olvida. Aquí cuento mi experiencia. Rosa Luisa Márquez, Ana Lydia Vega, Robert Villanua y quien suscribe presentamos un recital corto de poemas en créol, musicalizados por Vega y Sunshine Logroño. Los poemas habían sido escogidos por Vega y los textos eran todos de protesta. (Recuerdo que uno de ellos terminaba atacando al “Dios Blanco”.) Nos los aprendimos fonéticamente y los cantamos sin micrófonos, a voz en cuello, acompañándonos con percusión ligera. La única actriz del grupo, Márquez, ejecutó una poderosa pantomima usando una máscara creada por el artista Oscar Mestey Villamil. Tras nuestra breve presentación, continuó esa jornada la compañía de baile Gíbaro. Los militares de Fuerte Allen se dieron gusto y gana fotografiando sin disimulo a cada uno de nosotros, para ficharnos.
Ante la cercanía de la temporada navideña, se organizó una manifestación multitudinaria llamada “Navidad sin presos haitianos”, programada para el doce de diciembre. Espinosa reunió un considerable grupo de artistas de diversas disciplinas para su presentación en la plaza pública de Juana Díaz. En respuesta a su invitación, le ofrecí a Espinosa una pieza de teatro, escrita para la ocasión para tres actrices: Rosa Luisa Márquez, Margie Olmo y Ruth Dina Morales. Bauticé al grupo con el nombre de “Última Hora”. Construí la escenografía para que cupiera toda desarmada en el baúl de mi carro. Esa tarde, la caravana de artistas salía de Guayama rumbo a Juana Díaz, para detenernos en cada pueblo o barrio y presentar los trabajos en cada una de esas paradas. Por alguna razón, nuestro grupo no salió del mismo sitio y nos perdimos esas presentaciones. Cuando finalmente dimos con la caravana, Espinosa –quien era la puntualidad y la responsabilidad personificadas– me lanzó indignada una mirada fulminante de carro a carro, y me gritó, “¡mira, última hora!” (Tierra trágame.)
Por el camino, la gente salía de sus comunidades a saludar la caravana en señal de solidaridad. Íbamos en mi carro detrás del camión donde estaba Sylvia del Villard. Cuando la carretera comenzó a bordear el mar, del Villard súbitamente levantó su cuerpo al aire; con absoluta autoridad alzó su brazo izquierdo y mantuvo abierta la palma de su mano en dirección al Mar Caribe por el tiempo en que lo tuvo a su lado. Bendecidos y estremecidos quedamos todos.
En la atestada plaza de Juana Díaz, sobre la tarima se ofreció un sinfín de discursos. Alternadamente, las presentaciones artísticas en la plaza. Tocó el turno a Última Hora. Mi pieza, “Trío (para Juana Díaz)”, era en extremo difícil de memorizar y pese a todos los ensayos, sucedió lo inevitable: una de las actrices confundió su texto. Puesto que la línea anterior era “esto está malo”, las tres comenzaron a improvisar en lo que les retornaba la memoria: “esto está malo…esto está muy malo…qué malo está esto…la verdad es que esto está bien malo…está malo, bien, bien malo…”. (Sin duda, una de esas instancias que más amo del arte teatral.) Tras el incidente, las actrices concluyeron su trabajo con éxito.
En la tarima se dio un inconcebible encuentro, de esos que indiscutiblemente merecen el mote de histórico: Lolita Lebrón, héroe nacional, e Inés Mendoza, viuda del traidor nacional, se miraron frente a frente y se fundieron en un fuerte abrazo. La plaza se iba a caer. Para concluir la actividad, marchamos fuera del pueblo, hasta la entrada del Fuerte Allen, para asegurarnos de que los prisioneros escuchaban las voces de las miles de personas que allí reclamábamos por su liberación. El gobierno nunca cedió: los prisioneros pasaron la Navidad en el campo de concentración, que se mantuvo funcionando por diez meses más.
Consigno esta breve historia, fragmentada como está, porque estoy seguro de que muchos otros pueden contribuir a mantener la memoria de la misma. Quien vivió ese periodo es incapaz de relegarlo, pues ese campo de concentración lo asumimos como nuestro. Con un ejemplo de ello nos topamos, por azar, en un comentario publicado por el artista Miguel Diffoot en las redes sociales:
Jamás olvidaré cuando el grupo musical Surcando Tierras fue a cantarle a los refugiados haitianos en el Fuerte Allen en Juana Díaz. Cantamos y bailamos con el ímpetu usual. A gran distancia y agarrados de la verja eslabonada, cientos de prisioneros observaban como podían, el intento de entretenimiento que les regalábamos. Ahora que es más que evidente la dictadura que nos acapara, recuerdo este evento triste y casi olvidado de nuestra historia y veo que la distancia que hace más de treinta años nos separaba de aquellos seres humanos, ha desaparecido. Ahora somos nosotros los que agarrados de la verja, miramos a través de sus eslabones hacia la nada en espera de consuelo. [Facebook, 10 agosto 2018]
Notemos que en esta historia, el nombre y la figura de Espinosa aparece muy poco. Y sin embargo, sin ella, nada de lo anterior hubiera sucedido. Se entregó a esta empresa desde la generosidad que no toma en consideración su persona, sin protagonismos, sin reclamar visibilidad. Hizo honor a su profesión, la de directora. Ciertamente, un modelo de desprendimiento, de nobleza. En estos días en que nos rodean la mediocridad, la mezquindad y la corrupción más burda, es necesario recordar que también hemos tenido entre nosotros personas íntegras, luminosas, que hacen de nuestra colectividad una más digna. Personas como Victoria Espinosa, Maestra.