Vieques, manos arriba
El documental de Nadjah Ríos Villarini, Vieques, manos arriba nos muestra una cara de Vieques que destaca sus particularidades histórico culturales e invita a reflexionar sobre eso que llamamos cultura nacional. ¿Qué son los fragmentos para la cultura? ¿Las partes que componen el todo o que lo fragmentan? Por ejemplo, desde su título el documental presenta una particularidad distinta. La frase “manos arriba” que destaca la importancia del carnaval como eje cultural de la llamada Isla Nena, en la memoria de muchísimos puertorriqueños refiere a las narraciones de Manuel Rivera Morales de los juegos de la Liga de Baloncesto Nacional y las transmisiones del Equipo Nacional de Baloncesto. Claro, Vieques no es donde único se celebra bailando alzando las manos como signo de felicidad, pero lo digo, porque el aspecto cultural destacado por el documental enfatiza en la particularidad histórica de dicha isla.
El documental, en poco menos de 15 minutos, muestra el encanto que el carnaval viequense puede ejercer para tod@s l@s puertorriqueñ@s. Aunque carnavales se celebran en varios pueblos de la isla, el de Vieques destaca por la centralidad del calipso y de las bandas de acero (aunque los drones han caído en desuso como presenta el documental).
Como especie de memoria oral, el filme de Ríos Villarini, con la colaboración de Natalia Olivero Huffman, narra la historia del calipso y las bandas de acero como característica importante de Vieques. Y ese es el principal acierto del documental: al destacar el calipso rescata la memoria de la especial relación de la Isla Nena con las Antillas no hispanohablantes, en especial Santa Cruz. Las voces de Wil Colón, Robert Rabin e Ismael Guadalupe relatan la historia de los cruces y vaivenes con las poblaciones de las Islas Vírgenes. Colón, por un lado, recuerda la presencia de pobladores de origen francés e inglés y el desinterés del gobierno español por ocupar Vieques. De hecho, no fue hasta mediados del siglo 19 que el gobierno español nombró un gobernador. Por su parte, Rabin y Guadalupe relatan las migraciones del siglo 20 a Santa Cruz, tanto por la depresión económica de los 20 como por la transferencia de los territorios a la Marina norteamericana.
Digo memoria oral, porque la información es recogida de viequenses y no de documentos históricos; los que sin duda también fueron consultados. Pero no se citan libros de historia ni datos censales; son las voces de Colón, Rabin y Guadalupe junto a las de Rubén Bonano, Mc Natra, Lady M, Fernando Silva, Luis González, Miguel Cirino y Tommy Vilabeitía, las que ilustran la historia del calipso y las Steel bands, como si se recogiera la historia oral de ese pueblo. Y digo como, porque tampoco es pura historia oral: se presentan recortes de periódicos, pietaje fílmico y fotografías de Archivo, entre otros documentos. Pero sustentar la información en las entrevistas y sin una voz que funja como autoridad sobre la de los entrevistados le da al documental frescura de carnaval.
Recuerdo las coincidencias: en los 70 y 80 a Vieques íbamos unos a protestar por la presencia de la Marina y otros a bailar en la plaza al sonido de tambores de acero. O, unas veces íbamos a protestar y otras a bailar con una música que apenas se escuchaba en el resto de la isla. Ir a Vieques era, entonces, un viaje por rescatar el patrimonio nacional y para disfrutar de algo diferente. En el documental, Tommy Vilabeitía refiere el asombro de la comunidad de Santa Isabel al escuchar una diana al son de drones de acero.
Pensar en el calipso como música viequense provoca reflexionar sobre las inclusiones y las exclusiones de la cultura nacional. Si muy bien, como destacan Fernando Silva, Director de la Banda Municipal, y los dos integrantes del Vieques Vibes International —Luis González y Miguel Cirino— rítmicamente el calipso está emparentado con otros ritmos caribeños —y la mezcla de bachata y reaggaetón parece una vuelta allá, según los calipseros contemporéaneos—, tenemos que admitir que el calipso es una excepción y no una práctica que se despliega por las sonoridades culturales puertorriqueñas.
El calipso escasamente ha figurado en el repertorio de las principales agrupaciones musicales puertorriqueñas fuera de Vieques. Rafael Cortijo y la Orquesta Panamericana incluyeron algunos en sus grabaciones. De estos, quizás los más recordados sean “Calypso, bomba y plena”, de Cortijo y “Que siga la fiesta” de la Panamericana. Ambas agrupaciones también coquetearon con lo que llamaron ritmo “oriza”, ritmo de apelativo africano en el que la campana resuena a calipso mientras las congas danzan entre la bomba y la guaracha. Roberto Rohena grabó otro oriza en su Apollo Sound 5.1
Me arriesgo a reiterar que lo más cercano a un calipso que ha penetrado significativamente las bandas radiales boricuas son “Ah ah/ Oh no” de Willie Colón y Héctor Lavoe. Sin embargo, tengo que reconocer que, primero, no es estrictamente calipso y, segundo, este, como los temas de Cortijo, la Panamericana y Rohena, son excepciones en los repertorios musicales de estos pilares de la música boricua. No obstante, quiero destacar dos aspectos: primero, la popularidad alcanzada por estos números de cierta manera sugiere que el oído del puertorriqueño no es antipático a este ritmo original de Trinidad. Algo similar resuena en el recuerdo de Colón la primera vez que escuchó a los Moonshiners, Steel Band de Santa Cruz, integrada por jóvenes hijos de viequenses migrantes. Segundo, “Ah ah/ Oh no” termina con una especie de gira turística por la isla y por el Caribe extendido a Panamá y Brasil. Como si fuera una visita de retorno de los migrantes boricuas, la luna de miel de la vacilante pareja o la gira musical que desea hacer la banda, “Ah ah/ Oh no” nos pasea por el Barrio Bélgica en Ponce, por Manatí y por Martinica.
La historia del calipso viequense, según la relata el documental, hace pensar en raíces rizomáticas o en la caribeñidad, según la veía Palés Matos. También es una historia del ir y venir, de hijos de migrantes que musicalmente se emparentan con los que se quedaron. Como apuntaba Édouard Glissant, el Caribe es un rizoma de islas puertos (Poétique de la relation, 1990). Sus habitantes son sujetos nómadas que históricamente han saltado a otras partes, pero muchos de esos destinos son otras islas. Pensar en la historia y la cultura viequense, al modo que Ríos Villarini nos invita a hacerlo, es reconocer esos lazos. Reconocer la vitalidad de los mismos para ese todo que hace unos años fue Vieques debe provocar repensar las centralidades de la llamada cultura nacional. Vieques es un fragmento, es otra isla. Invitándonos a envolvernos y contagiarnos con su carnaval y sus ritmos, también nos hace mirar las orillas de nuestra nacionalidad. Una vez se nos quiso definir por la cultura de la montaña, definición propuesta por algunos que temían la amenaza de la costa. Al invitarnos a bailar en Vieques, con las manos arriba, Ríos Villarini nos seduce con la idea de cómo esos centros se desdibujan en sus orillas, con las olas, las mareas, los cambios climáticos, los viajes y los vaivenes de nuestras poblaciones y nuestras músicas.
Este texto fue leído en la presentación del documental, celebrada el 9 de abril en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico. Agradezco a Mirerza González la invitación. Lamentablemente el documental aún no está disponible para su difusión por medios cibernéticos.
- Agradezco a Ríos Villarini, Mirerza González e Irvin García las observaciones sobre los calipsos grabados por Cortijo y la Panamericana. [↩]