Widows: máscaras
McQueen, sin embargo, nos tiene muchas sorpresas y antepone algunos detalles estilísticos (con la ayuda de la superlativa cinematografía de Sean Bobbitt) que parecen ser contrarios a la naturaleza del género. En un caso, el escritor-director nos presenta el cambio de vecindarios, desde los recintos más pobres de Chicago a los más ricos, fijando su cámara en los entornos mientras, sin que los veamos, oímos la conversación de los ocupantes de un auto. La economía narrativa nos presenta el abismo que separa a los ricos de los pobres, pero también nos muestra que en todos lugares se cuecen habas. Los pillos existen sin prejuicio de origen. De hecho, la conversación entre Jamal y el también corrupto político joven Jack Mulligan (Colin Farrell), enfatiza que los blancos son tan corruptos como los negros (hay que recordar que McQueen es negro), y que la violencia reside entre ellos al mismo nivel. Mas, no se detiene ahí. El ministro principal del sector por el que batallan los dos políticos, sabe cómo extraerles a los dos contrincantes lo que quiere y, por lo tanto, es socio en la corrupción: controla los votantes (sus feligreses) que han de decidir cuando llegue el momento.
Los Mulligan, Jack y su padre Tom (Robert Duvall), tienen una semejanza —disfrazada pero evidente —con los Daley, padre e hijo, quienes en conjunto fueron alcaldes de Chicago por ¡43 años! Sus encontronazos son los de dos generaciones muy distintas y dan fe de la prepotencia de ambos, y de cómo el sistema de gobierno se ha podrido desde adentro y desde hace mucho. Es un tema subyacente del filme y, aunque este no se desvía de forma inoportuna, la corrupción política permea lo que ocurre en la cinta de forma ominosa. Sabemos que esa proclividad, particularmente en el presente trumpiano, está a la vista impunemente. En el caso de los pobres, surge de la necesidad y el abuso contra ellos; en el caso de los más acomodados, del exceso de necesidad y el abuso de ellos contra otros. En una escena de gran impacto, también se hace evidente el uso excesivo de fuerza (entiéndase muerte a balazos) por la policía contra la gente de color, otro factor que hace que los grupos minoritarios teman y detesten la ley y a la policía.
El abuso contra la mujer es otro tema que se toca en la película de una forma novel. No solo la violencia física y la máscara de “amor” que usa el abusador para justificar sus acciones, sino el control monetario de la mujer, la manipulación económica que esclaviza a muchas. Cómo David (Lucas Haas), un “buen hombre” compra a Alice (Elizabeth Debicki, tal vez, la actriz más alta del planeta), una de las participantes de la banda de Veronica, es indigno, pero muestra la fragilidad de la mujer poco educada en la sociedad. También es abusada Linda (Michelle Rodríguez), cuyo marido, no solo es un bandido y asaltante, sino que es un jugador que le ha gastado el dinero que ella se gana legalmente y ha empeñado su tienda y el futuro de sus hijas.
Los pillos, incluyendo las mujeres, usan máscaras para cometer sus fechorías, pero casi todos lo personajes usan máscaras en sus vidas. No son lo que aparentan. El director usa la metáfora de la otredad emocional como el fulcro de la “verdad” de las acciones de Veronica y sus allegados.
No debe sorprenderle a nadie que Viola Davis lleva la cinta en sus hombros, y que su actuación está llena de la dignidad que le confiere a su personaje las circunstancias de su vida. Su escena, cuando se entera de la muerte de su marido, es de una fuerza dramática que va más allá de su aullido. Felizmente, el director no la pone a hacer peripecias físicas que disminuirían el impacto de su presencia. Como siempre, el estupendo Colin Farrell convierte sus escenas en pequeños ejemplos de buena actuación. Amenazante y efectivo es Daniel Kaluuya como Jatemme Manning, hermano de Jamal, y el verdugo de su banda.
El tempo del filme y sus pequeños detalles estéticos alcanzan un gran nivel. En una escena, Veronica y Alice quieren ignorarse, pero sus imágenes se reflejan en los espejos del lugar de tal forma, que anticipamos que se ha de resolver el impasse. El triunfo, pues, no es solo de las actuaciones y el guión, sino del director, que ha encontrado la forma de añadirle una buena capa de arte a un género que conocemos demasiado bien.