Wild Rose: ambición

Rose-Lynn Harlan (Buckley) está a punto de salir de la cárcel, luego de una sentencia de un año. Sale para ir a un hogar que dejó a causa de sus irresponsabilidades y sus necesidades. Pero sale con una ilusión. Es como un pájaro que ha estado en una jaula que mira hacia una ventana: quiere salir y volar alto. Para Rose-Lynn esa altura está en Nashville, Tenesí. Quiere ser una estrella de música country, que distingue correctamente de western. Aquella, tiene grupos pequeños de músicos con banjos, violín, guitarra y armónica; la otra depende de guitarras eléctricas y orquestas más grandes. Su ambición se ha desarrollado desde que tenía 14 años y comenzó a cantar en un club nocturno que se llama el Grand Ole Opry de Glasgow. Sí, esa es la gran paradoja: nuestra heroína con fallas, es escocesa, casi inevitablemente una “colorá” con el acento característico de la región y una visión estrecha de lo que es el negocio de la música en un lugar como Nashville.
Cuando sale, regresa al lugar que le había dado el principio de su sueño, pero allí se encuentra con que la repudian por su historial de los últimos doce meses. Las razones detrás de su encarcelamiento son mayores que lo que sospechamos. Su madre Marion (Julie Walters: perfecta) la que ha cuidado de su hija y su hijo, está resentida, como lo están los dos niños, de su irresponsabilidad. Además, los dueños del bar-cabaret en el que cantaba, la han suplantado con un cantante que, aunque de tercera categoría, no tiene antecedentes penales. La banda la quiere a ella, pero no tienen el poder decisional para lograrlo.
Desesperada tiene que buscar una alternativa. La encuentra como mucama en el hogar de un matrimonio rico que vive en una mansión en el “lado rico de la ciudad”. Susannah (Sophie Okonedo), la esposa, desarrolla inmediatamente un vínculo amistoso con Rose-Lynn que está parcialmente basado en el talento que reconoce que tiene la muchacha. El horizonte parece brillar para la cantante y sus intervenciones musicales son cada vez más atinadas y afinadas y, tal parece, su ida a Nashville es cada vez más posible. El guion de Nicole Taylor, sin embargo, no se doblega a soluciones simplistas y sentimentales. Las cosas se complican y los sueños, sueños son.
Si hace tiempo que no gozan de música contagiosa, de sentimientos maternales sin emoción pegajosa y obvia, de observar las frustraciones que da la vida sin desesperarse, esta película defiende el derecho a tener aspiraciones y ambiciones que parecen ser extremas y descabelladas. También ilustra que uno puede lograr sus sueños adhiriéndose a un plan interno de superación.
Nuestra heroína está rodeada de buenos actores que manifiestan sus animadversiones sin revelar sus intenciones. Eso evita que el filme sea demasiado obvio. De hecho, las sorpresas emocionales abundan y hacen que la cinta fluya sin huellas obvias que hemos visto antes en la pantalla. En esto hay que felicitar al director Tom Harper que va dándonos una visión clara de la situación social de Rose-Lynn en un mundo nuevo en el que la integración y la diversidad racial y social define las relaciones que modifican hoy día la sociedad.
No cabe duda que la actuación de Jessie Buckley es el fundamento principal que hace que la cinta funcione. Esa combinación de actuación y vocalización de un personaje complejo como lo es Rose-Lynn le provee el impulso necesario para que la obra sea irresistible. Como exresidente de Dallas y Houston donde country-western predominaba, de Nashville, donde fui dos o tres veces al Grand Ole Opry, y de Louisville, donde la música bluegrass predominaba, tengo que admitir que, aunque no soy fanático asiduo de ninguno de esos géneros, el filme, absorbente y llevadero, me hizo volver a casa y buscar las melodías de Johnny Cash y June Carter.