¿Y el 2 de mayo?

foto por Juan J. Rodríguez | CB en Español
Así andamos los sectores independentistas y de izquierda en Puerto Rico. Hasta diría que nos estamos haciendo inmunes a la derrota. Pero este tema de las derrotas y victorias en la política es más complicado que en el deporte. Es un tema en que hay muchos grises, contradicciones y perspectivas. Esta discusión es importante contextualizarla en el momento que vivimos.
Recientemente he escuchado muchas personas comentando que “ya tú verás que aquí se va a formar; la gente se va a tirar y ahí se pondrá buena la cosa”. No estoy seguro de que sea así de sencillo. Me parece una interpretación simplista de las posibilidades de articular un proyecto político contestatario ante la situación de país que tenemos. Es casi pensar en el milagro del noveno inning.
Las medidas coloniales y neoliberales que se han impuesto en estos últimos años son parte de un plan orquestado. Nada es casualidad. Estas políticas han elevado tensiones en varias ocasiones y sectores. Elevar tensiones es parte fundamental de los procesos de movilización de masas. El asunto es que en nuestro caso se van elevando tensiones, mas no así contradicciones. En Puerto Rico no resulta contradictorio que el PPD-PNP continúen siendo las principales fuerzas políticas. Tampoco resulta contradictorio que, siendo una pertenencia de la principal potencia a nivel mundial, nos encontremos en las condiciones en que estamos a casi ocho meses del huracán María. Mucho menos se percibe como contradictoria la campaña del “echar palantismo” y de que el problema no es el sistema, sino que el problema somos nosotrxs porque queremos todo puesto en la boca. En la Isla, particularmente fuera de San Juan, estas y muchas otras posiciones se han generalizado y naturalizado.
El poco reconocimiento de estas contradicciones nos ha jugado una movida que dificulta el trabajo político. Vivimos en un momento histórico en que las personas no tienen clara su identidad de clase. Se ha despersonalizado al ser humano en el proceso de producción, y por tanto, se le ha despolitizado como sujeto de derecho. Esto responde a una batalla que estamos perdiendo y por mucho. Si bien los análisis al interior del independentismo y la izquierda son acertados por demás, muchos no pasan de eso. No pasan de ser planteamientos muy bien formulados y compartidos entre militantes convencidos. Nos conformamos con tener la razón y decir “te lo dijimos”. Esa no puede ser la función de ningún movimiento independentista y de izquierdas. Ello es una posición derrotista que carece de una perspectiva de futuro y a largo plazo de lo que es la toma del poder.
Estamos perdiendo la batalla de la hegemonía discursiva y el debate de ideas. La derrota que estamos recibiendo en este campo nos ha puesto el sello de ser personas que simplemente hacen huelgas, piquetes y paros que retrasan el tráfico. Fuera de ello, somos inexistentes en las discusiones de los medios de comunicación masiva. Para colmo, las redes sociales nos crean la ilusión de hablarle a millones de personas, pero la realidad es que nos leemos entre un grupito muy reducido (cosa que pasará con este escrito).
Para abonar a esto, nos volvemos predecibles. Todo el mundo sabe que cuando se avecina una trastada del gobierno ahí estará la conferencia de prensa, la manifestación y a fin de cuentas queda pendiente un reproche muy válido: “y después de la manifestación, ¿qué?”. Este cuestionamiento tiene tras de sí un elemento de oferta y demanda sumamente enraizado en nuestra sociedad. Es el elemento del qué tienes para ofrecerme. Qué me puedes brindar que me haga confiar en ti.
En nuestro desespero por salir del boquete para contestar esta y muchas otras interrogantes, hemos caído en la dulce tentación de ser categóricos y hasta puritanos en nuestros planteamientos. De repente, todos tenemos la verdad por los cuernos. A la hora de enfrentar las discusiones vamos a la defensiva. Debatimos prestando más atención a ganar un argumento que a adelantar la lucha. Esto nos resta la posibilidad de entender que la política es un juego de ajedrez en un contexto de clases: el enemigo es uno con muchos tentáculos, pero las formas de derrocarlo son muy diversas y hasta contradictorias en ocasiones. La pregunta que queda sobre la mesa es, ¿qué hacemos?
Esa pregunta trae la discusión sobre los métodos de lucha. Sobre este tema las posiciones varían, pero pueden partir de unos asuntos básicos. Lo primero es que se lucha en un contexto y bajo unas condiciones específicas. Por tanto, cuando se habla sobre los métodos de lucha el debate no puede ser una competencia por quién se trepa al poste más alto, o quién “frontea” más. Cuando la selección de un método de lucha se utiliza como barómetro para medir el compromiso, disposición y valentía de una persona u organización, el desenfoque es preocupante. El valor que tenga un método sobre otro no es predeterminado y la respuesta no puede ser para satisfacer un imaginario de “militante patria o muerte”. En ese sentido, es necesaria una reflexión sobre dónde estamos, y dónde se encuentra el resto del país.
Aquí es importante que podamos reconocer unas posibles premisas básicas a partir de las cuales articular una perspectiva amplia sobre nuestras posibilidades de futuro. Primeramente, hay que reconocer que las elecciones siguen siendo un campo sumamente relevante en el debate político puertorriqueño. Si bien se ha visto una baja en la participación, es importante observar que la discusión política en el contexto nacional gira en torno a la articulación de una válvula de escape en el escenario electoral. Ciertamente, hay figuras que han logrado reconocer los quiebres y vacíos electorales para insertarse en ellos. Esto no sugiere que hay que participar en futuros proyectos electorales. Lo que reconoce es que en ocasiones se le resta importancia y hay quien lo despacha con la romántica frase de “la lucha se da en la calle” como si hubiera que optar por métodos únicos y exclusivos. Si no hemos logrado articular una plataforma donde distintos métodos puedan coexistir no es porque sean naturalmente excluyentes. Más bien ha sido porque no hemos sido efectivos al momento de reconocer los roles de cada organización, sus aportaciones y áreas que adelantan la lucha desde sus realidades.
Otro factor que hay que reconocer es la situación sindical. Si vamos a hablar de lucha en la calle y jornadas de lucha a largo plazo, debemos recordar la ofensiva que ha articulado el neoliberalismo contra los sindicatos. De golpe y porrazo se han congelado convenios, descertificado organizaciones sindicales, despedido líderes sindicales, entre muchas otras cosas. La realidad es que no contamos con los sindicatos fuertes y organizados de años atrás. Para colmo de los colmos, algunas organizaciones sindicales llevan años bailando en la casa del trompo, al negociar austeridad. Estas situaciones y muchas otras, incluyendo la migración de personas en edad productiva, ha redundado en que tengamos menos de un 8% de la fuerza trabajadora sindicalizada. Póngale como complemento los bajos niveles de politización sindical que vivimos.
Continuando con elementos a reconocer como puntos de partida está el que somos pocos. Por tanto, esto nos obliga a evitar a toda costa tener activistas encarcelados o en casos judiciales densos, pues pasan a estar casi neutralizados. Quien apueste a que tener presos políticos levantará grandes erupciones sociales creo que peca de irresponsable. En un contexto de fortaleza, otros fueran los 20. Actualmente son varios los ejemplos de casos judiciales, arrestos y situaciones vinculadas a la represión que han llevado a personas a quitarse o a enfrentar procesos judiciales sin la verdadera maquinaria de apoyo requerida. Cuando hablo de apoyos, lo hago reconociendo que en los casos políticos hay muchísimas complicaciones serias por demás. Hay quienes las reconocen, y ciertamente deben tener la sensatez suficiente al llamar a acciones que ponen en riesgo a quienes no necesariamente pueden enfrentar procesos de esta índole por las razones que fueran.
Entrecruzado a este debate se encuentra el tema de la violencia. No pretendo homogenizar este concepto, pero para efectos de este escrito hago unos apuntes generalísimos. La violencia vista como un evento o como un incidente pierde profundidad. Las distintas manifestaciones de esta deben ser vistas como procesos y no como actos puntuales. Entiéndase que, no importa cuál sea el bando que utilice la violencia, esta siempre se enmarca en unos asuntos estratégicos y tácticos. Ahora bien, lo que es cierto es que a nivel internacional los sectores populares han sido los más abatidos y sufridos de estos procesos.
En el caso de Puerto Rico hay unos elementos interesantes. Aquí se le rinde culto a cualquier tipo de violencia, menos a la violencia revolucionaria. La narcoviolencia, la violencia de género y muchas otras son una noticia más en los medios de difusión masiva. La convierten en una estadística. Ahora, toda violencia relacionada a nuestra situación política o de clase se aplica el libreto clásico y exitoso que incluye los acostumbrados conceptos de terroristas, vagos, pelús, etc, etc… Para quienes militamos, puede sonar a chiste. Hasta yo bromeo con ello. Pero que nadie se llame a engaño, pues esto muestra los niveles de conciencia en que se encuentra nuestro país.
Muestra la gente cuyas vidas aspiramos a transformar. Al tiempo que reímos de los epítetos que nos lanzan, se crea una atmósfera de profunda indignación hacia nuestro accionar. En lo que ese tiempo transcurre, asumimos la grandiosa tarea de debatir cómo contestar a la prensa sobre cristales rotos. No profundizamos sobre el impacto que tuvimos o no en términos de movilización, detención de labores, impacto sobre el capital, pasos a seguir…no. Pasamos a tener largas horas de acusaciones internas entre supuestos comecandelismos y supuestos conservadurismos, mientras vemos el entusiasmo de la gente que responde a nuestras convocatorias esfumarse. A la última la resolvemos con la vieja confiable: “los medios son corporativos y siempre dirán todo contra nosotros”. No es meramente una cuestión mediática, es una cuestión de dónde están las organizaciones revolucionarias, y dónde están sus masas.
Esta discusión me lleva a uno de los aspectos de mayor importancia para efectos de este escrito. Las condiciones materiales están, pero las políticas no las hemos depurado. Por eso no creo que la coyuntura esté a favor nuestro por sí sola. Como he mencionado previamente, del contexto en que vivimos lo mismo puede salir fortalecido el PNP que el PPD. Entonces, es esencial reconocer que no estamos en un momento revolucionario y que los momentos revolucionarios no se dan al azar. Una actividad, dos o incluso tres actividades exitosas no nos mueven a estar en una situación revolucionaria. Por el contrario, lo que hay de frente es un recrudecimiento de las fuerzas coloniales y neoliberales ante una desorganización y dispersión de las organizaciones en lucha.
La famosa debilidad de la que tanto hablamos responde a muchísimos factores. Me gustaría abordar uno de los que a mi entender, es primordial. Esa clase trabajadora de la que tanto hablamos no nos reconoce como un elemento dentro de su imaginario de sentido común y bienestar. Por el contrario, nos relacionan con incertidumbre, inestabilidad y malos ratos. Esto tiene que ver con nuestro análisis de los niveles de conciencia de las masas y nuestra capacidad para hegemonizar. Actualmente lxs puertorriqueñxs andan en búsqueda de seguridad y estabilidad. Por el contrario, les planteamos una agudización de la crisis para ver qué sucede más adelante. Me preocupa sobre manera la frase que mencioné y que tanto escucho en discusiones de que “ya tu verás, esto va a reventar, la gente se va a levantar. Por ahí viene nuestro caracazo”. He aprendido que el peor error en la política es apostar a la espontaneidad. Ciertamente pueden haber levantamientos, pero ello no significa que seamos las organizaciones independentistas o de izquierdas quienes le demos coherencia política.
Precisamente el reto que se nos presenta es brindar coherencia contestataria a la búsqueda de estabilidad de nuestra población. Esto supone visibilizar la movilización como un paso hacia una vida distinta, hacia la alegría. Nos plantea recuperar el tema de los servicios como derechos para una vida digna. Estas tareas llevan contradicciones al momento de la ejecución. El miedo a las contradicciones es parte de la dispersión que enfrentamos. Hay una desconfianza, un “yoismo”, y casi una competencia por quién traga más fuego que nada abona a adelantar la causa de quienes duermen bajo toldos azules. ¿Realmente creemos que esa tensión que se ve en reuniones de organizaciones en lucha es relevante al país?
Lo peor de todo es que pagan las consecuencias quienes no deben. ¿Por qué hay que poner a gente que participará el 1ro de mayo, por mera indignación, a escoger entre ir al Capitolio o a la Milla de Oro? O incluso, ¿cuál es el criterio para yo tener que ir a una manifestación u otra? ¿Que una es pura y casta y la otra es reformista? No estoy ni tan seguro de que los criterios para esta desafortunada situación sean tan siquiera de carácter político. En este menjunje hay oportunismos y mala fe de casi todas partes. ¿Que hay sindicatos buscones que le hacen el trabajo al PNPPD? Claro que sí y eso hay que señalarlo y condenarlo. Pero el asunto político de la situación es más profundo que eso.
Me parece que el meollo del asunto tiene que ver con el establecimiento de cánones morales dentro de la lucha. Hace tiempo se vienen confundiendo asuntos de principios, con el establecimiento de estándares morales. Mientras le damos un toque cuasirreligioso a lo bueno y lo malo en los procesos de lucha, los sectores más oportunistas y que dicen estar en lucha no tienen la más mínima preocupación. Me los imagino en el coffee break diciendo “déjalos allá que se peleen”. Seamos honestxs, aquí quien no haya tirado la primera piedra, pues que la tire porque de santxs tenemos bien poquitito.
La unidad no es un cliché ni un acto fútil. Es una forma de hacer política que conlleva incomodidades. Las respuestas categóricas de los tiempos soviéticos nos sirven para muy poco. Mucho menos la clásica actitud de pararnos de la mesa a la primera que algo no nos gusta. Se trata de unir fuerzas a partir de un análisis contextual prudente, realista y humilde. El país anda buscando válvulas de escape, anda buscando respuestas, anda buscando alternativas. Actualmente ninguna de nuestras organizaciones por si sola puede constituirse en esa alternativa. No se trata de que la unidad venga por default. Se trata de que hace mucho tiempo ha sido necesaria y ahora es que nos está pasando factura. Al día de hoy hay un reconocimiento de esto, pero a nivel de ejecución no arrancamos.
Reagrupemos los esfuerzos, veamos nuestros programas, analicemos hasta dónde el país está dispuesto a acompañarnos en términos de acción política y profundicemos a partir de ahí. Para la unidad rompamos con la concepción de que tenemos que tener respuestas únicas a cada asunto. Lo que fortalece la unidad es marcar unos límites lo suficientemente amplios, como para plantear alternativas que bailen con personalidad propia una misma canción. No es eficiente, ni prudente, tener siete espacios con las mismas personas diciendo lo mismo. Tampoco es eficiente tener personas individuales con título de organización. Mucho menos es eficiente vernos para coordinar fechas y no proyecto de país.
La unidad nacional se ha ido tejiendo y no le hemos dado la importancia que merece. Hay eventos demás que lo muestran. Si no ocupamos ese campo, alguien lo hará. Esto nos trae la responsabilidad de sentarnos a la mesa no para tertuliar ni discutir lo discutido. Trae la responsabilidad de ofrecer alternativas y discursos refrescantes antes que el Molusco o el Guitarreño terminen siendo los portavoces de la molestia del pueblo. Entonces, el 2 de mayo, ¿qué?