¿Analistas o mesías frustrados?
Cuando usted escucha a una analista política decir angustiada que por favor comprendan que ella es una sola y no puede solita con la carga del país sobre sus hombros, algo anda bien mal con el país o con la analista. ¿Cuándo fue que los analistas se nos convirtieron en mesías frustrados?
Hace unos meses escribí que nuestro periodismo está en entredicho por la proliferación de periodistas mediocres y charlatanes haciendo periodismo de mierda. Muchos analistas me felicitaron por la autocrítica a mi oficio y me atraganté. El seguimiento a aquel escrito era este, pero en la vorágine de las elecciones se me quedó hasta ahora en el tintero: la crisis de otro oficio que también ejerzo de vez en cuando –el de analista. Ese ya dejó de estar en entredicho, entró en desgracia. El análisis ha caído en manos de mercaderes de la opinión y manipuladores sociales.
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Analista o periodista es cualquiera si nos dejamos llevar por las versiones ajustadas de los conceptos que se nos han convertido en la especialidad de la casa. Si nos ceñimos a los originales, diríamos pues que ambos deben ser personas educadas y bien formadas con una profunda honestidad intelectual y los escrúpulos bien puestos.
En el mundo real y tangible, sin embargo, en el caso de los periodistas basta que un medio de comunicación te unja como periodista aunque seas un mono con alpargatas. En el caso de los analistas, que te unja un medio de comunicación… u otro amigo analista.
Algunos llegan a la posición porque fueron políticos electos simpáticos y parlanchines con los medios de comunicación o populares entre sus seguidores. Eso les da el derecho a “analizar” desde el punto de vista de su ideología. Lo que le presenta un problema al medio, pero que se resuelve rapidito: hay que buscar otros dos ex políticos que representen las ideologías contrarias para crear el “balance”. Eso no es análisis, por supuesto. Es un show mediático. Pero ahí vamos.
Otros compran de una u otra manera su entrada a los medios. Como lo leen. Llegan comprando tiempo o espacio para discutir un tema específico –o se buscan un auspiciador que les compre tiempo o espacio– y se van colando con seductoras lamidas de ojo a los directivos de los medios.
Hay analistas que llegan a serlo porque un amigo analista decide apadrinarlos. Lo invita una vez y le gusta que lo complementa y no lo opaca y lo invita otra vez. Si lo opaca no lo invita más, por supuesto. Pero si lo ayuda a lucir mejor lo invita una y otra vez hasta que la nueva voz adquiere el título de analista por derecho propio y se manda por la calle del medio. A veces hasta tumba al padrino.
Seamos justos. Algunos se fajan en sus respectivas carreras y se lo ganan. Yo difiero de José Arsenio Torres en casi todo y me revienta su menosprecio arrogante al resto de la Humanidad, pero me quito la gorra ante sus conocimientos y su capacidad de análisis.
Fuego Cruzado se ha mantenido como el primer programa de análisis del país porque es bueno. No siempre lo ha sido. Hubo una temporada en la que entronaron a un don nadie como analista que hasta se lo creyó y ha seguido dando tumbos y paga porque lo escuchen. Pero si tuviésemos que escoger el epítome del análisis radial, no tengo la menor duda de que la gente seria del país escogería Fuego Cruzado.
Tenemos buenos analistas, claro que sí. Pero siendo justos sabemos que son los menos. Se pueden contar con una mano y sobran dedos. La mayoría son unos mentecatos.
No hay que desesperar si no se es políticamente culto o no se tiene amigos en los medios. Hay maneras para llegar a ser analista. El internet ya provee páginas con instrucciones de cómo llegar a ser uno con facilidad. Para vuestro beneficio, acompaño este escrito con unas instrucciones sencillas a seguir que pueden convertir a cualquiera en el próximo analista estrella del país. Vea adjunto nuestro Curso corto de diez pasos para ser analista…trililí.
Hablando en serio, ¿por qué aceptamos facsímiles irrazonables de lo que debe ser? ¿Qué nos pasa que estamos llenos de periodistas mediocres y de analistas histriónicos?
La respuesta es complicada y no pretendo ni siquiera intentarlo porque no me corresponde. Me quedo en las explicaciones más sencillas: Que le hablan y escriben a un pueblo esencialmente ignorante. Que es un esquema premeditado para apuntalar la ignorancia que evita el cambio. Que nuestra autoestima es tan pobre que ya se nos olvidó exigir respeto.
“A todo se acostumbra uno”, me dijo una vez una amiga a la que le pregunté por qué escuchaba a un analista en particular si lo despreciaba tanto.
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La Real Academia Española nos dice que el análisis es la distinción y separación de las partes de un todo hasta llegar a conocer sus principios o elementos. Dígame usted cuántos de nuestros analistas satisfacen esa misión.
Vamos al origen del término que es mucho más divertido.
Como casi todas nuestras palabras, analista viene del latín y se refería a unos señores que escribían la historia de la antigua Roma basada en la crónica oficial que le proveían unos registros anuales de las familias y de la ciudad. Esos documentos que decían quién nacía, quién moría, quién bajó, quién subió, quién peleó tal guerra, quién la ganó, quién hizo y quién dejó de hacer. En otras palabras, eran historiadores escuetos.
Después se pusieron creativos y empezaron a adornar la historia con lírica y elegía, demagogia de la buena, y a colar sus opiniones como si fueran hechos.
Muchos empezaron a obviar los fracasos de Roma y se dieron entonces versiones de la historia que a veces no cuadraban bien. Pero qué diablos, si todas decían que Roma era grande e invencible, nadie los contradecía.
Aquí es donde deduzco que comenzó también la historia del periodismo que conocemos, porque algunos de estos escribas se aburrieron de organizar sus crónicas de acuerdo a los anales y se dedicaron a relatar noticias sobre sucesos cotidianos que todavía no estaban en ningún anal. A cantarlas como las veían. Difusores de información de día a día. Los primeros reporteros. Tenía que ser más divertido contar lo que pasó el día anterior que encerrarse a darle forma de historia a eventos viejos.
Apuesto también que aquí fue comenzó la polémica entre quien es más importante. Si el periodista con su versión directa de los hechos y acontecimientos o el analista poniendo las cosas en contexto.
En estricta tesis, ambos son periodistas y cronistas de nuestra historia. Ambos tienen un cometido y un territorio desde donde ejercerlo. Si hacen bien su trabajo.
El problema es el periodismo mediocre y superficial, y el análisis deshonesto o como entretenimiento.
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Paulo Freyre, el educador brasileño, tenía el mismo problema que Platón con la doxa, palabra griega para opinión. Platón, que no se andaba por las ramas, le llamaba doxóforos a los profesionales de la opinión, porque sus palabras siempre van más rápidas que su pensamiento para dar una apariencia de sabiduría. La doxa, diríamos, es la cócora del logos, el razonamiento, que junto al ethos y el pathos forman la retórica de Aristóteles.
La cosa es que Platón concurre con Freyre en tenerle ojeriza a los mercaderes de la opinión, que cuando los queramos insultar finamente le podemos llamar doxóforos.
El problema no es exclusivo de Puerto Rico. Se ha convertido en un serio problema a nivel mundial. Proliferan los acólitos de partidos políticos fungiendo como analistas. Proliferan los periodistas mediocres que han encontrado un mejor nicho en el análisis simplista, descuidado, chabacano, pero lleno de gracia. Proliferan los que desarrollan un personaje simpático y viven el resto de sus vidas honrándose a sí mismos. Proliferan los ignorantes con astucia, o mejor dicho, los brutos con iniciativa.
Son la mayoría. Y los buenos se halan los pelos y tratan de sobrevivir y descollar entre tanta mierda. No hay mejor conversación que la de unos analistas hablando de otros analistas. Es lacónica por decoro y porque no le llegue a los oídos al colega para evitar la tiraera. Por lo regular se limita a “está loca” o “es un cabrón”. Lo más discretos solamente levantan las cejas, mueven la cabeza y se meten la lengua en el estuche. Pero su lenguaje corporal es harto elocuente.
Una vez a Néstor Duprey y a mí se nos ocurrió hacer un junte de analistas serios para apechar juntos algunos de los temas más importantes del país desde nuestros distintos foros. Buena excusa para analizar un buen vinito. No prosperó. Creo que a él como a mí, se le quitaron las ganas de pensar nada más en el peo que íbamos a formar cuando invitáramos a algunos y a otros no. No valía la pena convertirnos en noticia. Nos juntamos, claro que sí, pero sin planificarlo mucho.
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La otra polémica es si un periodista de oficio es mejor analista que otro profesional de las ciencias sociales. La respuesta es que no, aunque le moleste a mis colegas periodistas. Ser o haber sido periodista no te hace mejor analista y tenemos la evidencia choreta.
Tampoco es cierto que los abogados sean mejores analistas. Podrán ser más locuaces y sofistas porque su adiestramiento es en debatir argumentos, pero eso no los hace mejores analistas. Mejores truqueros de la historia sí.
Sociólogos e historiadores pueden ser excelentes analistas. Si son buenos sociólogos e historiadores. Pero también hay cada fraude que por lo regular venimos a descubrir cuando ya se les ha otorgado el título de analista.
En fin, que no me adhiero a una preferencia en oficio para reconocerle a nadie capacidad de análisis. Ese no es el punto.
El punto es que hemos perdido la noción de lo que es un analista y que tenemos que conformarnos con los que envisten e imponen los medios de comunicación. El punto es que pasan por analistas meros comentaristas y profesionales de la opinión que son colocados intencionalmente en nuestra línea auditiva y/o de visión para que nos convenzan de algo.
El análisis es otra cosa. El análisis requiere estudio continuo, requiere investigación y requiere mucha honestidad. Los analistas son estudiosos. Son gente que nos pone en perspectiva los temas políticos, económicos y sociales con una cultura propia. Y la cultura según Alejo Carpentier es esta cosa que nos recuerda otra cosa que nos recuerda otra cosa. Para recordar tienes que tenerlo en la memoria y la memoria se cultiva.
En otras palabras, se requiere una cultura política, económica y social sólida para hacer lo que dicen que hacen todos los días los que mal llevan el título de analistas.
Siempre he rechazado el título cuando se refieren a mi labor en la radio o en escritos de opinión como este. Prefiero el de comentarista. No es falsa modestia. Hay temas en los que poseo los conocimientos necesarios para hacer análisis sin sonrojarme. Pero pretender hablar de todo todos los días como si fuésemos expertos en todo es otra cosa. Eso lo hace un comentarista.
Ni a eso llegan muchos de los que ocupan esas posiciones. En su mayoría son animadores de un espacio alegadamente informativo. Histriones y manipuladores de la información con una agenda personal para acomodar análisis e interpretaciones hacia la formación de una opinión pública favorable a sus posturas o la de los intereses que defienden.
Las reducciones simplistas, el ataque personal, la burla, la guasa, el chisme, la adjudicación de apodos insultantes y el sarcasmo son típicas de estos doxóforos. También el ataque trapero a quien no les rinde pleitesía o a quien haya que minarle la reputación para beneficio propio o de sus asociados.
Hay que ver cómo se enamoran y desenamoran de los políticos porque en un momento los complacen y en otros los desairan.
Escuchar a uno de estos analistas presentarse a sí mismo como la última Coca Cola en el desierto da vergüenza ajena. No es falta de sentido del humor. Yo me río hasta de mí misma. Es que hay una diferencia entre humor y sorna. Entre humor y chabacanería. Entre humor y grosería. Entre humor y deseo de hacer daño. Entre humor y el complejo mesiánico de algunos que se toman en serio como los únicos que le dicen la verdad al país.
No tenemos mucho que hacer, excepto escoger a quienes escuchamos o leemos. El derecho a la libre expresión y la libertad de prensa los cobija. ¡Y que bueno! La censura es un mal peor. Si alguno se pasara hasta la ofensa colectiva, ya tenemos prueba de que los boicots funcionan y habría que aplicarles la regla de La Comay. Porque el boicot no es censura.
La única cura verdadera, sin embargo, es la educación que nos libre de todo mal, por los siglos y los siglos, amén.
CURSO CORTO DE DIEZ PASOS PARA SER ANALISTA…TRILILÍ
(Un vademécum tomado del internet con comentarios de la autora.)
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Curse una carrera afín, ya sea periodismo, ciencias políticas o derecho. Compleméntela con formación propia en otras disciplinas para que pueda hablar de todo. Puede hacerlo con Wikipedia y, hasta en el mismo momento de la discusión, con la computadora al frente.
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Si carece de estos estudios, pero se ha desempeñado en funciones relacionadas con prensa, relaciones públicas o cargos políticos, incluyendo ser pareja de uno, convertirse en analista está entre sus posibilidades. Inténtelo.
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Practique. Practique mucho. Hable o escriba regularmente sobre temas de actualidad política y económica hasta en las paredes de los baños. Métase, aunque no lo inviten, en discusiones de grupos más o menos nutridos y especializados como lo son los panas en la barra, los cumpleaños y los bautismos, particularmente si los frecuenta alguien influyente que usted quiera impresionar.
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Participe en actos públicos y escriba en los medios: Facebook, Twitter, publicaciones pequeñas, periódicos regionales y nacionales en las páginas de opinión. Envíele cartas a medio mundo. Hable y escriba de lo que sea porque es indispensable ir haciéndose un nombre. Si no lo dejan escribir en algún sitio, reparta hojas sueltas en la plaza.
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Si puede comprar tiempo en una estación local de radio para hablar de lo que le de la gana, no titubee. Póngale un nombre pegajoso al programa, diga que es sobre un tema específico y después hable de lo que le dé la gana.
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Adopte una posición ideológica concreta, preferiblemente orientada hacia extremos de izquierda o de derecha. A diferencia de lo que la lógica puede recomendar, la experiencia demuestra que para convertirse en analista político exitoso se debe tener una línea. El público desea escuchar y seguir a quienes poseen una orientación política similar. O sea, para tener fanáticos tiene que tener una posición distinguible. Da, da.
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Identifíquese y hágale propaganda a políticos específicos. Recuerde que los políticos se ven en la necesidad de contar con expertos “externos” que apoyen directa o indirectamente sus posiciones o, incluso con aquellos que mantienen opiniones diversas, para poder contradecirlas.
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Sea apasionado. Pero tenga cuidado. Hay pasiones que rayan en locura y puede perder credibilidad.
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Búsquese de vez en cuando o permanentemente una contrafigura. Póngase de acuerdo para tener un altercado esporádico ante los micrófonos. Eso vende.
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Hable de todo aunque no sepa un carajo del tema.