De San Juan a Ponce en tren, como antes
La semana pasada decidí tomar una guagua de la AMA que pasa por la Universidad, con destino al área de San Patricio. Hace tiempo que no lo hacía, así que, para asegurármelas, llegué a la parada con anticipación para llegar a tiempo al examen de escuela graduada que tenía que tomar. La espera por la T3, la trilla por todas las paradas que hace la guagua y su vaivén por las carreteras de este país, lisas como la seda y en donde ya no cabe un carro más, tomó una hora: una hora de Río Piedras a Guaynabo.
Ese mismo día leí en el periódico que el Departamento de Transportación y Obras Públicas anunció planes de extender el servicio de transporte público por toda la isla. Pero esta propuesta no se trata de un tren eléctrico, la opción más eficaz a largo plazo, sino de más guaguas que llegarían a lugares de Levittown, Caguas y Barceloneta.
El “visionario” proyecto se anunció luego de que en agosto, el Secretario de Obras Públicas, Rubén A. Hernández, hiciera declaraciones en las que descartaba la posibilidad de llevar el Tren Urbano de Río Piedras hasta Caguas.
La extensión de las guaguas hasta estos municipios significa una mayor congestión vehicular en las carreteras y toneladas de gasolina que se requieren para hacerlas trabajar por toda la isla. Podemos concluir que este país va en retroceso, pero cuando se trata del tema de transportación pública, es hacia atrás a donde tenemos que mirar.
Mirando hacia atrás
Ya para la primera década del siglo 20, Puerto Rico contaba con un tren que iba desde San Juan a Ponce, pasando por Mayagüez. La idea de un sistema ferroviario que recorriera la isla comenzó bajo el gobierno español, para promover la economía insular y para tener control militar del territorio. Con la ocupación estadounidense el tren pasó a manos de la American Railroad Company of Porto Rico y entre 1903 y 1908 se completó la ruta de San Juan a Ponce.
La caña era razón suficiente para que Estados Unidos construyera el tren, pero también se utilizaba para pasajeros, para el correo, y en la noche, se utilizaba como medio de transporte de carga.
Algunos de los tramos del tren fueron de difícil construcción. Ejemplo de esto lo es el túnel de Guajataca, hecho a través de la montaña y que mide cien pies de distancia. Este túnel se conocía también, para los que utilizaban el tren, como el trayecto de los novios románticos. Desde 1880 San Juan ya contaba con servicio de ferrocarriles y tranvías que salían desde el Viejo San Juan y pasaban por el área de Miramar, Condado, Santurce, Río Piedras, hasta llegar a Caguas. Mayagüez, por su parte, comenzó con tranvías arrastrados por caballos para la década de 1870.
El tren de San Juan a Ponce sirvió también como un espacio de intercambio de cultura entre pueblo y pueblo. Existe un sinnúmero de referencias sobre lo que pasaba en este trayecto, que salía de San Juan a las siete de la mañana para llegar a Ponce pasada las cinco de la tarde. Observaciones, canciones y fotografías muestran el tren como una forma única de experimentar los distintos aspectos del país.
La escritora Helen V. Toocker menciona en el libro del fotógrafo Jack Delano “De San Juan a Ponce en el tren” las particularidades de cada pueblo, como las empanadillas de cetí a la hora del café en Arecibo y el queso de hoja de Isabela. La fotografía de Delano muestra nostálgicas representaciones del Puerto Rico de ayer desde el tren. Los cañaverales, la vida de los obreros, las distintas paradas y estaciones en cada pueblo dejan ver lo que suponía ser una época de bonanza económica sin dejar atrás la realidad de la vida del campesino.
Los viajes en tren fueron también fuente de inspiración para la plena, en donde se describen situaciones cotidianas sobre lo mucho que patinaba la “máquina” y como el tren llegaba a Mayagüez entrando la noche, con los pasajeros ya cansados de viajar.
Bajo el gobierno de Luis Muñoz Marín y con el Proyecto Manos a la Obra, el tren fue sustituido por carros y camiones, y sus rieles, convertidos en carreteras y expresos. El concepto de transporte colectivo quedó en el olvido a excepción de algunos rieles que todavía existen, algunos preservados como parte de la historia de Puerto Rico y otros, rodeados de maleza. Hoy, los puertorriqueños hacemos el viaje de San Juan a Ponce encapsulados en nuestros carros, malhumorados por el tapón y sobre todo, contaminado el espacio urbano.
No fue hasta 1988 que se volvió a pensar en la idea de un Tren Isla, que fue propuesto cuando Puerto Rico quería solicitar ser la sede de los Juegos Olímpicos para el 2004 y hacer uso de todo nuestro territorio para los eventos deportivos. En lugar de un tren que hiciera buen uso del espacio que tenemos, se gastaron 2,200 millones de dólares en el Tren Urbano. En todas las ciudades del mundo que poseen un sistema de tren o metro, se comienza a construir desde el centro de la ciudad hasta los suburbios. El área metropolitana de Puerto Rico fue la excepción, y como resultado se construyó un tren que sólo recorre 20 kilómetros de Bayamón a Santurce. Y si le preguntan a cualquier puertorriqueño sobre la eficacia de este medio de transporte, es muy probable que su respuesta sea “ese tren no llega a ningún lao’”.
El Departamento de Transportación y Obras Públicas parece insistir en el sistema de buses, que debido a que comparte los carriles con los demás vehículos, en vez de tener un carril propio, es un completo fracaso.
No se mira atrás para ver lo que personas antes que nosotros hicieron por Puerto Rico, ni tampoco se promueven nuevas ideas para un buen desarrollo en el área urbana y para hacer del resto de la isla un lugar más atractivo. Sufrimos las consecuencias de una construcción desmesurada en donde sólo se toma en cuenta el lucro. Hasta hoy San Juan no ha logrado ser una ciudad, sino una serie de edificios conectados por expresos y avenidas, y es el carro lo único que tenemos para transportarnos de una forma más eficaz.