La ceguera colectiva ante las vulnerabilidades de larga data
Los huracanes se convierten en catástrofes o desastre mayor solo cuando existe un contexto de alta vulnerabilidad de determinadas estructuras sociales y económicas, debido a acciones humanas y a decisiones de políticas públicas o empresariales. Esta afirmación ha quedado claramente validada con la reciente experiencia del paso de dos huracanes muy grandes por Puerto Rico, Irma y María, que visibilizaron las falencias de nuestro ordenamiento económico, social y político. La vulnerabilidad ante desastres naturales se suele definir en función del nivel de exposición al riesgo frente a la capacidad de enfrentarlo. Entre los factores que se incluyen al calibrar el grado de vulnerabilidad, están el acceso y distribución de recursos, la seguridad del habitat, manejo de equipos y tecnología, capacidad de recibir y manejar información, poder adquisitivo, capital social y estructura familiar y comunitaria. Una breve revisión de dónde estábamos en Puerto Rico antes de los huracanes, nos lleva a concluir que vivíamos, de hecho, en una sociedad que no reconocía su alto nivel de vulnerabilidad general y no tomó, en varias décadas, medidas para reducirla.
Desde hace muchos años está ampliamente documentado que en Puerto Rico existen zonas, regiones, barrios, así como grupos sociales y demográficos que son recurrentemente afectados por fenómenos naturales, especialmente en la temporada de huracanes. No habría que esperar a que un fenómeno pase, sino tomar medidas anticipadamente, porque siempre suelen afectarse los mismos sectores. Esta vez ocurrió de nuevo, pero con una fuerza de vientos y de lluvias que no habíamos visto antes. La vulnerabilidad general estalló con contundencia ante el paso del feroz huracán María, generando un desastre de inmensas proporciones.
Atónitos ante lo sucedido, la respuesta gubernamental y de las autoridades federales que rigen sobre Puerto Rico ha sido absolutamente insuficiente, rayando en violatoria de los derechos humanos más básicos. Entre otras cosas, se develó lo poco que sabían los funcionarios gubernamentales de Puerto Rico y de Estados Unidos de cuan mal estaban las cosas en el país. La vulnerabilidad que nunca vieron la mayoría de quienes nos han gobernado incluye los siguientes factores:
Según señalan numerosos análisis académicos, suele haber una correlación entre vulnerabilidad, impacto y costos de los desastres. A mayor vulnerabilidad, mayores serán los impactos y los costos. En el huracán Katrina, por ejemplo, las condiciones socio-económicas pre-existentes incidieron significativamente en elevar el riesgo, los costos y la capacidad de recomposición de las familias y de la propiedad perdida.[1] Una política sabia sería reducir significativamente las vulnerabilidades para reducir eventuales costos de recuperación de un desastre. En Puerto Rico, esa sensata previsión no parece haber calado.
El cambio climático: una realidad innegable
Hay otros factores externos que también pueden incidir en transformar un fenómeno de la naturaleza como es un huracán en una catástrofe o desastre mayor. Nuestro planeta tierra, es compartido en un continuo de continentes, mares e islas, interconectadas, donde el comportamiento humano de unas zonas incide sobre todos. Desde finales del siglo XX científicos de diversas especialidades comenzaron a advertir del peligro que se cernía sobre la tierra por el rápido calentamiento del planeta debido a los patrones de conducta de los países más industrializados y avanzados. Poco después, el problema mundial se rebautizó con el nombre de “cambio climático” porque se constató que iba mucho más allá de un mero incremento en temperaturas, que ya se había verificado. El cambio climático es una realidad cotidiana en todo el planeta y los países del mundo se han movido, a través del Sistema de Naciones Unidas, a concertar acciones tendientes a mitigar los daños ya existentes y prevenir futuros daños mayores. El 12 de diciembre de 2015 en París, 195 naciones alcanzaron un acuerdo histórico para impulsar medidas e inversiones para un futuro bajo en emisiones de carbono, resiliente y sostenible, y procedieron a sentar los mecanismos para su firma formal por parte de las naciones del mundo. La inmensa mayoría de los país ya lo firmó y el acuerdo quedó formalmente ratificado a fines de 2016.
Pero el presidente estadounidense Donald Trump anunció el pasado 1 de junio de 2017 la retirada de Estados Unidos de este acuerdo, dadas sus promesas de campaña en pro de los intereses económicos de la nación.[2] Todos los demás países del mundo reiteraron su compromiso y comunicaron que no se iban a retirar del acuerdo aunque Estados Unidos lo hiciese. América Latina, que ha endosado con avidez el proceso y que está instrumentando aceleradamente un proceso de diversificación de su matriz energética en el marco de los objetivos fijados en el acuerdo, advirtió del peligro que significa la salida de Estados Unidos del mismo. Ese acuerdo es vital para Puerto Rico por las vulnerabilidades ya señaladas y por el hecho de que esa nación controla los programas y regulaciones del sector energético y de medioambiente para nuestro país. Puerto Rico se ha quedado sin un marco razonable de protección ambiental para guiar las acciones de reconstrucción tras la catástrofe natural y humana y eso puede ser sumamente peligroso para nuestro futuro.
Los procesos de cambio climático mundial han generado fenómenos de mucha mayor intensidad y frecuencia como lo fueron los huracanes Irma y María. En meteorología se habla ya de la necesidad de repensar el sistema de escalas y categorías de magnitud porque las existentes no resultan ya adecuadas para la fuerza de los nuevos huracanes que se alimentan y crecen justamente del calentamiento planetario que se verifica. Por ello, este asunto que puede pasar desapercibido es serio y urgente para Puerto Rico. Es importante que las organizaciones sociales lo mantengan en la esfera visible de discusión.
El costo de la indiferencia
No atender a tiempo las vulnerabilidades que Puerto Rico tiene y que fueron exacerbadas por la catástrofe, significará tener que dedicar una alta proporción del Producto Interno Bruto a procesos de recuperación ahora y en posibles situaciones futuras. Según el Fondo Monetario Internacional, en los pequeños estados en desarrollo con alta vulnerabilidad el costo de un desastre nacional puede llegar a alcanzar hasta el 30% del PBI.[3] Inmediatamente después del paso del huracán María algunos analistas calcularon que en Puerto Rico, la reconstrucción requeriría al menos el 10 por ciento de su producto interno bruto (PBI) (Joe Myers, AccuWeather Inc., State College, Pensilvania)[4], pero esos estimados se quedaron terriblemente cortos cuando se vio la inmensidad y extensión del desastre y del esfuerzo que sería necesario hacer para reponer la infraestructura física dañada y los servicios. Hoy se habla de que necesitaremos mucho más, sobre todo si queremos asegurarnos de que no se reconstruye lo que fracasó y de que se atienden los costos ocultos del desastre – aquellos relacionados con lo que le sucede a las personas, que son muy difíciles de cuantificar, si no imposible. Puerto Rico necesitará al menos $50,000 millones de dólares para reponerse de esta tragedia colectiva y mucha capacidad para repensar críticamente a dónde vamos, qué sociedad queremos refundar, y cómo debemos organizarla para asegurar que la vulnerabilidad general se reduzca al mínimo y prevenir desastres similares en el futuro.
Los costos de reponer la “infraestructura humana” seguramente serán tan altos como los de reponer la infraestructura física y los servicios básicos. Pero nunca se calculan, ni se piensa en ellos. Por ejemplo, la angustia. ¿Cuánto cuesta por hora superar la angustia de 3.3 millones de personas? ¿Cuánto tiempo se está angustiado en un evento como éste? ¿Qué impacto tienen el estrés y la angustia sobre los niveles de cortisol en las personas y cómo se calibra el efecto de largo plazo de posibles desequilibrios emocionales debido a ello? ¿Cómo medimos el impacto negativo, del presente y del futuro, que seguramente tuvo el estrés intenso y prolongado en miles de niños y niñas de la primera infancia?
También el desarraigo; ¿cómo se calcula cuánto cuesta el dolor de tener los seres más queridos viviendo fuera de Puerto Rico? En el primer mes tras el paso del huracán salieron de Puerto Rico más de 70,000 personas, algunas de las cuales se quedarán en los Estados Unidos porque no perciben que habrá un terreno de oportunidades para su regreso a la tierra natal. ¿Podemos ponerle un costo a ese sentimiento que desbarata el alma, impide concentrarse en el trabajo “productivo”, y merma las esperanzas?
¿Será que se puede hacer un cálculo del costo de las muertes directas e indirectas del huracán? De quienes murieron ahogados, mutilados por el desprendimiento de un techo, o electrocutados por un cable eléctrico caído…. ¿o de quienes por el estrés sufrieron un infarto o derrame en su casa y no pudieron conseguir una ambulancia, llegar a un hospital y ser atendidos a tiempo? ¿O de quienes murieron en operaciones hechas precariamente a la luz de un celular porque no había otra? También están los que quedaron desconectados de una bomba de oxígeno o de una máquina de diálisis porque se dañó la fuente alterna de electricidad que usaban. ¿Tienen precios contabilísticos esas vidas?
¿Qué costo debemos asignar al cono de incertidumbre, como certeramente la sabiduría popular denominó a la vida cotidiana en el período previo a los huracanes Irma y María? ¿Se contabilizará este costo desde junio a octubre? ¿Habrá recursos suficientes para compensarlo?
La altísima vulnerabilidad general de Puerto Rico, sumada a la incertidumbre generada por el prolongado estancamiento económico de más de una década, así como a las restricciones presupuestarias que nos ha impuesto una deuda pública de sobre 70 mil millones de dólares, fue lo que convirtió en catástrofe la embestida huracanada. Sin las condiciones previas, no hubiéramos tenido tantos estragos. Si no comprendemos esto nos volveremos a equivocar, una y otra vez. La vulnerabilidad persistirá y reiteraremos nuestra incapacidad de autogestionar nuestra vida colectiva.
Para que una calamidad similar no vuelva a ocurrir, Puerto Rico tiene que hacer un cambio radical en la forma de pensar y de actuar. El modelo neoliberal que lleva años instrumentándose en el país, centrado en lograr las máximas ganancias para el empresariado con capacidad de ser transnacional y las máximas penurias para la clase trabajadora, ha llevado al estado general de vulnerabilidad que se tradujo en catástrofe. Por ello, es preciso repensar con ojos y oídos bien abiertos la próxima etapa, que no puede ser meramente de recuperación sino de refundación de Puerto Rico. Ya las empresas buitres andan merodeando para agarrar contratos del dinero federal que vendrá; los cabilderos que buscan comisiones y los aspirantes a corruptos revolotean por Washington; y hay muchos que quieren ver nuestra bella isla vacía para llenarla de los ricos y famosos del mundo, que dejan muchas ganancias a sus negocios. Precisamos salir de esa trampa.
El Desarrollo Humano Sostenible: La gente al rescate de la gente
Por eso creo que es desde la base misma de la sociedad que necesitamos encauzar otro tipo de desarrollo. Uno integral, que busque de inmediato la equidad en sus múltiples dimensiones, centrándolo en las personas y asegurando que sea sostenible en el tiempo. Los principios generales de esta visión de desarrollo son sencillos y fundamentales; todos podemos y debemos entenderlos, adoptarlos y promoverlos. Los resumo brevemente:
A partir de esos principios básicos podemos crear un nuevo país. Tenemos que mirar hacia otros lugares donde ese marco filosófico orientador se ha estado poniendo en marcha desde hace muchos años. Debemos conocer más de los países escandinavos, por ejemplo, que siempre tienen los mayores índices de desarrollo humano en el mundo. Porque tienen incorporado en sus políticas y programas un genuino compromiso con la equidad en todas su dimensiones –nadie es mejor que nadie; porque parten de la premisa de que todas las personas pueden hacer aportes a definir una forma de hacer las cosas –y han instalado la participación ciudadana en todos los ámbitos de gestión pública y privada; porque tienen los mejores sistemas educativos –laicos, libres y gratuitos en todos los niveles– con pedagogía de aprender a aprender, aprender a ser y aprender a hacer. Además de los países escandinavos, también en nuestra región hay algunos de los cuales Puerto Rico puede aprender muchísimo. Por ejemplo, de Uruguay y Costa Rica, que tienen muchos elementos en común con nosotros y que se han convertido en sociedades cohesionadas, vivibles y prósperas. Hay que cambiar la mirada. Eso es lo más importante para nuestro futuro.
La gestión gubernamental del manejo de la catástrofe ha develado que la etapa de la refundación no puede quedar a cargo de quienes han mostrado enorme incapacidad y desconocimiento de las realidades más básicas del país, debilidad ante aperturas de corrupción y, sobre todo, demostrado desprecio por la transparencia que necesita el manejo de los asuntos públicos. El Poder Ejecutivo de Puerto Rico acaba de hacer una peligrosa propuesta: centralizar y controlar todo el proceso en adelante en un “zar” de la reconstrucción de Puerto Rico. Pero quienes han enfrentado con valor, sacrificios, sensatez y solidaridad la situación de emergencia fue la propia gente de a pie – los vecinos, las organizaciones sociales que trabajan en comunidades, los profesionales solidarios que acercaron su brazo para servir donde se necesitara sin pedir nada a cambio. También lo hicieron algunos artistas, fundaciones y empresas que tienen claro su sentido de responsabilidad social hacia la sociedad donde hacen negocios. El gobierno reaccionó con letargo, con sentido burocrático -tal vez por verse inmerso en la necesidad de articular su acción con la esfera federal- y no fue eficiente ni transparente en el manejo de la emergencia. La gente, en sus comunidades y vecindarios, se echaron al país encima. Y lo hicieron con sorprendente sentido de ecuanimidad. Yo he estado trabajando en situaciones de desastre en otros países y el civismo que se ha dado en Puerto Rico no lo vi nunca antes. Solidaridad, ayuda mutua, cariño, buen humor, persistencia en la acción y deseos reales de salir adelante, han caracterizado esta larga jornada que aún no termina. Esa es una base extraordinaria, pero no suficiente, para refundar al país. Tenemos también que ser capaces de cuestionar el sistema que nos llevó a la catástrofe y estar dispuestos a ejercer nuestro derecho a cambiarlo.
De esta desgracia colectiva han nacido nuevos lazos de afecto, nuevas sensibilidades, alianzas y también nuevas responsabilidades con la creación de un nuevo futuro para Puerto Rico; ese que podemos construir a partir de otra visión de mundo. Ese que se compromete con que todas las personas tengan oportunidades reales de educarse, trabajar, ganar un salario digno, tener una vivienda y una comunidad segura; donde estemos informados de los desafíos y de los recursos que existen y podamos incidir en las decisiones que se tomen para asumirlos.
Ese Puerto Rico solo puede surgir del diálogo y la concertación entre muchas partes; al interior de Puerto Rico, con los Estados Unidos y con la comunidad de naciones del mundo. No será un proceso fácil, pues el país está ideológicamente polarizado, políticamente fragmentado, socialmente disperso e internacionalmente aislado. Por ello, para comenzar resulta urgente articular en un gran movimiento el reclamo de participación en la etapa de reconstrucción y actuar mancomunadamente quienes creemos en que es posible organizar al país desde una lógica distinta a la del feroz neoliberalismo que tanto daño nos ha hecho. En las pasadas semanas he tomado la iniciativa de convocar mesas de diálogo y trabajo con las organizaciones profesionales de Puerto Rico – de planificación, economía, magisterio, ingeniería, arquitectura, cooperativismo– entre otras, sobre los asuntos más urgentes que deberemos atender para evitar que la etapa de reconstrucción sea una forma de profundizar y perpetuar la vulnerabilidad general en que seguimos hoy.
Se necesita unión de voluntades y esfuerzos para construir masa crítica, legitimidad, confianza y credibilidad desde la sociedad civil; solo así esta fuerza se convertirá en agente validado para participar en la siguiente etapa y podrá conseguir recursos adecuados para incidir con firmeza. De otra manera, el pastel se lo repartirán entre el zar de la reconstrucción y los amigos cercanos al poder; como siempre pasó. Esta vez tenemos que hacerlo diferente.
Nuestros esfuerzos y proyectos deben ir dirigidos crear nuevas nociones, formas de trabajo y organización de procesos productivos guiados por otra lógica y otra ética, que permita sustentar la refundación en políticas económicas y sociales basadas en ese paradigma que se conoce como el desarrollo humano sostenible. No argumento que es perfecto, pero nos permite iniciar el camino de refundación por una vía distinta; por un camino en el que muchos más podamos llegar a acuerdos para mejorar la convivencia y el bienestar colectivo. Atrás deben quedar las decisiones sin transparencia, sin participación ciudadana, el abuso del poder colonial sobre Puerto Rico, la desigualdad rampante, la corrupción pública y privada y el sentimiento de tristeza e impotencia que cuesta tanto desterrar del alma.
Le he escrito a las organizaciones profesionales de Puerto Rico y a las redes de mujeres y de base comunitaria proponiéndoles una iniciativa dirigida a articular redes de diálogo y concertación para definir una nueva estrategia de desarrollo en la cual puedan enmarcarse los trabajos de la próxima etapa. Durante años, desde distintos espacios, las organizaciones sociales y algunos sectores políticos, especialmente en el independentismo, hemos estado denunciando y proponiendo. Es hora de reconocer que nuestros logros han sido modestos; nuestras voces y sugerencias se han escuchado poco en relación a los esfuerzos desplegados. Vieques es tal vez la única excepción y todavía el proceso de limpieza de la Isla sigue sin terminarse. Estoy convencida de que ni la denuncia ni la propuesta bastan. Tenemos que ser capaces de diseñar, montar y acompañar proyectos concretos que demuestren que es posible construir ese otro Puerto Rico con el que hemos soñado desde hace tanto tiempo. Proyectos dirigidos a reducir la pobreza y la brecha de desigualdad; a disminuir la vulnerabilidad generada por actual modelo económico. Tenemos que ser capaces de frenar el éxodo poblacional ofreciendo a nuestros jóvenes una oportunidad real de crear e innovar acá. Pero eso solo lo podemos hacer si cambiamos las reglas del perverso juego neoliberal, acomodaticio y funcional a las élites políticas que han dominado al país durante años. Quienes no estén dispuestos a un compromiso con la refundación del país sobre la base de la verdad, la honestidad, la ética, o quienes simplemente se conformen con una tajada del pastel de recursos de la reconstrucción, para hacer lo mismo que antes, no debe aceptar mi invitación.
Creo genuinamente que es factible poner al país en una ruta de crecimiento económico a través de esa otra estrategia. Estoy segura de que podemos generar o fortalecer los incipientes esfuerzos de construir laboratorios de innovación social; espacios interdisciplinarios, interinstitucionales e intergeneracionales que puedan abocarse a pensar con cabeza abierta. Estoy segura de que podemos encaminar la revitalización económica de Puerto Rico con un gran programa cooperativista de economía verde, que albergue proyectos y aplicaciones para diversificar la matriz energética, mejorar los sistemas de manejo de aguas, producir agroecológicamente, y reforestar sensatamente el país. Estoy segura de podemos generar también proyectos comunitarios de transportación colectiva, de elaboración de alimentos, de sistemas de cuidados para la población, y tantos otros que permitirían reducir significativamente la pobreza y aumentar las posibilidades del desarrollo humano sostenible tanto en Puerto Rico como en el resto del Caribe.
Si nos abocamos a este esfuerzo se requerirá vincular estrechamente la investigación científica con el ámbito de la producción de bienes y servicios por parte de comunidades necesitadas, de empresas cooperativas, de PTs y de PyMEs, para ofrecer soluciones efectivas, sólidas, duraderas, de bajo costo. Todo ello debe redundar en un fortalecimiento del sector de economía social y solidaria, que debe ser el impulsor de la nueva estrategia de desarrollo del país.
Porque otro Puerto Rico es posible y lo vamos a hacer, tenemos que seguir trabajando con ilusión, con ojos bien abiertos, sin miedos y sin pausa.
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[1] Michel Masozeraa, Melissa Baileyb, Charles Kerchner (2006) “Distribution of Impacts of Natural Disasters Across Income Groups: A Case Study of New Orleans”, en Ecological Economics 63 (2007) 299–306. Disponible en: http://www.d.umn.edu/~pfarrell/Natural%20Hazards/Readings/Katrina%20article.pdf
Ver también: Clark, G.E., Moser, S.C., Ratick, S.J., Dow, K., Meyer, W.B., Emani, S., Jin, W., Kasperson, J.X., Kasperson, R.E., Schwarz, H.E., 1998. “Assessing the vulnerability of coastal communites to extreme storms: the case of Revere, MA., USA.” En: Mitigation and Adaptation Strategies for Global Change 3 (1), 59–82.
[2] Donald Trump anuncia que Estados Unidos abandonará el Acuerdo de París sobre cambio climático. En: http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-40124921. Ver también reseña de la noticia en el New York Times: Shear, Michael D. (1 de junio de 2017). “Trump anuncia que retirará a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático”. https://www.nytimes.com/es/2017/06/01/trump-confirma-retiro-acuerdo-paris/
[3] International Monetary Fund (December 2016) IMF Policy Paper
Small States’ Resilience To Natural Disasters And Climate Change—Role For The IMF. Washington, DC.
[4] El impacto económico del huracán María en Puerto Rico – Latinoamérica – Internacional – ELTIEMPO.COM, 23 de septiembre de 2017