Juventud que estudia, juventud que siembra
Históricamente la UPR ha sido un baluarte de la lucha social en el país. Hay una larga historia de protestas y huelgas que determinan en parte la identidad de la institución. La UPR es sinónimo de lucha. De ser en sus comienzos un centro para capacitar a maestras y maestros para servir en el sistema de instrucción pública, fue evolucionando hasta convertirse en el principal sistema de educación superior. Como toda universidad de su clase, la UPR lleva en su interior una especie de paradoja. Por un lado posee la función institucional de reproducir las ideologías del sistema capitalista que vivimos y de adiestrar la mano de obra que ingresará prontamente al mercado laboral, pero por otro lado es un espacio de investigación científica y de desarrollo de pensamiento crítico que provee las herramientas conceptuales para poner en cuestión todo, incluyendo al propio capitalismo (en nuestro caso colonial). Esa paradoja es una de las bases que fundamenta al movimiento estudiantil.
Ser estudiante en la UPR, a pesar de que los estudios son algo así como un periodo transitorio en la vida de las personas, te expone a una cultura democrática de intenso debate, de cuestionamientos de fondo. Esa cultura democrática es el motor del movimiento pues permite un libre fluir de ideas que rara vez encontramos en una sociedad tan antidemocrática como la nuestra. Abre la oportunidad de vivir la verdadera democracia en todas sus facetas, desde la concepción de una propuesta, pasando por su discusión y la toma de decisiones, hasta su implantación por aquellos y aquellas que decidieron. Por supuesto, esa cultura es una amenaza para los de arriba. Por esa razón siempre han intentado destruirla o coartarla, ya sea cediendo ante algunas exigencias, ya sea desmantelando la universidad pública y disminuyendo la base del movimiento, ya sea con la violencia abierta. En muchas ocasiones lo han logrado, silenciando la disidencia por largo tiempo. No obstante, en los pasados años, particularmente desde las huelgas del 2010-2011 hasta el presente, observamos una continuidad, un hilo conductor que ha permitido que ciertas experiencias y concepciones sigan transmitiéndose de generación en generación a pesar de los errores cometidos por el movimiento. En la actualidad el movimiento estudiantil todavía posee el potencial de hacerse sentir con fuerza.
Por otro lado, el movimiento agroecológico se levanta como un gran retorno a la tierra. Si el desarrollo industrial del país en conjunto con el desparrame urbano significó para muchos progreso, una modernización necesaria del capitalismo, para cientos de jóvenes el futuro está en la siembra o en la vuelta al campo. Agarrar un machete o una azada ya no es sinónimo de atraso sino de soberanía alimentaria. Agroecología porque se piensa la agricultura como parte esencial de un proyecto de país que sea más autosuficiente acentuando su independencia en la producción de alimentos y ecología porque se promueve lo agrícola con respeto a la naturaleza, tratando de imitar los procesos que en ella ocurren naturalmente. A pesar de lo que puedan pensar muchos no se trata de un purismo o de un retorno a un tipo de producción agrícola primitivo, se trata de un modo de producción con fundamentos científicos pero en armonía con el ecosistema y en contra de los grandes intereses corporativos que dominan la agricultura contemporánea. Se enfatiza la rotación de cultivos y su diversidad en vez del monocultivo, se sustituye la dependencia en la compra de abonos con la producción local de composta, se elimina lo más posible la dependencia de insumos tanto químicos como orgánicos, se resalta la producción a pequeña escala en contraposición a la producción en magnitudes gigantescas, todos elementos fundamentales de la agricultura industrial tradicional. La agroecología es, pues, un movimiento social y político.
Podemos ver el crecimiento de este movimiento como la respuesta histórica de unas nuevas generaciones ante el desplazamiento del campesinado y de la agricultura en Puerto Rico ocurrido en la segunda mitad del siglo XX, cuando por medio del proyecto Manos a la Obra la manufactura fue incentivada y la producción agrícola abandonada. El campesinado poco a poco perdió su fuerza como sujeto social y político, mermando sus números por medio de la emigración masiva tanto hacia Estados Unidos como para las zonas urbanizadas donde pasaron a ser parte de la creciente clase obrera industrial. Sin embargo, hubo un campesinado que resistió y sobrevivió y que preservó ciertos conocimientos populares sobre la siembra. En muchos casos esos saberes siguen siendo transmitidos a nuevos agricultores. El movimiento agroecológico que vemos ahora es el producto del esfuerzo de muchas personas que anónimamente han continuado las prácticas agrícolas no solo como producción de alimentos, sino como proyecto de país. Varias décadas después de esa industrialización compañeros y compañeras hablan de soberanía alimentaria, agroecología y hasta se autoidentifican como jíbaros agricultores. Los sectores más politizados hablan incluso de reforma agraria.
El movimiento estudiantil va y viene, parece apagarse para de momento irrumpir nuevamente en la escena sociopolítica con nuevas fuerzas. Y esa continuidad que mencionamos es crucial para su maduración. Por ejemplo, de defender las exenciones de matrícula en la huelga del 2010, las asambleas generales del 2016 aprobaron votos en contra de la implantación de la Junta de Control Fiscal, a favor del impago de la deuda e incluso por enmendar la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico para que la prioridad sea asegurar los servicios del pueblo y no pagarle a los bonistas. En ese sentido trascendieron sus reclamos sectoriales para cuestionar el orden social nacional. Esa maduración ha colocado un problema significativo y complejo al estudiantado en lucha. Si transformar la universidad choca inmediatamente con la realidad social y política que estamos viviendo, si el estudiantado por sí solo no puede sacar del poder a la clase económica y política que domina nuestro país, ¿cómo el movimiento puede construir alianzas estratégicas con otros sectores para golpear con más fuerza? Hay dos cuestionamientos que deben ser respondidos para dar pasos certeros en esa dirección. ¿Qué tipo de universidad es a la que aspira el movimiento estudiantil de la UPR? Y por otro lado, ¿qué tipo de país se anhela construir? Ya hay unas primeras respuestas que pueden ser profundizadas. Democracia, autogestión, autonomía, educación pública de calidad, perspectiva de género, accesibilidad, son conceptos de todo un programa político en potencia.
Dos movimientos con nuevos bríos por una juventud que busca otras posibilidades de organización social y, sin embargo, dos movimientos que poseen acercamientos diferentes al accionar socio-político. Mientras el estudiantado se ha caracterizado por ser un movimiento de protesta, que usualmente reacciona ante los atropellos impuestos por la administración universitaria y el gobierno por medio de marchas, piquetes, paros y huelgas; y que exige que las instituciones implanten sus exigencias, el movimiento agroecológico se distingue por ser un movimiento que construye permanentemente, que gestiona sus propios proyectos agrícolas y educativos como parte de su quehacer cotidiano, que resuelve desde ahora, no espera por las instituciones. Si el movimiento estudiantil se dirige por el camino de la protesta, si está determinado por una política del conflicto, el movimiento agroecológico está encaminado por la política cotidiana, por la construcción de proyectos autogestionados que, a pesar de que contienen críticas respecto a la agricultura convencional y al orden social actual, no necesariamente giran alrededor de un conflicto con las esferas del poder oficial.
Las dinámicas internas de ambos movimientos son distintas. Tanto en uno como en otro permea un ambiente democrático, pero ese ambiente tiene un legado más profundo en la UPR. Esa cultura democrática se manifiesta en los diversos espacios que el estudiantado ha ganado o creado, como lo son los consejos de estudiantes, los comités por facultad, los plenos y las asambleas generales. El movimiento estudiantil ha logrado crear o conquistar sus propias instituciones. En ese sentido, existen unos espacios de toma de decisiones que competen a una facultad entera o a todo un recinto. El espacio con máxima autoridad dentro del movimiento es la asamblea general. El movimiento agroecológico hasta el momento no ha creado espacios similares. Habría que preguntarse si existe la aspiración de crearlos. ¿Por qué no han sido creados hasta el momento? ¿Es necesario crearlos? ¿Para qué? ¿El movimiento está lo suficientemente maduro para intentar articular espacios de mayor coordinación a nivel nacional o falta trabajo por hacer? Son interrogantes claves que nos vienen a la mente. Hay que tomar en consideración, por ejemplo, la diferencia en la relación de ambos movimientos con sus respectivos espacios. El estudiantado asume la propia estructura organizativa de la institución universitaria, es decir, las mismas unidades administrativas (departamentos, facultades, recintos) proveen la delimitación de su organización. Lo mismo no puede ocurrir en el movimiento agroecológico, que consiste más bien en un conglomerado de fincas, huertos, mercados y proyectos esparcidos por todo el archipiélago y cuya coordinación y encuentro, por lo tanto, resulta mucho más difícil.
Por la naturaleza de la educación universitaria, el movimiento estudiantil es en su mayoría joven. Usualmente se ingresa a la universidad entre los 17 a 19 años de edad. Hablar entonces del movimiento estudiantil como uno compuesto por jóvenes resulta ser casi una tautología. No obstante, ese no es el caso de la agricultura. Es sumamente significativo el hecho de que tantos jóvenes estén asumiendo la labor de trabajar la tierra. Por años escuchamos de parte de los portavoces del gobierno que en Puerto Rico nadie quiere trabajar la tierra. El movimiento agroecológico y su inmensa atracción entre jóvenes es una refutación directa de esa mentira. ¿Por qué este fenómeno? Creemos que la intensificación de la crisis va a contrapelo con el crecimiento de las ansias de transformación social de un sector de la juventud cada vez más amplio. Y esos deseos se están dirigiendo en gran medida hacia la agricultura ecológica. Aunque no tenemos cifras exactas, sabemos que la mayoría de los alimentos que consumimos en el país provienen del exterior. El reconocimiento de la necesidad de sembrar surge por la constatación de este peligro. También la destrucción del medio ambiente por las grandes corporaciones y la complicidad del gobierno han tenido como consecuencia el desarrollo de una consciencia ambiental, de que tenemos que proteger nuestros recursos naturales. No en balde la agroecología está hundiendo sus raíces en tantos jóvenes.
Nos parece evidente la relación estrecha entre las ansias de lograr una soberanía alimentaria con posturas sociales progresistas. Más aun, la soberanía alimentaria lleva consigo implícita o explícitamente cierto posicionamiento anticolonial. Después de todo, si en Puerto Rico se produjeran más alimentos para nuestro propio consumo la colonia le sería menos rentable a Estados Unidos. A esto le podemos sumar la apuesta del movimiento agroecológico a proyectos autogestionados desde abajo con relativa o total autonomía del estado. Si autogestionamos nuestra producción de alimentos, si buscamos tener control sobre su producción, distribución y consumo, ¿por qué no podemos hacer lo mismo con otras esferas de nuestra vida en sociedad? En ese sentido la agroecología tiene un potencial de transformación social y de descolonización que no debemos subestimar. Su propuesta de democratizar la producción de alimentos está directamente en contra de uno de los pilares del capitalismo neoliberal salvaje, donde la toma de decisiones en la producción y en la distribución es dominada por los dueños del capital. En otras palabras, la sociedad a la que aspira el movimiento agroecológico posee claras connotaciones descolonizadoras en Puerto Rico y tiene un potencial de ruptura con el orden social capitalista.
Es evidente que el movimiento agroecológico está en la actualidad en una constante ascendencia. Pensamos que el mismo se encuentra en una posición similar al movimiento estudiantil. Sus propuestas de soberanía alimentaria (y algunos hablan de reforma agraria) son propuestas que trascienden su sector porque consisten en una parte esencial de lo que es en última instancia un proyecto de país. Desde su labor, el movimiento responde a la pregunta a qué tipo de sociedad aspiran: Buscamos un Puerto Rico con una verdadera soberanía alimentaria, es decir, un país cuya producción, distribución y consumo de alimentos esté en manos del pueblo y que sea lo más autosuficiente posible de los mercados exteriores controlados con las grandes corporaciones. Desde esa perspectiva, resulta importante su alianza con otros sectores para adelantar la causa agroecológica y transformar una parte importantísima del país. Desde esta perspectiva pensamos que no puede estar ajeno a las otras luchas sociales que se están dando. ¿Cómo se pueden tirar más puentes de comunicación y colaboración?
El estudiantado en lucha y el movimiento agroecológico también poseen sus limitaciones. Si bien el estudiantado cuando protesta se deja sentir con fuerza y lleva a cabo un buen trabajo de fiscalización de la institución universitaria, al parecer carece de una construcción estratégica a largo plazo, dependiendo demasiado de las luchas coyunturales. Si se habla de una universidad autogestionada, ¿cómo se hace eso? ¿Se puede comenzar desde ya con pequeños proyectos? Por su parte en la agroecología por su inmersión y trabajo constante en sus proyectos existe la tendencia a quedarse encerrados en las iniciativas locales e ignorar de algún modo la política nacional. Si se habla de acceso a la tierra y de reforma agraria, ¿acaso eso es posible sin entrar en conflicto abierto con el gobierno de los de arriba? Ambos se nutren de un sector de la juventud de clase media, con una situación económica más estable que otros estratos sociales y que logra acceso a la educación universitaria. ¿Cómo es posible relacionarse y constituir alianzas sólidas con otros sectores menos aventajados?
Si los dos movimientos continúan recibiendo nuevas fuerzas de un sector de la juventud de Puerto Rico que contribuye a fortalecerlos, si existe ese terreno en común, ¿acaso no es posible explorar una posible alianza entre el estudiantado y el movimiento agroecológico? ¿Cómo podría hacerse una cosa como esa? Piénsenlo. El poder en la calle que tienen los y las estudiantes cuando deciden desafiar el orden vigente de manera frontal y el poder consistente del movimiento agroecológico que poco a poco y desde ya está creando los proyectos agrícolas que podrán sostener el nuevo país que buscamos construir. Ya hay unos pasos afirmativos en esta dirección. Por ejemplo, el movimiento agroecológico también protesta. En los pasados años confluye en la marcha anual contra Monsanto. Recientemente ha demostrado un poder de convocatoria y un impacto en la opinión pública significativos en su oposición a las fumigaciones con el insecticida Naled. Entre sus filas se levantan carteles en contra de la Junta de Control Fiscal. Se abre, pues, la posibilidad de que ambos movimientos se encuentren en la calle. Por su lado, el movimiento estudiantil abre algunos proyectos autogestionados. Seminarios de formación política en verano y, muy importante, la organización de huertos en varios recintos. Estas últimas iniciativas abren el espacio para que estudiantes se sientan identificados tanto con la lucha estudiantil como con la agroecología y sirvan de enlace entre ambos. ¿Qué otros proyectos autogestionados podrían levantarse?
En el fondo se trata de la síntesis de dos políticas, la armonización de dos maneras de impactar la realidad social. Por un lado, una política del conflicto que busca golpear a los de arriba por medio de manifestaciones contundentes, que apunta hacia el conflicto con las esferas del poder oficial, y por otro lado, una política de la vida cotidiana que busca levantar los proyectos y las nuevas instituciones que podrán sustituir las viejas estructuras del capitalismo colonial que nos domina. Jóvenes que estudian, jóvenes que siembran. ¿Habrá la posibilidad de ver un junte como ese?