Martí: testimonio en Manhattan
Buscando materiales para una presentación que ofrecí el miércoles pasado tuve que releer algunos de los textos de Martí sobre los Estados Unidos. Asociamos a Martí –justificadamente– con la lucha por la independencia de Cuba. Es para nosotros figura cimera de la literatura y de las luchas de liberación de «Nuestra América», como se titula unos de sus ensayos más recordados y más leídos. Pero tendemos a olvidar que Martí vivió la mayor parte de su vida adulta (trece de los cuarenta años de su vida) en Estados Unidos, más específicamente en lo que ya era uno de los nudos urbanos más importantes del ascendente capitalismo estadounidense: la ciudad de Nueva York, o Nueva York y Brooklyn, pues en aquel momento eran, oficialmente, ciudades separadas aunque cada vez más conectadas, como describiría Martí en su memorable crónica sobre la inauguración del puente de Brooklyn, uno de los himnos más fascinantes a la promesa de la modernidad. Trece años: ¡y que años! Desde 1873 Estados Unidos, y todo el mundo capitalista, atravesaba por lo que hasta 1929 se conocería como la «gran depresión». Incluso en los países industriales ascendentes ello se tradujo en momentos de expansión febril, seguidos de espasmos críticos brutales: años en que la polarización de la riqueza alcanzó niveles sin precedentes, en que el poder de una nueva potencia –el gran capital—se manifestó con claridad inédita, entre otras cosas, a través de las depredaciones de grandes especuladores, años de espectaculares altas y bajas en Wall Street, de puesta en evidencia de los insospechados niveles de corrupta compenetración entre la política electoral y el poder del dinero, pero también años de creciente organización obrera (protagonizada sobre todo por el ascenso de los Knights of Labor) que culminaría en grandes batallas y enfrentamientos sociales, como los sucesos del famoso incidente de Haymarket en 1886, que darían paso a lo que hoy todavía celebramos como el 1ro de mayo, día internacional de los trabajadores y trabajadoras.
Martí no pasó con indiferencia por aquella ciudad y aquellos años: sus crónicas de la vida en Estados Unidos ocupan más de dos mil páginas de sus obras completas, entre ellas se encuentran muchos de sus textos más brillantes. Para Martí Estados Unidos era la encarnación de las posibilidades abiertas por la modernidad y también, como percibió cada vez más claramente, de las contradicciones del capitalismo. Nada más empobrecedor que reducir –como a menudo se reduce– lo que Martí dijo de Estados Unidos a la tan citada frase «viví en el monstruo y le conozco las entrañas». El impacto de algo nuevo estuvo presente desde su primer contacto breve con Nueva York. En un artículo que redactó y publicó en inglés en 1880, el joven Martí (tenía 27 años) explicaba que ninguno de los países que había visitado anteriormente lo habían sorprendido: «I was never surprised in any country of the world I have visited». Pero el caso de Estados Unidos era distinto: «Here I was surprised». Había algo Nuevo en New York que lanzaba una nueva luz sobre sus pasadas experiencias: «As I arrived, in one of this summer days, … when, …, I saw the diligent New Yorkers running up and down, buying here, selling there, transpiring, working, going ahead; when I remarked that no one stood quietly in the corners, no door was shut an instant, no man was quiet, I stopped myself, I looked respectfully on this people, and I said good-bye for ever to that lazy life and poetical inutility of our European countries.» En esta «tierra de los ferrocarriles» («land of railroads») hasta el lenguaje se transformaba para adaptarse a nuevas condiciones materiales y sociales: «All conversation is here in a single word: no breathe, no pause; not a distinct sound. We see that we are in the land of railroads. ‘That’s all’ —’did ‘nt ‘ —’won’t’ —’ain’t’—’indeed’ —’Nice weather ‘ —’very pleasant’—’Coney Island ‘ —’Excursion’. That is all I can seize, when I listen with anxious attention to the average American.»
Para el joven Martí Estados Unidos era la promesa de la industria pujante, de la transformación del mundo por las máquinas, hijas del ingenio del ser humano, y la promesa, más aún, de la democracia: el «average American» era protagonista de esa promesa. Pero muy rápidamente Martí comenzó a detectar la distancia entre la idea democrática y las prácticas de la típica administración municipal norteamericana. De su pluma saldrían decenas de descripciones maravillosas del mundo del boss de la política americana, como esta de 1881: «El boss odioso; el cabecilla de partido; el que prepara las elecciones, las tuerce, las aprovecha, las da a sus amigos, las niega a sus enemigos, las vende a sus adversarios; el que domina los cuerpos electorales; el que exige a los empleados dinero para llevar a cabo las elecciones que han de conservarlos en sus empleo; el que con la presión de un dedo en el resorte que mueve la máquina política, hecha a andar a sus voluntades, o detiene, o rompe las ruedas; el que impone al partido los candidatos…»
Describiría igualmente, en repetidas ocasiones, con indignación, con amargura, con ironía, las grandes crisis financieras y sus protagonistas y consecuencias. Describía como la crisis se prepara con una gran ola de especulación: la fiebre de una prosperidad ficticia, en que los precios de los títulos y acciones en la bolsa se inflan en una carrera desenfrenada, hasta que llega el momento de la verdad: la crisis, que no es otra cosa que el ajuste de las expectativas infladas a los valores reales. Se trataba, escribía Martí en 1885, de ese «vicio mercantil… la hinchazón de los valores por sobre su importancia real, producida por… la especulación.» Al fin y al cabo, en Wall Street, como en un gran casino, no se crea una onza de valor, tan sólo se distribuye y se redistribuye el valor creado en la producción. Martí detecta como los centros del capital financiero, como la respetable banca, se convierten en un gran casino en el que unos pocos arriesgan la vida de los pueblos que jamás han puesto un pie en a Bolsa. La línea que separa la inversión de la especulación y la especulación del fraude es muy fina. Así preguntaba Martí a sus lectores en 1888: «¿dónde acaba el negocio en las bolsas, y empieza el robo? ¿O todo es robo, y no hay negocio?… ¿Qué más es el azar de la bolsa, que cualquier otro azar?»
Pero Martí no sólo mira por arriba. También observa lo que ocurre en el otro polo: describe la sociedad norteamericana como un creciente enfrentamiento. Se trata de dos ejércitos que empiezan ha mirarse fríamente, ante del estallido. Así los retrata Martí en 1882, «faz a faz»: «A un tiempo estallan huelgas entre los molineros de Chicago, los mineros de Cumberland, los terrapleneros de Omaha, los herreros de Pittsburg, las hilanderas de Lawrence. En Pittsburg, corre la sangre de dos guardianes. En Omaha, muere con una bayoneta en el costado, el herrero sin empleo. … Parecía el entierro tregua de campaña. Dicen mucho, dos mil hombres silenciosos. Y de pie en las filas, estaban los soldados, preparado el cartucho, atenta la mano, calada la bayoneta. Y así quedan; así se ven ahora faz a faz, trabajadores y soldados.» A comienzos de 1886, antes de los famosos incidentes de Chicago, Martí ya destaca la creciente fuerza de la organización obrera: «Hoy, todo es huelga, huelga formidable. Estados enteros hay en huelga; regiones enteras de trabajo, que abarcan dos o tres Estados. De asamblea en asamblea, o sea de gremio en gremio, ha ido extendiéndose la orden de los Caballeros del Trabajo desde su cuna en Filadelfia, por toda la República, en las manufacturas del Este primero, luego en las grandes ciudades, después en los ferrocarriles que van al Oeste, al fin entre los campesinos y mineros de los Estados del Pacífico. Lo que empezaron… hace veinte años unos cuantos sastres de brava voluntad, es hoy… vastísima masonería, por medio de la cual, si en un ferrocarril de Tejas despiden a un obrero sin razón, ya están los herreros de Pittsburg, los zapateros de la Nueva Inglaterra, los cigarreros de New York disponiéndose a ayudar con su cuota a la huelga de los ferrocarrileros de Tejas, hasta que el obrero despedido sin justicia sea vuelto a su puesto.»
Tan temprano como 1882, Martí había extraído una conclusión contundente de sus observaciones: Estados Unidos sería el escenario de la «batalla social tremenda» entre el que trabaja y el que «mercadea» con su trabajo. Así lo anunciaba que: «En esta tierra se han de decidir, aunque parezca prematura profecía, las leyes nuevas que han de gobernar al hombre que hace la labor y al que con ella mercadea. En este colosal teatro llegará a su fin el colosal problema. Aquí, donde los trabajadores son fuertes, lucharán y vencerán los trabajadores. … En otras tierras se libran peleas de raza y batallas políticas. Y en esta se librará la batalla social tremenda.» No hay que pensar que Martí abraza fácilmente la lucha obrera: teme también a sus excesos, busca un balance entre trabajadores y capitalistas, insiste que en Estados Unidos hay oportunidades para todos… pero poco a poco la insistencia en esas oportunidades decae. Martí reconoce gradualmente, pero cada vez más claramente, que hay un problema de fondo en Estados Unidos, a pesar de todos los méritos de la república del norte. Y son precisamente sus méritos, sus logros, su política democrática, su libertad de expresión, su tolerancia religiosa, su culto de la iniciativa (Martí la llama «su virilidad»), su desarrollo de la escuela pública, su pujanza tecnológica, científica e industrial las que permiten percibir dónde está el problema de fondo: el problema no está en la falta de democracia, ni de escuelas, ni de libertades civiles, ni de tolerancia. El problema persiste aun cuando se haya logrado todo eso. Martí lo diagnostica y proclama en un pasaje deslumbrante de 1886: «cuando se palpó que los inventos mas útiles, puestos en ejercicio con abundancia ilimitada en el país más libre de la tierra, reproducen en pocos años la misma penuria, la misma desigualdad, las mismas acumulaciones de riqueza y de odio, los mismos sobresaltos y riesgos que en los pueblos de gobierno despótico …; cuando se observó definitivamente que la maravilla de la mecánica, la exuberancia del suelo, la masa de la población, la enseñanza pública, la tolerancia religiosa y la libertad política, combinadas con el sistema más amplio y viril imaginado por los hombres, crean un nuevo feudalismo en la tierra y en la industria, con todos los elementos de una guerra social, entonces se vio que la libertad política no basta a hacer a los hombres felices y que hay un vicio de esencia en el sistema … que permite la acumulación ilimitada en unas cuantas manos de la riqueza de carácter publico, priva a la mayoría trabajadora de las condiciones de salud, fortuna y sosiego indispensables para sobrellevar la vida.»
El problema esta, en fin, en la lógica, el «vicio de esencia», de un sistema económico que convierte la industria en fuente de un nuevo feudalismo, en fuente, no de bienestar sino de miseria. ¿Acaso abandona Martí su apego a la democracia, la industria, la ciencia, la escuela pública? Hacer la pregunta es contestarla: Martí no deja de reconocer ni por segundo todo lo que le resulta admirable en Estados Unidos. En 1886 y 1887 Martí no sólo relata los trágicos sucesos de Chicago (la campaña por la jornada de ocho horas, el motín, el arresto, juicio y ejecución de los líderes anarquistas), sino que su parecer evoluciona palpablemente de rechazo a simpatía por los líderes obreros ejecutados. Relata igualmente el nacimiento del Union Labor Party en Nueva York, encabezado entre otros, por el socialista agrario Henry George, que se queda corto por muy poco de ganar la alcaldía de la ciudad. Martí celebra el esfuerzo: «Grandes son nuestros tiempos; es grande el gozo de vivir en ellos…» Martí no se desafilia del proyecto de modernidad. Pero ya comienza a vislumbrar la necesidad de otra modernidad, distinta a su encarnación capitalista, cuyo más brillante y tenebroso monumento es la sociedad norteamericana. ¿Se trata de un tema superado? ¿Acaso no es la descripción de Martí de «la hinchazón de los valores por sobre su importancia real, producida por… la especulación» una descripción exacta del crecimiento de la burbuja especulativa de las hipotecas subprime que culmina con la crisis que vivimos desde 2008 y la metástasis de valores tóxicos a través del sistema financiero mundial? ¿Acaso no es la metáfora del casino de Wall Street y la pregunta: “¿dónde acaba el negocio en las bolsas, y empieza el robo? ¿o todo es robo, y no hay negocio?» tan pertinente para el Wall Street de los Robber Barons como para el de nuestra época de globalización neoliberal? ¿Acaso no es el contraste entre el potencial de bienestar y la miseria real, la polarización entre riqueza y pobreza, la consolidación de un nuevo feudalismo financiero, tan cierto del momento de Martí como del nuestro? Y la descripción del «cabecilla de partido…que prepara las elecciones, las tuerce, las aprovecha, las da a sus amigos,…, que las vende a sus adversarios… que domina los cuerpos electorales… que exige a los empleados dinero para llevar a cabo las elecciones que han de conservarlos en sus empleo», ¿acaso no es una descripción de nuestra legislatura, de la degradación de la democracia por el poder del dinero? ¿Acaso no son la descripción por Martí de cómo «los inventos mas útiles… reproducen … la misma penuria, la misma desigualdad…», de cómo «la maravilla de la mecánica» desemboca en «un nuevo feudalismo en la tierra y en la industria» y su conclusión de que hay, no un detalle secundario, sino «un vicio de esencia en el sistema … que permite la acumulación ilimitada en unas cuantas manos de la riqueza de carácter publico» tan ciertas de la época de Martí como de la nuestra? ¿Acaso no debemos, entonces, concluir como Martí que nos hace falta otra modernidad, y que para ello es necesario la escuela, la libertad política y la democracia, con todo lo necesarias que éstas son, sino que es indispensable atacar el «vicio de esencia», es decir, desprenderla de su envoltura capitalista? ¿Acaso no podrán ser «gloriosos» nuestros tiempos tan sólo en la medida que se conviertan –que los convirtamos—en escenario de la batalla por acabar el «vicio de esencia» al que Martí hacia referencia?