El sistema político trata de mantener la población incontaminada de comunismo. Incluso ha reducido en espacios universitarios la influencia «marxista», ahora descartada como inútil y como un impulso de la adolescencia.
El sistema político trata de mantener la población incontaminada de comunismo. Incluso ha reducido en espacios universitarios la influencia «marxista», ahora descartada como inútil y como un impulso de la adolescencia.
Marx no intentó llevar a cabo una utopía, ni instó a sus lectores a cumplirla: cada una de sus líneas no es más, ni menos, que una sincera y animada invitación a analizar, críticamente, las condiciones del capitalismo.
No es cuestión meramente de demostrar que Marx fue malinterpretado y reivindicar su validez contemporánea, sino de poder emplear mejor un aporte reflexivo con mucho que ofrecer a la crítica del capitalismo actual.
El Marshall Berman a todo vapor eran tres horas discutiendo línea por línea el Manifiesto Futurista de Marinetti, haciéndonos sentir que volábamos en aviones metálicos a miles de millas por hora.
El libro de Joseph E. Stiglitz, «El precio de la desigualdad», nos hace sospechar que el funeral del marxismo ha resultado ser ¡otra vez! un tanto prematuro.
Nuestro modo de vida no es determinado sólo por la hegemonía del capital, el gobierno americano y las clases dominantes criollas, sino por la evolución histórica más allá de la gestión del PNP o Fortuño.