Todo empieza con nacer
Durante el proceso de preñez de Luz Evimar, tuvimos la oportunidad de presenciar un aspecto de los servicios de salud que nos tomó por sorpresa, que nos desilusionó con el sistema y terminó dejándonos una muy mala impresión de la práctica médica oficial, en lo que respecta al embarazo. Nosotros, como todas las madres “responsables”, fuimos a atendernos obedientes con un obstetra que nos recomendó nuestro ginecólogo. Así fue que llegamos hasta un médico varón, para que tratara nuestro embarazo como si fuera una enfermedad y a nuestro futuro bebé como si fuera algo que estuviera en otro lado y no en el cuerpo de mi compañera. Como si fuera poco, y tendrán que perdonarme la sorpresa de ignorante primerizo, “nuestro” obstetra es cirujano.
Lo que esto significa es que el hombre que atendería el embarazo y parto de mi amor se gana la vida con la cesárea y uno que otro parto vaginal (no confundir con parto natural). El obstetra es quien atiende a las mujeres embarazadas en nuestro sistema de salud, y los obstetras son siempre cirujanos. Es este tipo de especialista el que está cubierto por los planes médicos para atender los embarazos, pero jamás se les ocurriría cubrir los servicios de una comadrona. Y esto ocurre así porque no lo eligen las mujeres educadas y sus necesidades, sino los planes médicos, la ley que impone el dinero y las demandas. Vaya usted a saber…
Sin embargo, no parecería tan grave que un cirujano atienda el embarazo de una mujer saludable, si no fuera porque sus servicios rayan casi en la parodia. Estos médicos se sienten en la confianza de que serán siempre necesitados, y claro, hay situaciones en donde así será, aunque aclaramos que son las menos, pero como la economía de salud los favorece dentro del sistema, atienden como trabaja un obrero en una línea de ensamblaje: mecánicamente y con el mínimo de interés y esfuerzo. “Nuestro obstetra”, y digo “nuestro” con vergüenza, ni siquiera nos miraba a los ojos y a mi compañera nunca la reconoció. Él nos hacía un sonograma y en eso consistía la visita. Luego recetaba por libreto, y lo más activo que estuvo fue cuando nos dijo el sexo de nuestro niño diciendo: “ahí está el pipí”, mientras señalaba una pantalla. Con tan pobre servicio prenatal, no me sorprende que luego tenga que hacer tantas cesáreas.
En el proceso tomamos clases de parto y estudiamos otro ángulo del embarazo que, aunque ya lo conocíamos, lo sentíamos complicadísimo. Me alegro de haber podido descubrir que estaba equivocado. De hecho, gracias a nuestra partera Vanessa Caldari, que nos asistió y apoyó con mucho amor luego de nuestra desilusión con el sistema oficial de salud prenatal, pudimos parir en paz.
Pero para no aburrirlos, el punto aquí sería que le fuimos diciendo al doctor sobre nuestros deseos en cada visita. Le preguntábamos cosas en el breve tiempo que nos atendía y él contestaba algunas veces y lo hacía refunfuñando y malhumorado. A las 35 semanas ya tanto nosotros como el doctor, teníamos una idea de por dónde preferíamos irnos para poder sentirnos a gusto con nuestro parto. Para tenerlo todo claro Luz Evimar decidió ponerlo por escrito, para estar segura de que se respetaran sus deseos. La carta o “plan de parto” pretendía provocar la discusión necesaria, para que el alumbramiento fuera lo más en paz posible para Luz y para el niño. El doctor después de leerla decidió a nuestras 35 semanas de estar pagándole un servicio mediocre, que él no se sentía cómodo atendiendo nuestro parto. Y claro, sabemos que esa es su prerrogativa, pero su “derecho” nos dejó con muy pocas opciones a nosotros.
La carta no pedía nada médicamente irracional y las únicas objeciones que presentó el doctor fueron de carácter legal. Evimar quería poder moverse libremente por el cuarto, entre otras cosas muy sensibles y lógicas, como esperar que dejara de latir el cordón umbilical para cortarlo, lactar de inmediato y dejarnos con el niño en todo momento. Pero de todas formas nos despidió sin discusión, no nos dio ningún referido a otro doctor que pudiera ayudarnos y no nos entregó el expediente médico original hasta que hicimos una querella en la Oficina del Procurador del Paciente.
En ese punto yo estaba aterrado, porque debo aceptar que todavía el hospital me parecía la forma correcta de parir y amigos me decían que ningún obstetra aceptaría atender un parto tras llegar a las 36 semanas de embarazo a su oficina. Sin embargo, habernos encontrado con el mal servicio de este obstetra, al mismo tiempo que descubríamos el mundo de las parteras en Puerto Rico, fue lo mejor que nos pudo haber pasado. Así fue que Luz Evimar me dijo que quería parir a Isaías en casa y a mí se me doblaron las rodillas. Disimulando fuerzas y como es mi deber, la apoyé en su decisión y empecé a darme terapia. No se rían, que no fue fácil.
Como en la mayoría de los casos el instinto de Luz Evimar nos llevó a ambos hasta nuestro pequeño gran final feliz. Así mi amor grande trajo a mi amor chiquito pujado, envuelto entre los olores de la casa y muy bien puesto entre nuestros cuerpos, como ella misma quiso.
Nosotros, como una nueva familia, soñamos con poder vivir a la altura de nuestras ideas; por lo tanto, entendemos la importancia que tiene ir construyendo todos los días nuestra alternativa a este mundo que tanto nos quita y nos engaña. Rescatar de las garras del mercado de la “salud” nuestro parto y a nuestro niño, me hace sentir triunfante, aunque les parezca a muchos una bobería. Yo pienso que igual que en esta instancia, existen muchas otras en donde podemos hacernos otro mundo si somos lo suficientemente valientes como para asumir el control de nuestras vidas.
Con el parto en casa uno se libera un poco de esa idea de lo normativo y del control institucionalizado sobre los cuerpos. Y digo más, creo que inclusive podría ser un hermoso inicio para liberar otros aspectos de nuestra humanidad. Quizás mañana podamos liberar las tierras y la agricultura de las influencias de las grandes corporaciones como Monsanto y Dupont, hasta tener control social del alimento y sembrar para satisfacer nuestras necesidades y no para hacer a unos cuantos ricos. Quizás hasta consigamos construir la idea del trabajo justo y el uso equilibrado de recursos…
Las mujeres llevan más tiempo pariendo entre ellas mismas que con hombres-médicos-cirujanos. Si hay algo que en toda la experiencia de parto sería irracional, para mí tendría que ser el insistir en parir en donde tratan y curan enfermos. Si usted está saludable, fuerte, sin ninguna complicación seria; si no ha sufrido un accidente y cuidó de su embarazo, entonces parir en casa no es sólo lo más sensible, sino que es la forma más saludable e increíble de experimentar un parto, tanto para la madre como para el bebé.
No obstante, y antes de que griten, me reafirmo sobretodo en que es la mujer y no el mundo, la única que debe decidir sobre su cuerpo y eso incluye el derecho a evitar sus embarazos. Pero en nuestro caso, parir en casa ha sido la experiencia más gratificante que hayamos tenido y les juro que yo nunca en mi vida me había sentido más feliz. Ahora me despido hasta la próxima, dejándoles con un vídeo que le hice como regalo a Evimar, sobre la pequeña historia de Isaías.
ESTACIÓN G