Votar por el menos malo
En un pasaje de La Odisea, Homero narra la disyuntiva que confrontó Ulises al navegar por un angosto paso de agua al que hoy muchos identifican como el estrecho de Messina, entre Sicilia e Italia. En dicho estrecho, la única forma de no perecer ante el ataque de un monstruo que constantemente tragaba y devolvía enormes cantidades de agua, llamado Caribdis; era enfrentar a otra criatura mortífera de seis cabezas llamada Escilia, que antes era una hermosa ninfa. Tales peligros se encontraban tan cercanos, que era imposible evitar uno sin caer víctima del otro. Para no perecer en las vorágines de Caribdis, Ulises optó por afrontar a Escilia, que consideraba que le brindaba más posibilidades de sobrevivir, aunque a costa de gran parte de su tripulación. El referido pasaje ejemplifica aquellas circunstancias en las que tenemos necesariamente que optar por el menor de dos males. A falta de alternativas, el mejorcito de los dos males se convierte en un “mal necesario”, pues aunque constituye una opción perniciosa en sí misma, es preferible a la otra que resulta todavía mas injuriosa.
En términos político-electorales, sin embargo, la teoría del “mal necesario” no suele operar en circunstancias en las que sólo tenemos dos alternativas. En política, la utilización del concepto tiende a darse en situaciones en que los electores, aún teniendo alternativas mucho mejores, votan masivamente por “la menos mala” de entre aquellas opciones que considera que tienen posibilidades reales de triunfo. Al sentir que sus candidatos no pueden ganar, sectores importantes del electorado votan en contra de sus intereses, creencias y principios; a los fines de evitar que gane la opción que consideran más adversa a los mismos.
Ese tipo de comportamiento cortoplacista de votar por el “mal necesario”, tiende a generarse con mayor fuerza en sistemas políticos de naturaleza bipartidista. Cuando el diseño electoral concentra las posibilidades de triunfo en sólo dos alternativas, grandes sectores de la población que de otro modo no votarían por ninguno de esos dos partidos, acaban siempre atrapados en las redes de los partidos mayoritarios, por ser los únicos con posibilidades reales de triunfo electoral. Y es que el bipartidismo no es un fenómeno que surge del mero hecho de que una mayoría del electorado decide gustosamente favorecer siempre las mismas dos opciones. El bipartidismo es en gran medida un fenómeno estructural, producto de un diseño particular de un sistema electoral orientado a fomentar el que sólo dos alternativas se alternen en el poder. Los sistemas electorales son creación humana, por lo que dependiendo de quiénes y cuándo los crearon, su ingeniería propende a promover determinados resultados como producto de su ensamblaje. No es por mero masoquismo que una parte sustancial del electorado puertorriqueño vota repetidamente para alternar al PNP y el PPD en el poder; aún entendiendo que no representan los mejores intereses del pueblo. El sistema está estructurado, para que así sea.1
Desde mediados del siglo pasado, el sociólogo francés, Maurice Duverger, demostró cómo los sistemas electorales basados en voto pluralista (de mayorías relativas) tienden a favorecer el bipartidismo. Sistemas de votación pluralistas son aquellos en los que en un evento único, se selecciona como exclusivo ganador al que más votos saque para un escaño, independientemente de que alcance o no una verdadera mayoría en términos del número absoluto de votantes. Esos sistemas favorecen que los candidatos de los partidos que cuentan con mayor número de votantes acaparen los distintos escaños, mientras los partidos pequeños terminan siendo prácticamente excluidos. La tendencia de los sistemas de elección por mayoría relativa o pluralidad, es producir un número desproporcionadamente alto de escaños para el partido vencedor, lo que le permitirá gobernar sin necesidad de tener que entrar en alianzas con otros sectores. En el sistema de pluralidad, el ganador se queda con todo y los perdedores prácticamente desaparecen del panorama. A manera de ejemplo, si un partido gana las elecciones con el 45% del voto, ese partido tendrá un control hegemónico del aparato gubernamental y legislativo, aunque una mayoría real del 55% (dividida entre las otras opciones), no lo favoreció. Las diversas versiones que como pueblo hemos padecido del “banquete total”, tienen origen en ese sistema en el que los vencedores se convierten en “la mayoría” de forma artificial, debido a la sobre-representación que les otorga el sistema. Ello por cuanto se les otorga una mayoría absoluta de los escaños, aunque no tengan una mayoría real del total de los votos.
Quizás la mejor manera de comprender la inequidad fundamental del sistema de pluralidad es compararlo con sistemas electorales estructurados a base del principio de proporcionalidad. En los últimos, cada partido político logra colocar en los escaños legislativos e incluso en gabinetes ejecutivos (directamente o a través de políticas de alianzas), un número de representantes en relación más directa al porcentaje de los votantes que esa colectividad obtuvo del voto general. De ordinario, en los sistemas proporcionales las decisiones son tomadas por el concurso de verdaderas mayorías, y no por alegadas mayorías relativas.
Volviendo a Duverger, gracias a sus investigaciones estadísticas sobre comportamiento electoral, en la ciencia política de hoy se conoce como “Ley de Duverger” el principio de que mientras los sistemas de pluralidad tienden a favorecer el bipartidismo, los sistemas de representación proporcional y de dobles rondas electorales tienden a favorecer el multipartidismo. Como en los sistemas de pluralidad, los partidos minoritarios se tornan irrelevantes concluida la elección, se ha demostrado que ese sistema crea una tendencia entre los simpatizantes de los partidos menores a ejercer el voto a favor de los candidatos de los partidos con posibilidades reales de prevalecer y acaparar el poder. Por eso, cuando en Puerto Rico políticos de los dos partidos mayoritarios y sus respectivos coros de sirenas montan campañas invitándonos a ejercer el “voto útil”, lo hacen teniendo muy claro que nuestro sistema electoral fomenta votar por el mal necesario, pues está diseñado para que las opciones minoritarias queden excluidas del panorama político luego del evento electoral.
Pero el “mal necesario” sigue siendo un mal, y como pueblo no debiéramos estar obligados a tener que escoger siempre entre Escilia y Caribdis. La encerrona del “mal necesario” es perversa: nos invita a ser cómplices de lo malo, a actuar contra nuestras conciencias y verdaderos intereses, deteriora la calidad de los candidatos electos que saben que como quiera prevalecerán, y legitima a candidatos que realmente no gozan del favor razonado de la ciudadanía y por quienes se votó “con las muelas de atrás”. Peor aún, su lógica excluye a las opciones innovadoras. Sabemos que los grandes cambios sociales que han traído progreso a la humanidad siempre han iniciado como movimientos de minorías. Desde el cristianismo, pasando por la revolución norteamerica, hasta los movimientos emancipadores y de derechos civiles, raciales, de género o preferencia sexual; siempre han sido minorías quienes han iniciado el camino que luego la sociedad en su mayoría acaba reconociendo y haciendo suyo. Por eso, el cerarle el paso a los movimientos minoritarios constituye un freno al progreso y a las esperanzas de crecimiento y evolución de nuestra sociedad. Esa es una de las peores consecuencias de un sistema bipartidista que nos mantiene siempre en el mismo círculo vicioso de votar por los mismos partidos conservadores y gastados.
Reconocemos que el voto por el menos malo resulta seductor, porque provee la satisfacción inmediata de pensar que estamos contribuyendo a impedir que el país se siga hundiendo. Sin embargo, cuando evaluamos sus implicaciones a mediano y largo plazo, es fácil percatarnos de que la realidad es que el bipartidismo es un remolino que ha llevado al país a naufragar en continuo espiral descendiente. No sólo la descomposición social, marginación, endeudamiento público y corrupción gubernamental se agravan de cuatrienio en cuatrienio; sino que la calidad misma de los candidatos que resultan electos por uno u otro partido resulta cada vez más pobre.
Por eso, para quienes entendemos que el bipartidismo es una de las causas del deterioro político y económico de Puerto Rico, apoyar a alguno de esos partidos mayoritarios bajo el razonamiento del “mal necesario” no es alternativa; pues el mal de fondo está en apoyar un sistema que nos impide evolucionar hacia una democracia más representativa y obtener gobiernos más decentes, efectivos y responsivos. Ninguno de los partidos mayoritarios apoyará una transformación del presente sistema electoral, mientras no se produzca un fortalecimiento real de terceras fuerzas políticas que le cueste votos, y le impida seguir recostado de la ventajosa estructura electoral actual. Para eso habría que ser firmes en negarle el voto al “menos malo”, y así obligadarlo a incorporar las propuestas de reforma democrática de los partidos emergentes mediente verdaderas políticas de alianza. Si nos lo proponemos, tenemos la capacidad de cambiar el rumbo y desviar la nave para salirnos del estrecho de Messina del bipartidismo.
Cuenta la mitología clásica que el único que logró transitar ileso el referido estrecho fue Jasón con sus valerosos argonautas, en su épico regreso con el vellocino de oro a Yolco, para demostrar que era capaz de gobernar la ciudad. Antes de ello, tuvo que burlar el paso de las sirenas que con su seductor canto pretendían llevarlos a perecer contra las rocas. Para lograrlo, Jasón pidió a Orfeo que evitara que sus marineros escucharan el canto de las sirenas y desviaran su camino. De forma similar, para evitar nuestro inminente naufragio colectivo, tendríamos que aprender a desoír los cantos de sirena de quienes con su invitación reiterada a que ejerzamos un mal llamado “voto útil”, pretenden que en cada elección nos sigamos estrellando contra las mismas piedras.
- Véase el artículo de Ángel Israel Rivera, Sobre el Bipartidismo Cerrado, en la edición de 5 de octubre de 2012 de 80grados. [↩]