¿Qué pasa en la Historiografía Puertorriqueña?
Lo que sí me parece legítimo es la idea de que las épocas de crisis/cambio son territorios fértiles para la reflexión de todo tipo. El cuadro de una crisis llama a la atención comunidad intelectual la cual, cuando es escuchada, puede desembocar en una rica reflexión que aspira a comprender y a cambiar el mundo en que se inserta. Los intelectuales son parte del cuadro protagónico en ese tipo de dramas. Eso sucedió en 1930 y en 1950, cuando una serie de factores se combinaron para que un proyecto de poder con fuertes bases populares, se consolidara alrededor de aquel discurso, transformándose y transformándolo. Buena parte de lo que fue celebrada Universidad Territorial de Puerto Rico, se configuró en aquel contexto.
No sucedió lo mismo con la producción del 1970. La respuesta más fácil sería alegar que el carácter contestatario de aquel momento justifica la asimetría. Pero, bien vistas, también fueron impugnadoras las discursividades del 1930 y el 1950. La diferencia radica, tal vez, en el tipo de preguntas que se respondieron, en la situación de los interlocutores y en la calidad de los oyentes activos en aquellos diálogos simbólicos.
La riqueza del 1970 radica en lo que puede identificarse como un auge de la Historia Social bien articulada. Pero no se trata sólo de eso. La época fue escenario del proceso de consolidación de los Estudios Puertorriqueños y, con ello, de la reformulación de un Nacionalismo Cultural más allá de la tesis oficial del populismo, ya moderado y lacerado, en el poder. Se trató de un Nacionalismo Cultural lleno de preocupaciones sociales que invadió los medios y la vida social y que mucha gente, en el contexto de una Guerra Fría que nadie imaginaba llegaría a su fin como llegó, identificó con el Socialismo. Algo parecido sucede al día de hoy cuando el Socialismo Master Card y Petrobolivarizado se disuelve en una ficción de Revolución que el 1960 soñó y nunca alcanzó a ver.
Aquel Neo-Nacionalismo tardío, cubanizado al extremo, fue frenado por la violencia ideológica de la de la Era de Reagan/Thatcher. El Nuevo Monetarismo inglés, anunciaba el fin del Socialismo Real, es cierto, pero también marcaba la desaparición del Capitalismo Keynesiano de la Segunda Pos-Guerra. En nuestro país, la Universidad del Estado fue un foco de interpretación y de impugnación de aquel asunto. La reacción de las derechas y su refutación politizada fue enorme. En 1970 comenzó la agonía de la derecha anexionista keynesiana en el país.
La situación encierra una lección extraordinaria para cualquier observador. Hace poco, estuve de visita en Buenos Aires, conversé con un empresario ecuatoriano en torno a la situación de las izquierdas en su país y el continente. Íbamos hacia la Estancia Santa Susana, en Los Cardales, muy cerca del Río Luján. Había llovido durante días y el frío era terrible para un ser del trópico en el Bueno Aires invernal. Yo le comentaba al amigo que en Puerto Rico, distinto al resto de América Hispana, las crisis sociales mueven a la opinión de la gente hacia la derecha confluyendo en el anexionismo más procaz.
Eso había ocurrido en el 1930 cuando la derecha anexionista coaligada sedujo/tradujo la opinión electoral para convertirla en su primera victoria electoral desde 1902. Digo esto porque la visión común del septenio del 1930 al 1936, cuando se interpreta a la luz del activismo del Partido Nacionalista visto como una gestión de la “izquierda”, es otra. A la vez que se apropia al Partido Nacionalista, como algunos sugirieron en su tiempo y en la década del 1990, como una organización de derecha, la década del treinta se disuelve por completo en el néctar de un amargo derechismo dominante.
La lección, si alguna, más importante de ello es que en Puerto Rico, la condición de la “derecha” no está conectada de modo indisoluble a un particular proyecto de estatus. Por otro lado, no puedo evitar la conclusión de que el derechismo y el anexionismo, funcionan como un acto de fe ante cualquier catástrofe que se cierne. Se trata de un freudiano sentido de culpa que mueve a la gente a cubrirse con la cola abierta del frac de Tío Samuel.
No hay que dudarlo: las reticencias del “centro” a todo aquello fueron muchas. El centro de 1970, había sido la izquierda del septenio de 1930 a 1937. Rojos, populistas, republicanos, demócratas, antifranquistas y pintoresquistas, capaces de tomar café en una higüera sentados sobre una piedra, evolucionaron en los populares transigentes de la Era de la Industrialización. La moderación dominó al PPD tras la debacle del 1967 y el 1968: una nueva derecha nacía. La pregunta que estaba y está sobre la mesa es sencilla ¿Qué significaba completar la obra del Vate?
En la década de 1990 la eclosión Postmodernista y la Globalización, ocuparon la discusión. Muchos tomaron la situación con entusiasmo. El Discurso Postmodernista comenzó a dar sus primeros frutos: tronó contra la Nación y la convirtió en un problema, en el sentido vulgar de la palabra. Jugando con los huesos de los derrotados, la izquierda socialista y los postmodernistas jugaban el mismo juego. Desde 1995, la Historia Social estaba en entredicho y comenzaban a “descubrirse” las coyunturas de barro de sus ídolos. Siempre habían estado allí, por cierto.
La situación desembocó en un tipo de actitud pesimista, incluso rayana en el cinismo, ante cualquier proyecto social de origen intelectual. La caída de un Socialismo Real en el cual casi ningún intelectual de izquierda confiaba, me parece clave. Recuerdo a un militante en una calle de la ciudad de Mayagüez en 1992, que me decía que reconocía que el bolchevismo ruso era una mierda autoritaria, pero al menos había estado allí como una garantía ante el otro Americano. La (i)rracionalidad de esa postura no la pongo en discusión. Lo interesante es que ante el fenómeno del 1989 al 1992, pocos se fijaron en el hecho de que con aquél, también caía el Capitalismo Keynesiano y en Puerto Rico, eso implicaba la muerte del discurso del PPD tal y como se le conocía. El centro-derecha popular o se reformulaba o cavaba su tumba. Todavía la está cavando.
El mercado feroz y el poco espesor de las percepciones de la gente, disolvieron la confianza que habían disfrutado los intelectuales en la Modernidad. Algunos colegas piensan que la proletarización de la Intelectualidad ha sido la nota dominante en ese proceso. El problema es que lo que parecen expresar es cierto orgullo aristocrático, y hasta alguna nostalgia enfermiza por la época dorada en que se les miraba como a iluminados intocables. Muchos de los que así se expresan provienen de las izquierdas radicales. Lo más patético es que la proletarización de la intelectualidad, si bien molesta a muchos, no ha acelerado la posibilidad de la Revolución ni del Reformismo más aguado. La proletarización ha sido un hecho material pero no de conciencia.
En el fondo, la metafórica Crisis de los Grandes Relatos significó una puñalada para la Racionalidad cimentada en la idea de la Causalidad y la Determinación. El Postmodernismo y la Globalización tenían una lógica atroz cargada de numerosas irrelevancias metafóricas. Todo es metáfora, alegaban los creacionistas. Se enfrentaron las viejas metáforas con nuevas metáforas. El Fin de la Historia o de su concepción como un Gran Relato de raíces Liberales y Hegelianas, no lo pongo en duda. Asistí a su sepelio hace tiempo. El guillotinamiento del Liberalismo Clásico y del Capitalismo Keynesiano, incluso antes de la defunción del Socialismo Real, tampoco. La crisis de un Relato de la Nación en el contexto puertorriqueño tampoco: Albizu Campos no hubiera soportado las aporías de Héctor “El Macho” Camacho o el lenguaje atropellado de Tito Trinidad.
Las preguntas que me hago son muchas. El hecho de que la Nación sea una Construcción Ideológica ¿justifica el tabú de su estudio? La convicción de que la Historia es un Relato Imaginario ¿la inutiliza y la transforma en una peste negra? Si se trata de eso, ¿qué significado tiene la idea de la diversidad y el pluralismo interpretativo? La respuesta que se dio a esas preguntas provocó una interesante recesión en el campo de la producción historiográfica que sumió a la disciplina en la peor depresión de toda su historia.
En el caso más extremo los temas del 1970 fueron interpretados como los vicios de una generación prisionera de la Racionalidad y el Cientifismo, proclives al Iluminismo e insertos en una concepción comptiana que exageraba el papel de los pensadores positivos en la estructuración del orden social válido. El Estado y la Gente, por su parte, asumieron la sordera como un deber ante una Historiografía que había perdido buena parte de su atractivo: au revoir Fernando Picó, Maestro.
En un coloquio en Austin, Texas en 2005, el antropólogo Jorge Duany apuntó un síntoma: protestaba por el divorcio del Historiador y el Archivo. Era como si los cristianos dejaran de ir al templo y prefirieran comprar hostias congeladas en Mr. Special. El fenómeno del “Boricuazo” es una excelente muestra de lo puede suceder: el Historiador vuelve a la condición de entertainer con la que lo inventó Heródoto en el Hélade antiguo. El “Boricuazo” es un fenómeno: combina bien la mirada microscópica y la orgullo-terapia más inútil y refinada.
La otra manifestación es la interpretación de la historia que ejecutan las docenas de politólogos de oficio que viven del cotilleo de medios. Es probable, no lo dudo, que la clave del giro no sea responsabilidad de los Historiadores, sino el todopoderoso atractivo de los medios masivos de comunicación y su capacidad para convertir en mercancía lo falso y lo verdadero y todo lo que no sea ni lo uno ni lo otro. La discusión historiográfica se enconcha en nichos cerrados o pierde consistencia a través del fenómeno de la wikicultura y su rearticulación en el lenguaje de los medios masivos de comunicación.
Entonces, ¿está la Historiografía condenada al silencio? ¿Dónde están los Historiadores que casi no los encuentro en Facebook y Twitter? Como no soy progresista, en verdad no me domina la esperanza de algo nuevo. Tampoco sueño con una Revolución Historiográfica articulada por mi generación. El retorno de la Historia Social es tan probable como el retorno a la Crónica de Indias.
La idea de que la Historia no se repite es un prejuicio muy marcado que proviene del Positivismo más vulgar. Aunque reconozco que nunca se regresa del mismo modo al mismo sitio, el retorno a las preocupaciones sociales es una posibilidad que enfrentan los historiógrafos. Es probable que, en la vuelta, se reinvierta la experiencia discursiva que puso énfasis en la historia vital o cotidiana, en los lenguajes, pero de un modo renovado y enriquecedor. El hecho de que en el panorama se puedan identificar excelentes escritores que trabajan la Historiografía, pero provienen de otras disciplinas académicas, me parece esencial. En estos procesos las técnicas disciplinares se invaden, bien o mal, coincidiendo con el sueño de la educación en la Postmodernidad: la inter|trans disciplinariedad. La coincidencia, que no lo es, no parece preocupar a nadie. Es probable que la incapacidad para ajustarse a este tipo de cambios, explique la situación de capa caída que muestra la disciplina hoy.
En medio de la vorágine, el Historiador, o se aísla o se conecta con el mundo social, no hay problema. Las posibilidades son muchas, los niveles de conexión también. Pero aislarse o conectarse no puede ser el producto del dictum de una moda intelectual. El Historiador tiene que tomar esa decisión desde su yoidad radical.
Este proyecto dialogal que hoy comienza, implica un reconocimiento de la legitimidad de la variedad de lenguajes que invaden la Historiografía: cada uno desde una perspectiva dada y apropiando aspectos de un “todo” (in)atrapable. El motivo subyacente de este esfuerzo es comprender y estimular la renovación que se ha manifestado en la escritura y la articulación de lo que se denomina Historiografía. También se trata de reflexionar en torno al objeto de la mirada de los Historiadores. La invitación a compartir esas miradas está sobre la mesa.
«El autor es historiador y consejero de Creación Literario»