1814
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos…era la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
Así comienza la famosa novela de Charles Dickens, Historia de dos ciudades, ubicada entre el inicio de la revolución francesa, los días de la Bastilla, y su epílogo, el reino del terror hasta la llegada de Napoleón. A las esperanzas de aquellos primeros días y las proclamas de los derechos, siguió más tarde el rapto de Europa y el intento por recomponer aquellas piezas rotas en un Congreso convocado en Viena para 1814.Hoy, al acercarse el bicentenario de aquella fecha, la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe ha convocado a historiadores y estudiosos a compartir investigaciones (www.congresodeviena.at), justamente en la sede donde en 1814 se reunieron delegados de cuatro naciones aliadas: Inglaterra, Prusia, Rusia y Austria, “a fin de restablecer, junto con los antiguos límites territoriales, el orden político y social alterado por la Revolución Francesa.1
Al recibir recientemente la convocatoria para este cónclave, a través de la Asociación Puertorriqueña de Historiadores, me invadió primero la sorpresa al reconocer el olvido en que han caído aquí eventos importantes, posteriores a la reciente conmemoración de aquel otro bicentenario, la elección de Ramón Power a las Cortes de Cádiz en 1812. Pero luego, al tratar de pasar balance sobre las consecuencias de aquellos dos acontecimientos, es decir, nuestra primera participación política y la celebración del Congreso de Viana en 1814, tuve que reconocer que este último evento tuvo un efecto mucho más decisivo sobre el rumbo político de Europa y América, que aquellas Cortes, clausuradas justamente dos años más tarde. A explicar brevemente el porqué de esa importancia y cómo esos dos eventos afectaron nuestro desarrollo político dirijo estas reflexiones.
En 1810, tras tres siglos de abandono económico y ausencia de cualquier participación política, el secuestro del rey de España por Napoleón y la imposición de su hermano en el trono, actuó como un rayo que trastocó por un momento a toda España y su imperio. Entonces, y por primera vez, se trataron de poner en práctica todas aquellas teorías sobre la ilustración, el gobierno con el consentimiento de los gobernados. Se pasó así de siglos de despotismo monárquico a la primavera de una representación ciudadana. Ante la ausencia de un poder legítimo (pues el rey Fernando VII estaba secuestrado) y en ausencia de cuerpos representativos, fueron los cabildos(es decir, los municipios) de toda España (incluido Puerto Rico) los llamados a llenar aquel vacío.
Así estrenamos nuestra primera participación política, y así resultó electo Ramón Power. De hecho, tuvo una participación más destacada que todos nuestros actuales representantes juntos, pues además de tener voz y voto en aquellas Cortes, fue electo su vicepresidente. Pero todo aquello duró lo que dura un aguacero de mayo, o más bien de marzo, cuando se proclamó la primera Constitución Española en 1812, extensiva a Puerto Rico. Dos años más tarde, justamente en 1814, tras la derrota de Napoleón, regresaría de nuevo a España el rey Fernando VII(apodado hasta entonces, “el deseado”) y no bien llegó derogó la Constitución y revirtió todos aquellos logros políticos.
En ese mismo año, 1814, aquel Congreso reunido en Viena estableció como norma continuar y respaldar fielmente los regímenes absolutista en toda Europa. Fue el temor ante un nuevo brote de reclamos populares el móvil tras aquella actitud de frenar todo desarrollo de democracia participativa. Y fue así como el rey en España se sintió entonces respaldado para derogar la Constitución en España (extensiva a Puerto Rico) y volver por sus fueros para reinar despóticamente. Así también emprendió de lleno campañas militares contra los insurrectos en América. Incluso más tarde, cuando un destacamento de su propio ejército, al mando de Riego, se rebeló contra el rey forzándolo a implementar nuevamente la Constitución, el rey buscaría apoyo de aquella Alianza de Viena; el regimiento de San Luis atravesaría los Pirineos para imponer nuevamente el absolutismo.
La paz que reinó en Europa durante gran parte de aquel siglo diecinueve, se fraguó así: a costa de armar ejércitos y cercenar la participación ciudadana; de hecho, en Puerto Rico la represión desde entonces fue mayor que en todos los siglos anteriores. “Tranquilidad viene de tranca”, dice un viejo refrán español. Pero la historia futura en Europa se encargaría de pedir cuentas a sus reyes. Por ejemplo, en la agenda de aquel Congreso de Viena de 1814, no figuraban para nada los derechos políticos de las minorías étnicas dentro de los reinos. Y justamente ese problema, el nacionalismo y las nacionalidades, sería el detonante de la Primera Guerra Mundial.
Y toda esa historia pasada, podemos preguntarnos, qué nos dice hoy día. Obviamente ya las monarquías en Europa no tienen ni el poder ni la gloria de otros tiempos. Pero los acuerdos de aquel Congreso, específicamente, ese desfase entre lenguaje de sus propósitos y la realidad posterior, quizá puedan darnos pistas sobre el rumbo que muchas veces toman declaraciones internacionales al estrellarse contra la realidad.
En estos días, por ejemplo, se conmemora la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero la realidad que a diario nos golpea nos muestra cómo muchas veces esos principios se violan en los mismos países cosignatarios de esas declaraciones. Basta mirar a los indocumentados, no solo los haitianos en la República Dominicana, sino en Europa; o la flagrante violación al derecho de intimidad y privacidad, como evidencia el caso de Edward Snowden, para darnos cuenta de ese desfase entre principios y realidades. En estos días, las relaciones diplomáticas entre India y EEUU han estado a punto de colapsar a raíz del arresto y maltrato de una diplomática india por parte de la policía de Nueva York. Quizá ahora, detenernos a examinar esa historia pasada pueda servirnos al menos para entender cómo declaraciones bien intencionadas muchas veces pueden encubrir parte de la realidad cotidiana, tanto hoy día, como en aquel año de 1814.
- José C. Ibáñez, Historia Moderna y Contemporánea, Ed. Troquel, 1984, p.387 [↩]