1950: La insurrección nacionalista : un documental que hay que ver
La historia que nos depara el guionista-director comienza con la llegada de los españoles, pero el momento histórico que conduce al grueso de lo que vemos es la llegada del ex general castrense Blanton Winship como gobernador de la isla. Nombrado por FDR para sustituir a Robert Gore, uno de los peores que recibimos del norte, llegó prejuiciado con la idea de que se fomentaban actos rebeldes y terroristas por las uniones y los insatisfechos. Maltrechos por la insurrección en las Filipinas, en la que iba perdiendo, Washington envió también al coronel E. Francis Riggs como jefe de la policía y castigador de quien “se pasara de la línea”. Este fue ultimado por Hiram Rosado y Elías Beauchamp, dos jóvenes nacionalistas partidarios de Pedro Albizu Campos, quienes fueron arrestados y asesinados por la policía. Poco después, sucedió la Masacre de Ponce, instigada por Winship, quien atribuyó los asesinatos a los nacionalistas, que marcharon en ella sin armas (no tenían para llevar), y a su líder, quien estaba en la cárcel federal de Atlanta por querer “derrocar por la fuerza” el gobierno de los EE.UU.
Son cosas que se deben saber, pero que no se enseñan en la escuela y que, de hecho, se ocultan o se tergiversan. Sin embargo, Dávila Marichal deja que los principales participantes de la insurrección del 1950 que aún viven nos den los detalles y sus pensamientos sobre los actos dirigidos por Albizu y sus colegas y que se fue fraguando desde su regreso a la isla en 1947. Además, nos presenta el atentado en la Casa Blair, residencia temporal del presidente de entonces, Harry. S. Truman, por tres arriesgados y valerosos jóvenes, cuya idea era forzar al dignatario a otorgarle la independencia a la isla.
Los testigos, una lista impresionante de hombres de arrojo (mujeres valerosas como Blanca Canales y, más tarde, Lolita Lebrón, entre otras menos conocidas, no estaban vivas cuando se filmó la cinta) están encabezados por Ricardo Díaz Díaz, Heriberto Marín, Ramón Pedroza (en testimonios grabados antes de su muerte), José Miguel Alicea, y Edmidio Marín. Incluye, además, los recuentos históricos y las opiniones del historiador Ovidio Dávila Dávila.
Díaz Díaz es un testigo sensacional: sobrio, claro de mente y expresión, simpático y sagaz, pensador profundo, y firme creyente en la libertad del país. Sus intervenciones son frecuentemente jocosas y agudas, y no son sentimentales aunque sí nostálgicas y conmovedoras. Cómo recuerda a su padre y, en particular, a su madre, doña Leónides, como la llama, es un momento que le arrancará por lo menos una lágrima al más fuerte. Nos cuenta de la voluntad férrea de su mamá y de quién era su heroína, algo que les dejaré para que descubran. Y su padre que declaró, en una de las formas más poéticas que se pueden esgrimir sobre la lucha por los ideales, que “de no haber pistolas para mí, voy almado (refiriéndose al alma)”. Un retruécano de origen netamente puertorriqueño y mucho más hermoso y sorprendentemente paródico, que “con el corazón en la mano”. Díaz Díaz no evita decir que la revuelta estuvo mal organizada, pobremente equipada, y que los líderes tomaron decisiones descabelladas y absurdas. Lo repite también uno de los Alicea que también ofrece testimonio. Es refrescante oír a miembros de un movimiento criticar lo que está o estuvo mal de su bando, y que el director del documental, que no esconde dónde está su corazón, lo incluya.
No menos admirable y espléndido es el elogiable, balanceado, pausado, justo, y hombre en contra de la violencia, Heriberto Marín. Sus anécdotas son por lo menos igual de tiernas que las de Díaz. Su descripción del reencuentro con una mujer que fue muy significativa en su vida, tienen que escucharla de su voz. Para Marín el derramamiento de sangre fue lo peor de la insurrección y se apena cuando habla de dos de los policías que murieron y que eran muy queridos en sus pueblos y por los compueblanos que lo conocían. A pesar de que los testigos enfatizan que sabían qué podía suceder, cuáles serían las consecuencias, la consciencia de Heriberto Marín le exige que repita con cierta ingenuidad tierna y digna que “no se quería matar a nadie”.
Edmidio Marín (que sepa, no es pariente de Heriberto) nos habla diáfanamente desde su cama de enfermo y nos conmueve, no por su salud sino por su lamento de que muchos que fueron a presidio no tuvieron a nadie en el momento de su excarcelación para recibirlos. Es uno de los momentos más tristes y más reveladores del documental y se permite que la queja no sea interrumpida por ningún ruido superfluo.
Los aspectos cinematográficos del documental son de altura aunque, a veces, la música para enfatizar la sensibilidad del momento es innecesaria, como acompañar la lectura de poemas con música de guitarra cuando los poemas tienen su propio ritmo y su propia música. Muy efectivo es cómo están hilvanadas las intervenciones de los testigos y las imágenes fijas que son relevantes a la narración.
La historia de Gregorio “Goyito” Hernández y su impacto es en particular sorprendente. El único sobreviviente del ataque a Fortaleza recibió 26 balazos y sobrevivió. La imagen con todos sus vendajes es una evidencia que no se puede soslayar. Cuando lo sacaron herido de debajo del automóvil en el que llegó, fue salvado de ser ultimado de una paliza por un policía que lo reconoció. También se menciona que testigos que habían sido amedrentados por la oficialidad para que declararan en contra de los acusados, dijeron la verdad cuando llegó el momento en corte. Esos gestos de parte del “enemigo” me parecen una parte indisociable de las creencias básicas sobre la amistad y la familiaridad puertorriqueñas: son inquebrantables. Es un logro sutil pero enfático del director.
No me gustó parte del epílogo del filme. El caso de Sánchez-Valle, que tiene que ver con doble exposición jurídica y que casi invariablemente se cita mal, es innecesario para afirmar que somos una colonia. Además, el público general no sabe lo que es y el caso ha sido explotado por los anexionistas para su beneficio. Basta para identificar el coloniaje con lo siguiente: ¿En que otra condición política-jurídica se condena a alguien que participa en una revuelta que persigue su libertad a cuatro cadenas perpetuas consecutivas más una condena de 86 años? Sumado a la Junta de Control Fiscal que se nos ha impuesto, eso es suficiente para probar nuestra situación.
El filme es evidencia adicional de que se pueden hacer documentales de valor que reflejen qué ha pasado en el país y cómo piensa un sector de la población y por qué. Enfatizar la libertad y que se reconozca el valor de la cultura y la historia de nuestro entorno es crucial, pero también hay que considerar que existen quienes las quieren obliterar y olvidar. Eso hay que evitarlo.