1ro de julio de 2016 | El día que regresamos a 1900
*(Primer capítulo del libro 1ro. de julio de 2016, La Junta de control fiscal y la colonia permanente)
Hoy amanecimos a un nuevo capítulo de la historia colonial de Puerto Rico. Es viernes social. En las barras de la ciudad y los chinchorros más remotos se enfrían las cervezas desde temprano. Todo sigue igual. A partir de las cinco se cierra para la mayoría la jornada de la semana con la celebración de rigor.
El decreto es incoloro, insípido, inodoro. No tiene peso. Nadie lo ve. Nadie lo siente. Pero está ahí.
La metrópolis ha tomado el control del gobierno de Puerto Rico tras decidir que los puertorriqueños no saben gobernarse a sí mismos. Estados Unidos devuelve su colonia a la norma aprobada en el 1900 con la Ley Foraker para organizar el gobierno civil de Puerto Rico bajo la tutela directa del imperio.
La humillación es grande e indignante. También la apatía o el regocijo con que la recibe la mayoría de la población. Apatía o regocijo como producto de la ignorancia y cinco siglos de coloniaje. Producto también de la manipulación y el engaño de los partidos políticos coloniales cuya existencia depende de la continuidad de la colonia aunque sea degradada y avergonzada como colonia – si eso es posible a una condición de deshonra en su propia naturaleza.
Lo que escapa a la lógica es que ni humillados, ni indignados, ni apáticos, ni regocijados parecemos entender hacia donde nos lleva esta nueva circunstancia política. Esbozamos teorías y deseos, pero ninguno realmente sabe cuál es el plan maestro del americano. Si existe alguno.
Porque habría que considerar la posibilidad de que no exista. De haber advenido a esta coyuntura accidentalmente cuando la metrópolis enfrenta a su peor crisis política propia en más de un siglo. Y que no haya plan.
No tenemos un solo interlocutor con la metrópolis. Estados Unidos no habla con ninguno de nosotros. No hay sector en Puerto Rico que pueda decir que se sienta a hablar con el americano. Nadie puede reclamar ese respeto.
Esa es la naturaleza del animal, me dirán. Los imperios no respetan, no hablan con sus colonias. Falso. Lo hacen cuando les conviene. O cuando se les obliga. Obviamente ese no es nuestro caso. No se siente obligado y mucho menos le conviene. Está demasiado inmerso en su propio problema político para atender el de Puerto Rico como si valiera la pena.
A quien único importa Puerto Rico en este momento es a los acreedores de su deuda pública. Han obligado a los dos partidos capitalistas metropolitanos a cuadrar la chequera aunque se descompense la estructura política.
No se trata solamente del dinero – que han cobrado con creces y puede ser hasta menudo para la rapacidad del capitalismo salvaje. Está en juego la supremacía del poder de la clase económica sobre la clase política en el sistema capitalista del que Estados Unidos es el niño símbolo. Tiene que quedar claro quién manda. Algo menos que someter a Puerto Rico a la obediencia no es aceptable. El mundo entero está pendiente a la suerte y las maromas del renacuajo colonial.
El asunto político le es accesorio a Wall Street. No tiene por qué estar claro.
Por eso estamos a oscuras. Por eso somos espectadores y no protagonistas. Por eso solo podemos esbozar teorías. Por eso reaccionamos, no actuamos. Por eso nos atacamos ferozmente entre nosotros mismos tratando de imponer nuestras hipótesis. Ninguno sabemos a ciencia cierta qué carajos está pasando.
Sabemos sí lo que implica a plazo inminente la Junta de Control Fiscal que viene a asumir la autoridad directa sobre la colonia. Para hacerse cargo de la política fiscal y pagarle a los bonistas por la deuda pública de Puerto Rico, la JCF tiene que asumir el control absoluto del gobierno de la colonia y determinar de dónde saca el dinero achicando el aparato gubernamental, privatizando servicios, y vendiendo activos y propiedades.
Son dos las hipótesis:
- La de los que piensan que debe haber un plan maestro de la metrópolis del cual la Junta de Control Fiscal es el vehículo. ¿Cuál es el destino?
Tres teorías se barajean en torno a eso:
- Nos están empujando hacia la independencia
- Nos van a incorporar como territorio como preámbulo a la estadidad
- Nos van a plantear la república asociada
- La de los que aseguran que de la JCF en adelante no entra en vigor ningún otro plan para Puerto Rico. Nos dejan en la quilla, le devuelven el gobierno de la nada a los nativos y se van. Sospechan que no existe plan alguno que provoque este repentino desdén visceral por la colonia. Lo que no quiere decir que no lo hayan intentado – tener un plan.
No se puede descartar que la metrópolis esté tan dividida y porfiada internamente como en su crisis política de fines del siglo diecinueve cuando la clase económica capitalista la obligó a salir en busca de colonias que explotar.
Sin duda, está ahora en medio de una nueva vorágine: la decadencia de la cultura política americana que está provocando una polarización política sin precedentes. El Partido Republicano ha liberado el movimiento fascista que se viene incubando desde los sesenta. El Partido Demócrata a duras penas contiene el movimiento hacia la izquierda que puso en evidencia Bernie Sanders en las primarias de este año.
Con sus dos partidos capitalistas en peligro, la clase económica anda buscando nuevas maneras de imponerse. Eso son los elementos del nuevo y gran apuro político en Estados Unidos. En su lista de prioridades, Puerto Rico está bien rezagado.
En esas circunstancias, habría que plantearse si la postergación de lo político para resolver únicamente lo fiscal es inercia. O si es una confirmación de la doctrina de la colonia permanente. Yo creo lo segundo.
Propongo que la intención de la metrópolis es tratar de mantener a Puerto Rico como colonia por consentimiento. Su plan a esos fines es identificar una nueva clase política que sustituya la que se le fue de las manos. Cambiar la elite política que habiendo aprendido los trucos los utiliza para su beneficio por encima de los intereses de la metrópolis y le ha ocasionado un problema mayúsculo. Para ello tiene que destruir las estructuras que dominan y sostienen la clase política vigente.
Si no le destruye sus estructuras de poder, la misma elite volverá a maquinar a su favor sin reparar en el quebranto de las reglas de juego. Eso es lo que hay detrás de la burla y la humillación a los dos sectores políticos establecidos al amparo del imperio. La intención es que aflore la creatividad para unas nuevas estructuras coloniales que retomen el plan original.
La invitación al baile ha sido aceptada. Ambos partidos coloniales coquetean con nuevas versiones de relación dentro del marco territorial aunque digan lo contrario.
Ambos se disponen a colaborar con la JCF. Ambos venden la idea de que le van a someter su propio plan a la JCF.
Desde la paridad en fondos para la salud hasta una nueva ley de incentivos tributarios federales para las empresas norteamericanas que se establezcan en Puerto Rico, las nuevas propuestas lo que buscan es el mismo vínculo indisoluble de la dependencia.
En un principio, yo también creí que Estados Unidos pretendía un cambio en su relación con Puerto Rico y quise creer que ese cambio favorecía la independencia. Que nos empujaban adrede hacia la independencia. Luego me detuve a observar el curso de los acontecimientos y la suspicacia pudo más que el anhelo. Veo como incluso elementos de la elite colonial colaboran con el plan americano – adrede, confiando en su astucia para hacerse los muertos y resucitar, o sin siquiera darse cuenta de que preparan su cadalso. Cuentan con que su fidelidad sea recompensada.
La intención del imperio es devolver a la colonia a un estado de indefensión en el que una nueva generosidad, por pequeña que sea, reanime la adherencia de los colonizados. Así de malvado.
Sigo pensando, que quede claro, que la independencia es la única alternativa realmente disponible para nuestro desarrollo. Lo que ahora no pienso es que el imperio no las regale.
Advierto que este escrito no tiene pretensiones de tesis, mucho menos de erudición. En todo caso es una tesis sata.
Este libro nos detiene en el momento histórico de la colonia de Puerto Rico al 1ro de julio de 2016. Ese día Puerto Rico amaneció con la suspensión de facto del gobierno local electo por los puertorriqueños a ciento dieciocho años de la invasión de Estados Unidos y sesenta y cuatro años de una versión debatible de gobierno propio.
A partir de los hechos que relata, la autora propone que no entremos por intuición a este nuevo torbellino político. Que reconozcamos el ostracismo que nos impone la metrópolis y optemos por combatirlo.
Es una invitación sencilla para los que ya han decidido que quieren empezar a hablarse los unos a los otros.
“Con los otros no tengo tiempo que perder”, dice la autora.
Algunos de los escritos parten de columnas publicadas por Wilda Rodríguez en el periódico de mayor circulación del país – El Nuevo Día – o en la revista digital 80grados.
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