Luto queer: de funerarias y sus silencios
A Laura Náter
No somos nada antes de ser maricas. A ver cuando nos damos cuenta de que primero, de muy niñas, ya éramos maribollos, sujetos sujetados y excluidos de cualquier representación y papel social.
–Ética marica, Paco Vidarte
Narrar y desplegar nuestra vida como personas queer –sin confesiones ni hagiografías– Es una celebración de nuestra humanidad y hace Falta. Necesitamos más referencias, más empatías, más identificaciones. Necesitamos exigir esa palabra nuestra que nos toca. Necesitamos hacer nosotras las preguntas.
–Borrador de auto-ayuda queer y otros ensayos raritos, Lissette Rolón Collazo
Las funerarias siempre me dan tristeza. Representan, para mí esa institución que provee la certeza de que alguien que queremos murió; que la ausencia física será definitiva. También, muchas veces, provee incertidumbre. ¿Cuánto más rica pudo ser esta relación? ; ¿cuán relevante, importante es esa voz que ya no añadirá nada a lo que dijo?; ¿qué recordaremos u olvidaremos?; y tantas otras preguntas y reflexiones que a veces, en una funeraria, nos llenan la cabeza durante los momentos de silencio y entre los momentos incómodos. Cuan incómodo puede ser saludar a una amiga y decirle, inadvertidamente, “qué bueno verte” (coño, estás en una funeraria, pudiste decir otra cosa). “Buenas tardes” (no, no son buenas, estamos tristes); “Mucho gusto en conocerle” (¡no, no debe darnos gusto! ¡Esta situación no da gusto!). En fin, caminamos por la funeraria torpes y sintiéndonos incómodos, tal vez porque así es el luto por alguien que queremos o admiramos o respetamos. Es incómodo, no nos gusta, no sabemos cómo llevarlo con “dignidad” y no cuestionamos que definición de dignidad se nos impone. Y eso es parte del problema. Tal vez, las funerarias, exigen una dignidad, exigen un temple, exigen un luto que para legitimarse debe comportarse. Hablar bajito, no sonreír, mucho silencio y el sollozo, el sollozo debe ser controlado, contenido. ¿Cómo se siente el dolor en público de forma real cuando está mediado por la institución edificada y encarnada por/en la funeraria?
Pienso que es peor cuando la persona que muere es rabiosamente queer. ¿Cómo llevamos el luto las queer? ¿Cómo nos apoyamos y queremos las queer en momentos de luto y sufrimiento? ¿Cómo hacemos justicia a la memoria de una amiga que fue rabiosamente queer? Todavía, las queer no sabemos apropiarnos de los espacios institucionales y rescatarlos para nosotras. Cedemos, siempre seguimos cediendo la visibilidad de nuestra perdida y dolor queer a la institución patriarcal del luto. Y estamos presentes y visibles, pero en silencio. Un silencio auto impuesto, un silencio nervioso. Un silencio preocupado, y las queer nos apoyamos en pequeños grupos, hablando bajito, recordando aquellas muchas afirmaciones de lo queer en su vida. Y discutimos cómo lo queer y lo feminista marcaron y atravesaron todo su trabajo, que no solo hablaba de racismo y xenofobia carajo, también hablaba y denunciaba el patriarcado izquierdoso; ese maldito patriarcado nacionalista que no solo re-escribió la historia, sino que re-interpretó el poema de aquella otra mujer hasta hacerlo suyo.
Que cuando las voces oficiales se escucharon, nadie mencionó lo rabiosamente queer que era ella, como si fueran suficientes las mujeres, de pelo corto, pantalón y algunas guayaberas que visibles y en silencio escuchábamos, lloramos. Las voces oficiales hablaron de todo, de los logros merecidos, de su radiante y cálida sonrisa y de su humanidad. Pero se quedó fuera lo queer, como si eso no fuera parte de nuestra humanidad, como si fuera otra cosa. Se acepta, es bienvenido y es visible, pero no se habla, no se reconoce, no se celebra. ¿Tanto miedo, reservas, teníamos de que fuera a ser disruptivo? Y si fuera disruptivo, ¿qué interrumpía? La norma, lo establecido, lo institucional. ¿No la hubiera eso hecho feliz? No nos hubiera eso ayudado a sanar de forma más completa, más comunitaria. ¿Porque siempre cedemos a la institución, y a lo que la misma ha identificado como oficial? ¿Acaso resulta que esperamos a ver si el pie forzado nos lo dan los colegas, la academia o la institución? Y también me pregunto, ¿es responsabilidad única de las queer celebrar lo rabiosamente queer que era nuestra amiga, nuestra colega, nuestra ex estudiante? ¿No enriquece nuestras vidas el tener personas queer a nuestro lado, en nuestro entorno, en la academia, en el trabajo, en nuestra familia? Es como que en el momento que más importante y necesario es afirmar y validar nuestras “familias”, aquellas que forjamos, a veces para sobrevivir la sanguínea (a la cual también queremos,) nos sacrificamos, nos descartamos, y de nuevo, el patriarcado gana, todo vuelve a ser normado. De veras que en los funerales de la gente rabiosamente Queer nadie nunca habla de que significó crecer o conocer o vivir con personas que resisten la tiranía del género binario y los dictados del patriarcado, ese logro es digno de mencionarse y de reseñar ese impacto en nuestras vidas, en las vidas de los demás. Esos incontables momentos de conspiración también deben pertenecer a la memoria colectiva.
Siempre termina igual la visita a la funeraria, nos abrazamos y nos despedimos comentando en voz baja que tenemos que hacer una reunión para “nosotras”, para recordarla y hacerle/hacernos justicia, ya no de cuerpo presente, ya no desde la institución o lo oficial, sino allá en lo privado, en lo íntimo. Que nuestro testimonio de pérdida y celebración de lo queer no sea parte del registro público, general. Qué nadie conozca lo que perdimos. Que nadie escuche nuestras anécdotas. ¿Es eso una buena práctica comunitaria? ¿Hace eso justicia a la memoria de quienes parten? ¿Qué daño hacemos a la memoria colectiva, donde de nuevo permanecemos ausentes, invisibles? ¿Qué solos se quedan los muertos? ¡Que invisibles morimos las queer!
Aclaro que este es mi sentir, demasiadas anécdotas y obituarios he dejado de contar o escribir. Demasiadas palabras sacrificadas a la oficialidad del momento. Demasiados silencios he sufrido en las funerarias. Aclaro también que este ensayo lo escribo sin coraje ni animosidad. Sale del espacio en mi corazón que cuestiona las prácticas de nuestras comunidades queer y los espacios que hacemos o no nuestros, y nuestras prácticas de hacer luto. Si tengo un pedido, cuando yo muera, si alguien va a decir algo, por favor, por favor, digan que siempre fui rabiosamente queer. Ese fue mi norte en mi búsqueda de libertad, y gracias a esa libertad vino todo lo demás.