A Laura
Lau, tú te le metías a una por dentro; tú comandabas la vida. Inmediatamente. Contundentemente. Irrevocablemente. Dejabas a una dando vueltas en tu noria. Cada oración completada con el énfasis de tu inigualable ehhh era una mano extendida al pensamiento. Cuando se vive en un mundo como este, rehusado a pensar, que es lo mismo que decir a tomar riesgos, a ser valientes, a lanzarse contra lo establecido, a cambiar, tu “ehhh” cargaba consigo la única invitación que merece la pena: acompáñame a pensar.
Pero también a reír. Sin que se te viera costura alguna, combinabas las ideas y el humor. Escuchar un cuento de tu boca era una delicia como estar de vuelta a los orígenes de la humanidad, cuando contábamos cuentos para no morir. Y el sazón de todo lo anterior con una tshirt de “Life’s good”, mahones y tenis dejaba claro a toda hora que de la feminidad patriarcal, nada, y que de la prepotencia intelectual, menos. La verdad es que cuando nos juntábamos, fuera solas o en grupos más grandes, yo era feliz mientras sentía morir una versión de mí que no daba la talla y me esforzaba por parir una versión más adecuada, que es lo mismo que decir más libre, más aguerrida, más valiente.
Laura, viviste empeñada en resistir la mirada de exclusión y explotación que rige en gran medida este país nuestro para las mujeres y para todxs lxs cuerpos queer. Laura, viviste el cáncer sin rendirte a narrativas de batalla con el color de rosa de un traje sencillo y sin igual, sino afirmando la vida sin traje alguno, la vida rara, la vida dura, la vida plena, la vida gozosa, la vida con calma, la vida emperrada, la vida pata. Laura, te quiero, y mucho. Laura, gracias, gracias, gracias. Ah, y que no se me olvide, me quedo con tu red de amores, esa sí, sin igual: con Mercedes, con Simón, con Mabel. Laura, sé que ahora, justo ahora, me sonríes cómplice.