A propósito de los informales

foto por Jose Oquendo
Construyen con sus manos partes importantes de la ciudad y en eso hacen contribuciones importantes, señalando muchas veces las direcciones a seguir. También ocupan terrenos rurales contribuyendo así al desparrame urbano.
Su trabajo resulta de vital importancia para resolver lo cotidiano, lo inmediato. Así también tienen la capacidad de proyectarse a plazos largos, de poco a poco. Los limita, sin embargo, el desconocimiento de técnicas y estrategias producto del conocimiento científico. Saben por ejemplo hacer una loza de techo, pero no necesariamente la separación o grosor adecuado de la varilla. Conocen cómo hacer la columna que levantará la estructura, pero a veces esta resulta muy esbelta y débil. Construyen un muro de bloques derechito, pero no siempre colocan los refuerzos adecuados. Es innegable su inteligencia y creatividad, solo que necesitan ampliar su catálogo de posibilidades. Son recursos valiosos, que con alguna capacitación y entrenamiento podrían contribuir a la solución del problema de la vivienda a escala nacional. Pueden dejar de ser parte del problema para convertirse en parte de la solución.
Son los informales. ‘Los nadie’ les llamó Galeano. Los pobres. Los que cada vez más ven menguadas sus posibilidades de sobrevivencia. Los que perdieron sus viviendas o los techos por no saber o poder hacerlo mejor. Los que según algunos políticos deben ser penalizados por tener la necesidad y la iniciativa de hacerlo como pueden, según sus recursos, según lo necesitan. Sin pedir permiso porque no cualifican para ello. Los que no pueden contar con un plano de construcción con especificaciones técnicas porque de hacerlo no podrían financiar la construcción.
La informalidad es una manera creativa de ser, hacer, y pensar que se refleja en todos los aspectos de la vida de los que no pueden satisfacer todas sus necesidades dentro de los medios convencionales. Es el “si no se puede de frente, se puede de ladito”. Es una construcción que se lleva a cabo a través de un proceso. Según se puede, según se necesita. Comienzan con poco, una casa de un solo espacio donde se hace todo desde estar, dormir y cocinar y un baño. Esa es la semilla. Después, cuando reúnen los materiales suficientes añaden una o varias habitaciones, amplían la cocina y se mejora el baño. Posteriormente se añade un balcón y se sustituye la madera por bloques de cemento. Y, quién sabe, más tarde, con un poco de suerte y un buen régimen de ahorros, llega la segunda planta, o se incorpora un negocito, un taller u otra casita al lado “pa’ la nena que se me casa”, para traer los suegros o para alquilar. La vivienda y muy especialmente la informal es, como dijo el arquitecto inglés John Turner un verbo, siempre se está pensando, haciendo y mejorando.
¿Por qué no aprovechar esa energía creativa, esa iniciativa constructora de los informales? ¿Por qué no complementarla con acceso a tecnologías y conocimientos de construcción, supervisión de obras, créditos y acceso a planos modelo, entre otras colaboraciones para hacerla más efectiva?
Resulta importante saber que más del 50% de la construcción que se lleva a cabo en Puerto Rico es informal. Esto es irremediablemente cierto. Cierto también para todos los países pobres del planeta. El mercado formal les sirve poco a los pobres que no pueden o quieren asumir una hipoteca o una deuda eterna con una financiera.
La crisis del momento nos ofrece una buena oportunidad para remirar lo que hemos hecho y reimaginar otras maneras de diseñar, producir, localizar y habitar la vivienda. Nos obliga a poner en perspectiva las experiencias de esos “otros”, los de a pie, los que sufren más de cerca la necesidad insatisfecha de una vivienda buena y decente. Toca aprender de sus reflexiones, de sus ideas, de sus aciertos y desaciertos y ¿por qué no decirlo? de sus propios sueños.
Esto no sería nuevo. En el pasado el gobierno apostó a esa energía desesperadamente creativa de la propia gente para fundamentar algunos programas de vivienda. Me refiero por ejemplo al desarrollo de materiales de construcción económicos y resistentes fabricados al pie de obra por la familia. Menciono también al programa de viviendas autogestionadas llamado Ayuda Mutua y Esfuerzo Propio y proyectos de viviendas semi terminadas donde los ocupantes aportaron su mano de obra para completarlas según necesitaban, según querían, según podían.
Andamos mucho, hemos pensado muchas cosas nuevas. Pero nos hemos quedado atrás. Por miedo al cambio y a la crítica, por conflictos de intereses, por falta de visión y voluntad política. Ojalá estén guardadas esas propuestas en algún negociado del olvido de donde puedan ser rescatadas. Muy bien nos ayudarían a pensar este presente confuso.
Ninguna política pública estaría completa sin contar con ellos, los más. Los que más inventan, los que hacen de tripas corazones y al hacerlo nos muestran cómo hacer más con poco, a pensar la excelencia y la vida buena desde las posibilidades y riquezas de estos tiempos de excepción.
Después de todo, siempre han estado ahí, haciendo de tripas corazones. Imaginando, construyendo, remendando, reciclando y enseñando.