Acerca de la letra como obra de arte
Cuando leemos no nos fijamos en las letras, en las unidades que componen las palabras, en la tipografía, en las marcas que dejaron los tipos de imprenta en el papel o los electrónicos en la pantalla. Esto es tan cierto que hasta hay experimentos sicológicos que demuestran que al leer el cerebro pone en la página o en la pantalla cosas que allí no hay, que los ojos no ven; hasta podemos suplir ausencias de letras y leer perfectamente bien textos incompletos o en clave. Pero Simon Garfield en su Just My Type (New York, Gotham Books, 2011), un libro ameno e informativo que acabo de leer, sugiere muy convincentemente que debemos prestar mucha atención a las letras mismas, a los signos que pueblan las páginas que leemos. Este libro, escrito en un tono tan simpático y juguetón que a veces bordea en lo superficial, es una buena introducción al estudio de la tipografía, arte que en Puerto Rico, a pesar de que así no lo veamos, ha tenido un gran impacto.
En Just My Type Garfield no adopta un acercamiento académico o erudito, aunque al terminar de leer el libro tenemos una visión parcial pero bien informada de toda la historia de la tipografía. En casi cada uno de los veintidós capítulos que componen el libro –hay además unos breves ensayos entre algunos de esos que debían contar como tales– el autor trata como tema central un tipo particular de letra que ha tenido gran impacto en el siglo XIX y en el XX; jonhston, helvética, arial, entre muchos otros tipos, son los temas de cada uno de estos capítulos. Garfield nos dice que hay al menos cien mil conjuntos tipográficos o alfabetos que han sido legalmente inscritos. En cada capítulo y de manera juguetona presenta la biografía del artista que creó el tipo que estudia y comenta sobre el impacto que éste tuvo en el arte y en el mundo comercial. Así, por ejemplo, nos enteramos de la escandalosa vida sexual del gran tipógrafo y artista gráfico inglés Eric Gill (1882-1940) y de las turbias y también escandalosas apropiaciones de sistemas de letras ajenos hechas por grandes compañías de productos electrónicos y sistemas de computadoras. Garfield tiende a tratar muy ligeramente su tema y, por ello, dedica un capítulo completo a relacionar las preferencias individuales de tipos de letras con el carácter de la persona que lo privilegia, como si se tratara de un juego con signos zodiacales: si eres así o asao te debe gustar la comic sans o la mónaco. Pero en otros capítulos explica de manera convincente como la preferencia colectiva por cierta tipografía es reflejo de importantes conflictos nacionales. El mejor ejemplo de estos casos es la aceptación de la tipografía de rasgos góticos por los nazis –estilo que asociaban a su visión del carácter alemán y a su reacción negativa de la modernidad que defendía su muy odiada Bauhaus– y su posterior rechazo cuando los mismos nazis identificaron esa tipografía con la cultura judía.
A pesar de los jugueteos y la superficialidad de ciertos capítulos, este libro no deja de ofrecer una visión erudita e informativa del tema. Lo recomiendo, pues, como una introducción a un tema de importancia. Además, la excelente bibliografía y el listado de páginas electrónicas sobre la historia de la tipografía que el autor incluye al final del libro abren puertas a otras fuentes que definitivamente complementarán su obra y nos darán una historia más completa y detallada del arte de la tipografía.
Me acerqué al libro de Garfield por recomendación de un amigo. Necesitaba leer un texto que me sacara del ámbito del tema del barroco, tema al que me había dedicado casi con exclusividad por meses; necesitaba un texto ameno que me entretuviera y me hiciera cambiar de enfoque intelectual. Este libro cumplió tal propósito, pero a la vez me hizo pensar muy seriamente en cómo la tipografía ha marcado también nuestra cultura y nuestra sociedad, especialmente las artes gráficas, expresión estética que ha sido central para nuestra historia del arte.
Entre nosotros el caso ejemplar del impacto de la tipografía en el arte ha sido el de Lorenzo Homar, a quien algunos consideran el mejor calígrafo de toda América Latina. La lectura del libro de Garfield me hizo recordar conversaciones con Homar, conversaciones que eran en verdad y afortunadamente monólogos. De sus labios fue que oí por vez primera el nombre de Eric Gill, a quien él admiraba grandemente. También oí de sus labios por primera vez el nombre de Hermann Zapf (1918), el gran tipógrafo alemán con quien Homar mantuvo estrechos contactos profesionales. Tras leer este librito de Garfield pensé en lo mucho que yo hubiera aprovechado esos monólogos de Homar con el conocimiento sobre tipografía que adquirí por esta lectura, porque no cabe duda de que nuestro artista era un conocedor profundo de este arte hermano de la caligrafía y en el momento que lo oí hablar del tema yo no estaba preparado para apreciar plenamente sus disquisiciones sobre el mismo.
No cabe la menor duda de que la letra tiene un papel central en la obra de Lorenzo Homar. Solamente su producción de carteles así lo confirma. Pero, además de imperar en éstos, la letra desempeña un papel central o de gran importancia en sus grabados. Muchas de sus serigrafías (“Homenaje a Julia de Burgos,” 1969, es un buen ejemplo) y de sus xilografías (“Unicornio en la isla”, 1965, es el caso ejemplar, aunque hay muchos otros) son meros textos con algunas ilustraciones. En estos casos el texto en sí es la obra de arte, como ocurre, por ejemplo, en su magistral “Texto Kafka” (xilografía, 1964). Hay hasta óleos (“Papa Juan XXIII”, 1965) donde Homar incorpora la letra a la pintura. Además diseñó libros (véase como ejemplo el de Ricardo Alegría, Los renegados, 1961). Pero probablemente su incursión mayor y más directa en el arte de la caligrafía fueron varios abecedarios que creó. “Abecedario heroico” (1971), “Abecedario chileno” (1972), “Alfabeto español” (1968) y la portada que diseñó para la revista Sin Nombre (1970) son sólo algunos ejemplos de estos alfabetos creador por Homar. Algunas de estas piezas, no todas, se pueden ver como posibles proyectos tipográficos, como el plan para tipos de imprenta. Este es el caso de “Alfabeto español” (1969). Otras se quedan en la ejecución de una fantasía caligráfica que nunca tuvo la intención ni la posibilidad de llegar a convertirse en algo práctico, en tipos de imprenta. Pero no cabe duda de que la letra es tema y técnica central en la obra de Homar. Y este tema y esta técnica están por estudiarse, como tantos otros aspectos de su obra, obra que creemos conocer a perfección y que damos por conocida cuando en verdad es un amplio campo aun por estudiarse.
El librito de Garfield me llevó también a pensar en otro importante tema relacionado al de las letras en Homar y con la tipografía entre nosotros: la Casa del Libro. Tenemos una magnífica –espectacular quizás sería el adjetivo más apropiado– colección de libros e incunables que puede servir y ha servido como centro de estudio de tipografía. Fundada en 1955 a partir de la gran colección de textos antiguos y modernos y de piezas de arte gráfica de Elmer Adler (1884-1962), la Casa del Libro le proveyó a Homar una amplia fuente para sus estudios de caligrafía y, sobre todo, de tipografía. Esta base de conocimiento adquirido en San Juan se solidificó cuando en 1967 Homar pudo pasar un año de licencia sabática en Europa. Tomó como base la ciudad de Londres y de ahí viajó por otros países donde pudo continuar sus estudios de la letra, impresa o manuscrita, en museos y archivos europeos.
La sólida formación en tipografía de Homar se pudo dar, entre otras razones, por su contacto con la Casa del Libro. Pienso en los tesoros tipográficos que Homar manejó en la Calle del Cristo, 255 del Viejo San Juan. Pienso en los tesoros que están ahí disponible para otros artistas nuestros. Pienso en la posibilidad y la necesidad de un estudio que explore la relación de Homar y ese magnífico repositorio de tesoros tipográficos que es ignorado por muchos puertorriqueños. (Presentemos como prueba de esa relación los hermosos carteles que diseñó para exposiciones en ese museo-biblioteca.) Homar supo aprovecharse de esa óptima colección; esperemos que otros artistas también se aprovechen de los tesoros que ahí se conservan. Pero no hay que ser artista para disfrutar esa magnífica colección ignorada por tantos de nosotros.
El pequeño libro de Simon Garfield, además de entretenerme y sacarme del tema al que casi obsesivamente me dediqué por meses, me dio una base para apreciar mejor la tipografía y me hizo pensar en cómo ésta ha marcado nuestro arte. En ese contexto Lorenzo Homar desempeñó el papel central. Ningún otro artista nuestro ha hecho tanto como él por el estudio de las letras, de la caligrafía y la tipografía. Y aunque propuso en varias piezas la posibilidad de crear alfabetos, éstos no se llegaron a convertir en realidad, no se llegaron a transformar en piezas de imprenta. Pero Homar logró incorporar la letra a gran parte de su obra, especialmente en su gráfica.
Claves de ese intento nos da en muchas de sus piezas, pero quizás la prueba más evidente de esa fusión entre gráfica y tipografía nos la dé en su “Texto Amades” (1962), xilografía donde usa las palabras del folklorista catalán Joan Amades para postular esa unidad de tipografía y gráfica: “Hom considera la xilografía como la protohistoria de la imprenta”, dice Amades y copia Homar en esa pieza emblemática de toda su labor y de su profundo amor por las letras. Recordemos que esa unión se basa en el acto mismo de la creación de ambas ya que tanto la gráfica como la tipografía dependen de la imprenta.
Tras la lectura del librito de Garfield que me llevó a esta meditación sobre el impacto de la caligrafía y la tipografía en la obra de Lorenzo Homar ya no puedo dejar de ver las letras cuando leo una página cualquiera y no puedo dejar de pensar en lo mucho que hay de verdad detrás de ellas. Tampoco puedo dejar de jugar con todas las posibilidades de tipos que me ofrece mi computadora: ¿calibri, futura, gill sans, baskerville? Uso el tipo geneva para redactar estas páginas. Y usted, querido lector, ¿en que tipo las estará leyendo usted?
En verdad eso no importa. Lo que importa en este momento es que tengamos conciencia de la letra misma, de su belleza y del impacto que ha tenido en nuestro arte gracias a Homar y su obra, donde mensaje y letra se funden o donde letra y mensaje apuntan a la misma realidad: la letra es obra de arte porque su forma es estética y la obra de arte es letra porque crea un texto visual que podemos leer como si fuera una hermosa palabra.