Activismo y equidad
Sabes esa muchacha, sí fulana, la feminista,
ella siempre me saluda. Hoy me vio con el
lipstick puesto y me alzo la mano de lejitos.
-Vanchi (en El Boricua)
Qué es ser marica, tal vez deba construirse
para dejar fuera a mucha gentuza que habla
como portavoces nuestros y que nos dan
ganas de vomitar.
-Paco Vidarte
Lo admito. En un principio, me emocionó. Aquel día se me pegó una sonrisa que aún no olvido. Al fin salíamos del discurso de la igualdad, nos enganchábamos en la reivindicación de exigir equidad. Bueno, eso me creía. Y es que a estas fechas, la banalización del reclamo le resta a su carga política. Su potencial desestabilizante se ha diluido en discursos y prácticas que se alejan del detonante carácter problematizador que por unos días se respiró. Nos desmonta, nos inmoviliza, nos deja ver cómo operan ciertos mecanismos de asimilación al pensamiento heteropatriarcal; y cómo su heteropartición nos parte la cara hasta fragmentar los cuerpos golpeados e invisibilizados.Ahora bien, tampoco es en plan de víctima. Y mucho menos creo que desde los privilegios masculinistas de una clase media precaria, de un espacio “bi” que por mucho tiempo fue un mecanismo de defensa y una consistencia performativa contrasexual que me envuelve, me encuentre en el peor de los terrenos. Pero justamente esto me hace tomar la palabra; tomarla para distanciarme de un activismo acomodado, virtual (aunque reconozco la importancia de las redes, pero no puede ser lo único), blanco, feliz y banal. Un activismo que en cierta manera está más cerca de un acomodo razonable homófobo, que de una reivindicación de la diferencia. Un activismo donde la palabra equidad responde a un vacío de la consigna, a una comercialización consumista de una tolerancia ajena, a un estribillo donde se visibilizan los más parecidos a… pero otrxs seguimos invisibilizadxs. Me pregunto siguiendo a Vidarte, ¿cuál es el problema con asumirnos diferentes? ¿Será acaso que solo estamos dispuestxs a reivindicar algunas cosas mientras sustentamos otros mecanismos de exclusión social? ¿O es tal vez que no queremos cambiar nada y con lograr colar a algunx de nostrxs en el poder para que no nos marginen como lgbtti nos basta? (La <<q>> está omitida a propósito, su banalización merece unas interrogantes aparte.)
Aquí busco responderle a ese activismo, solo para alejarme del mismo y decirles que ya pasó. Que si mucho hemos bebido del feminismo, hay que reconocer su legado transversal y recuperar del feminismo negro, del lesbianismo y de los primeros colectivos cuiers su política de la incomodidad. En un primer paso, para desarmar ese activismo banal que hoy pulula en la Isla, creo que las anotaciones de Esther Ortega en Reflexiones sobre la negritud y el lesbianismo nos pueden apuntar tentativamente hacia un sur:
Detrás de esto está el intento de normalización y regulación de la sexualidad. Ampliar los marcos legales de la sexualidad parar intentar domesticar al monstruo. Se reconfigura el mapa de la jerarquización de categorías sexuales y la homosexualidad legal, aquella que quedará sancionada por medio del matrimonio, cruzará la frontera y pasará a formar parte de lo aceptable, eso sí, ocupando el último escalón en la gradación que comienza con el matrimonio heterosexual con descendencia. El resto seguiremos siendo inaceptables, desviadas, o peor aún, no siendo. Porque muchas dentro de esta hipervisibilidad, un tanto circense y muy poco performativa, seguimos siendo invisibles.1
Recuerdo que en el 2010, el periódico “universitario” Diálogo lanzó una edición sobre las masculinidades. Esa edición abrió el espacio para una actividad, estilo foro, donde escuché por parte de uno de los panelistas unas palabras que se me quedaron inscritas y hoy las encuentro más pertinentes que nunca: “hay que remariconizar la comunidad”. No se puede dejar domesticar al monstruo, no se puede entregar el espacio político de las desviadas, de las que no-somos. Aquí quiero apuntar al segundo epígrafe de este texto, una cita de Paco Vidarte en Ética Marica, de la cual me quiero hacer eco, para vomitar sobre ese activismo representativo y asimilista de las instancias de poder. Ese activismo asimilista que vive de la falsa posibilidad de insertarse al poder, ya que a fin de cuentas, opera sosteniendo el mismo orden que nos oprime. El mismo que descarta particularidades y debate sobre nuestros cuerpos (aunque no desde ellos) como si fuéramos una masa homogénea que les sigue a ciegas y que para colmo los lleva a reservarse el derecho de jugar a policías del debate y verdugos del sistema, con el resultado de que si no sigues a la masa eres totalmente desechable. Usando los espacios para negociar con lxs opresorxs, más que para transformarlos y problematizarlos. Vidarte despotrica contra esas “maricas limpiaditas”, esas que representan la imagen del “buen gay”, de esxs que no incomodan, de esxs que no sacan su culo al aire y lamen las botas del poder por sus privilegios de clase. Aquí, en Puerto Rico, seis años más tarde de la crítica realizada por la marica sevillana, no estamos muy lejos de eso. Basta con ver quiénes son lxs interlocutorxs mediáticos del debate y de las políticas de la comunidad LGBTTI.
Pero también valdría preguntarnos, ¿es política lo que se está haciendo desde la comunidad? Muchas veces creo que hemos chocado con este planteamiento ético y moral y resbalado en el mismo aun cuando el piso está seco. Bastaría señalar que partimos de un error muy grande, y es que las reivindicaciones de derechos humanos nunca han sido una cuestión de mayoría, sino todo lo contrario, han sido las minorías oprimidas quienes recurren a una política de la incomodidad para levantarse y esforzarse en resistir al poder. En nuestro caso, la cuestión es muy diferente. Lxs interlocutorxs, más allá de dar una imagen representativa de la comunidad, se pasean desde discursos muy superficiales que promueven una equidad, que más que utilizar la diversidad como eje de la política, la utilizan como un mecanismo de asimilación que le resta carga a nuestras reivindicaciones. Una equidad que más que asumirnos diferentes, despolitiza la singularidad y aplasta a minorías dentro de las minorías. Por eso, yo no tengo mucho que celebrar, cuando los proyectos de ley que pretenden reivindicar a la comunidad LGBTTI son acribillados por una sutileza homofóbica y fundamentalista, y aún así nos atrevemos afirmar que se acabó la homofobia en Puerto Rico.
Ahora bien, estas breves palabras e incomodidades están muy influidas por el activismo del pasado movimiento estudiantil y su carácter político de asumir lo cotidiano como trinchera. Son incomodidades que surgen como resultado directo de una huelga que aún no se detiene. Y si hay dudas, basta con mirar los procesos organizativos, las nuevas voces que se radicalizaron en el contexto estudiantil y salieron a problematizar otros espacios de cambios, las otras consignas que han surgido y los contextos de la marcha del pasado 17 de mayo de 2013 con su masiva participación.
El compañero Josua O. Aponte-Serrano abordó detenidamente en un ensayo hermano de este, Por una política de culos irreverentes, los sucesos de la marcha que organiza el Comité Contra la Homofobia y el Discrimen y nos brindó un ligero resumen de lo ocurrido. Detalla varios sucesos y las diversas reacciones que causaron tanto comentarios de tonos jocosos de algunxs como incomodidades en otrxs. Por ejemplo, reseña las impresiones que generaron algunos compañerxs del Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico con unas pancartas rosadas que leían “I love anal” y “I love culo” y desde ahí aborda la pregunta/consigna de Vidarte de “politizar el culo” para repensar estos activismos y estrategias desde los debates surgidos en la Isla. Nos trae a consideración de todxs: “[e]l objetivo de la lucha por la equidad es que las personas puedan agrandarse el culo, empequeñecérselo, quitárselo, ponerse otro, introducirse lo que quieran, hacer tortitas, en fin hacer lo que quieran con su culo sin ningún obstáculo político o moral”. Es decir, exponer las diferencias y darle un sentido exponencial a los usos y posibilidades políticas de los cuerpos; a explorar y reivindicar la pluralidad, desde la crítica a las imposiciones normativas sobre los cuerpos y a deshacernos de las violencias patriarcales que rigen las dinámicas relacionales de los mismos.
Justo sobre esto nos comenta Aponte-Serrano, que estas manifestaciones como las de cargar una pancarta que diga “I Love Anal” o aquellas que plantean la necesidad de erotizar la totalidad del cuerpo, son despachadas como una mera “estrategia errada”. Reseña que fueron estas consignas y este tipo de activismo las que incomodaron y fueron sometidas a críticas por “inapropiado”, “vulgar” o “cafre”. Argumenta que “la lógica tácita tras este rechazo es que si queremos que la sociedad heterosexual y machista nos reconozca derechos debemos comportarnos decentemente”. Yo estoy de acuerdo con esta crítica, ya que evidencia la trampa que nos juega el heteropatriarcado en esta situación y es en este sentido que lo traigo a consideración de todxs desde el espacio del activismo. Y es que esta parte de su propuesta resulta como una alerta de lo imperativo que resulta buscar, desde el activismo, nuevas formas de pensar, accionar, desacatar y desordenar las normativas sobre los cuerpos ante la incapacidad del diálogo, tanto por los fundamentalismos religiosos gubernamentales y cotidianos, como también dentro de la propia comunidad LGBTTI. El llamado entonces es a asumir la irreverencia como política:
Entonces, puesto que el diálogo no parece ser una salida aceptable de este conflicto creo que la irreverencia se hace cada vez más justa y necesaria. De hecho, esta irreverencia no tiene siquiera que ser conscientemente asumida. La existencia misma de las personas LGBTT es irreverente para los fundamentalistas religiosos, por eso buscan desesperadamente formas de curarnos, invisibilizarnos, demonizarnos o marginarnos. Cuando no lo logran intentar eliminarnos, asesinarnos, exterminarnos. Ante toda esa irracionalidad homofóbica, que no admite diálogo, lo más sensato es ponerles los culos en la cara.2
Añadiría en esta crítica de Aponte-Serrano, además de toda esa gente que sigue con su “irracionalidad homofóbica, que no admite diálogo”, a esxs interlocutorxs que dan la cara por nosotrxs pero que no admiten críticas. También a ellxs les pondría el culo en la cara, ya que en última instancia, son más parecidxs a quienes nos oprimen que a nuestras diferencias. Y en la búsqueda de una igualdad se han hecho muy parecidxs a los “igualitos” político partidistas. Mientras que desde el activismo se han vuelto, eso que señala María Galindo, unxs tecnócratas del género. Esxs que han domesticado la perspectiva de género para encajarla en los discursos dominantes de manera acrítica, desde una mera retórica hegemónica que arma su empresa mediante “un proceso de reciclaje de las formas de dominación patriarcal”.3
Dice Vidarte: “[q]ue un par de leyes no vayan a servir de capa que todo lo tapa para la homofobia cotidiana, que no se cambia desde el Parlamento (Capitolio)”. (Tachadura mía)4 La irreverencia a la que nos convida Josua Aponte-Serrano es compartida por mí, pero desde la cotidianidad. Sacar el culo a pasear, la patería también. Beatriz Preciado con su Manifiesto Contrasexual, siguiendo a Foucault, nos invita a un activismo asumido desde la contraproductividad, es decir, desde formas alternas de acercarnos al “placer-saber” de la sexualidad y emplearlo como un mecanismo de resistencia, que más allá de alejarse de prohibiciones se las apropie desde una contradisciplina.5 Yo rescataría la contraproductividad desde las diferencias como bandera y política de nuestra búsqueda de la equidad. Una contraproductividad desde la incomodidad, porque a fin de cuentas, al poder lo que le molesta es vernos pasear. Un espacio de constante fuga, desestabilizador, transgresor y subversivo. Lo que me llevaría incluso a proponer revisitar viejas consignas y contraproducirlas. Crear en las mismas nuevas interrogantes y contestarnos desde la diferencia. Sería algo así como tomar la consigna: “de la calle a la cama, de la cama al poder, todos somos una clase juntas vamos a vencer” y resignificarla: “de la cama a la calle de la calle a la equidad, todas somos diferentes no nos oprimen más”.
Esta es la base del activismo que me interesa y la equidad desde las diferencias que busca construir. Una equidad que no le tenga miedo a asumir la singularidad de la diferencia, una equidad irreverente, cotidiana e incómoda. Una equidad que asuma sus críticas y se problematice constantemente, que aborde más preguntas que respuestas. Una equidad que asuma el trabajo de base, la educación con perspectiva de género y el ejercicio de repensarse cotidianamente como el eje central de su política. Una equidad que se asume en guerra contra las múltiples opresiones del mundo patriarcal y su pensamiento heterosexual. Una equidad precaria, negra, migrante, con SIDA y con memoria de lxs que no-somos, que le hace frente al racismo, a la lucha de clases, al machismo (dentro y fuera de la comunidad LGBTTI), a la precarización de la educación y del sistema de salud. Buscar una equidad que no caiga en la trampa mediática de la politiquería, que no sea bandera para encubrir otros atropellos hacia nosotrxs. Una equidad que sabe ejercer la crítica, tomar la palabra, empuñar otra escritura, y decir basta, como cuando éramos utilizadas como cortina mediática de la política partidista, mientras perdíamos el aeropuerto, jugaban con nuestro retiro y nos sumaban contribuciones, sin lograr articular, que nosotrxs también seríamos afectadxs por estas medidas. Una equidad que ponga en jaque a esxs “aliadxs” que repiten consignas como “el clóset es para la ropa”, y le responda que su ansiedad de identificarse y la ansiedad de encasillarme, de ser transparente,6 es tan homofóbica como ver las oraciones fundamentalistas cristianas en el hemiciclo. Incluso una equidad que piense sus fugas y sus espacios de luchas, que prefiera reivindicar las uvitas y los baños antes que tirarse una foto frente a las escalinatas de la casa de lxs pillxs. Que no honra ninguna politiquería, ni que nos cobre por eso, sino que les exige, que les emplaza, que no les hace el jueguito electoral. En fin, una equidad de culos solidarios y colectivizados que gritan: “[t]engo un culo solidario, que no es igual que tener un culo que busca su placer egoístamente”.7
- Esther Ortega, “Reflexiones desde la negritud y el lesbianismo” en El eje del mal es heterosexual. Figuraciones, movimientos y prácticas feministas queer (España: Traficantes de Sueños, 2005), 69. [↩]
- Josua O. Aponte-Serrano, “Por una política de culos irreverentes”, recuperado en septiembre 2013. [↩]
- María Galindo, “Indigestar el patriarcado” en La virgen de los deseos (Buenos Aires: Tinta y Limón, 2005), 57. [↩]
- Paco Vidarte, Ética Marica (España: Egales, 2010), 74. [↩]
- Beatriz Preciado, Manifiesto Contrasexual (España: Anagrama, 2011), 14. [↩]
- En una conferencia ofrecida por Claudia Becerra, en el Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico, y que llevaba por nombre “El clóset y el mandato a la transparencia” abunda sobre este particular. Específicamente sobre cómo la salida del clóset se maneja como un mandato que exige la misma represiva coherencia política de las ficciones genéricas normativas. [↩]
- Paco Vidarte, Ética Marica, p. 34. [↩]