¿Alianzas para qué? ¿Entre quiénes?
Me parece equivocado plantearse como una solución al desempeño de los partidos «emergentes» el asunto de la «unidad» o «las alianzas» sin discusiones profundas sobre los proyectos políticos que estos partidos representan, particularmente sobre las diferencias que existen entre ellos. Pienso que para hacer alianzas no se puede partir de la premisa de que estamos de acuerdo porque todos somos de «izquierda», de que se trata sólo de conjurar voluntades y echar a andar las alianzas o los acuerdos. Habría que comenzar por explorar en discusiones y debates cuáles son las diferencias que existen entre diversos grupos e individuos, sobre todo cuáles son las diferencias entre los proyectos políticos de los partidos «emergentes», que muchos asumen de manera automática que son de «izquierda».
¿Son estas diferencias tácticas que pueden negociarse? ¿Se trataría de alianzas tácticas, digamos, en torno a un issue, como el derecho a la fianza o a candidatos, como el caso de Carmen Yulín y Tato Rivera Santana? ¿Cómo se concertarían estas alianzas? ¿Cuál sería su alcance y efectividad política? ¿O, por el contario, se trata de alianzas estratégicas basadas en la coincidencia de objetivos o enfoques programáticos? El hecho de que haya habido 3 partidos minoritarios, 4 si se incluye el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), no significa necesariamente que puedan concertarse alianzas o acuerdos automáticamente. Se tiende a asumir que si el partido o grupo es independentista o “soberanista” es de «izquierda» por definición. ¿Y qué de los proyectos, como el Partido del Pueblo Trabajador (PPT), que no se definen como independentistas? Si de lo que se habla es de alianzas entre independentistas o soberanistas eso es un asunto. Pero si se habla de una concertación o alianza de «izquierdas», en mi opinión, ese es un asunto distinto. En mi caso, lo que me convoca es lo segundo.
Por ejemplo, el Movimiento Unión Soberanista (MUS) y el PPT podrán estar de acuerdo en varios asuntos de importancia, pero tienen una diferencia radical de fondo: para el MUS la cuestión de la soberanía es central, es su «razón» de ser, mientras que el PPT se enfoca no en la cuestión del status, sino en los asuntos de corte social y económico de la desigualdad del capitalismo neoliberal, y en asuntos como los derechos de grupos que han sido excluidos y discriminados como la comunidad LGBTT, y la necesidad de un modelo económico más igualitario en consonancia con el medioambiente. ¿Cómo se pueden concertar acuerdos entre estos dos enfoques encontrados? ¿Está dispuesto el MUS a renunciar a la centralidad del status o el PPT a concederle al status la centralidad que tiene para el MUS? Como se ve, no es un asunto de mera voluntad. Hay asuntos políticos de fondo que hay que dilucidar para poder dar pasos en la dirección de alianzas o acuerdos. A mi juicio, para ello hay que deslindar claramente los límites de las diferencias políticas. Será a partir del reconocimiento de estas diferencias que se puede dar la posibilidad de construir alianzas políticas, al menos, unas que puedan tener alguna efectividad.
Pongamos, por caso, que sea posible trazar algunos objetivos en común. Esto no necesariamente implicaría la desaparición de las diferencias y la diversidad de actores políticos. Por ejemplo: trazar como un objetivo una reforma electoral, sería una posible táctica compartida para abrir paso a la consolidación de partidos minoritarios. Una reforma de este tipo debería incluir la discusión sobre la deseabilidad de un sistema de dos vueltas, la representación proporcional, las iniciativas ciudadanas u otras alternativas que rompan con la estructura electoral actual que dificulta estos procesos y el desempeño de estos partidos a favor del bipartidismo y del llamado “voto útil”. Asuntos como estos serían más relevantes que un llamado a “la unidad” en el vacío cuyo objetivo sea subsumir las diferencias bajo una misma entidad política. De hecho, la diversidad de actores políticos no debe necesariamente entenderse como sinónimo de una democracia débil, sino por el contrario, de un escenario en que la pluralidad y las diferencias sean productivas para el logro de objetivos políticos comunes. Como dice Chantal Mouffe:
[la] democracia no puede sobrevivir sin ciertas formas de consenso –que han de apoyarse en la adhesión a los valores ético-políticos que constituyen sus principios de legitimidad y en las instituciones en que se inscriben-, pero también debe permitir que el conflicto se exprese, y eso requiere la constitución de identidades colectivas en torno a posiciones bien diferenciadas. Es menester que los ciudadanos tengan verdaderamente la posibilidad de escoger entre alternativas reales… ha habido un desplazamiento hacia una “república de centro” que no permite emerger la figura –necesaria por demás- del adversario; el antagonista de otrora se ha convertido en un competidor cuyo lugar se trata simplemente de ocupar, sin un verdadero enfrentamiento de proyectos. (El Retorno de lo Político: comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical, 1999).