Aproximaciones y distancias: brevísimos comentarios sobre un dibujo de José “Tony” Cruz Pabón
Poetry should surprise by a fine excess and not by Singularity- it should strike the Reader as wording of his own highest thoughts, and appear almost a Remembrance.
–John Keats
Este dibujo, a primera vista, parece surtir el efecto de un quiasmo condensado en su propia distribución lineal. El soporte, la propia pared del museo, cuestiona con atenta elegancia al soporte más clásico o tradicional del dibujo: el papel. (Para algunas reflexiones filosóficas sobre el soporte de la obra puede consultar Hélio Oiticica. Art Pub Inc; first edition -may 2, 1992) El dibujo, erróneamente, suele pensarse solo como un ejercicio o boceto predecesor a una obra más grande, más importante o más detallada: una pintura, por ejemplo. Por otro lado, este dibujo, protagonista en sí mismo, como obra ya acabada/inacabada; para colmo, tampoco muestra un soporte manejable que permita su traslado exhibible de espacio en espacio. Tampoco evidencia una distancia segura y confiable de protección museográfica entre obra y espectador –probablemente una instrucción para su re-ejecución en otro espacio–. Simplemente su presencia provoca más preguntas que respuestas y nos sorprende por su selecto exceso de trazos obsesivamente alineados e intocables entre sí, hasta que se acumulan en una masa densísima de grafito inamovible; una suerte de proceso estocástico. Este dibujo In situ (site specific) cuestiona además las normas políticas, culturales y geográficas en donde fue concebido, haciendo además que el espectador lo pueda interpretar como un explicito rechazo al contexto tradicional de un museo o institución, donde cada objeto tiende a ser plácidamente coleccionable.
El título del dibujo “Intento de dibujar 39.8 millas, la distancia entre el sur y el norte de Puerto Rico. Realizado solo el 15 por ciento (6 millas)”, desmitifica de entrada la harta y repetida medida de la isla de Puerto Rico: 100 x 35 millas. Cuando en realidad mide 111.5 de largo, por 39.8 de ancho, pudiéndose redondear a 112 x 40 millas. Sin importar mucho si el error inicial fue a causa de alguna carencia de instrumentación tecnológica adecuada para especificar con más fidelidad sus medidas, podemos pensar también en el sentido de la pérdida o, la falsa información u omisión de detalles que la historia “oficial” nos ha hecho creer mediante sombrías conveniencias geopolíticas-turísticas, etc. Nos achican todavía más desde otro flanco. Ese penetrante sentido de achicamiento o perdida, lo exterioriza el dibujo a través de su propio “límite”. El “intento” de trazar las millas en su totalidad también propone la imposibilidad del artista de culminar una obra que, a todas luces se inicia con plena conciencia de no poder o querer ser acabada. Esta postura filosófica hace que las razones estéticas del artista calculen las limitaciones humanas como un ejercicio que propone resumir panorámicamente sus pensamientos más complejos, atendiendo a su vez las situaciones políticas contemporáneas del país.
Este es el último dibujo que José “Tony” Cruz programó bajo estas valías estéticas y discursivas. Sus predecesores los podemos apreciar desde su página en internet tonycruzpabon.com bajo el nombre Dibujos de distancia. Allí se aprecian trabajos ejecutados en Costa Rica, Inglaterra, Colombia, Alemania y Bélgica. Mas allá de si la intención de las formas de los dibujos de Tony es inevitablemente programática o no, lo cierto es que los fenómenos gestuales y aventurados que producen los 4,867 trazos que componen el dibujo revelan formas con una gran presencia (aura) determinista y paradigmática, dentro de alguna teoría de la probabilidad que nuestros ojos insisten en perfeccionar a través de la contemplación misma pero que, siempre dejará algo incompleto. Georges Didi-Huberman dice: “Antes nuestros ojos, fuera de la vista: algo nos habla aquí de la obsesión como lo que volviera a nosotros de lejos, nos incumbiría, nos miraría y se nos escaparía a la vez”. [94] Tomemos en cuenta además que no hablamos de una pintura o escultura que, a diferencia del dibujo, este último tiende a generar una lectura mucho más íntima con respecto al espectador, como dice John Berger: “Frente a un cuadro o una escultura, el espectador tiende a identificarse con el tema, a interpretar las imágenes por ellas mismas: frente a un dibujo, se identifica con el artista, y utiliza las imágenes para adquirir la experiencia consciente de ver como si fuera a través de los ojos de este”. [4] Es precisamente allí donde el espectador hace visible, con su mirada exegética y conmovedora, revelaciones conceptuales que redefinen nuestra propia apreciación estética en el tiempo y espacio. Nace con este dibujo una poesía que bien podría exteriorizarse –además– como lenguaje de patrones rítmicos (sinestesia) y compararse incluso –de alguna manera– entre las composiciones musicales de Steve Reich. La composición inconclusa, en forma de abanico, constantemente se auto rebobina en un intento por existir más allá de sus límites humanos, geográficos y extralingüísticos. Es la elegancia de un exceso minimalista comprimido e intuitivamente fragmentado pero calculado, que además debela la memoria de las cicatrices de una pared que por años ha recibido cientos de embates cifrados por montajes de otras obras y que ahora son revelados por una briosa etiología de la expresividad gráfica.
Obras citadas:
Berger, John. Sobre el dibujo. Editorial Gustavo Gili, SL, Barcelona, 2011
Didi-Huberman, Georges. Lo que vemos, lo que nos mira. Ediciones Manantial, Buenos Aires, Argentina, 1997.