Apuntes para una economía feminista
I thought that in September I was going to come to New York
and open a glass of champagne with investors.
-Eduardo Bhatia
La cuestión no es saber quiénes somos, sino,
más bien, en qué queremos convertirnos.
-Rosi Braidotti
Lo que antes era una amenaza más de la cual nos dábamos el lujo de desentendernos, ahora es una realidad que no podemos ignorar: el crédito del país ha sido degradado a chatarra. Todo el mundo ha tenido que detenerse a preguntarse qué es eso de los bonos del gobierno de Puerto Rico, por qué es importante que el país tenga un buen crédito y a cuánto asciende la deuda pública. Buscamos respuestas a preguntas que surgen de las actuales circunstancias y poco a poco vamos comprendiendo cómo es que la mentada deuda pública es una traba para la realización de nuestros sueños y que la insatisfacción generalizada en nuestro país es producto de decisiones en cuya toma no participó la mayoría. Ante la inmediatez de la degradación, nuestros políticos se lamentaban porque se quedaron sin beber “champagne” con los inversionistas. Pobre del resto del país, que se ha quedado sin empleos, sin planes de retiro dignos y hasta sin aeropuerto porque aquel que se quedó con las ganas de brindar no aceptó que la deuda era impagable, que había que sentarse a renegociarla y que no se podía ceder ni un pedazo más de Puerto Rico.
Ante la crisis han surgido un sinnúmero de propuestas. Muchas de ellas parten de las mismas premisas que nos llevaron a la crisis, como el Proyecto de la Cámara 1696, aprobado en estos días, para pagar parte de la deuda pública con más deuda. En respuesta, hace falta insertar en el debate otras maneras de definir la economía de manera que se puedan crear preguntas nuevas para hallar respuestas diferentes. A tales fines, economistas feministas han desarrollado discursos y maneras alternativas de pensar y hacer la economía con herramientas teóricas y prácticas para resistir el discurso neoliberal que pretende justificar, sin más, condenar a la pobreza a quienes resultan sencillamente imprescindibles para el futuro del país, como por ejemplo, las maestras.
Mi invitación a mis compañeras feministas es a que, desde nuestros principios de equidad, justicia y solidaridad, nos preparemos para ofrecer propuestas concretas a un proyecto de país, que no reproduzca las mismas dinámicas que nos han traído hasta aquí. No hablo simplemente de una mayor visibilización de la mujer y su voz, ni de estrategias que propendan a su superación personal, sino a la radicalización de nuestros discursos y acciones para apuntar que la feminización de la pobreza, la pérdida de derechos de las trabajadoras, el discrimen y la violencia contra la mujer, y la infravaloración del llamado trabajo doméstico no pueden seguir siendo, como lo han sido hasta ahora, parte del entramado económico que nos ata a la inequidad y la injusticia social.
La economía feminista de la que hablo parte de varias premisas básicas:
- que el modelo económico imperante capitalista (liberal y neoliberal) en nuestro país es androcéntrico;
- que el llamado trabajo doméstico ha sido vital para el afianzamiento del modelo económico;
- que existe la llamada crisis de reproducción y/o de los cuidados;
- que la economía feminista es una respuesta de resistencia y crítica del capitalismo, que coloca las necesidades de las y los seres humanos como centro del sistema y que promulga el rescate del valor económico del trabajo de los cuidados, así como su redistribución.
El capitalismo pone en riesgo la vida de las personas y la naturaleza al subordinar la vida humana a cambio de acumulación de riqueza. Para lograrlo, los actores del sistema utilizan discursos totalizantes para justificar el afán desmedido de acumulación. Uno de ellos es la constante reiteración de la limitación de recursos, que dificulta que exploremos la conexión entre la acumulación de riqueza y la satisfacción de nuestras necesidades.
Según Nathalia Quiroga Díaz (economista y antropóloga social de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad de San Martín en Argentina), el capitalismo propone una especie de utopía del mercado total, que representa que todas las actividades humanas deberían ser reguladas por el mercado y para acumular riqueza. Esta manera de ver y hacer las cosas esclaviza a las sociedades. Quiroga impulsa una llamada “economía para la vida”, que se ocupe de las condiciones que permiten la vida partiendo de nuestras necesidades.
Para ello, se plantea que el discurso del mercado debe ser superado como único escenario en el que se pueden satisfacer las necesidades de las personas. Además, resulta imperativo profundizar aún más en las consecuencias de la dicotomía público (en donde tiene lugar “lo económico”, por ser remunerado) y privado (en donde se da “lo afectivo”, que es gratuito) producto del capitalismo. De esta manera, se intenta eliminar el carácter androcéntrico del sistema que depende del sujeto actor económico-racional-productor-consumidor-exportador-importador y que trae como consecuencia la invisibilización de otros tipos de trabajo productivo.
Por otra parte, la economista española Amaia Pérez Orozco, propone la importancia de aprovechar la crisis de los cuidados a favor de una lógica ecológica del cuidado, que asuma una visión amplia de las necesidades de las y los seres humanos. Parte dicha lógica de que las personas no somos completamente autónomas ni completamente dependientes; que nos vamos trasladando a través de diversas posiciones en un continuo de interdependencia. La apuesta política que Pérez Orozco arriesga es que será esa lógica la que nos permita una interdependencia en equidad.
Para Pérez Orozco existe una clara contradicción entre el proceso de reproducción de las personas y la acumulación del capital, lo que explica la invisibilización del trabajo no remunerado que permite dicha acumulación. El capitalista utiliza como fundamento ideológico la idea de una mano invisible que armónicamente maneja al mercado, cuando la realidad es que para que ese mercado “funcione” requiere, entre otras cosas, de los cuidados que no tan solo producen a los actores del sistema, sino que aumentan el valor económico de los bienes producidos y adquiridos gracias a la acumulación de riqueza.
Así el hombre aparece como un ser económico, listo para ser asalariado, y completamente descontextualizado. Quién lo parió, lo atendió, cuidó y alimentó queda completamente invisibilizada para sostener los baluartes ideológicos del sistema.
Se trataría entonces de validar otras definiciones de lo que es la economía, que abran el espacio para discusiones que no se limiten a si debemos o no endeudarnos más o si la deuda es impagable o no. Es imperativo preguntarnos como país, cuáles son nuestras necesidades básicas y qué tipo de desarrollo económico permitiría satisfacerlas.
Tomemos por ejemplo la decisión de la actual administración gubernamental de enmendar la ley de pensión por jubilación de nuestras maestras y maestros. No debe haber duda de que las enmiendas son drásticas: aumento en la aportación de las maestras/os; aumento en la edad para el retiro y, lo peor, una merma sustancial en las mensualidades de quienes logren jubilarse. Considerando que de los 38,157 educadores que están en la nómina del Departamento de Educación, 30,687, son maestras, no exagero cuando digo que esta cuestión resulta medular para un gran sector de las mujeres del país. Sin embargo, no escuché a nuestros políticos de la mayoría discutir el asunto desde la premisa básica y fundamental de que no existe país en el mundo que pueda desarrollarse económicamente sin un sistema educativo efectivo; y que para tener un sistema educativo efectivo hacen falta maestras y maestros incentivados y satisfechos con sus condiciones de empleo.
Cuando hablamos de economía y educación no podemos limitar la discusión a si hay o no hay el dinero para pagarla. Se podría y debería partir de la premisa de que el dinero tiene que aparecer; no solo como un reconocimiento al trabajo arduo de nuestros trabajadores y trabajadoras de la educación, sino como una apuesta por el futuro de nuestro país. Claro, si partimos de la premisa de que el dinero tiene que aparecer, eso significaría que como país tendríamos que tomar decisiones importantes sobre el presupuesto y nuestras prioridades. Es por esto que para comenzar a hablar de una nueva economía hace falta también hablar de democracia, participación, justicia, derechos humanos y ciudadanía.
Me parece que las mujeres y hombres del movimiento feminista podemos y debemos asumir la crisis económica de nuestro país como una oportunidad inmensa de luchar a favor del reconocimiento de otros sistemas económicos que permitan trascender la economía androcéntrica a la vez que actuemos para atajar precariedades apremiantes. El momento es ahora. La perspectiva de género también debe incluir una perspectiva económica de las cosas.
Nota de la autora: Este escrito es producto, en parte, de mis reflexiones sobre las lecturas realizadas para el Diplomado de Economía Feminista, Social y Solidaria de la REPEM (Red de Educación Popular Entre Mujeres de Latinoamérica y el Caribe). Véase: REPEM.