Apuntes sobre Geografías de lo perdido de Vanessa Vilches Norat
I
Recientemente leí un meme que explicaba por qué los amantes se desvisten mutuamente cuando van a la cama, pero cuando terminan, cada cual se viste por su cuenta. La razón que exponía el autor o la autora del meme era resentida y no viene al caso; lo que me interesa destacar es el hábito mismo, el hecho de que lo que comienza en colaboración y dulce intercambio termine de forma individual y aislada, casi como una experiencia de descarte, como algo que hubiera que ocultar del otro. En sociedades tardo-modernas y coloniales como la nuestra, regida por un neoliberalismo trompetero y burdo, ese tipo de experiencia parabólica —primero ascendente, luego descendente—, a pesar de constituir un mismo movimiento, se divide tajantemente en dos: alegría o tristeza, ganancia o pérdida, éxito o fracaso. Sobre los segundos (las tristezas, las pérdidas y los fracasos) se ocupa en gran medida Geografías de lo perdido de Vanessa Vilches Norat.II
Tres cualidades notables discierno en los catorce cuentos que componen este libro. Tres citas las describen mejor que yo.
La primera cita es de John Berger, quien habla de la autenticidad en la literatura. Leo y traduzco con cierta deshonestidad acomodaticia:
La autenticidad en la literatura no procede de la honestidad personal del escritor. Ha habido grandes escritores mitómanos. […] Muchos escritores, no todos, son excesivamente egocéntricos, ciegos a todo aquello que les da la espalda. La desilusión de los lectores al conocer un escritor que admiran probablemente tenga que ver con la confusión sobre dónde origina la autenticidad de este. Poco tiene que ver con la honestidad o la sabiduría; mucho menos con la devoción a la belleza o a una estética. […] La autenticidad procede de una singular fidelidad y es a la ambigüedad de la experiencia.1
En literatura, quien obvia o encubre la ambigüedad de la experiencia, los múltiples grises, la multiplicidad de significados de cada suceso, la riqueza de subjetividades, la complejidad misma de cada sujeto, empobrece el mundo con más de lo mismo, pues si de algo nos trata de persuadir la publicidad y la oficialidad del Estado es de la suficiencia de las apariencias. En Geografías Vilches Norat no cede el pulso a la simplificación en ningún momento. La opacidad prevalece.
La segunda cita, de Agua viva de Clarice Lispector, dice: Quien no está perdido no conoce la libertad y no la ama2. Tanto en la vida como en el arte, perderse y perder las certidumbres abre intervalos de encuentros y desencuentros posibles. Lispector lo llama libertad; yo lo llamaría también fecundidad. En ese lugar digamos liminar donde se pierde el camino, la certeza, los mapas, es donde se posibilitan mejor los asombros. Geografías, contrario a lo que pudiera sugerirnos su título, es la negación de la cartografía, de los mapas previsibles.
La tercera cita sentencia: Hay que olvidar y pronunciar las palabras de la transformación. Se halla en la página 55 de Geografías3. La cita se refiere a una arqueología de la memoria personal que acomete la protagonista del cuento “El rectángulo blanco”. Pero arrancado de su contexto original, podemos leer en ella los fundamentos de un arte narrativo: el de olvidar las palabras ya dichas, las consabidas y trilladas para poder arribar a las que impliquen una transformación expresiva, la sospecha de una entrevisión y el riesgo de explorarla. ¿Cómo narrar la pérdida sin recurrir a un pathos teleológico, sin que lo narrado caiga en la voluptuosidad de la tragedia o en una desolación irredimible? Lea Geografías y descúbralo.
III
Como bien sugiere el título, en cada cuento del libro se narra simbólicamente una geografía de la pérdida. Trece de esas geografías están nombradas, una no. El contexto espacio-temporal de los cuentos, salvo el titulado “La postergación” que se desarrolla en Madrid, nos remite predominantemente a un Puerto Rico urbano y suburbano de mujeres de clase media y clase media alta profesional. Es el Puerto Rico de la crisis financiera a partir de 2006 donde ya despuntaba la emigración, la idea del país como un cuarto cerrado del que conviene partir, el de la burocracia disfuncional y la bancarrota, el de la exacerbación de los hábitos consumistas como evasión y sustituto de la sociabilidad menoscabada. En menor grado, en un puñado de estos cuentos, se representan también otras subjetividades como las de los jóvenes performeros en la calle, los ancianos en una oficina de gobierno o boricuas en una puerta de embarque. En fin, lo que me parece importante señalar, aunque parezca una perogrullada, es que los cuentos de Geografías se ubican en la época de la crisis financiera puertorriqueña antes del paso del huracán María, en la antesala de la catástrofe que vivimos desde hace seis meses.
Ante ese contexto de crisis todavía asordinada en un país de por sí equívoco, cuyo territorio –como bien señala uno de los cuentos— siempre ha sido víctima de la geografía como “ciencia imperial”, las narraciones de Geografías optan por cartografiar una u otra forma de pérdida personal.
En algunos cuentos recurren temas caros a la autora, presentes en Crímenes domésticos y Espacios de color cerrado ((Vanessa Vilches Norat, Crímenes domésticos, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2007.
__________________, Espacios de color cerrado, San Juan, Ediciones Callejón, 2012.)), como la problematización de la maternidad y la memoria. Así lo advierto en “La región acondicionada”, uno de los cuentos magistrales de Geografías, donde por medio de una estructura contrapunteada se narran las historias materno-filiales entre Mercedes, su hija Mariela y su nieta Marielita, y el vínculo cambiante de cada una de ellas con el mall. Sutilmente, se devela al lector la ambigüedad entramada en la historia. Por un lado, lo advierte en el reconocimiento del patrón repetido y la compasión que provoca en Mariela, el personaje pivote del cuento. Y por el otro, en la valoración del mall, que, sin dejar de ser un espacio de evasión consumista, también deviene el lugar de consuelo y refugio para la madre que va envejeciendo y es paulatinamente relegada por su hija.
En otro cuento “El rectángulo blanco” Vilches Norat retoma, casi como un planteamiento teórico, el tema de la memoria, tema que antes leímos con admiración en textos como “La casa de la memoria” y “Pasión de archivo” de Espacios de color cerrado. Si en el primer cuento se narra la pérdida de la memoria y, en el segundo, un archivo de recuerdos sublima una pasión paternal incestuosa, en “El rectángulo blanco” se cartografía otra cualidad ambigua de la memoria: como herramienta de conocimiento propio y como el mecanismo de escamotear ese conocimiento. El cuento no resuelve la tensión, sino que contrapone el recuerdo propio de la protagonista versus el de su familia, y nos presenta simbólicamente la memoria como un instrumento útil para ensayar la arqueología personal, aunque minada insospechadamente por la propia invención. Recordar no solo documenta el pasado, sino que también lo inventa. Y entre el documento y la invención sostenemos la ficción de nuestras identidades.
Quiero destacar, además, dos cuentos por la atmósfera ominosa que antes leímos en Crímenes domésticos. “Una casa es un lugar lejano” se lee como la reescritura miniaturizada de La metamorfosis de Kafka. Una mañana Delia Zaragoza se levanta, no convertida en un insecto como Gregorio Samsa, sino en sí misma, aunque en otra cama, en otra casa, desahuciada del mundo de privilegio que le permitía imaginarse como una artista de cine en el papel de una reina. El cuento es la narración minuciosa de esa transformación del espacio, como una objetivación de la pérdida de sensibilidad social de la protagonista. Por su parte, el cuento “Pequeña vitrina” aborda la pérdida de la sensibilidad en un mundo donde el privilegio y el consumo no conocen escrúpulos. Es el único cuento cuyo protagonista es un hombre, uno de esos ejecutivos que podríamos imaginar cometiendo cualquier infamia con guantes de látex puestos. Lo inquietante es que la pérdida de sensibilidad, a un nivel grotesco, está normalizada. Todos, clientes y empleados involucrados en una transacción comercial aparentemente anodina, son cómplices de una abominación. Léase como lo que no parece: como una historia de horror.
IV
He dejado para el final de estos apuntes un breve comentario sobre un cuento errante diseminado a lo largo del libro. Se trata de un cuento dividido en catorce partes identificadas con números romanos. No tiene nombre, ni fijación exacta en el libro. Funciona estructuralmente como un hilo que cose los otros cuentos de Geografias. Lo leo como el aleph de la colección, un aleph descentralizado y descentralizador, que condensa en su estructura rota las geografías de lo perdido que se van acumulando en el libro. En este cuento ambulante la protagonista es una mujer y la acción transcurre a la intemperie, en Río Piedras. Como si la desorientación que padeciera la animara a buscar un mapa escondido, la mujer va recorriendo calles y plazas, haciéndose ella misma parte de ese paisaje urbano desangelado. Y en esa doble exploración que consiste en caminar un espacio urbano y recorrer el espacio interior, la mujer va dando cuenta de todas sus pérdidas (desde el celular, su paisaje urbano de años, el carro, el camino de vuelta al hogar, el trabajo, los hijos, la propia memoria). Este recuento que podría resolverse como tragedia casi insoportable, poco a poco gana, gracias a la fina calibración narrativa de Vilches Norat, el valor de libertad que Lispector adscribía a andar perdida. Con todas las contradicciones y ambigüedades que genera la ausencia de un mapa vital, Río Piedras y la mujer a la intemperie parecen sincronizarse en el saldo de pérdidas y pequeñas, fugaces complicidades.
Al final, en palabras de la prologuista del libro, Marta Sanz, el cuento errante y el libro en su totalidad se abre a la esperanza. Yo creo que podemos decir más. Pienso que, más que esperanza, el libro, sin decir las palabras, como los silencios de la mejor poesía, nos sugiere el perfil transformado de un sujeto femenino que, habiendo intimado tanto con la pérdida, estaba mejor capacitada que la mayoría de sus compatriotas para sobrevivir el 20 de septiembre nuestro y oportunamente contribuir en la reinvención de este Puerto Rico posmariano. Hay, pues, otro libro silente, paralelo al que a primera vista leemos en Geografías de lo perdido. Un libro que hace acopio de pérdidas y de muertes simbólicas, sí, pero también de ganancias y regeneración futuras. Un libro, como diría la mujer perdida, sentada tranquilamente en una acera de Río Piedras, que hace sentir brisa y huele a pan.
- “Authenticity in literature does not come from the writer’s personal honesty. There have been great writers who were mythomaniacs. [..] Moreover, many writers –not all—are excessively egocentric, blind to everything that turns its back on them. The disappointment of readers on meeting an admired writer probably begins with this confusion about the source of authenticity. It has little to do with either honesty or wisdom; still less with a devotion to beauty or to aesthetics. […] Authenticity comes from a single faithfulness: that to the ambiguity of experience.” John Berger, Keeping a Rendezvous, New York, Vintage International, 1991, págs. 216-217. [↩]
- Clarice Lispector, Agua viva, trad. Elena Losada, Madrid, Siruela, 2004, pág. 76. [↩]
- Vanessa Vilches Norat, Geografías de lo perdido, San Juan / Santiago de Chile, Ediciones Callejón / Cuarto Propio, 2018. [↩]