ARGO: Ben Affleck en el tope
El antecedente histórico a esta película excitante, informativa y excelente es la crisis de los rehenes de Irán, que comenzó en 1979 bajo la presidencia de Jimmy Carter.
Durante la Segunda Guerra Mundial los ingleses y los rusos invadieron Irán y forzaron la abdicación del Reza Shah a favor de su hijo Mohammed Reza Pahlavi. Temían que el antiguo Shah permitiera que los nazis se apoderaran de las enormes fuentes de petróleo del país, pero en realidad lo que los impulsó a destronarlo fue su declaración de neutralidad, que hubiera disminuido la fuente de petróleo que mantuvo el frente ruso abastecido en sus peores momentos. Terminada la guerra, los Estados Unidos e Inglaterra comenzaron sus maquinaciones contra el régimen electo de Mohammed Mossadeq, un descendiente de la previa dinastía Qajar, que era simpatizante de los soviéticos y dificultaba el control que los aliados contemplaban del mediano oriente y sus campos petrolíferos. Demás está señalar lo que eso significaba para el occidente durante el primer lustro de la Guerra Fría. Por ese motivo los gobiernos de los aliados contra el estalinismo, derrocaron a Mossadeq e impusieron a Reza Pahlavi como Shah. Este, sin embargo, comenzó una era de represión mortal, y una explotación sin precedentes del pueblo iraní.
Eventualmente el Shah fue depuesto en un golpe militar y Estados Unidos lo recibió con brazos abiertos. No solamente eso, Carter hizo declaraciones ensalzando al Shah que enfurecieron el nuevo gobierno del Ayatola Khomeini. Como resultado, los afectos a la intransigencia religiosa del nuevo líder, un grupo conocido como Los Estudiantes Musulmanes seguidores del Imán, atacaron la embajada americana luego de una planificación cuidadosa y arriesgada. El filme examina qué le sucedió a dos grupos de empleados del servicio diplomático. Del grupo de 52 que cayó prisionero, nos enteramos poco, porque la cinta concentra en cómo se rescató a los seis que decidieron dejar su embajada y buscar protección en la canadiense.
El ritmo de la acción durante los primeros 15 o 20 minutos (confieso que fueron tan efectivos que a lo mejor fue más o menos el tiempo) nos va preparando para el tono y la emoción que ha de desarrollarse ante nuestros ojos el resto de las dos horas que dura el filme. Con pietaje de los hechos y escenas reconstruidas de fotografías oficiales o de los periódicos, el director, Ben Affleck (quien también interpreta magistralmente a Tony Méndez, el personaje principal), nos da algunos de los hechos que he descrito en los párrafos anteriores y va preparando la tensión y el suspenso hitchcockniano que ha de ser creciente según la película avanza.La inmediatez y el sentido urgente de la edición fílmica va llevándonos de los sucesos en Tehran a las decisiones administrativas y políticas en Washington, y en las oficinas de la CIA, en una especie de pas de deux entre lo que es vital y lo que es pura adivinanza. Es obvio, en cuanto los hechos de la cinta están basados y fundamentados en la historia y en documentos existentes, que los malabares de la política externa de los países, particularmente la de los Estados Unidos, tiene un gran componente de improvisación y de desconocimiento. Los planes que se presentan de primera intención para rescatar a los seis diplomáticos son tan ridículos como incompetentes. Ambas cosas resultantes de la ignorancia de los americanos del país en que están los afectados, así como de sus peculiaridades geográficas y climatológicas, y de su cultura.
Tanto el guionista Chris Terrio como el director evitan los sermones acusatorios sobre las fallas en la política externa norteamericana y, en vez, nos dan la evidencia de la incompetencia involucrada en este suceso de forma soslayada y tangencial. Después de todo, esto es una película de cómo se rescataron los rehenes, no una acusación de las fallas del presidente de la nación hecha por un candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Menciono esto porque el paralelismo entre estos sucesos y el reciente ataque en Benghazi, Libia, que fue fatal para el embajador y para otros, es impresionante por su significado político. Lo que relata la película muy bien le pudo haber costado la reelección al presidente Carter, algo que le debe haber prendido la bombillita a los asesores republicanos cuando los terroristas libios, supuestamente amparados (aún no sabemos) detrás de una película anti-islámica, completaron un ataque que es evidente estaba planificado desde hacía mucho tiempo. No es ninguna coincidencia que, dada la suerte de Carter, Romney tratara de cobrar sus fichas con este incidente.
Affleck se ha convertido en un director con estilo propio que está en control del filme en todo momento y, los mejores, brillan con inteligencia y perspicacia. El papel de los medios de comunicación en convertirlo todo en espectáculo (aquí coincido con Vargas Llosa) está patente en una secuencia estupenda en que el montaje va entre lo que dice una comentarista iraní sobre cómo el gobierno de Carter ha insultado a su país y cómo eso ha causado el asalto a la embajada, y la lectura para la prensa de los actores de una “película” hollywoodiense de ciencia ficción, “Argo”, que no existe. La mujer “reportera” está mintiendo sobre algo que puede ser mortal, mientras los medios noticiosos y faranduleros promueven algo que es también una mentira y que, sin ellos saberlo, también puede ser mortal. Es un comentario agudo de como la realidad se escurre por la irrealidad y viceversa. Esa “película” que no existe juega la parte central en la trama de la cinta y flota a través de la que estamos viendo retándonos a descartar lo que es inescapable: estamos viendo una película de algo que es parcialmente fantasía, pero la fantasía está matizada de hechos reales modificados para extraerle a la vida, con todos sus defectos y banalidades, aquello que la hace arte.
En otro momento feliz, en un cuarto en la penumbra del sótano de la embajada, niños y mujeres iraníes han sido asignados a la tarea de de reconstruir los retratos de los seis escapados de las trizas de documentos que la embajada intentó destruir. Vemos los pedazos de papel montados en tablas que se usan para coser alfombras, y nos recuerdan barrotes sobre los rostros indefinidos de los seis diplomáticos. De pronto, la cámara nos lleva a Affleck parado en el balcón de un hotel cuyo diseño arquitectónico son líneas horizontales y verticales, bajo un cielo azul añil y un sol brillante, evidentemente libre. Claramente, ese contraste entre la libertad y el aprisionamiento (no solo físico sino ideológico y religioso) es el tema serio de la película, aunque su formato sea el de un thriller.
Sin tener que ver con el incidente de Benghazi (ya la cinta estaba completa cuando eso sucedió) Affleck y el guionista nos adentran en el estado psíquico de los ocupantes de la embajada y nos damos cuenta de la angustia que debe de haber sido para los que murieron en Libia. La ansiedad, el miedo, y la responsabilidad que le deben a sus seres queridos los rehenes nos concientiza del albur que se corre el empleado diplomático en embajadas extranjeras en países turbulentos. En particular, es evidente que ponen la vida en juego tal y como lo hace un soldado, sin tener nada que decir ni poder controlar los sucesos que inciden en sus vidas.La película que no existe es la clave para el rescate de los rehenes. Para ello, el personaje principal Tony Méndez (Affleck) requiere ayuda de quienes conozcan las intrigas de Hollywood. Es también un triunfo de Affleck (y del director de reparto) haber reclutado a Alan Arkin para interpretar el papel de Lester Siegel, un productor de películas no muy buenas, pero exitosas, y a John Goodman como John Chambers, un maquillista que existió y diseñó las máscaras para la serie de “Planet of the Apes”. Los dos personajes le dan el respiro cómico que el filme a veces necesita y, al mismo tiempo, sus ejecutorias representan una postura ideológica distinta a la que manchó esa época en que, los americanos que sufren de excesos nacionalistas, agredieron a iraníes nacionalizados en los Estados Unidos y pedían la deportación del resto.
En el clímax del filme, Tony Méndez tiene que tomar una decisión que le puede costar la vida. Está en comunicación con sus superiores en la CIA, estos con los suyos en la Casa Blanca. Affleck el director mantiene la cámara en Affleck el actor y se va desprendiendo de sus expresiones la decisión que ha tomado. La cámara también se recrea en los rostros impávidos y aterrorizados de los rehenes que contrastan con el de los iraníes que los persiguen o los interrogan. Cada detalle se convierte en una pausa que evita que se complete el rescate, cada pista descubierta puede significar la caída del plan y la muerte de los que escapan. La inquietud que genera aguijonea al espectador con ese deleite que es el buen suspenso.
Si es cierto que en los últimos 30 minutos de la cinta se cuelan en la trama una serie de coincidencias que, aunque anudan el estómago, son trucos que hemos visto antes, estos no dañan el efecto buscado por el cineasta.
Affleck ha sido muy descuidado con algunas de sus actuaciones previas, y se ha ganado el “Golden Raspberry Award” dado al peor actor en una película, más veces de lo que debiera. El que dude, sin embargo, de sus capacidades dramáticas debe de ver “Holywoodland” o “Boiler Room” para que se dé cuenta de lo que es capaz cuando se lo propone. En Argo, lo demuestra muy bien. Además, como guionista tiene a su haber “Good Will Hunting” que escribió con Matt Damon (que les valió un Oscar). No solo escribió sino que también dirigió “Gone Baby Gone” y “The Town”. Ambas son películas superiores y demuestran su gran talento.
Coincidiendo con la crisis de los rehenes, en los años 70, HOLLYWOOD, el letrero, estaba dilapidado y deteriorado, como enseña una escena en “Argo”. Mas también fue la época en que una nueva ola de directores, que basaban sus películas en las realidades del momento y que querían devolverle el arte que al cine se le había perdido, reclamaron el medio. Affleck es uno de los nuevos directores de este siglo empeñado en hacer algo parecido, y está poniendo su bandera en las altas colinas de ese pueblito que una vez se llamó Hollywoodland.
Es significativo que George Clooney fue uno de los productores de “Argo”, ya que es él, junto a Woody Allen y Clint Eastwood, quien personifica ese binomio difícil de ser actor-director en sus cintas. En lo que va de este siglo no cabe duda que Affleck se une a ese grupo como un ejemplo estelar, y más joven. Está en la cúspide. Esperemos que no se le vaya a la cabeza.