Atrapada en Barataria
“¿Qué lee?, le preguntó Chiquitín incapaz de dominar su curiosidad.
Lo único que vale la pena leer hasta la muerte, dijo el taíno con mucha corrección. El Quijote.”
Barataria
Llevaba años imaginando con mis estudiantes una versión boricua del Quijote cuando me di con el primer tomo de Barataria de Juan López Bauzá. En una de las variantes que inventábamos, un veterano de Corea, aficionado a las películas de corre y corre, vivía una vida tranquila en una casita de Roosevelt. Pasaba el día en camisilla, escuchando carreras en su balcón, acompañado de un perro sato, cerca de su viejo, pero lustroso, chevrolet perpetuamente inmóvil en la marquesina. Un buen día, abrumado por la criminalidad y el desasosiego imperantes en el país, decidía salir a salvar el mundo, arreglaba su carcacha, se preparaba un ajuar de detective y se tiraba por la Domenech a combatir el mal.
En nuestro plan, el hombre se encaminaba por toda la número dos a darle la vuelta a Puerto Rico y por el camino se iba encontrando con pintorescos personajes, todos emblemáticos de la actualidad puertorriqueña. Hasta ahí llegaban nuestros planes, que a veces se complicaban un poco más, a medida que se integraban otros aspectos análogos de la obra de Cervantes. El ejercicio se hacía, sobre todo, para poner a prueba la lectura del sentido de la novela original, un texto muy apegado a su actualidad, a los convulsos comienzos del siglo XVII en la España de capa caída. De manera que cuando me topé con el voluminoso primer tomo de Barataria me alegró que alguien puertorriqueño y contemporáneo se hubiera tomado en serio tan divertido y a mi juicio productivo ejercicio. Después de todo, ya lo dice en el mismo Quijote, un libro contesta otro libro, y el diálogo con la obra de Cervantes, aún no se agota.
Por otro lado, también tenía el recuerdo de un comentario de López Bauzá a un artículo mío de esta misma revista donde él confiesa su afición por una novela que, a mi juicio, tiene fuertes resabios cervantinos, A Confederacy of Dunces, del norteamericano John Kennedy Toole. En este libro, el autor se afana en capturar aspectos esenciales del anacrónico aficionado a los libros de caballería, Alonso Quijano, para moldear su protagonista: un individuo desencantado, preso de su propia obsesión, ridículo en sus pretensiones. Toole opta por potenciar la ironía hasta llevarla a un amargo desencanto, acaso similar al que lo arrastró a él mismo hasta el suicidio. Ese humor negro que rezuma la mirada a su ciudad se traduce en un personaje distante de los arrojos poéticos y sublimes del (no siempre) espiritual don Quijote: el enorme y extravagante mama’s boy aficionado a los hot dogs, furibundo anticomunista y pseudointelectual, Ignatius Reilly. Habrá que pensar en cuánto hay de Ignatius Reilley en Chiquitín Campala, el “quijote” de Barataria.
De hecho, no me ha sorprendido descubrir en esta novela, no al ingenuo e inofensivo personaje que imaginaba yo con mis estudiantes para las correrías por la número dos, sino un veterano de Vietnam, gordinflón, impertinente, alucinado y confundidísimo, que abraza, no el idealismo patriótico independentista (por aquello de abrazar la utopía), sino el asimilismo pitiyanqui (a fin de cuentas otra utopía, aunque no tan elegante), con el mismo fanatismo de los modelos quijotescos anteriores. Imaginarlo, además, obsesionado con la búsqueda del Sagrado Guanín de Agüeybaná II, y hacerlo acompañarse por un ingenioso títere, portador (y defensor) de todas las taras y virtudes sociales que de común se le adjudican aquí a las masas populares, me ha parecido genial (y divertidísimo), además de adecuado para el proyecto literario que se propone.
La obra de López Bauzá, como la de Kennedy Toole, adopta libremente las marcas estructurales de la obra de Cervantes. Son evidentes los ecos del Quijote, anunciados en su título y reforzados en el arranque de la novela y los títulos de los capítulos. El relato, sin embargo, no asume el carácter episódico del Quijote de 1605, ni el juego metaficticio que se intensifica tanto en el libro de 1615. El periplo de Chiquitín Campala Suárez y Margaro Vázquez, en constante relación dialogante, no concluye con un regreso al punto de partida ni se interrumpe con aventuras cuya relación sea poco evidente. Queda claro que lo que podría percibirse como “novelas intercaladas”, como, por ejemplo, la historia del feminicidio de Yahaira, en la primera parte, y el extraño caso del veterano acosado por las memorias de la guerra, en la segunda, a parte de cumplir su función en la trama central de la novela, son válidas por sí mismas, como crudos retratos de la actualidad puertorriqueña. El hecho de que las aventuras de Chiquitín tengan un final tan distinto al de su intertexto distancian Barataria de su modelo original. Después de todo, el título no refiere ni a la trayectoria ni a la caracterización del protagonista, sino al trazo de un espacio imaginado, Barataria, que dramatiza las distancias entre el Deseo y la Realidad. El diálogo con la obra de Cervantes y, sobre todo, la lectura que hace López Bauzá de su modelo, quedan aún por desentrañar.
Para quienes solemos releer y discutir la obra de Cervantes año tras año, y, sobre todo, para quienes intentamos convencer a los lectores puertorriqueños de la actualidad de la obra, estos dos tomos de Barataria, parecen caídos del cielo. ¡Cuidado con sus cabezas! Valga decir, ojo, que son pesados solo como objetos, que no se engañe nadie por el volumen de sus novecientas páginas. Como bien apunta Ana Lydia Vega:
… hay libros que sólo con un suero de café puya y una gran disciplina patriótica puede uno echárselos al cuerpo sin caer en estado comatoso. Pues bien, tras estas estipulaciones de rigor, me complace anunciarles que Juan López Bauzá se ha apuntado el susodicho triunfo olímpico. Doy fe de que sus dos tomos mamotréticos se leen con entusiasmo y se degustan con fruición.
En efecto, las voces de nuestro (muy nuestro) quijote, Chiquitín Campala, y su sancho-panza, Margaro, se entrelazan con la de un narrador que, aún más que en la novela de Cervantes, se mantiene bastante al margen, permitiéndoles el protagonismo discursivo a los locuaces personajes que, en buena parte del texto, mantienen sabrosos diálogos, algunos similares a los de la obra cervantina. El gusto por el juego lingüístico, el humor de las salidas de uno y de otro, los malentendidos y confusiones de términos, resultan hilarantes: “Con la pinta que traigo y la catinga de sanserení del monte que llevo en la sobaquina, a lo más que puedo aspirar es a colarme en la jaula de monos de algún circo que ande de paso, dijo Margaro mientras se olía el sobaco.” (821) Los episodios, por otro lado, van del más descarnado realismo o la incisiva sátira, al relato fantástico que al menos yo asocio con los relatos puertorriqueños tradicionales de muertos y aparecidos.
La trama central de Barataria atravesada a su vez por historias crudas y terribles, nos recuerdan que hoy, ahora mismo, nuestra alegría y desenfado conviven, puerta con puerta, con la violencia y el miedo perpetuos del ciudadano común, una música de fondo a la que ya nos vamos acostumbrando. Es una circunstancia cotidiana y doméstica: niños que salen de un head-start justo en el momento en que ultiman al padrastro de uno de ellos, muchachas víctimas de balas perdidas al regresar de casa o en un paseo nocturno con amigos, trozos de un cadáver descuartizado y embutido en la llanta de un camión. Así también, el absurdo y el ridículo están presentes, día tras día, en una crónica de chapucerías y abusos que a alguien podría parecerle producto de una imaginación desaforada. La realidad a la que se refiere la novela, nos consta, supera (en tenebrismo) a la ficción.
Si fuera solo por lo que se publica en la prensa, de hecho, y como reconoce el autor, Puerto Rico es una mina para la epopeya satírica. De esas fuentes periodísticas, reveladoras de la mogolla colonial, se alimenta la imaginación de Juan López Bauzá para desarrollar el entramado anecdótico que parte de una imagen, según ha revelado, muy concreta: la conversación, tan real como disparatada, entre dos amigos suyos sobre una empresa quijotesca, tirarse al monte en búsqueda de artefactos taínos; dice el autor en su discurso de aceptación del Premio Las Américas 2013:
Esa misma noche combiné en uno y en distintas proporciones a algunos de mis personajes favoritos de la literatura y de nuestra cultura popular, y esa misma noche nacieron la aberración peripatética y a la vez entrañable, el héroe de antihéroes que es Chiquitín Campala Suárez, así como su pintoresco asistente, hombre de pueblo y saco de refranes que es Margaro Velázquez.
Colector de bárbaras noticias, escandalosos traqueteos y reveladoras imágenes, López Bauzá ocupa ocho años en elaborar un cuidadoso relato que se ocupa particularmente del lenguaje. Es evidente en el discurso de Barataria un afán de colector de puertorriqueñismos y divertidos giros del habla popular, una empresa “arqueológica” análoga a la búsqueda de Chiquitín del Guanín Sagrado. La reivindicación de la lengua criolla, su entreveramiento con el habla popular actual en el ingenioso verbo de Margaro Velázquez, es uno de los logros anacrónicos admirables de este texto. Reproduzco, como ejemplo, el fragmento de un encarnizado diálogo entre los dos protagonistas sobre precisiones del lenguaje:
Está el sol que ahoga puercos, comentó Margaro en voz alta en mitad de un lugar llano donde pedaleaban con tranquilidad en un silencio sin viento.
¿Qué quieres decir con eso ahora?, preguntó Chiquitín, levemente irritado con aquel comentario que apenas comprendía.
Quiero decir exactamente lo que dije y que usted entendió, don Chiqui, no se haga el zuruma.
Te aseguro, Margaro, que no entiendo lo que quieres decir con eso. ¿O es que te tengo cara de campesino? ¿Cómo que ahogarse?, preguntó sin que Margaro pudiera verle la cara para saber si era genuina su ignorancia o malévolo su cinismo.
Quiere decir que si dejas un cochino bajo este sol se ahoga, se muere en un credo y dos patadas, dijo Margaro dándole el beneficio de la duda.
¿Pero no es en agua siempre que se ahogan las cosas?, recurrió Chiquitín a esta norma. Cómo es que se ahoga un puerco en tierra es mi pregunta.
Ahogarse, en este caso, quiere decir asfixiarse. ¿O prefiere que diga Está el sol que asfixia puercos? Bueno, pues délo por dicho y me ahorro las explicaciones, dijo Margaro ahora levemente irritado. (474-475)
López Bauzá parece invertir el modelo cervantino y es el sancho-panza Margaro el que da lecciones valiosas sobre el lenguaje al quijote Chiquitín Campala, que, como diría Segundo Cardona, parece sufrir del complejo de inferioridad lingüística común en los puertorriqueños. De esta forma, Barataria se ocupa de uno de los asuntos más descuidados por buena parte de nuestra generación.
Y es que Barataria resulta, a mi juicio, en muchos órdenes, una puesta en escena de varios desafíos literarios a lo “actual”; al respecto, apunta Ana Lydia Vega:
El haber situado la acción en las zonas rurales de Puerto Rico es un acierto y una novedad. Desde los años cincuenta, el mundo de tierra adentro había caído en desgracia literaria. Lo urbano impuso su dictadura temática a tal punto que, en tiempos recientes, se espera el cumplimiento estricto con lo que podría llamarse “la ley de la Posmodernísima Trinidad”. Es la que dicta que, en toda creación de nuevo cuño, hay que incluir tres ingredientes imprescindibles: el cuerpo, la ciudad y la otredad. Por lo visto y leído, Juan López Bauzá no se atiene ni a leyes ni a expectativas. Y esa independencia artística suya le imprime a la novela el sello de la originalidad.
Pretende, como declara en una entrevista del 2006: “explorar el anacronismo del Puerto Rico de antaño frente al Puerto Rico Contemporáneo: la obsesión con los taínos, la añoranza del Puerto Rico del lelolai, la alabanza del jíbaro. Es una novela sobre la sociedad desgastada y degradada que vivimos hoy, con sus aspectos más sórdidos y nefastos.” (Hernández, 393) Podría concluirse que sus selecciones de forma, contenido e intertexto principal (el Quijote de Cervantes) se articulan adecuadamente a su propósito. De hecho, creo que parte de la diversión de Barataria es participar, como lectores, de la travesura de una empresa literaria tan anacrónica para algunos como los libros de caballería lo eran para muchos a principios del siglo XVII y tan personal y entrañable como seguramente lo fueron las dos partes del Quijote para Miguel de Cervantes.
Algunos han manifestado su certeza de que, por su extensión, esta novela no tendría lectores. De inmediato recuerdo mi propia reacción ante el grueso primer tomo. Me recuerdo dándole vueltas a la mesa de novedades como un tigre alrededor de la presa, y no porque le temiera a los libros voluminosos, ¡sino porque no tenía tiempo! López Bauzá es consciente de la situación:
Para muchos, la idea de que un ciudadano contemporáneo, metido en el engranaje de la vida moderna, abacorado de responsabilidades y fragmentado por el tiempo, pudiera dedicarle varias horas del día, durante varias semanas corridas, a leer una novela, resulta una idea no sólo irreal, sino irrisible. El sistema, alegan ellos, está hecho para impedir que estas horas estén disponibles, y yo concuerdo con ellos. Escribir Barataria fue entonces un desafío a esta realidad insoslayable, a la vez que un reto narrativo de forzar al lector a encontrar esas dichosas horas de lectura que la vida moderna le robaba. (2013)
Leer Barataria, entonces, se propone, con su mera presencia en las librerías, como un desafío al sistema. En efecto, como dice Melanie Pérez Ortiz: “Es un gesto político escribir una novela como ésta y es un gesto también político el haberla publicado”. Resta añadir que también es un gesto político leerla.
Así pues, casi como un acto de resistencia contra el dictado del mercado y las tendencias en boga, me dispuse a leer sus muchas y ligeras páginas. A medida que avanzaba en los dos tomos de la novela, Chiquitín y Margaro, a través de su lenguaje y sus peripecias, y las resonancias de un mundo conocido, fueron cobrando contundencia más como realidades que como ficciones. ¿Qué país es éste? ¿De dónde me llegan estas voces? Es significativo el cuadro devastador que traza López Bauzá de Puerto Rico en los años de redacción de esta novela, dos años de la hecatombe financiera del 2008:
El País es un caldero con la tapa puesta que libera la presión de esa manera. Estamos encerrados, acorralados; no existe patriotismo, los ricos no quieren contribuir, los pobres están a merced de las circunstancias y la clase media se encuentra cada vez más perturbada. A este ritmo pronto seremos una crisis humanitaria y si la metrópoli, Estados Unidos, no fue capaz de salir en auxilio de Luisiana después de Katrina, menos va a salir por nosotros. (Hernández, 395)
Con todo, el autor es obstinado, y según le declara a Hermes Ayala en una reciente entrevista, confía en que de alguna manera saldremos del paso.
Al cabo de la última página del segundo tomo me quedé en suspenso. El final del libro no promete, como en Cervantes, continuación. ¿Acabó todo? Siento que las aventuras de Chiquitín Campala y su asistente Margaro no han terminado. ¿Qué pasó en la aventura de Mar de Adentro? ¿Cómo fue recibido de vuelta Margaro en su casa? ¿Qué hacen finalmente con el pasmado Chiquitín? ¿Vino el demonio a reclamar el anillo? Pero es, después de todo, una novela, género libre de carácter ambiguo que, para López Bauzá, no tiene que encajar en una realidad, “igual que ocurre en la vida”: “En la novela existe esa libertad que da la vida misma de vivir una historia a plenitud, sin que todo quede debidamente resuelto. La vida está llena de ambigüedades y de cabos sueltos.” (Hernández, 397) He cerrado el libro y en la duermevela me ha sorprendido recordar a Chiquitín y a Margaro como si los hubiese visto en persona esta mañana. Su país, igual de amenazado, querido y absurdo, es el mío. ¿Dónde estoy? He quedado atrapada en Barataria.
Obras citadas
Hermes Ayala. “Juan López Bauzá defiende al país con su espada de tinta (vídeo)” Noticel, 4 de diciembre de 2013. http://www.noticel.com/noticia/152278/juan-lopez-bauza-defiende-al-pais-con-su-espada-de-tinta-video.html
Segundo Cardona. “Puerto Rico: Lengua y complejo de inferioridad”, Boletín de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española. 13 (1985): 153-160.
Sofía Irene Cardona. “El Kennedy que es uno de los nuestros” 80grados.net, 11 de mayo de 2012. http://www.80grados.net/el-kennedy-que-es-uno-de-los-nuestros/
Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha. Barcelona: Círculo de Lectores/ Galaxia Gutemberg, 1998.
Carmen Dolores Hernández. A viva voz. Entrevistas a escritores puertorriqueños. San Juan: Norma, 2007.
Juan López Bauzá. Barataria 1-2. San Juan: Agentes Catalíticos, 2012
—. “Mensaje leído en recibimiento del premio Las Américas por la novela Barataria” El Diario de Beta-Local. http://www.betalocal.org/publicaciones/eldiario/21Oct-2013OUT.pdf
Melanie Pérez Ortiz. “Apuesta a la novela: Barataria, literatura y sátira.” 80grados.net, 24 de agosto de 2012. http://www.80grados.net/una-apuesta-a-la-novela-barataria-literatura-y-satira/
John Kennedy Toole. A Confederacy of Dunces. Nueva York: Grove Press, 1980.
Ana Lydia Vega. “Barataria: Vuelo de reconocimiento” (Presentación de la novela el 10 de septiembre de 2013 en el Colegio de Abogados de Puerto Rico). Inédito.