Boricua de Brooklyn: Juan! Juan!
A Miriam y Andrea
Me llamó una mañana a mi apartamento en Cambridge, un sábado, para darme sus comentarios y conversar conmigo sobre mis primeros capítulos de tesis. Mi directora, Doris Sommer, me había puesto en contacto con él para que fuera lector de mi tesis, por lo que una o dos semanas antes le había enviado los simientes de una relación. No recuerdo haber tenido alguna conversación previa con Juan en mi vida. Aquella mañana se inició nuestro cacareo. Dos décadas después, siento que una conversación se me quedó pegada en la lengua. Juan siempre tenía algo que decir y lo decía con devoción, honestidad y franqueza; sus clases, conferencias, artículos y libros demuestran además la profundidad y magnitud de esas cosas que seguía y seguía diciendo.
Boricua de Brooklyn. Sin él, no creo que estuviéramos hablando de diáspora puertorriqueña. Desde la fundación del Centro de Estudios Puertorriqueños en Hunter College, CUNY (1973), Juan, Frank Bonilla y Ricardo Campos encendieron la brecha de los estudios de la comunidad puertorriqueña en Nueva York y en otras ciudades de Estados Unidos. Antes que ellos, desde Puerto Rico se veía la migración puertorriqueña como el camino al matadero.
Así lo pensó René Marqués en La carreta, cuyo lamento por la pérdida de la tierra tuvo sus primeras funciones en Nueva York con Mirian Colón haciendo de La Madre. José Luis González quiso ver luces de esperanza en medio de un apagón en La noche que volvimos a ser gente, donde el protagonista se preguntaba por el destino de su hijo, carente de las memorias de la isla. Como el Requiem por una cultura (1970) lo presentó Eduardo Seda Bonilla, al que hizo eco Manuel Maldonado Denis en Puerto Rico y Estados Unidos: emigración y colonialismo (1976). En Ardiente suelo, fría estación Pedro Juan Soto llamó a la frialdad con la que muchos puertorriqueños recibían los andares, estilos y ritmos de esos boricuas.
Desde el Centro y en el Centro, Juan, Frank y Ricardo se dieron a la tarea de alterar el curso de esa historia. Así hacían eco y acompañaban al corillo de Eddie Palmieri, Ray Barretto y Willie Colón quienes asaltaron con salsa la música puertorriqueña. Sus estudios correspondían a la poesía de Pedro Pietri, Tato Laviera, Miguel Algarín, Víctor Hernández Cruz y a la prosa de Piri Thomas, Nicholassa Mohr y el teatro de Miguel Piñero. Y como los beats, los afros, bell bottoms y hot pants sus escritos también remodelaron la cultura puertorriqueña como los Tito Ortiz, Neftalí Rivera y Raymond Dalmau del baloncesto que insisten en llamar nacional.
La energía revitalizadora de los estudios puertorriqueños del Centro en CUNY tuvieron su par, en los que desde el Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña hicieran Arcadio Díaz Quiñones, Ángel G. Quintero Rivera, Gervasio García, Marcia Rivera y Fernando Picó entre otros, en el espacio puertorriqueño desde el cual escribo. Así lo reconoció Leyda Vázquez, autora de un vasto estudio de su obra, y organizadora de un panel reconociendo y celebrando las aportaciones de ambos centros en la conferencia del Puerto Rican Studies Association, celebrada en el 2008 en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe.
Juan Flores es la voz académica más importante de esa remesa cultural, como él la llamó en The Diaspora Strikes Back, título que rinde homenaje a Héctor Lavoe. Traductor de las Memorias de Bernardo Vega, desde comienzos de los 70, dejó atrás sus estudios germanísticos, pero no su mirada izquierdista con la que examinó la cultura puertorriqueña desde la perspectiva circulante. Acuñó el término diáspora para referir a la migración centenaria de puertorriqueños a Estados Unidos y sus flujos y reflujos sociales, políticos y culturales. Manteniendo la perspectiva de clase y raza, los artículos de Juan iluminaron las “Broken English Memories” y forzaron la mirada académica a los Divided Borders que aún dividen el pensamiento cultural boricua. En esa dirección trabajó impartiendo cursos y dictando conferencias en las más prestigiosas universidades norteamericanas. Dos veces premiado por Casa de las Américas: primero en 1979, por el estudio más profundo que se ha hecho hasta el presente del Insularismo de Pedreira, en Insularismo e ideología burguesa, de escasa distribución en Puerto Rico. La segunda, por su colección de ensayos Bugalú y otros guisos, el cual le fue meritorio del primer premio que dicha institución le dedicara a los estudios latinos en Estados Unidos en el 2009. Gracias a Priscila Parrilla-Jacobs y a Elizardo Martínez tuve el privilegio de colaborar traduciendo la mayor parte de esos ensayos y editando su traducción. En la breve introducción que escribiera para esta edición, confesé que “más que hispano, I want to be her or his pana”, porque sus escritos, como los de Pietri, Laviera, Thomas, Mohr y muchísimxs más quebrantan la anquilosada definición hispanista de nuestra nación.
“Qué assimilated, brother, yo soy asimilao”, coreaba con Tato Laviera para reexaminar “The Structuring of Puerto Rican Identity”. Y como Laviera, Joe Cuba, Palmieri y Willie Colón, nos hizo conscientes de la fuerza y la importancia de esa remesa cultural que corroyó y alimentó los cimientos de una cultura cuya muerte lamentaban los fatalistas.
Editor de la primera edición en inglés de La charca (traducida por Kal Wagenheim, Maplewood, NJ, Waterfront Press, 1984) y también traductor de El entierro de Cortijo de Edgardo Rodríguez Juliá, Juan era consciente de la necesidad de superar las barreras lingüísticas que aún hoy obstaculizan la mejor comprensión de nuestra cultura a lo ancho y hondo de nuestra geografía. Consciente de que ni la industria disquera ni la academia de la lengua favorecían el spanglish y el code switching, Juan trazó las coordenadas que van de la Bomba al Hip-Hop resaltando la importancia de la convivencia con la comunidad afroamericana en Nueva York como agente transformador y revitalizador. Así lo hizo ver en lo que considero su ensayo más genial “‘Cha-Cha with a Backbeat’: Songs and Stories of Latin Boogaloo”, en el cual documenta y discute la ebullición del ritmo que transparentó como ninguno “the intercultural togetherness, the solidarity engendered by living and loving in unison beyond obvious differences” entre las comunidades afroamericanas y puertorriqueñas en Nueva York (“Cha-Cha”, 82). Historias, que como las de la salsa y la poesía nuyorican, conforman la “Creolité en el Barrio”, según él describió los desafíos que la cultura puertorriqueña en Estados Unidos representa para la comprensión de esta comunidad, así como las mexicanas, dominicanas, colombianas, haitianas, jamaiquinas y cubanas.
Al examen de las extensiones de las experiencias afrolatinas dedicó sus esfuerzos más recientes, que lamentablemente resultan ser sus últimos. Como una comunidad que rebasa la academia fundó el Foro Afro Latino junto a su querida Miriam Jiménez Román, cuyo The Afro Latino Reader inmediatamente fue incorporado como cuaderno de estudios en academias norteamericanas y en cuya segunda edición estaban trabajando al momento de su súbita muerte. Así también queda sin llegar a imprenta su estudio sobre la música puertorriqueña.
Admito que me copié de su modo de titular artículos y presentaciones with a catchy phrase. Títulos como “Cha-Cha with a Backbeat”, “pueblo pueblo”, “Qué assimilated soy…” apuntan a un flow: una prosa que fluye como un rap, un soneo, un solo de Manny Oquendo, Chocolate o de Barry Rogers; una conversación cargada de información y ensalsada con un análisis agudo y profundo. Leerlo, para mí, sigue siendo como escucharlo: así es su prosa en inglés boricua, a lo nuyorican. Sus ensayos, en inglés o en traducción, dan aliento a quienes transitan por los estudios puertorriqueños y latinos; “‘pueblo pueblo’: Popular Culture in Time” traduce en arroz y habichuelas las complejas relaciones de los estudios culturales, al nutrirse de Stuart Hall, Johannes Fabian y las voces que estallan “en mil pedazos conflictivos” de El entierro de Cortijo, músico cuya “revancha” también documentó.
“Juan!” “Juan!” era nuestro saludo. Juan de aquí y Juan de allá, nos solíamos llamar, en conversaciones en las que el deíctico flotaba según quien fuera el interlocutor. Así pensábamos que es Puerto Rico: un flujo incesante que confunde las direcciones y los sentidos, pero que enriquece el pensamiento. Por eso no vacilo al decir que Juan es el más importante pensador de la cultura puertorriqueña en tiempos finiseculares; y lo digo con el permiso de Luis Rafael Sánchez y Arcadio Díaz Quiñones para solo mencionar otros dos, entre otrxs de similar importancia, cuyos nombres les ahorro para economizar vanas disputas.
Sé que muchos sienten como yo que han perdido a un hermano, un primo, un familiar. Su pasión y su gratitud irradiaban ese cariño. A todxs ellxs mi abrazo. Puerto Rico sabrá algún día calibrar y valorar su sabiduría y comprenderá mejor su geografía que abarca ocho millones de almas dispersas por dos océanos y dos continentes. Ese pensamiento es mi consuelo en un día en el que los periódicos locales renuevan sus votos de ignorancia y olvido. Pero aunque nuestra conversación continúe por otras dos décadas, hoy no puedo más que llorar su partida, pues me quedo sin mi pana, bro!