Boyhood
Richard Linklater el director de las películas Before (Sunrise, Sunset y Midnight) ha escrito y filmado una especie de docudrama que traza la vida de un niño de seis años hasta que llega a la edad de graduarse de escuela superior. Cada año él y su amigo y colaborador, el actor principal en los filmes Before, Ethan Hawke, filmaron escenas que fueron llevando esta saga familiar a través de alegrías, infortunios y logros y le dieron coherencia a la vida nómada de los personajes principales.
Vemos cómo el niño querubín que está en primer grado va evolucionando (su hermana también) de estudiante de escuela elemental, a uno de intermedia y, eventualmente, luego de pasar por una etapa en la que sus facciones han perdido ese encanto del preadolescente y adquirido los cambios que inducen las nuevas hormonas que circulan con la adolescencia, a uno de escuela superior, cuando se convierte en un adulto bien parecido.
El niño Mason Evans, Jr, (Ellar Coltrane) y su hermana Samantha (Loereli Linklater, hija del director) viven con su madre divorciada Olivia (Patricia Arquette) en un pueblo de Texas. Allí tienen sus amigos y sus rutinas infantiles que consisten mayormente en correr bicicleta y escribir grafito debajo de los puentes, en lugares invisibles. Olivia entiende que tiene que volver a la universidad para poder conseguir un buen trabajo y vivir adecuadamente. El primer momento de ruptura y fuga (este es uno de los temas constantes del filme) que afecta a sus hijos y presenciamos sucede cuando decide irse a Houston para asistir a la universidad de la ciudad.
La comedia que resulta ser la vida de los dos niños y la incertidumbre de la madre, que tiene las manos llenas con su crianza, contrasta con la realidad de que el padre (Ethan Hawke), divorciado de su madre, anda por Alaska y es incierto si los ha de volver a ver o no. Las peleas entre hermano y hermana, revelan la capacidad de la niña para fingir y echarle la culpa a su hermano menor, y nos hace reír con la inventiva del guionista (Linklater) de rebuscar en su memoria para encontrar, posiblemente, experiencias de su propia niñez. Nativo de Texas, el director guionista nos pasea por las calles de los distintos pueblos y ciudades donde vive esta familia desplazada y nos hace ver cómo ese ambiente influye en las vidas de los miembros individuales del grupo de tres (para un cumpleaños los abuelos le regalan a Mason Jr. ¡una Biblia y una escopeta!)
No parecería necesario indicar que esta película es algo especial desde el punto de vista cinemático y artístico. Primero está la innovación representada por un director que continúa con los mismos actores a través de los doce años sin saber cómo iban a ser o estar cinco o diez años más tarde, o si los dos niños iban a lograr ser actores convincentes. El segundo logro es la capacidad de mantener el tono de las relaciones entre los personajes principales a través del tiempo y las distancias que viajan.
Linklater es un maestro del diálogo y su capacidad para mantenernos atentos durante casi tres horas así lo demuestra. Las conversaciones van desde lo totalmente mundano y trivial que ocurre en familias comunes a unas reveladoras de la complicada tarea que es criar niños y vivir la vida. Ninguno de los diálogos suena falso o forzado. De hecho, son tan tibios al oído que uno piensa en cosas para decir o responder, como si estuviera involucrado con los personajes y fuera parte de la historia. Son diálogos de voces desgarradas, tiernas, desesperadas, alegres, profundas y banales, pero siempre creíbles. Muchas de las experiencias que vivimos en este buildungsroman las hemos compartido con nuestros hijos o conocidos, sin embargo, Linklater las hace parecer frescas y únicas.
El personaje del niño convertido en actor, Ellar Coltrane, es la materialización del joven promedio del sudoeste o mediano oeste norteamericano (viví en Texas ocho años), y está expuesto a todas las tentaciones que un preadolescente confronta: sexo, alcohol y drogas. Todas las trata con moderación y aplomo. Su actuación tiene una inmediatez palpable porque coincide con su propio desarrollo (otra innovación) y, de seguro, sufrió los mismos estímulos y las mismas tentaciones en su vida real. Coltrane ya adulto es un actor de rostro guapo y una sonrisa agradable que dice sus líneas con convicción y naturalidad e influye en que la historia de su “vida” sea creíble.
Loereli Linklater es también una actriz estupenda que desde pequeña ya demostraba su capacidad para fingir y seducirnos con su gracia. Su personaje es más conflictivo que el de su “hermano” y es ella el contrapunto rebelde a la relativa domesticidad de él.
Patricia Arquette, por quien confieso tener una admiración especial, presenta la mejor actuación de su carrera como la madre soltera que hace malas decisiones sobre los hombres con quien se engancha. Con el mayor peso de los problemas de sus hijos sobre sus hombros, su Olivia logra transmitir que vive en un precario balance entre lo dramático y lo gracioso de sus hijos, mientras ella se balancea en una cuerda floja sobre el abismo emocional de la supervivencia. Es una actuación fuerte y memorable.
Entonces está el señor Ethan Hawke. Un actor que ha sabido rehuirle a las películas de figuras generadas por computadoras, Hawke es uno de los mejores del cine (y del teatro, valga decir) y ha desafiado en este filme uno de los dictámenes del gran W.C. Fields: nunca actuar con niños. Sin embargo, Hawke comparte la escena con los actores juveniles y nos convence de que es su padre real, mientras les permite demostrar sus quilates sin que su propia actuación desmerezca un ápice. Su Mason Evans Sr. es un hombre de principios (que rompe ocasionalmente sin muchas consecuencias) con las fallas que tienen muchos hombres y con un amor intenso por su prole. Ayuda que Hawke es nativo de Texas, y de cerca del pueblo de donde se desarrolla gran parte de la historia. Eso le permite acentuar (me refiero al acento tejano) sus conversaciones de modo que sean compatibles con el entorno y facilite nuestra aceptación de algunas de las idiosincrasias de su personaje. Ya es tiempo que a este actor superlativo se le reconozca como es debido.
Hay tantas cosas hermosas en esta película que es mejor solo generalizar sin entrar en detalles para que el espectador las disfrute, pero hay una que quiero mencionar como evidencia de la destreza de Linklater como guionista-director, y como artista. Cuando la familia casi huye a Houston, la niña se va despidiendo de las cosas materiales de la casa (adiós puerta, adiós buzón, etc.) mientras el niño permanece callado (es una de sus características). El minivan parte y él se da cuenta de que su amigo, con quien corre bicicleta y explora lugares baldíos, viene a toda velocidad en su bici a despedirlo. Su amigo alza la mano en señal de saludo y de adiós, pero unos matojos secos lo tapan y solo queda la despedida sin decir, como una aparición breve y pasajera. Es el adiós máximo: cuando uno jamás volverá a ver a una persona que hizo mella en los recuerdos de la infancia.