Carta a Julia de Burgos sobre sus Cartas a Consuelo
Admirada poeta:
Anoche terminé de leer el volumen de sus cartas a su hermana Consuelo que publicó Eugenio Ballou Lausell, director de la Editorial Folium, y que editó Lena Burgos-Lafuente. Terminé la lectura ansioso, preocupado y, a la vez, maravillado. Por ello me tomo la libertad de escribirle esta carta aunque yo, como usted, no soy creyente. Precisamente en una de las suyas, una fechada el 31 de mayo de 1947, escrita cuando yo solo casi tenía cinco meses de nacido, usted le dice tajantemente a su hermana Consuelo: “Tú sabes que yo no creo ni en Dios. Tú sabes que soy completamente materialista”. Más o menos compartimos usted y yo estas creencias, las creencias de la no creencia. Digo esto aunque a veces el discurso de sus cartas se llena de imágenes sacadas de las religiones populares, especialmente del espiritismo. Así que, Julia, tome mi carta como un intento de valerme de un género literario o un recurso retórico y no como afirmación de fe en la otra vida. Pero no pude resistir la tentación de escribirle una carta para hablar de las suyas. Una carta sobre cartas: juego de espejos que me ayuda a apuntar lo que quiero decirle. En fin, Julia, que la literatura se impone aún en nosotros, los críticos, y, por ello, es que me aventuro a tomar una ruta poco académica para la presentación de este libro que me da gran alegría celebrar, por usted y por los amigos que lo han producido.Anoche mismo, como le decía, terminé de leer este volumen y quedé ansioso, preocupado y hasta maravillado. Así fue en parte por todo lo que sobre usted descubrí. Perdone mi voyeurismo y el de todos nosotros, los lectores de sus cartas, pero la publicación de estas nos abre ventanas a su mundo privado y no tenemos otra opción sino mirar con deleite. Este hecho me hace pensar en las palabras de otra puertorriqueña que también se fue a destiempo como usted. Me refiero a Roxana Pagés Rangel, quien escribió un erudito estudio sobre las cartas íntimas que aparecen como libro. Roxana tituló el suyo Del dominio público: Itinerario de la carta privada (Amsterdam, Rodopi, 1997). En él no estudia sus cartas, Julia, porque no las llegó a conocer, pero no pude dejar de pensar en mi querida amiga cuando leí su libro. Además, las páginas del de Roxana – lo digo con humildad y con orgullo – me ayudaron a entender mejor este volumen de sus misivas a Consuelo. Pero aún con Roxana como Virgilio intelectual, no pude adentrarme fácil y cómodamente al inframundo de sus cartas. Como le decía, tras la lectura de estas quedé ansioso, con dudas y, a la vez, maravillado.
Lo primero que me inquietó al leer su nuevo libro fue la pregunta sobre sus intenciones: ¿Pensó usted, aunque fuera por un instante, que estas cartas iban a ser en algún momento públicas, si alguna otra persona, además de Consuelo, las leería? Me sospecho que sí, que usted, tan preocupada por su futuro como artista, le escribía a su hermana pero que, a la vez, pensaba en otros posibles y lejanos lectores. Por ello, cuando leía sus cartas me decía constantemente que usted me las escribía a mí porque yo me iba a convertir en ese lector fantasmal, ese lector que quedaba por el momento disfrazado o convertido en Consuelo. Además, aunque a veces me molestó en ellas el uso excesivo del diminutivo – “cartita”, “paquetito”, “hermanita querida” –, uso y abuso que habla de su intimidad, de la privacidad originaria de estos textos, ciertos rasgos de estilo y, sobre todo, su constante preocupación por su propia carrera literaria – quién comentará su obra, dónde aparecerán sus poemas, cuándo se publicará su próximo libro – no deja de asegurarme que la literatura en general y su propia carrera, en particular, eran centrales en su vida; eran faros que guiaban todos sus pasos, incluso la redacción de estas cartas. Y ahora, cuando ya la hemos canonizado, y, por ello, cualquier texto suyo se convierte en literatura, estas cartas son eso, literatura, pura literatura. Roxana tenía razón: cuando las cartas privadas se hacen públicas se transforman en textos literarios; son textos que podemos compartir sin temor a que nos llamen voyeur o posmodernos. Por eso mismo, Julia, leí sus cartas como una autobiografía. Y al así hacerlo, no podía dejar de pensar en las sabias palabras que sobre este género ha escrito mi maestra Sylvia Molloy.
Pero ni las lecciones de la amiga desagraciadamente desaparecida demasiado pronto ni las de mi maestra y amiga que estará a mi lado cuando lea esta carta para usted en público borraron mi inquietud y desasosiego ante las suyas. Por ello, al terminar de leer el volumen tuve que hacer una especie de examen de conciencia católico o una autocrítica marxista. ¿Por qué me inquietaron tanto estas cartas, Julia? Creo que fue porque me obligaron a revisar la imagen que de usted tenía antes de leerlas. Déjeme explicarle y, al así hacerlo, déjeme explicarme.
Estaba yo en primer grado de escuela elemental cuando usted murió en Nueva York. Aunque mis padres emigraron a esa ciudad justo cuando usted vivía allí, ellos, contrario a usted, regresaron a Puerto Rico y acá nací. Por ello, su nombre y sus poemas – “Río Grande de Loíza”, “A Julia de Burgos”, “Nada” – fueron esenciales para mi formación estética y política. Aún recuerdo el día de diciembre de 1967 – estaba entonces en cuarto año de universidad – cuando, por fin y tras sacrificar un dinerillo que tenía para otras necesidades, pude comprar su Obra poética (1961), tomo editado por su hermana Consuelo y prologado por mi profesor de literatura moderna, José Emilio González. Recuerdo que lo compré en la vieja Librería Campos, librería que usted también conoció. Como tantos y tantos jóvenes puertorriqueños quedé atrapado por sus versos y me convertí en otro más de sus fieles lectores. Usted me ayudó a entender la poesía y, por ello, leí todo lo que pude encontrar sobre su obra y sobre su persona. Así fue que llegué al libro de Ivette Jiménez de Báez, Julia de Burgos, vida y poesía (1966). Fue ahí que leí por primera vez fragmentos de estas cartas. Y ahora que leo el volumen que publica Folium me doy cuenta de la razón principal de mi perplejidad. ¿Serán estas todas las que usted le escribió a Consuelo? Creo que no porque hay en la secuencia de las cartas grandes lagunas temporales y unas en que usted habla de temas como si ya los hubiera mencionado en otras anteriores. En otras palabras, hay vacíos temporales y huecos temáticos. Pero al leer las que se presentan ahora como un conjunto me doy cuenta que Jiménez de Báez, supuestamente la única, más allá de Consuelo, que en ese momento las había leído, hizo una selección de las mismas – tuvo que hacerlo – y presentó, sin así quererlo, una especie de mini-antología de las cartas a través de las citas incorporadas a su estudio; esa selección la aceptamos entonces como representativa y fiel a la totalidad de ese epistolario.
Pero ahora, cuando leo lo que se nos presenta como la totalidad de sus cartas a Consuelo me doy cuenta que no era así. Hoy compruebo que Jiménez de Báez, como mi profesor José Emilio González, y como muchos otros críticos de ese momento crearon una imagen de usted que entonces aceptamos sin críticas. Ahora que leo estas cartas puedo criticar la imagen que de usted ellos crearon. Pero creo, Julia, que ahora usted sale ganando porque ya no la tenemos que ver como la mujer mártir destrozada por el amante inconstante que ellos presentaban. Las últimas cartas que le escribe usted a Consuelo desde Cuba nos presentan a una persona fuerte y razonable, no a una mujer destruida por el abandono de un amante que la traiciona, imagen a la que estábamos acostumbrados a ver de usted. Aclaro: no es que al leer sus cartas lleguemos a la verdad absoluta sobre sus amores. Lejos estamos de ello porque las tres cartas de Jimenes Grullón a Consuelo que, por suerte, se publican como apéndice del libro complican más este asunto. La ventaja es que ahora tenemos más materiales para verla a usted de otra forma, para dejar a un lado esa vieja imagen suya, imagen que por años aceptamos sin crítica porque no teníamos todas las piezas del rompecabezas que es su vida. Aún no las tenemos todas, pero, al menos, ahora tenemos más para ir creando nuestra propia imagen de Julia de Burgos y para así dejar a un lado la que heredamos. Solo por ello les tenemos que estar agradecidos a Lena Burgos, a Eugenio Ballou, y a todo el equipo de la Editorial Folium.
El año pasado se celebró el centenario de su nacimiento. Usted se habrá enterado por los muchos cantos ditirámbicos, por el mucho incienso académico, por los muchos elogios de especialistas y de legos que se ofrecieron en su honor. Estos elogios, incienso y cantos muchas veces reproducían una y otra vez la vieja imagen suya. Pero también y por suerte, entre esos sinceros pero a veces repetitivos homenajes, aparecieron algunos que en verdad fueron contribuciones de importancia. De entre los que conozco – recalco que no los conozco todos – para mí la publicación de su poesía completa por Casa de las Américas en La Habana fue una de esas contribuciones válidas porque facilitará la lectura de su obra en países latinoamericanos donde no se conoce ya que el libro puertorriqueño circula poco por esas tierras hermanas. El excelente volumen de ensayos que publicó el Centro de Estudios Puertorriqueños de Nueva York y que dirigió Lena Burgos-Lafuente es otra de esas contribuciones positivas de su centenario. Y ahora estas cartas vienen a sumarse a esas celebraciones. Pero, Julia, si sumamos las celebraciones positivas y las no tan positivas que se hicieron en su honor el año pasado no cabe la menor duda de la popularidad de su obra y su persona entre nosotros. En fin, Julia, las celebraciones de su centenario han sido un éxito y las mismas quedan coronadas con la publicación de Cartas a Consuelo que son invitación a una nueva lectura de su obra y, sobre todo, invitación a romper con el viejo y repetido mito de su persona. Puede usted descansar en paz porque los puertorriqueños la queremos mucho, estamos orgullosos de usted y seguiremos leyendo su obra, aunque algunos de nosotros intentemos hacerlo críticamente como, en el fondo y a pesar de la preocupación por la aceptación de su obra que usted trasmite en sus cartas a su hermana, a usted le hubiera gustado.
No puedo terminar esta carta sin hacerle saber lo mucho que me dolieron sus comentarios sobre los hermanos negros antillanos en Nueva York, esos que usted inventarió para el censo, y los ataques que dirigió a mi adorada Nilita Vientós Gastón a quien llama “La Renacuajo”. ¡Mi pobre Nilita, mi querida Nilita! Julia, me muerdo la lengua y no repito las historias que he oído sobre el doloroso y digno recibimiento que ella le hizo a sus restos cuando los trajeron de Nueva York y los expusieron en el Ateneo, organización que Nilita presidía entonces. Solo le apunto que usted no supo que Nilita, como una “performera” “avant la lettre”, asistió a los juicios que les siguieron a los comunistas puertorriqueños, entre los que se encontraban su valiente hermana Consuelo y su esposo Juan Sáez, vestida de pies a cabeza de rojo. Así iba a diario a los tribunales en muestra de solidaridad. Pero, Julia, la perdono porque sé que a pesar de su hermoso poema “Ay ay ay de la grifa negra” sus ideas sobre la raza no estaban claras y porque el loco amor hace perder la objetividad. Además, usted no llegó a ver todo lo que Nilita hizo para dar a conocer su poesía.
Julia, me despido y para hacerlo recurro una cita de Ibn Hazm de Córdoba, hombre que sabía mucho sobre el amor y sobre las cartas que bajo su influencia se escriben. El gran sabio cordobés decía que, “… en esto de las cartas hay maravillas”. Mucha razón tenía el autor de El collar de la paloma. Es cierto que en las cartas, especialmente en las de amor, hay o puede haber maravillas. Estas suyas así lo prueban porque, aunque no son lo mejor de su obra – a usted la seguiremos llamando poeta, como pedía – estas cartas a su hermana Consuelo nos serán muy útiles para entenderla mejor a usted y para entender su momento. Es que en nuestro contexto cultural, donde preferimos exaltar a ser críticos, lo sencillamente necesario se convierte en algunos casos en plenamente maravilloso. Y este es uno de esos casos. Estoy seguro o quiero estarlo que usted estará de acuerdo conmigo; al menos, me ilusiona pensar que así es.
Respetuosamente,
Efraín Barradas
*Nota del autor: Leí estas palabras en la presentación del libro Cartas a Consuelo que se llevó a cabo el 28 de mayo en la librería La Tertulia de San Juan. Tuve el honor de participar en el acto junto a mi maestra y amiga Sylvia Molloy. Al texto que leí esa noche sólo le he añadido dos oraciones que surgen ahora como respuesta a un comentario que se hizo entonces y al que, por cortesía y diplomacia, no respondí en el momento, pero al que me parece necesario responder aunque sea tardíamente. Creo que las dos oraciones añadidas no rompen ni con el tono ni con el estilo del texto original.