Ciento sesenta y tres días en la historia de la Humanidad
Ciertamente, aunque mucho se ha dicho, me parece necesario, casi urgente, una reflexión para subrayar y destacar la dimensión socio-política-ideológica que subyace en la realidad que vivimos. Estimo esto fundamental por la tendencia a responsabilizar a la naturaleza por las situaciones de índole social que nos afectan. La urgencia climática y ahora la pandemia, por mencionar dos ejemplos conocidos, las vinculamos con el origen de nuestras crisis sociales. Sin embargo, tales crisis son consecuencia de una disfunción de la estructura social que hemos desarrollado los humanos, las cuales más bien se manifiestan con mayor agudeza ante eventos naturales. La incapacidad de esta estructura es particularmente marcada en los sistemas socio-económicos que se sostienen sobre la base de políticas neoliberales. Las declaraciones en el contexto de esta pandemia de algunos políticos y funcionarios de gobierno permiten precisar las causas reales de los problemas sociales que enfrentamos. Por ejemplo, en enero, recién conocida la difícil situación en China, el Secretario de Comercio de Estados Unidos, Wilbur Ross, declaraba que significaba una oportunidad para el retorno de empleos a su país por el riesgo que representaba China. Qué diría hoy el señor Ross, cuando en el mes de marzo en Estados Unidos se informó la perdida de aproximadamente 701,000 empleos, un aumento en la tasa de desempleo que solo compara con el 1975. En otro contexto, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, declaraba en discurso el 12 de marzo, que la salud no tenía precio y que había que cuestionar tanto el actual modelo de desarrollo, que con la situación existente mostraba de manera evidente sus debilidades y fallas, así como nuestra idea de democracia. Esto lo dice, no un marxista confeso, sino todo lo contrario, un defensor y promotor de las políticas neoliberales más extremas quien, hasta días antes de estas declaraciones, pormenorizaba la situación del COVID 19 y arremetía contra quienes colocaban en tela de juicio la capacidad del sistema de salud francés para afrontar dicha situación.
No alcanzaría el espacio para ofrecer ejemplos de cómo eventos naturales lo que hacen es evidenciar la ineficiencia del sistema socio-económico cimentado en el neoliberalismo, así como la incapacidad e ineptitud de la mayoría de sus dirigentes. Este un sistema que se basa en el consumo, la avaricia, la codicia y la voracidad sin límites. Naomi Klein, con sus extraordinarios análisis desde el concepto de la doctrina del shock, nos advierte sobre como las llamadas crisis durante eventos naturales, son meros espejismos de la verdadera crisis construida y generada por un sistema (y sus políticas) que maneja cada situación de precariedad humana como una oportunidad, un momento para aprovechar, para adelantar agendas agazapadas y acechantes. Basta analizar el caso del desplome del precio del petróleo en estos momentos. De pronto, el llamado oro negro y sus derivados pierden valor. Hay poca demanda reclaman los inversionistas. No obstante, el beneficio social es nulo; la gente está en sus casas, el movimiento de mercancías a nivel mundial es muy poco, por lo cual no hay efectos positivos en las finanzas de las personas. La pandemia, que mata gente, es poca cosa frente a la preocupación por una economía en depresión: que si la bolsa cae, que si los mercados se derrumban. La realidad es que no importa que la bolsa suba o colapse, su efecto neto en los pobres es el mismo: ser más pobres.
Sin embargo, cuando termine la pandemia, entonces, los precios se dispararán, fluirá el dinero y pasaremos de la pandemia al temor de una inflación. Y, así, continuaremos en la precariedad, ya no por el COVID 19, que parece que es más dañino a la economía que a los humanos. La realidad es que, por desgracia, pasado el COVID 19, regresaremos a la pandemia económica causada por un sistema que asume sus principios ideológicos tan naturales como la salida del sol. Unos datos sobre la situación de hambruna en el mundo permiten ilustrar mi argumento. Antes de la pandemia, para ser preciso en el año 2016, datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) señalaban que 100 millones de personas padecían un nivel crítico de inseguridad alimentaria, mientras 8,500 niños(as) fallecían diariamente por causas asociadas a la desnutrición. Igualmente, la ONU indica que el 82% de toda la riqueza que se produjo en el mundo para el 2017, fue a parar en manos del 1% de la población. Estas desigualdades son insostenibles a menos que coloquemos en riesgo nuestro planeta. Es absurda esa idolatría mercantilista, ese frenesí por la productividad, la eficiencia y la ganancia, así como la ciega fidelidad hacia un sistema económico que solo persigue el beneficio individual.
Necesitamos repensar un sistema socio-político-económico menos depredador. No hay que reinventar la rueda. Recientemente el ex-primer ministro de Dinamarca entre el 2001-09, Anders Fogh Rasmussen, en un artículo que publicó la revista TIME (27 noviembre 2019), señalaba que la clave del éxito social en su país y los países escandinavos en general, radica en tres principios: transparencia gubernamental, bajos niveles de corrupción; seguridad social, en términos de cuidados de las personas de la tercera edad, educación y servicios de salud; y, flexiseguridad laboral, concepto que designa el ofrecer un mercado de empleo flexible para las compañías al tiempo que garantiza a los trabajadores un bienestar, y ello, sobre la base de promover altos niveles de productividad. Es decir, producción y seguridad social no tienen porque antagonizar. Esto no implica que el sistema en estos países es perfecto, pero sus prácticas ofrecen un espacio para cerrar brechas que posibilitan una mayor equidad y mejor calidad de vida.
En el contexto de esta pandemia nos movemos entre unas dialécticas que el historiador israelí, Yuval Noa Harari, resume brillantemente: vigilancia totalitaria o empoderamiento ciudadano y aislamiento nacionalista o solidaridad global. La búsqueda de la vacuna contra el coronavirus ilustra claramente estos antagonismos en cuanto hacia donde se puede dirigir la sociedad. Sin duda, el desarrollo de una posible vacuna contra el COVID 19 por parte de distintas entidades de la comunidad científica es una tarea imprescindible ante esta pandemia. De hecho, la metodología de la ciencia exige la contrastación, falsación y confirmación de hipótesis mediante el uso de datos de manera independiente y creativa. Ese no es el problema. Sin embargo, lo que debió ocurrir desde muy temprano fue establecer un acuerdo internacional para garantizar que el desarrollo de una posible vacuna no consista en una carrera competitiva con expectativas únicamente comerciales. Pero, tal cosa no ocurre porque el cálculo es que hay cerca de seis mil millones de personas que vacunar, más los nuevos nacimientos. Es el delirio por ocupar un mercado virgen, asediado y desesperado. Por supuesto, muchos catalogarán mi idea de esta especie de consorcio global como una ilusión. No obstante, si lo que planteó es una ilusión, su opuesto es la desesperanza; si lo uno es solidaridad, lo otro es barbarie. Es así como la humanidad se mueve entre la desesperanza y la barbarie. En medio de todo esto, el libre mercado, la mano oculta de la oferta y la demanda, la geopolítica, la ciencia y la tecnología como meros medios de producción y al servicio de la guerra, la vida humana como pretexto y, en esta ocasión, para facilitar todo, un culpable invisible. Como reflexiona Harari, debemos decidir si queremos aspirar al empoderamiento del sujeto social y la solidaridad como normas sociales.
Una vez más a la humanidad se le presenta la oportunidad de intentar generar estructuras políticas y económicas que nos encaminen a una mejor convivencia entre la especie humana, los demás organismos y el medio ambiente. Soy un pesimista bastante optimista; estimo que no veremos ese cambio en el futuro previsible, pero tengo la esperanza que tal vez podamos avanzar unos milímetros de historia en una dirección más reconfortante. Un comienzo puede ser comprender que la naturaleza no es inocente o culpable de los males de la sociedad ya que, el origen de estos últimos, radica en las condiciones materiales de vida en distintos momentos históricos. Asimismo, puede ayudar rechazar las propuestas socio-políticas-económicas neoliberales por aberrantes, avasallantes e individualistas. Por tanto, se trata de una toma de conciencia que permita la ruptura con esquemas político-económicos destructivos para alcanzar una verdadera transformación de la realidad.
Por lo pronto, termino con unos versos de la canción La Belleza (1989) del cantautor y poeta madrileño Luis Eduardo Aute, quien falleció el pasado mes de abril. Lo hago porque me permiten, además de celebrar la vida del cantante, desde mi interpretación de estos versos, recordar el perfil de aquellos que con sus ideologías de la muerte colocan el planeta, y con ello la vida que en el habita, cada día más cerca del precipicio. Gracias, Aute, por tu creatividad poética y la pertinencia de tus versos: “Míralos como reptiles, al acecho de la presa, negociando en cada mesa maquillajes de ocasión; siguen todos los raíles, que conduzcan a la cumbre, locos porque nos deslumbre su parásita ambición. Antes iban de profetas y ahora el éxito es su meta; mercaderes, traficantes, más que náusea dan tristeza, no rozaron ni un instante, la belleza”.