Cine, historia, realidad y espectáculo
De acuerdo al destacado crítico André Bazin, el cine tiene un compromiso absoluto con la realidad, debido a su naturaleza fotográfica. Mientras el teatro, por más realista que sea en su estilo, no puede escapar del artificio por estar en un proscenio, el cine logra el llamado “suspension of disbelief” al proyectar sucesivamente imágenes fotográficas que convencen a su público de la realidad de sus argumentos, incluso los más fantasiosos e inverosímiles.
Gracias a este efecto, el cine es un instrumento poderoso al presentar argumentos inspirados en hechos históricos, y crear una apariencia de veracidad que seduce a gran parte de sus públicos, quienes toman las películas por relatos verídicos, totalmente fieles a la realidad.
Lo que esos públicos no toman en cuenta es que el mundo real, la historia de la humanidad, es demasiado complicada para poder ser representada con absoluta fidelidad en el cine, que-como medio artístico-tiene sus maravillosos recursos expresivos, pero al mismo tiempo unas limitaciones que necesariamente modifican el acercamiento a la historia que toman las películas sobre esos hechos. “Based on a true story” significa que los hechos verídicos serán necesariamente manipulados para ajustarse a los recursos del medio y a la agenda particular de su realizador.
Dos películas destacadas del pasado año sirven como ejemplos interesantes del modo en que la realidad histórica pasa por el cedazo creativo, con resultados discutibles a la hora de considerar el valor de las películas como recuentos de la realidad.
El filme estadounidense más galardonado del 2012 fue “Argo”, producción de George Clooney dirigidapor Ben Affleck, que tuvo buenos recaudos de taquilla y fue premiada en los Golden Globes y los Oscar como la mejor película del año. El argumento de “Argo” trata de un hecho real, el rescate de los empleados de la embajada norteamericana de Irán que escaparon del apoderamiento de la misma por los seguidores de la revolución.
Según el filme, los empleados encontraron refugio en la embajada canadiense, que los cobija de la furia de los insurgentes iraníes. Para poder sacarlos del país antes de ser descubiertos, el agente de la CIA Tony Méndez fragua un plan descabellado, pero efectivo: el montaje de una producción ficticia de una película de ciencia-ficción, titulada “Argo”, para la que Méndez y otros agentes viajan a Irán en una presunta misión de buscar “locations”, y una vez en el país, crean identidades y pasaportes falsos para los refugiados, quienes se harán pasar por empleados del proyecto fílmico. Todo marcha bien hasta el día del viaje de regreso, cuando el gobierno estadounidense decide cancelar el rescate a última hora, para ser convencidos desesperadamente de seguir adelante, y al momento de abordar el vuelo, hay complicaciones con los pasajes de los refugiados, y un esfuerzo de última hora de detener el vuelo por las autoridades iraníes.
Como película de acción y suspenso, “Argo” es muy efectiva, creando un sentimiento de tensión y expectativa, aún cuando sabemos desde el principio el desenlace. La recreación de los años setenta es convincente, y el elenco logra un excelente trabajo en conjunto.
Los problemas más serios, sin embargo, tienen que ver con el modo en que guión y dirección toman unaa ctitud quizá excesiva de licencia poética. La misión de rescate es expuesta como una iniciativa de la CIA, con la ayuda bienvenida del embajador canadiense, cuando la realidad fue que la colaboración canadiense fue mucho más intensa que como se nos presenta. Los refugiados estadounidenses se quedaron en dos residencias, no solamente en la embajada. Los trámites de los pasajes y pasaportes fueron diligenciados por la embajada canadiense, no por los agentes de la CIA. La secuencia culminante del abordaje en el avión, con las trabas por los pasajes desesperadamente resueltas, y la persecución del avión por los agentes iraníes, es totalmente ficticia; el abordaje y despegue del avión fueron totalmente normales en la realidad.
“Argo” traza una historia de separación matrimonial del protagonista, Tony Méndez, que al comienzo vive separado de su esposa, y al final logra una reconciliación. Nada de esto es verdad: Méndez ha mantenido una larga relación con su esposa. De hecho, fue ella quien lo llevó hasta el aeropuerto para su viaje a Irán.
Si “Argo” es un ejemplo de reajuste de los hechos para realizar un filme más emocionante, “Lincoln”-el más reciente esfuerzo de Steven Spielberg por crear un legado de “cine serio” que compense su distinguida trayectoria de “cine comercial”-es mayormente culpable de lo que puede llamarse “pecado de omisión”, una falla notable en un proyecto al que Spielberg y el guionista Tony Kuschner dedicaron siete años de desarrollo para lograr lo que esperaban fuera un relato totalmente fiel a la realidad.
El título del filme sienta unas expectativas que no se cumplen. Mientras uno esperaría un relato que cubriera al menos los momentos más destacados del término presidencial de Lincoln, el filme enfoca en un incidente que cubre los últimos meses de la administración: la propuesta, debate y voto por la 13a. Enmienda a la Constitución, que logra la abolición de la esclavitud como ley federal. Somos testigos de un proceso muy colorido y lleno de tratos ocultos, compra de votos y negociaciones mediante el cual Lincoln busca asegurar que la enmienda sea aprobada, por encima de la oposición fuerte de los legisladores demócratas y la timidez de algunos legisladores republicanos.
Era la intención de Spielberg mostrar a Lincoln como un líder con una visión moral inquebrantable sobre la necesidad de eliminar la esclavitud de la nación, dispuesto a torcer brazos y hacer tratos turbios para lograr su cometido. Pero esta loable misión de presentar a Lincoln como un ser extraordinario, quien tiene que superar su depresión natural, una relación matrimonial más de tolerancia que de afecto, y la obligación de ser padre y madre de su hijo menor, sufre al confirmar el Mito de Lincoln como el pionero de los derechos civiles, en lugar de ofrecer un retrato más humano y complejo del personaje.
Es un hecho confirmado por historiadores que, si bien Lincoln siempre fue objetor de la esclavitud por conciencia, su actitud para con los negros fue más ambivalente. Originalmente, Lincoln pensaba que era imposible la coexistencia de blancos y negros, y llegó a discutir planes de adquirir una isla o territorio donde poder llevar a los negros liberados para que pudieran crear su propia sociedad. Es por la intervención de líderes de la comunidad negra, sobre todo de Frederick Douglass, que Lincoln cambiará de actitud, y decidirá por una administración post-Guerra Civil, la Reconstrucción, que esperaba poder conciliar a blancos y negros. El asesinato de Lincoln por John Wilkes Booth cambiará la situación, y la Reconstrucción fue un período muy conflictivo, que redundó en las leyes segregacionistas que imperan en estadoss ureños hasta la década de los sesenta.
Si Spielberg hubiera mostrado esta faceta de carácter de Lincoln-que, lejos de hacerlo ver como un racista, lo presenta como un hombre de su tiempo, con unas actitudes quizá intolerantes a nuestros ojos, pero liberales en el siglo XIX-su personaje hubiera sido más rico en matices y más admirable por cambiar creencias erróneas. Pero Spielberg, siendo Spielberg, optó por la opción creativa más accesible, cediendo al impulso de garantizar un éxito de taquilla por encima de enfrentar a su público con la complejidad de la historia.
Tenemos en “Argo” y “Lincoln” dos acercamientos a hechos históricos, excelentes en ejecución, pero cuestionables en veracidad. ¿Debemos reprocharlos por sus faltas a la realidad, o aceptarlos como productos de entretenimientoc inematográfico?