Confianza
Decía Abraham Maslow que una de las necesidades básicas del ser humano es sentirse seguro. Confiamos en lo que más seguridad nos da, desde nuestros primeros días de vida hasta la visión trascendental que podamos tener de nuestro destino final. El nivel de confianza que podamos tener en una persona define la calidad de esa relación. Igualmente la confianza en una marca o producto, definirá el nivel de lealtad que tendremos hacia ella.
Antes de casos como Watergate, en el campo político-gubernamental y más recientemente los de Enron y WorldCom, en el sector corporativo, o las acusaciones de pedofilia en la institución eclesiástica, había la tendencia de ver a la autoridad como patriarcal, impoluta, confiable. Fuera de los teóricos de las conspiraciones u opositores ideológicos, la generalidad en nuestra sociadad capitalista y democrática solía considerar a la autoridad, fuera gobernantes, religiosos o empresarios, como personas confiables, representando intereses que no eran amenazantes para nosotros, sino todo lo contrario: pensábamos que nos cuidaban.
Pero eso cambió, y las generaciones más jóvenes comenzaron a perder confianza en la autoridad, o tal vez respeto, sin dejar necesariamente de ser obedientes ante el poder. Suena paradójico, como nos parecen a los baby boomers muchas otras cosas de estos jóvenes, pero es real. Siguen reglas aunque desconfíen. Han aprendido a manejar el sistema sin confiar en este, para sobrevivir.
Cuando perdemos confianza en el otro, dejamos de verlo como aliado y comenzamos a percibir la relación con sospecha. La sospecha nos trae la duda y la duda el temor. Una sociedad donde nos tememos unos a los otros, en la diversidad de relaciones que establecemos, ya sean familiares, comerciales, o sociales en general, se hace difícil la colaboración, la armonía, las alianzas y la solidaridad. Es caldo de cultivo para una sociedad violenta.
Cuando desconfiamos en quien nos ofrece un producto o servicio, y pensamos que es incapaz de servir con excelencia, de salida esperamos que algo falle. Llegamos al encuentro a la defensiva, esperando que el otro nos tome desprevenidos y nos engañe.
La confianza, que es resultado de la percepción, se alimenta de la experiencia grata. Confiamos en quien creemos capaz de satisfacer nuestras necesidades sin hacernos daño. Aplica a los padres, a la pareja, al gobierno, a la empresa, a la iglesia, en fin, a cualquiera de las instituciones sociales. Los medios de comunicación, tan importantes en ese proceso de socialización, denuncian continuamente a quien no debe merecer nuestra confianza. Y aunque las estadísticas de infinidad de estudios demuestran cuánto ha perdido la gente la confianza en los periodistas, todavía es evidente que los medios dirigen la agenda.
Cuando hay la sensación de pérdida de confianza, buscamos a quien nos proteja. Esto lleva a las sociedades inseguras a buscar quien pueda protegerlos. Se reclaman regulaciones, restricciones, leyes y penalidades contra aquellos en los que hemos dejado de confiar. Pero ¿en quién no confiamos hoy en día? Y, ¿cuántos han dejado de confiar en nosotros?
La prensa nos dice a diario que los padres ya no cuidan a sus hijos. Las parejas se divorcian por desconfianza. Los políticos ya no protegen el interés público. Las empresas no brindan servicios y productos de excelencia. La educación no nos consigue un empleo. La iglesia ya no garantiza el cielo. Las expectativas que nos vendió la autoridad sobre la instituciones sociales ya no llenan nuestras necesidades y cada vez más somos un agregado de gente compartiendo un territorio en vez de una sociedad solidaria que comparte una cultura.
Lo que percibimos del otro, ya sea por nuestra propia experiencia o por la realidad mediática, va formando nuestras actitudes y opiniones, las que a su vez, definen la forma de comportarnos. Si vemos que el otro está al acecho, nos vamos a defender. Si vemos al otro como amenaza, lo vamos a combatir.
Mientras, el otro y el otro y el otro de más allá, dejan de ser nuestro aliado para crear consensos y alianzas que resuelvan los problemas colectivos. Nos vamos alejando, perdiendo la confianza en que como país, somos capaces de conseguir una mejor calidad de vida para todos. Mientras unos se preocupan por la pérdida de recursos fiscales, yo me preocupo por la pérdida de la confianza, que es la que realmente tiene paralizado el país.
El día en que pierdas la confianza en el maestro que educa a tu hijo, en el pastor que guía tu alma, en el patrono que paga tu sueldo, en el hombre o mujer que comparte tu cama, en el médico que cura tu cuerpo, en el agricultor que cosecha tu fruto, en el político que decide tus sanciones, en el vecino que comparte tu calle, entonces habrás perdido tu patria.