Confirmar y dudar
Hace dos noches al oscurecer, el Julemand, la versión danesa de Santa Clós, vino a visitar a los niños en casa de mis suegros. Entró por la puerta vestido de rojo, con una barba brillante y unos mahones oscuros. La última vez que lo vimos, hace dos años, mi hijo (que entonces tenía tres) no paró de hablarle ni de hacerle preguntas: ¿de dónde venía? ¿estaba muy cansado? ¿se quedaría a cenar? Esta vez no paró de mirarlo, pero sin decir una palabra; detrás del Julemand vio entrar a la hija y la esposa del vecino -pero al vecino no. Cuando el Julemand lo llamó por su nombre él se acercó y recibió sus regalitos muy seriecito y en silencio. No me ha dicho nada ni le he preguntado nada. Pero es posible que sepa. Aún así, nadie le tuvo que decir que siguiera el protocolo. Y si hace como hice yo a esa edad en circunstancias parecidas, es posible que escoja seguir creyendo.
Algo en nuestras cabezas y nuestro comportamiento hace que sea más fácil mantener una creencia que abandonarla. Esta tendencia a la persistencia de la creencia (belief perseverance) es muy interesante y a veces terriblemente problemática, pero se vuelve más o menos comprensible si se piensa en los mecanismos y las fuerzas que la hacen posible. Una de las claves del belief perseverance es la forma tan selectiva en que procesamos información en nuestro entorno y la forma tan organizada en que tendemos a acomodar lo que vemos a lo que creemos o sentimos de antemano, pasando por alto lo que no encaja.
La tendencia a examinar la validez de lo que creo buscando preferencialmente evidencia a su favor (más bien que evidencia en contra) se llama en psicología el sesgo de confirmación, o confirmation bias. Si no te conozco pero creo que eres un buen tipo, tenderé a notar en tu comportamiento aquello que me confirmará que lo eres. Si sospecho que eres un hipócrita o un buscón, haré lo mismo, y así con cada cosa y en cada plano, con respecto a individuos y a grupos, a productos, países y prácticas. Si por cualquier razón me pongo a verificar hasta qué punto algo es como creo que es, me parecerá natural y se me hará más fácil reunir selectivamente evidencia de que estoy en lo correcto.
El sesgo de confirmación se manifiesta en múltiples planos de nuestra relación con el mundo. Vive en las vías a través de las cuales el mundo llega y nos afecta “mentalmente” (percepción, atención, emoción, pensamiento, memoria). El sesgo de confirmación no nos hace ineludiblemente tontos, pero nos hace vulnerables al error. Es uno de muchos “glitches” o “mindbugs” o errores de procesamiento que los psicólogos cognitivos y sociales encuentran cuando indagan en las formas en que las personas toman desiciones y emiten juicios en condiciones experimentales. Otros sesgos estudiados incluyen el self-serving bias, el hindsight bias, el in-group bias y muchos más. De dónde vienen tales sesgos no es del todo claro. Pero el hecho de que inclinaciones de ese tipo ocurran tan consistente y automáticamente hace a muchos pensar que estas revelan algo sobre la posible historia evolutiva de las capacidades mentales de nuestra especie.
Claro que con la práctica se puede robustecer el hábito de poner en duda lo que estamos inclinados a creer. Pero es posible que en el ambiente ancestral en el que muchos de nuestros sesgos cognitivos y afectivos habrían surgido, el escepticismo y la evaluación cuidadosa de la evidencia hayan sido más costosos que la tendencia a simplemente tomar lo que parece por lo que es. Si el mundo se me presenta como un tumulto constante de novedad sensorial y aún así debo actuar en él, un sesgo como el sesgo de confirmación funcionaría como un mecanismo de simplificación que me llevaría a enfocarme en la información más potencialmente crucial para mi supervivencia y a activar automáticamente los juicios que he hecho antes en lugar de tener que juzgar desde cero cada vez. El problema, claro está, consiste en que por ese camino aumenta el riesgo de pasar por alto evidencia desconfirmatoria en situaciones ambiguas, en las que me podría convenir reconsiderar lo que creo o tengo por cierto. Creencia (belief) en psicología es casi cualquier cosa, todo estado mental que trate sobre un estado de cosas en el mundo: creo que eres mi amigo o que hay un león tras el arbusto o que estoy en lo correcto o que te equivocas o que existe el Julemand o los reyes. Hay creencias grandes y creencias chiquitas, creencias explícitas e implícitas, viejas y nuevas, concientes e inconcientes.
El sesgo de confirmación es quizá uno de los conceptos más útiles en la psicología contemporánea porque ayuda a explicar mucho de lo que persiste en nuestras cabezas y nuestro comportamiento aun cuando parte de lo que veo discrepa de lo que creo. En general, tiendo a ver lo que creo. Si el deprimido tiende a fijarse en los aspectos deprimentes de su experiencia, y el xenófobo tiende a fijarse en los factores que activan sus odios y sus miedos, y los padres y maestros del niño A y el niño B se convencen muy rápido de que el niño A es talentoso y el niño B no lo es, entonces en cada caso el momentum de la creencia existente acaba guiando las expectativas y las interacciones y relaciones que se tienen y mantienen. Se vuelve más fácil activar las asociaciones que están más accesibles en mi cabeza y atender y recordar de lo que veo en el presente aquello que encaja mejor en el modelo que ya tengo listo. La idea, de nuevo, es que se trata de una predisposición mental básica que influye profundamente en lo que hacemos y que tiende a ocurrir automáticamente, sin que yo tenga que decidirlo concientemente cada vez.
Claro que el sesgo de confirmación no lo explica todo. Si fuera así nada cambiaría en nuestros corazones y nuestras cabezas. Además, se trata de un concepto sospechosamente poderoso porque puede incluso explicar su propio appeal: oigo sobre el sesgo de confirmación y confirmo su centralidad por vía del sesgo de confirmación, es decir, buscando evidencia confirmatoria y encontrándola por todas partes, olvidando o pasando por alto todos esos casos en los que el sesgo de confirmación de hecho no es el proceso dominante, todos los casos en los que superamos la tendencia a tomar las cosas por dadas, en que buscamos activamente evidencia contraria a lo que creemos y acabamos viendo las cosas un poco más claramente, los casos en que cualificamos nuestros juicios, moderamos nuestras exageraciones iniciales, atenuamos la extravagancia de nuestras acusaciones, damos la razón a otros en este punto o aquel, disminuimos el tamaño de nuestras predicciones, y en fin nos permitimos dudar constructivamente, dejándonos afectar más por la evidencia que por nuestras preferencias, escogiendo a veces lo que nos parece justo o prometedor o viable o digno, aun a riesgo de parecer desleales a nuestra propia comunidad confirmatoria.
Una implicación bonita del implacable fastidio del sesgo de confirmación es que dada esa tendencia fuerte al endurecimiento mental y la certidumbre, tú y yo nos somos mutua y eternamente necesarios, en tanto dependemos uno del otro para corregir o completar nuestras respectivas perspectivas sesgadas. Una forma de diesmar esa implicación bonita, sin embargo, es rodearnos exclusivamente de fuentes de información que casi de seguro nos dirán lo que queremos oir, cosa que dado el tumulto informacional en el que vivimos, casi todos terminamos haciendo.
Quizá una forma sencilla pero proactiva de mitigar los posibles estragos del sesgo de confirmación sería partir de la premisa de que no solo podríamos estar equivocados (sobre ti, sobre mi, sobre la situación, sobre la solución, sobre el mundo), sino que para cada asunto, al menos en algún aspecto o algún grado, de hecho lo estamos. Partiendo de ahí la consigna sería salir a buscar ese algo, ese aspecto o ese grado como si fuera un tesoro (que en cierto modo lo es, si enriquece nuestra forma de pensar, ver, hacer o sentir). Si adoptáramos con alguna regularidad esa u otra estrategia parecida, quizá podríamos oir más generosamente a aquellos que están fuera del círculo de confirmación del que nos rodeamos pero que aún así forman parte de la comunidad relevante con la que nos toca vivir.
Saber de la existencia del sesgo de confirmación es potencialmente útil para cualquiera (padres, maestros, vecinos, parejas, amigos, colegas, estudiantes, gente que evalúa a otra, gurúes, líderes celebrados o acusados, seguidores complacidos o desencantados). Pero quizás más que a nadie, pienso yo, y si se me permite la insolencia, saber sobre el sesgo de confirmación nos es potencialmente útil a nosotros, las personas de izquierda, que como todo el mundo sabe casi siempre tenemos la razón. Nosotros hacemos el hábito de cuestionar muchísimas cosas y llegamos a sentir cierta satisfacción en ello y hasta cierto sentido de que cumplimos un deber al no aceptar pasivamente las cosas que se espera que aceptemos. Solo que con el tiempo, al ir confirmando una y otra vez cuan buenos somos en el negocio de deslindar y aclarar y pensar críticamente, nos acostumbramos, quizás, a que nos baste con nuestra propia aprobación. O confirmamos la justeza de nuestras posturas en parte igual que cualquiera, por medio de exposición selectiva, rodeándonos de aquellos que comparten la mayoría de nuestras opiniones y ventilando preferencialmente nuestras nuevas opiniones con ellos, que muy probablemente las compartirán. Solo que también, al igual que cualquiera, creemos que a nosotros no nos pasan esas cosas, que estamos inmunes y que vemos las cosas tal cual son.
Para describir la condición que compartimos los que habitamos más o menos un mismo espacio y tiempo en el contexto actual, la geógrafa marxista Doreen Massey usa el término throwntogetherness, o el estar ahí arrojados juntos. Me gusta mucho esa expresión. Creo que evoca útilmente un sentido de vinculación no escogida pero duradera con la que no tengo más remedio que bregar, teniendo por consuelo solo la esperanza de que otros quizás podrán entender al menos parte de lo que siento porque seguramente se sienten igual, tirados ahí al lado ellos mismos, flanqueándome temporeramente sin haberlo pedido. Claro que no hay que mistificar el proceso, el throwing que da lugar al accidentado togetherness, las fuerzas sociales, políticas, económicas, que definen nuestra trayectoria y ubicación en el arrojamiento. Pero creo que el reconocimiento de esa condición inicial da para imaginar una moralidad posible, basada quizás en cierta inclinación a la aceptación, cierto perdón preventivo y anticipatorio que quizás nos deberíamos otorgar unos a otros, ante la obligación compartida de afrontar, no sé si juntos, pero al menos en una cercanía viable, la eterna y acuciante tarea de definir cómo vamos a convivir (“how we are going to live together”, dice Massey).
El arrojamiento y apretujamiento tumultuoso de la convivencia moderna hace necesario filtrar y reducir para evitar el “overload”, como han sabido los sociólogos urbanos por más de un siglo. Aún así, quizá este tiempo, este nuevo round de throwntogetherness en que nos hayamos, requiera poner nuestras propias tendencias confirmatorias en perspectiva, y bajo el escrutinio severo de los abogados más sagaces y los diablos más culpables, con tal de poder oír mejor a aquellos que quizás podrían mostrarnos algo de lo que se nos escapa. Habría que ser escépticos incluso respecto de nuestros propios escepticismos y nuestros propios hábitos mentales, si bien nada excluye que al final, después de activar nuestras respectivas cautelas, acabemos confirmando que teníamos razón.
En fin, si les toca cruzarse con mi hijo en los próximos días por favor no le mencionen al Julemand o la nochebuena. Denle un tiempito para llegar a sus propias conclusiones. Después de todo, el hecho de que un señor que uno conoce venga de visita cargando una bolsa y vestido de rojo no anula la posibilidad de que haya otro enviando regalos a todos los niños desde el polo norte. Muchas creencias quizás merecen mantenerse. O al menos por el momento. O en todo caso no merecen destruirse. O al menos por el momento. ¡Sobre todo las creencias buenas! En particular, pienso yo, la de suponerle una dignidad intrínseca a todos los humanos y demás cosas vivas, y la de que ello nos obliga a intentar ampliar el ámbito de esa dignidad y a perseguir sistemáticamente sus consecuencias, a todas las horas y en todos los planos. A creencias así estoy dispuesto a otorgarles todos los beneficios de las dudas, todas las bajadas de guardia y sesgos confirmatorios que les quepan, al menos por parte del día, con tal de renovarlas una y otra vez, en virtud del caudal de permanente confirmación que les provee de hecho buena parte de lo que me rodea, si me permito notarlo.