Confluencia de las aguas. Filosofía y poesía en la obra de Francisco José Ramos
Podemos decir que el encuentro de las aguas es la imagen perfecta del movimiento.
F. J. Ramos
La significación del lenguaje poético es un alumbramiento esperado, un fruto coherente y necesario dentro de la obra de Francisco José Ramos. Que estemos frente a un fruto necesario no le resta espontaneidad sino que se trata de una espontaneidad necesaria. Así es la esencia de la espontaneidad, su gracia, y no nos parece arbitrario que este libro comience agradeciendo. Ludwig Schajowicz describió esta espontaneidad agradecida con las siguientes palabras: «la generosidad que no exige ninguna recompensa sino que se prodiga por la necesidad que ella misma experimenta de volcarse».
En 1982, exactamente treinta años antes de la publicación de La significación del lenguaje poético, Francisco José Ramos defendió su tesis doctoral titulada El pensamiento de la transgresión en la filosofía de Friedrich Nietzsche y publicó su poemario Cronografías. Para ver la necesidad interna del reciente fruto solo basta escuchar las siguientes líneas procedentes de su tesis:
La reflexión nietzscheana se lanza a la realización de lo que podríamos llamar una poética del pensamiento en la que la dimensión artística de la escritura sea capaz de fortalecer la acción del pensar. (…) Nosotros entendemos que Nietzsche es el primer filósofo en incorporar, consciente y radicalmente, el gesto del escritor (…) a lo que se conoce como filosofía.
La obra de Ramos a lo largo de estos años no ha dejado atrás la impronta nietzscheana, caracterizada por la comprensión del quehacer filosófico como una tarea creadora, ligada al arte y consciente de su propia fuerza renovadora. Por otra parte, su poemario Cronografías, que bajo el signo de Píndaro nos recuerda lo inexorable del paso del tiempo, está lleno de memorias muy humanas, que en el poema titulado «Imagen» dan paso a otro tipo de memoria. En un constante juego de dedicatorias a través del poemario van apareciendo nombres y figuras más o menos identificables pero todas ellas se van vaciando, se van convirtiendo en escrituras del tiempo ante la imagen del mar. Leo el mencionado poema:
IMAGEN
Sin dejar que hoy
sea todavía
ayer
que será
el fervor de las olas
dedica a cada tarde
su memoria sin pasado
sola la noche sobrevive
los efímeros
pañuelos
el mar
insiste:
La noción de imagen o Imago será central en la reflexión que presenta La significación del lenguaje poético, donde se expone que: «La imagen poética –llamémosla en adelante Imago– ni queda fijada en lo que se dice ni concluye con sus silencios.» (p. 167). La imagen como el mar insiste y pervive en una memoria sin pasado, memoria ya no meramente cronológica, devoradora de nuestras pequeñas empresas y sudores, sino una memoria fuente, una memoria común como el logos de Heráclito:
Un poema, digno de ese nombre, es la actualización de toda la tradición poética. La actualización es lo que se cumple y realiza a la manera de una conmemoración. Y lo que se conmemora es justamente el esfuerzo, a la vez común y singular, del acto poético. El fenómeno poético, no importa cuál sea su época, es siempre contemporáneo. (§ 44).
La significación del lenguaje poético conmemora esta memoria sin pasado, donde insiste el esfuerzo, ola tras ola, sin cesar, de los aciertos y extravíos de los seres efímeros que somos. Escribe el poeta José Lezama Lima, para quien también es central la noción de imagen, que: «El cuerpo es la permanencia de un oleaje innumerable, la forma de un recuerdo, es decir, una imagen.» (Paradiso). Pero para cristalizar la forma de un recuerdo en medio de ese mar que insiste debe acontecer un acto tan antiguo como novedoso, tan mítico como urgente, tan íntimo como alienante: la inseminación. En palabras del Canto de la locura de Francisco Matos Paoli: «…me viene desde lo alto / la saciedad mundana de morir / hasta volcar la imagen en la airada / razón», para más tarde añadir: «Si no enloquezco ahora, / ¿qué será del semen de la imagen?». El poema se vuelve cuerpo amoroso, utilizando las palabras de nuestro autor, como condición indispensable de su gestación:
…para que aflore el lenguaje de la poesía, el acto poético ha de traducir la experiencia del cuerpo en la señal de un alumbramiento: es el momento seminal que posibilita la germinación del poema. La experiencia del cuerpo se transforma entonces en el cuerpo erótico del poema. De ahí que el sema sea de hecho el semen que fertiliza el cuerpo del poema. (§1).
Las nociones de imago y sema evitan una lectura que reduzca el poema al signo lingüístico e indagan en lo que de aliento hay en la poesía pero si hay una noción clave en esta transformación del signo lingüístico es la de metáfora. La traducción que Ramos lleva a cabo de la clásica definición de Aristóteles (Poética, 1,457), suena del siguiente modo: «la metáfora es la irrupción del nombre ajeno» (§ 59). Influenciada por los estudios del lingüista Roman Jakobson, esta traducción permite a Ramos insistir en la «alienación estructural del lenguaje» (p. 168). La metáfora permite asimilar lo disímil, aunar lo que categóricamente sería un error, en una frase cargada de sentidos, de expresividad, no ya del capricho y la fantasía sino como espejo del tránsito de la vida, de la constancia de dukkha (insatisfacción) y de la persistencia de la belleza. Por eso la deslealtad hacia la condición humana de aquel que se burle del mito y de la poesía, sería como burlarse de la muerte y de la locura.
«Difficilia sunt explicatu poetarum vocabula.» («Difícil de explicar son las palabras de los poetas.»), nos dice uno de los epígrafes del libro. Diríamos con Spinoza que «todo lo excelso es tan difícil como raro» («Sed omnia praeclara tam difficilia, quam rara sunt.»). Es a partir de esta dificultad y de esta rareza que Ramos se adentra en la palabra poética. La palabra de Spinoza siempre es bienvenida cuando se trata de conducir nuestra vida hacia una mayor alegría. Siendo seres finitos y singulares, la única manera de pasar hacia una mayor o menor potenciación es a través de las vivencias afectivas. Son tres elementos los que definen lo que es un afecto para Spinoza: en primer lugar, una afección corporal, una modificación de nuestro cuerpo, una simple percepción, un roce, un vestigio; en segundo lugar, la representación mental que de modo simultáneo la mente produce de esta modificación corporal y tercero, y más importante para entender el calado ético de la realidad afectiva, la posibilidad de potenciar u obstruir el despliegue de lo que somos. A Spinoza no le eran ajenas las palabras de los poetas, entre sus libros, por ejemplo, encontramos obras de Quevedo y de Góngora. La filosofía de Spinoza le da la ocasión a Ramos de pensar cómo afecta un poema, su escritura, su lectura, su escucha, su comprensión, su actualización, a la experiencia de ser seres pensantes y deseantes. El poema –como los afectos– nos coloca en la encrucijada, donde el pensamiento dualista tiende a escindir, a separar en ámbitos distintos. Con esto en mente, Ramos sugiere que: «Resulta mucho más fecundo y correcto partir del supuesto de que pensar y sentir son parte de una única experiencia, tan múltiple en sus vivencias como integral en sus ordenamientos, gracias a lo cual se configura el arte y brota la poesía.» (p. 175).
Si hay una clave para entender lo que de integrador e integral trae la poesía a la vivencia humana, se juega en lo que nos parecen unas palabras preclaras de F. J. Ramos que también son una tarea y una bella liberación: «apreciar la transformación que de la vida afectiva realiza la escritura poética» (§ 61). Estas palabras se encuentran después del Arreglo de composición a la manera de una renga, que el autor compone con poemas de cuatro mujeres, Julia de Burgos, Antonia Pozzi, Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik, cuyas escrituras surgen desde el fondo de un sufrimiento cada vez más aislado, más difícil de sobrellevar, hasta que por medio de la poesía se convierten en ‘memoria sin pasado’.
Apreciar la transformación de la vida afectiva no es sencillamente una tarea de observador sino que es una tarea de alguien que está inserto en el duro antagonismo entre la servidumbre y la libertad. Hay un deseo de liberación en La significación del lenguaje poético que pasa, primero que nada, por la liberación de uno mismo. Una de las metas más claras y transparentes de este libro es liberar la poesía del primado de la subjetividad. Devolver la poesía a la vida misma. Tiene que ser raro y difícil referirse a una palabra que tanto por quien la escribe como por quien la lee puede quedar enredada en los recovecos de la identidad y de los fantasmas que nos habitan. La posición que defiende Ramos, sin imponer nada, solo exponiendo, invita a entender y vivir la poesía como «un alegre naufragio que se condensa en el fundamento abismal y, por ende, metafórico del lenguaje» (pp. 178-179). Este fundamento abismal parece apuntar hacia una contradicción pero es justamente aquí donde se sitúa el pensamiento de Ramos. Desde el primer volumen de la Estética del pensamiento nuestro autor ha venido señalando la ficción del fundamento, no su mentira, sino el agarre conceptual mediante el cual intentamos apoderarnos de lo real. En la estirpe de Nietzsche, de Spinoza, de Heráclito y de Buda, F. J. Ramos comparte un descentramiento del ser humano, el centro está en todas partes y en ninguna. Justamente es posible reconocer este exceso de lo real, este fundamento abismal, gracias a la eficacia de la metáfora como esencia o potencia del lenguaje, que sin reposo, en pleno naufragio, expresa su más honda naturaleza. El autor está convencido que esta eficacia metafórica no es meramente lingüística, –con firmeza se afirma que «La poesía no es sólo lenguaje» (p. 171)– sino que señala hacia el fondo exuberante e inagotable de lo real, de ahí, por una parte, el compromiso ontológico que acompaña a la metáfora, señalada en las siguientes palabras:
En tanto que esencia o potencia del lenguaje, la metáfora es la pauta ontológica que permite elucidar la unicidad primordial de todas las cosas y la singularidad irreducible de lo múltiple. De esta manera, una fuente llega a ser luna, la luna el ala de una mariposa, y el vuelo, la sombra de la fuente. (p. 179)
y, por otra parte, la centralidad de la metáfora para describir el quehacer humano cuando se propone como tarea el experimentar con los límites de la existencia:
El esfuerzo humano consiste en trasladar y traducir aquello que nos desborda y sobrecoge que es lo real. (…) El esfuerzo poético por excelencia consiste entonces en valernos de las palabras para liberarnos de las barreras que el propio lenguaje impone. (p. 169).
El naufragio es la metáfora matriz, la más cercana a describir la experiencia de lo infinito e ilimitado que descubre en cada momento aquel que se ejercita en la indiferencia o indistinción de los umbrales de la vida, la Adiáphora de la naturaleza (Estética del pensamiento II, 1, §13 y SLP § 63). El naufragio le sirvió a nuestro autor en el segundo volumen de la Estética del pensamiento para describir la noción de una naontología del tiempo como «el discurso que da cuenta de la insubstancialidad de ser-tiempo. De lo que se trata es, por lo tanto, del tiempo como naufragio de todo lo que llega a ser.» (EdP II, 2, Intro., p. 127). Esta apertura de la metáfora hace que las palabras sean «fulguraciones de lo infinito» y el autor recuerda insistentemente hacia dónde se quiere señalar mediante el signo de infinito que acompaña a cada parágrafo de las primeras dos partes de La significación del lenguaje poético. Esta expresión gráfica desemboca en el poema que nos enseñó a leer todo trazo, todo espacio, todo margen como el límite y el comienzo de una nueva constelación, en donde, además, podemos imaginar la página en blanco como un cuerpo de agua. No debe sorprender la traducción que lleva a cabo F. J. Ramos del poema Una tirada de dados de Stephan Mallarmé. Es «desde el fondo de un naufragio» que comienza la liberación de la palabra poética.
El nombre de todos está escrito en agua. Puede que la ilusión de la isla, del archipiélago, de las penínsulas y de los continentes forje la ilusión de permanencia. F. J. Ramos no está solo al pensar de esta manera, Nemesio Canales, como testimonio de una memoria contemporánea, nos dice lo siguiente:
Todo lo que hay de individualidad en nosotros es tan ilusorio como lo que hay de individualidad en la sombra con relación a los cuerpos y en la espuma con relación a la ola. (…) …así nosotros los seres humanos, a pesar de nuestras diferencias aparentes, no somos más que formas, imágenes plasmadas incesantemente por la Vida. Por consiguiente, no nacemos ni morimos, como no nace ni muere la sombra, ni la espuma, ni la imagen.
Es así que el élan spinozista que recorre el libro, como el reconocimiento del análisis estructural del lingüista Roman Jakobson y la centralidad de Stephan Mallarmé confluyen y conspiran en quitarle un peso de encima a la poesía y a las palabras sobre la poesía. Hay en la poesía algo muy preciado: una experiencia liberadora, por más que las condiciones de la liberación puedan llegar a ser devastadoras para el poeta –pensemos, por ejemplo, en Paul Celan– , se trata de dar cuenta de la vida misma: de la espuma, de la desesperación, del regocijo, a sabiendas que nada de esto ni empieza ni acaba con uno, que se trata de una experiencia singular pero común.
Pensar lo común implica también pensar la muerte. La confluencia de las aguas es también la confluencia del silencio y la palabra. Acudiendo a la potencia metafórica del lenguaje, dígase en honor de esta ciudad, que quizás no haya poema más significativo en nuestras letras que justo el momento en que la espuma del mar erosiona los confines del cementerio María Magdalena de los Pazzis. El mar insiste… Platón pensó la filosofía como una meditación sobre la muerte y ‘escribir es morir’ parece querer decir en ocasiones F. J. Ramos, pero sin peso tanatológico, sino entendiendo que reconocerse mortal y actuar en tanto que tal, con todo lo que esto implica, es rendirle homenaje a la vida misma. Ya en Estética del pensamiento III, nos habló sobre el encuentro con los límites que implica la escritura como una «dolorosa abdicación imaginaria del ego» (Excursus III: «El retablo del yo», pp. 60-63). Y transformando la meditación de la muerte en una meditación de la vida, afirma en el importante parágrafo 61 de La significación del lenguaje poético que: «el deseo de morir puede muy bien experimentarse como el deseo de querer ser y vivir de otra manera». La poesía no cede, pues, ante el subjetivismo, ni ante el narcisismo, sino que expone a quien escribe a las condiciones, a lo condicionado, de lo real. Por eso el lector de poesía es tan importante, porque tiene que llevar a cabo el trabajo de hacer relucir la fuerza de realidad que expresa un poema.
La liberación de la palabra poética de las redes de la subjetividad es lo que puede contestar la siguiente pregunta: ¿por qué la experiencia poética se identifica más que nada con la abdicación, con no tener nada en las manos? Abdicar de la aprehensión es aprender a amar. En el corazón del libro de F. J. Ramos se encuentra esta verdad: «Nada más ajeno a uno que uno mismo» (§ 66), de esta manera un escrito sobre la poesía se convierte en un tratado sobre el desposeimiento. Desposeerse de uno mismo para volverse mundo o dicho en palabras de F. Pessoa para ser «plural como el universo». Por eso la importancia de lo visceral en F. J. Ramos, como lo es el acto sencillo de respirar: «La vida de un poema, como la de los seres vivos, depende del aire que se respira.» (§ 3).
Si bien el lenguaje llevado al límite entre el concepto y la imagen en la escritura de F. J. Ramos se ve insistentemente marcado por la negación: lo infinito, lo ilimitado, lo innombrable, lo indefinido, lo indeterminado, lo indecible, etc., lo que se desea resaltar, entendemos, es que la poesía permite expresar algo más claro que ningún otro quehacer humano: la plenitud de la inmanencia como escribió hace muchos años el autor. Este punto es esencial para percatarse de las diferencias respecto del enfoque de Heidegger sobre la poesía y en general del pensamiento metafísico occidental con su insistencia en lo grave, en la carencia, en la recaída en la escisión entre esta vida y la vida del más allá, y la consecuente diferencia entre la vida humana y el resto del fenómeno vida. Ramos vuelva a ajustar cuentas con Platón, no solo convierte la meditación de la muerte en una meditación de la vida, sino que hace que la idea vuelva al seno de donde surgió: «Con la poesía la Idea platónica (eidos) retorna a la Imago, hasta fundirse con el movimiento inmanente de su multiplicidad.» (p. 170).
Aquello que pasa sin ser dicho y que se atisba en la importancia que este libro le brinda al recogimiento y al silencio no es algo ajeno a la existencia misma, es, por decirlo con Juan Ramón Jiménez, la poesía entendida como «lo inefable de la inmanencia». De la mano de la liberación de la subjetividad, este libro también presenta una segunda liberación respecto de la poesía, que se juega en emanciparla de la negación persistente y de la nostalgia de absoluto, conduciendo su comprensión hacia el pre-sentir, el sentir y hasta el anticipar o presagiar que la vida es más amplia que el ‘yo’, el ‘nosotros’ y los ‘otros’, que la vida se va graduando en umbrales, de distintas intensidades y fuerzas, desde el mineral hasta la hoja, desde una sonrisa a la lluvia. Por eso el giro una vez más spinoziano de cultura sive natura, que se encuentra en la tercera parte del libro:
…lo que llamamos «naturaleza» es, en realidad, una incesante actividad o energéia cuya profusión de formas, sean orgánicas o inorgánicas, genera las condiciones de nuestra aparición y desaparición. Desde esta perspectiva, la naturaleza es un artificio y todo artefacto no deja de ser una composición que emerge de la naturaleza; cultura sive natura. No se trata de confundir aquí lo que es creado por el hombre y lo que la naturaleza crea, es decir, la actividad propiamente humana y la no humana. De lo que se trata es de no perder de vista que todo acto de creación –poíesis– no puede menos que corresponder a una misma, única e inagotable fuente de actividad. (p. 169).
F. J. Ramos forma parte de esa estirpe de pensadores –como María Zambrano o Gilles Deleuze para limitarnos al siglo XX– defensores de la integridad de lo real y de los diversos cauces que tenemos para traer a palabra, darle palabra a lo real. «La lectura de un poema implica abrirse a la comprensión de sus silencios.», se expone en el primer parágrafo del libro, pero añadiríamos que lo mismo sucede con la filosofía, aunque los silencios de ambas dejan entrever cosas distintas. F. J. Ramos tiende a distinguir ambas experiencias sin dejar de exponer el esfuerzo de la filosofía por disimular su gesto escritural. La imagen poética no es el concepto y no tiene por qué serlo, aunque ambas experiencias remiten a un fondo común que Ramos identifica con el lenguaje, el trabajo y el amor (§ 15). Ante este panorama, entendemos que la filosofía tiene que hacer su tarea sin deslegitimar sino atendiendo a su propia floración. Ni juicio condenatorio ni confusión sino constante esfuerzo de labrador para respetar los límites, a sabiendas de que quizás cada límite no sea más que un camino trazado en lo ilimitado (to apeirón al decir de Anaximandro). Creo que hay una lección esencial de la filosofía: hay muchas maneras de amar y las más raras y difíciles son las más excelsas: amor a la sabiduría, amor intelectual de Dios, amor al destino, amor al mundo, amor al lejano en vez de al prójimo, por dar solo algunos ejemplos vividos desde la filosofía, y quizás solo sea desde esta distancia filosófica que esa forma de amor que es la amicitia puede ser una con la poesía como reza la dedicatoria del libro. La exigencia poética tal y como la describe Ramos está muy influenciada por la filosofía entendida de esta manera, desde este amor des-subjetivante y emancipador.
La estética del pensamiento como proyecto buscaba hacer camino para una nueva sensibilidad filosófica orientada por una tarea: hacerse con el movimiento del pensar y, afortunadamente para la salud del pensamiento, son diversas y múltiples las formas de pensar. Decíamos que en 1982, F. J. Ramos defendió su tesis de filosofía y publicó un poemario, treinta años después se reúnen las aguas y confluyen poesía y filosofía en La significación del lenguaje poético, desde la serena necesidad que brota de un peregrino agradecido.