Contratiempo en Xicago
Pero me adelanto. Tal vez deba comenzar en la biblioteca Rudy Lozano en la calle 18 de Pilsen. Lo que me llamó la atención fueron los juegos de ajedrez junto a las ventanas, pero lo que me llevó a esa casa de los libros no fueron los libros –de esos tuve suficiente en la casa de mi padres en University Gardens, algunos de ustedes sabrán a lo que me refiero– sino lograr acceder, luego de cuatro meses incomunicado, al mundo cibernético. Sin embargo, y contrario a lo que uno pudiera pensar de entrada, luego de escribir uno o dos emails, el mundo cibernético no tenía nada que me hiciera falta luego de cuatro meses sin él.
Fue de camino a la salida que me topé con aquel fino número de Contratiempo. Más flaquito que el San Juan Star en sus últimos días, pero sin anuncios, detalle que me hizo sentarme en una de las mesas vacías de ajedrez para ojear el susodicho. No fue hasta llegar a la contraportada que vi la promo del taller de creación literaria gratuito. Empleado, al fin y al cabo, por una empacadora de lechugas, este último detalle resultó ser clave.
Así fue que, gozando de esa deliciosa y divina desorientación que brinda toda ciudad novel, llegué a parar a la oficina de Contratiempo con mis dos tristes copias de mis quince minutos de fama. Quizás esos primeros cuatro desoladores meses en esta gélida urbe sirvieron para que el taller se convirtiera en mi nuevo grupo de apoyo. Nunca me imaginé que Contratiempo, tanto la revista como la organización, se convertirían en una especie de oasis cultural en español en el océano ignoto de Chicago. Tampoco pensé que tantos otros habían llegado, y seguirían llegando, igualito que yo, soñando con guayabas, mameyes y torres de cristal. Poco a poco el taller me devolvió lo que Segunda Vida me había robado: la pasión por la palabra.
Y ahora que Contratiempo se prepara para celebrar su edición número 100 –un verdadero dinosaurio en el árbol genealógico de revistas culturales en español en los Iunayted Esteyts– no puedo sino dar gracias a Ostiamundo por esta confluencia latina en medio del midwest norteamericano. Uno pensaría que con tanto latino acá en el norte, este tipo de revista abundaría, pero la realidad del caso es que no tenemos que ajustar los algoritmos de Google para cerciorarnos de que naca, nacarile del oriente para los hispanoparlantes que habitamos estas latitudes norteñas.
Cinco años más tarde y ahora pertenezco a la junta editorial, y si alguien sospecha que tanto elogio proviene de un instinto de auto-promoción, pues sepan que la única razón por la cual Contratiempo ha podido publicar 100 números es porque los artículos y la gran mayoría del trabajo necesario se hace sin remuneración alguna, «por amor al arte» es el término legal, si no me equivoco. Pero con más razón Contratiempo merece el apoyo de los hispanoparlantes pillados entre las tres costas, y cuidado si el de los del mundo entero.
¿Por qué será tan difícil establecer una revista cultural en español por estos lares? Cabrá la redundancia de que la isla es una propiedad de bienes raíces de USA, así que aplica también allá. Al parecer la única manera es con puros donativos intelectuales por parte de escritores y artistas, una realidad triste y pandémica, pero harina de otro costal, como quiera que se vea. Algún día suficientes de nosotros haremos coro para que esto no sea así y se le pueda pagar, aunque sea de manera simbólica, a los colaboradores.
En lo que eso pasa, no obstante, siento la necesidad de participar en Contratiempo siempre que pueda, de la misma manera que tantos otros, para que exista una publicación en español para todos aquellos de nosotros que queremos cultivar el español en tierra ajena. Y ojo que no digo exclusivamente, porque si es verdad que cierto tipo de acento facilita ciertas cosas, a la hora de la verdad este no es mi país y toda esta gente que me rodea no son mis paisanos.
Acá los gerundios pierden fuerza y poder de persuasión. Acá lo que nos une es el vernáculo, ya sea del rancho, la pampa, el golfo o el mogote, y es por eso que Contratiempo ha logrado lo que tantas otras publicaciones no han podido. Yo que he batallado con eso que llamo Huevo Crudo de cariño, sé en carne propia lo que es luchar contra viento y marea y como quiera ahogarme en plena vista de la orilla.
Tal vez por eso sonrío cada vez que leo el título de la revista. Si existe la justicia poética, estaré sonriendo por lo menos por 100 números más.