Coraje
La estudiante dijo: tengo coraje.
Contesté: yo también.
Sentí el golpe de agua en los ojos.
Uno de los habitantes dice, mirando a la cámara, mirándonos, con infinita tristeza: cuando lleguen los barcos de rescate, no encontrarán nada ni nadie.
Sabemos que toda la ecología planetaria está conectada, pero si usted tiene muchos chavos, el apocalipsis aún se le figura lejano, evitable. Incluso, usted puede volverse capaz de hacer más chavos con el nuevo negocio “verde”. A veces –y esta es una de ellas– hay que decir las cosas y ya está, sin ay benditos: si usted es esa persona, es usted un asco de persona.
Las hermanas en el documental se desgarran: una decide irse y la otra quedarse.
Es lo mismo en nuestro archipiélago. No hay soluciones fáciles porque no hay deliberaciones genuinas. Quedarse o irse: ambas “opciones” son producto de la coerción y recetas para la muerte, material o simbólica.
En ciertos círculos académicos caeré fatal por lo siguiente, pero estoy en ánimos de decir dos o tres cosas sin miramientos, para que la escritura sirva, al menos, para eso. La celebración indistinta de toda diáspora como proceso posmo de movilidad constante, identidades líquidas, fluidez de la subjetividad y dale que es tarde, es repulsiva. A no ser, otra vez, que usted tenga muchos chavos y pueda, por tanto, fluir, las diásporas de nuestros países explotados, colonizados, contaminados, ninguneados, militarizados, son violentas, forzadas, desgarradoras. Se llaman control poblacional. Se llaman genocidio. Se llaman mano de obra neoesclava. Se llaman poblaciones desperdiciables, basuras, meros daños colaterales. No, no y no se llaman identidades líquidas, cosmopolitas, posmodernas y qué cool.
Ante la deliberación falsa, yo me quedo. Mi muerte no será más ni menos noble que la de quien se va. Pero más vale que, mientras morimos, vivamos todxs con las dosis suficientes de coraje y de llanto como para no seguir alimentando un sistema político edificado sobre el desgarro de las hermanas de Takū y de Puerto Rico.