Cuerpoespín: The [Belly (Dance) Flop] of an Architect
–Jean Baudrillard, The Ecstasy of Communication
Popcorn
Sujeto de despliegue y objeto de consumo, el cuerpo del arquitecto se impone con la im(propiedad) de su presumida misión estética, como object de luxe, como colección de muñecas rusas, como burka velada velando. Los velos de ese cuerpo, en el Caribe riqueño, tienden a mantenerse estáticos, imperturbables al viento, cual si la brisa esquivara –o estuviera obligada a esquivar– la materia que ese cuerpo porta. Sin brisa tocante, el opus colectivo se presenta como mudez, desligada de su propia narración, intentando la creación de un cuerpo común que le proponga, le establezca y le asegure raciones y relaciones de silencio y le procure inmunidad a las palabras del otro. Uno dentro del otro, comfort y gracia. Elaboradas matryoshkas que se consuelan en la comodidad de su confección.Pero resulta ser un un tanto inaudito: un cuerpo reñido con las palabras que enmudece ante el registro de sus propias vocales, como si su visualización y multidimensionalidad material le impidieran el tomar parte en los debates públicos de alguna plaza cualquiera. En medio de la polis caribeña, el ideal es el voiceless architect, la manufactura de un performance que exige la casi total adhesión a la rendición, el cierre, la clausura. En el momento en que el cuerpo del arquitecto entra en su proceso de manufactura colectiva –como este momento– se interna en el proceso de las prohibiciones. La arquitectura acalla a su propio cuerpo colectivo, en protección, en pre-emptive strike de silencios. Es un performance paranoico. En boca cerrada.
Diría Kenneth Paradis que hay algo de eso que llama «the persecutory phase of paranoia -that perceived reality is an illusion (or worse, a deception) and that the truth of things is shaped by an invisible and hostile force».1 Ese es el performance mismo de la anti-osadía. La paranoia, sabemos, puede ser eminente, febrilmente creativa. Y en el juego de las representaciones públicas, concede la posibilidad de ganar adeptos, si es que se juega bien el juego. El juego que no le concede espacio a la percibida hostilidad es el juego que se ha jugado en «la era del ego», la modernidad. Incrustados en la cómoda burbuja que asemeja la de las wooden dolls, los arquitectos velan y celan y callan. La creación paranoica es celosa de sus detractores, pero quizás más de sus pares, pues una palabra suya bastaría para hacer rodar la edificación del ego y lograr que esa frágil house of cards sienta la brisa y sus consecuencias.
La contestación a la ansiedad personal es la consensualidad grupal. Intentar que sus vagas y venerables palabras sean consensuadas. La pretendida uniformización de la lenguarquitecta mecaniza la ya silenciosa práctica de la boca cerrada. Sin la libertad de hablar sobre los demás, se vuelven más precarias las líneas de comunicación, regentadas por el hechizo de otro espejismo: la fortaleza de la profesión. No hay persecución posible sin convencimiento y certeza. La creación dentro de la paranoia es el tema de Paradis. Pero la construcción de un paraíso perdido en estructuras de silencio pierde de vista que la cosa es la palabra.
En su extenso diálogo sobre el ojo y la palabra, los veres y los saberes (Writing and Seeing Architecture, en ese orden), el arquitecto Christian de Pontmarzac y el escritor Philippe Sollers argumentan que el arquitecto debe, tiene que refractarse, repopularse de palabras.2 La arquitectura se somete diariamente a un escándalo posible, a la descripción constante, al murmullo, y a la intervención de esos lugares que necesariamente exigen una crítica constante del otro que arquitecto no es y del otro que sí lo es, un rugido que puede ir a favor o en contra de las expectativas personales o profesionales. Al mostrar las espinas que le provocan las palabras francas que se asumen como incomprensión, dificultad o ignorancia, el cuerpoespín que se defiende de espejismos avanza herido, hiriente, hiriendo. Queda verlo actuar, pasar, crear en su performance, mientras se come popcorn, en la pantalla de sus imaginaciones, cual maravilla cinesilente.
Besos y redundancias
La carrera del arquitecto se recorre en performances audiovisuales. Toda mudez es y será castigada. Una tabla de procedencia seudoacadémica que circula en los circuitos Fecebookeanos consigna que la carrera de arquitectura es la que más horas de estudio requiere, sobre los colegas ingenieros y los artistas y los periodistas y los historiadores. Sobre todo el mundo. Esa carrera de carreras al parecer la gana la arquitectura, que se siembra en la fertilidad mental y física de los conceptos que –antes y después de todo– son palabras. Poder criticar y criticarse y aceptar esas críticas es lo que les da el pase a la vida después de sus estudios. Ese rito de pasaje, esa entrada al mundo profesional, al parecer se entiende como licencia de redundancia.
Las instituciones se valen de su redundancia, la pulen, la perfeccionan en sus silencios. Los gremios la utilizan como estrategia. La portan como escudo, blasón de vanidades, frente a amenazas inexistentes. Y a veces hasta rechazan los abrazos, los toqueteos y los besos que reciben de otras disciplinas. Resisten y resienten los roces con la arquitectura, a menos que sean ellos los que se acerquen, seduzcan y ofrezcan el beso primero.
Sylvia Lavin escribe sobre la transdisciplinareidad en Kissing Architecture, y lo que esa zona de romance y deseo con la disciplina de la arquitectura –no siempre con sus practicantes– ha desencadenado. Ese beso que ha sido profundo, no siempre mutuo y casi casi vedado. Quizás es que esa proximidad al deseo de otras disciplinas más verbales confunde la materialidad que la arquitectura desea. Pero el beso se ofrece: «The kiss offers to architecture, a field that in its traditional forms has been committed to permanence and mastery, not merely the obvious allure of sensuality but also a set of qualities that architecture has long resisted: ephemerality and consilience».3
Otras disciplinas, otros saberes, han abierto la puerta ante la imagen que la arquitectura diseña para si misma, aunque la ecuación de ese romance todavía necesita calibración. Dice Lavin que aunque «architecture’s sense of disciplinary inferiority ultimately derives from the antique pyramid that placed language and poetry at its lofty apex and building amid the mud and toil of the ground», las cosas han cambiado.4 Pero todavía la sensación de quién quiere o puede dar el beso primero (el arquitecto o ese otro) es un dealbreaker. Lavin quiere que se suelten amarras. Olvidar quién acaricia primero, dejarse ir. Hay que hookearse. El grajeo se impone: «Architecture can expand its affective range –and therefore its consequence– by hooking up with more cultural players».5
Que otros besen la arquitectura, soplo o lengua al aire, no convoca a los arquitectos a pronunciar declaraciones de amor hacia ese otro. Y sí se impone el reverso -la hostilidad defensiva de la paranoia, y el silencio. Lips are sealed, and not sealed with a kiss. La dicción no es la adicción del arquitecto en su genus portoricensis, y a partir de ahí es necesario insistir que la no-respuesta de la arquitectura a sus amadores es en sí un acto definido («Clearly, it will be possible to say, and it will be true, that nonresponse is a response»6, aunque también una acción descalificante. Cuando el sujeto nombrado mantiene una necesidad de silencio –velada o no– que conflije con una de las más públicas de las profesiones, surge la privacidad que se esmera en calificar, cuantificar, eslabonar, jerarquizar a los otros. Esa también es la carrera de un arquitecto. La meta es llegar –a algún sitio, a algún reconocimiento– en soledad, sin tocar a nadie. Inaudito, nuevamente, que se prefiera llegar sin necesidad –y más que eso: con la quasi veda– del hablar y el escribir.
Moverse al frente: La danza de un movimiento traficada con ajustadas y estéticas sunglasses, con gríngolas. Hasta el hipismo abraza a la distancia ese concepto. Y así el Arquitecto, tras latigazos a diestra y siniestra, gana el clásico. Su líder, su cómplice en busca de su alineación y triunfo sobre el territorio, montado sobre su lomo, consigue el triunfo que le otorga la distinción deseada: «El nativo de tres años Arquitecto tuvo una carrera perfecta al avanzar desde la cuarta posición durante la primera mitad de la carrera y dominar antes de entrar a la recta final e imponerse en la edición 35 del Derby Puertorriqueño, que a la distancia de 1,700 metros se efectuó este domingo en el Hipódromo Camarero representando la primera pata de la Triple Corona de nuestro hipismo».7
Hasta el ejemplar que porta un homenaje de nominación se comporta con las características que a veces en demasía evidencia su homónimo humano. Se fuga, se escapa, no toca, no roza. No quiere ser descalificado. Y deja detrás, a la distancia, a los que sólo corren desprotegidos por la insutileza de sus nombres. «Ya en plena recta de llegada, Arquitecto se encargó de escaparse al frente hasta lograr ventaja de siete cuerpos al cruzar la meta cronometrando un minuto 46 segundos y 31 centésimas (1:46.31) para la distancia luego de que la carrera tuviera fraccionales de :25.26, :49.82, 1:13.80 y 1:39.48. En la segunda posición finalizó Pasto Seco seguido por Victoriado, Copioso, Commander Chris, Kristian Detenido, Mr. Lancelot y Bayuyito».8
Llega al límite de su victoria ese Arquitecto. Pero, ¿qué espacio, qué cavidad en el mundo quiere ocupar, llenar, desbordar en su performance el arquitecto antes de llegar al borde, al límite de todo? ¿At the edge, en el límite, antes de que todo se acabe? Quizás tiene que buscar en los pliegues silenciosos de su propio cuerpo, en los ocultamientos de su performance-como-arquitecto en busca de un pleno de vida. Edward Porter insiste que Merleau-Ponty tiene algunas respuestas. Dice que triunfa en el delicado balance entre el todo y la nada, y «manages to evade the trap of having to choose between plenum and void – that ultimate ontological binary that has held thinkers from Parmenides to Sartre in its thrall».9 Dice Merleau-Ponty: «the fabric of possibilities that closes the exterior visible in upon seeing the body mantains between them a certain divergence. But this divergence is not a void, it is filled precisely by the flesh as the place of emergence of a vision, a passivity that bears an activity – and so the divergence between the exterior visible and the body».10
Es en la autoridad presumida del arquitecto-como-performero que se pierden las palabras dentro de su carne, en el «uncomposable and uneasy mixture between [the] flesh… and the world’s flesh».11 En los pliegues de la carne y las palabras que los pliegues ocultan. En la pasividad que es actividad que es el performance del silencio. Entonces, quedaría claudicar a las matryoshkas y los velos, para decidirse por fin a aceptar los besos, explotar en verbalidad, en oralidad, y resolver la crisis del arquitecto que todavía va en busca de su éxtasis, desapalabrado.
A la casa
En 1926, Wittgenstein, laborando como maestro de primaria en una villa de Austria, acepta la sugerencia de su hermana de colaborar con el arquitecto Paul Engelmann para diseñar y construir una casa para ella. Ya Wittgenstein había declarado que después de su Tractatus de 1918 todo problema filosófico había sido resuelto, así que no sentía necesidad de retomar la palabra para operar sentencias. Comenzar a colaborar con Engelmann fue lo mismo que hacerse cargo del proyecto. Así hizo. Engelmann salió del diseño, y en los tres años que tomó la construcción de la casa Stonborough -Wittgenstein, el filósofo se mantuvo ejecutando sin apalabrar.
En 1929, tan pronto la casa estuvo terminada, Wittgenstein salió rumbo a Cambridge, a escribir. El performance de Wittgenstein, arquitectando en solitario, apresuró su re-encuentro con las preguntas que ya creía contestadas. El principio del amor filial y la casa construida le convocaron luego a un nuevo registro de lenguaje, «the mediation between the subject’s interiority and the publicness of language»12 En su obra post-arquitectecto-solitario, Wittgenstein acoge al lenguaje como espacialidad. La palabra es redoblada: importa aquí entonces la sagacidad de su utilización, el intento de transgredir y habitar el lenguaje como una nueva casa, retomada. «By advancing a philosophy of the everyday use of language in which language does not function by either describing reality or masking it, the Investigations approaches language as an engages practice inseparable from the ‘form of life’ it at once produces and represents.»13 Y si la arquitectura lo devuelve a considerar la palabra, su performance como arquitecto deviene oralidad sobre el lenguaje, y el espacio que presenta y representa.
La inseparabilidad del lenguaje de la forma también es la emancipación del cuerpo hacia la palabra. Otro performance de autocrítica e intensidad, un cese de espinas. Hasta el momento, la anatomía absoluta –espacio y lenguaje– no es la anatomía del arquitecto. La acumulación de ansiedades y silencios se lleva en el vientre.Quizás la más inquietante imagen de esa acumulación de silencios sería la travesía de un hombre y su anatomía del final de su vida -en el vientre de un arquitecto. La cavidad es el vientre para Peter Greenaway, que en lujo riposta con The Belly of an Architect (1987), un sueño-pesadilla difícil de olvidar. En la cima de un deseo, y sin saber que fracasaría, Stourley Kracklite, arquitecto, ya está hinchado de rumores, obsesiones y pecados, de una falta de fidelidad, y de una relación complicada con la palabra, sobre todo. El cuerpoespín hinchado de Kracklite, su vientre enfermo, asusta. Ha sido soñador y simulador. Termina con fire in his belly. Con illness in his bellly. Y palabras. Es Kracklite la anatomía arquitecturada del illness as metaphor.
Sólo quiere fama, adulación y ofrecer un homenaje. Es en este tercer renglón que echa mano a las palabras. La película no las contiene todas, pero Greenway narra que el nudo de Kracklite, su legado, es la correspondencia, las palabras que le escribe a su ser inspirador. La correspondencia, las 124 postales que Kracklite le envía a su adorado Etienne-Loiuis Boullé, a la última dirección que de él se tiene, «the last known or imagined Paris address, to the Quai d’Anise on the Rue Réaumur, the last of his buildings still standing in the city».14 Queda el rastro apapelado de la relación homenaje que lleva a Kracklite a su pacto personal con las palabras para otro. Y, penosamente, sin el beneficio de la lectura por el destinatario. Las postales nunca llegan, interceptadas por los enemigos del atribulado arquitecto.
Pero en la correspondencia, en el mish mash de palabras, en su remix, en los colores, está la fuerza –»la fuerza de la heterogeneidad», la llama David Wills– la que conmina, contamina, combina arquitectura y cine y escultura y reproducción tecnológica y escritura. «That is what the mutual and originary contamination of one medium by another –architecture by sculpture, cinema by writing– signifies, namely the structure of adjunction, construction…»15 La contaminación por el otro como la narración verdadera. Eso es el performance. Su beso hondo. Nada se narra si el cuerpo –individual, colectivo– se construye a carreras, a nado, a nado pleno, sin respirar, hocico en meta, a latigazos, oídos cerrados, panza en piscina.
«Say it’s 1958, you are the wife of a famous poet, and it is your turn to have the Partisan Review gang over for drinks and barbed conversation. Maybe the line from Delmore Schwartz’s poem (“All poets’ wives have rotten lives”) runs through your head as you finish the grunt work of the hostess: emptying ashtrays, dumping half-eaten food into the trash, piling up as many glasses as you can carry to the sink. If you are Elizabeth Hardwick, your husband, Robert Lowell, is most likely passed out drunk or off having an affair-slash-breakdown with another woman. If the situation is the latter, he has renounced you and your daughter, Harriet, for a fascinating creature he suddenly cannot imagine living without, or he’s in an institution of some sort to treat the manic depression that inspires these cyclical acts of renunciation and affirmation.»
–Lisa Levy on Elizabeth Hardwick
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Aquí, leyéndote, hoy, mañana :
«el tiempo no termina; siempre estamos en la eternidad que nos asusta, que nos es insoportable. Entonces necesitamos dividirla. Hoy es el día de una forma final; el último día del año; la tierra le dio otra vuelta al sol, la tierra completó un ciclo; el mismo ciclo eterno y a la vez tan distinto, tan único. Hoy retornamos al principio, hoy volvemos al génesis, hoy nacemos y morimos. Hoy llegaré muerta al día de mañana sin que la muerte me asuste; hoy quiero vivir mi muerte de mañana, mañana me transformaré en pasado y seré tiempo».
–Mara Negrón, Las ciudades que (no) existen
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Steven Pinker, A History of Violence.
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«Más allá de la oreja, existe un sonido, la extremidad de la mirada, un aspecto, las puntas de los dedos, un objeto: es allí a donde voy.
La punta del lápiz, el trazo.
Donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de alegría, otra alegría, en la punta de la espada, la magia: es allí a donde voy.
En la punta del pie, el salto.
Parece la historia de alguien que fue y no volvió: es allí a donde voy.
¿O no voy? Voy, sí. Y vuelvo para ver cómo están las cosas. Si continúan mágicas. ¿Realidad? Te espero. Es allí a donde voy.
En la punta de la palabra está la palabra. Quiero usar la palabra “tertulia”, y no sé dónde ni cuándo. Al lado de la tertulia está la familia. Al lado de la familia estoy yo. Al lado de mí estoy yo. Es hacia mí adonde voy. Y de mí salgo para ver. ¿Ver qué? Ver lo que existe. Después de muerta es hacia la realidad adonde voy. Mientras tanto, lo que hay es un sueño. Sueño fatídico. Pero después, después todo es real. Y el alma libre busca un canto para acomodarse. Soy un yo que anuncia. No sé de qué estoy hablando. Estoy hablando de nada. Yo soy nada. Dsepués de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre».–Clarice Lispector, «Es allí a donde voy»
- Kenneth Paradis, Sex, Paranoia and Modern Masculinity, SUNY Press, 2007, p. 1 [↩]
- Christian de Pontmarzac y Sollers, Philippe, Writing and Seeing Architecture, University of Minnesota Press [↩]
- Sylvia Lanvin, Kissing Architecture, Princeton University Press, p. 5 [↩]
- Ibid 10 [↩]
- Ibid 22 [↩]
- Jacques Derrida, p. 17 [↩]
- Tommito Muñiz, «Arquitecto domina el Derby puertorriqueño», Noticel, 26 de mayo, 2012, http://www.noticel.com/noticia/124562/arquitecto-domina-el-derby-puertorriqueno.html [↩]
- Ibid [↩]
- Edward S. Casey, «Looking around at the Edge of the World» en Alberto Pérez-Gómez y Stephen Parcell, eds., Chora Five, McGill-Queen’s University Press, 2007, p. 171 [↩]
- Ibid 170 [↩]
- Ibid 170 [↩]
- Nana Last, Wittgenstein’s House: Language, Space & Architecture, Nueva York: Fordham University Press, 2008, p. 3 [↩]
- David Wills, Prosthesis, Stanford University Press, 1995, p. 180 [↩]
- David Wills, Prosthesis, Stanford University Press, 1995, p. 180 [↩]
- Ibid, 202 [↩]