De cómo el ladrillo se transforma en flecha amorosa
Presentación de Escrituras en Contrapunto
“Y tú te vas a leer el libro completo”, me dijo una niña de unos 9 años en el café Loto de la calle Loíza una mañana de agosto tras un largo escrutinio de sofá a mesa que había incluido revoloteos de aprendiz de espía a mi alrededor con el ojo que intentaba descifrar aquel monumental objeto. Sí, le dije, me lo pienso leer completo. ¿Te gusta leer?, le pregunté. No, prefiero jugar. Ante la mirada piadosa de la niña, regresé mi mirada al volumen. Pasaron los días y continuaba mi peregrinación urbana con el objeto de lectura. “Válgame, espero que esté bueno”, me dijo la mesera dominicana de un restaurante de Río Piedras, a lo que añadió que ella leía también novelas “goldas”, especialmente si eran románticas. Cuando le dije que el libro era de ensayos abrió los ojos y contestó. “¡Suelte con eso!” He ido a distintos espacios públicos con este objeto literario que algunos llaman cariñosamente “el ladrillo”, incluida una de sus editoras aquí presente, recibiendo todo tipo de reacciones del sujeto común que van del escepticismo —a mi capacidad de leer un libro tan grueso; sorpresa de que realmente quiera leerlo, y compasión al yo testimoniar que me dedico a estudiar el tema del libro y que por tanto sí lo voy a leer completo, con gusto.
Me convocan a esta celebración para hablarles de una “cantidad hechizada”, como diría José Lezama Lima. Cantidad que atrapa las miradas de los caminantes y convoca a la interpelación de quien lo transporta. La cantidad contiene dos matrices “Realismos y literaturas de la extrañeza” y “Relación de la literatura puertorriqueña con otras literaturas y artes”.
En esta ciudad “post-letrada”, como la llaman Urayoán Noel y Aurea María Sotomayor, el sujeto común interpela mi deseo de lectura abarcadora, como un excedente, un vicio, y al libro como una roca que nadie quiere cargar, que nadie sabe con qué se come. Cuando nos referimos a que un libro es “un ladrillo”, no nos referimos únicamente a la extensión, sino sobre todo, al hecho de que el peso de leerlo caiga sobre el lector. Pensamos en su cubierta, que nos muestra un mural hecho en alguna calle de Río Piedras, en un taller de acción artística para la comunidad. El mural muestra en cubierta una zona que combina elementos de Río Piedras y Viejo San Juan con la Torre de la Universidad. Si observamos la imagen, el pueblo que la rodea parece sobrepuesto, dibujado a colores. La torre sobresale como estructura antigua, sobre el empapelado que la subyace, como en una obra de René Marqués.
La representación de la torre, calco fotográfico de la estructura (al que alude Malena en sus palabras de la presentación de LASA publicada en 80grados), tótem de esta micro-ciudad nos habla según nos dice del deseo “de ser habitable en el paso de sus tribus por el tiempo y el espacio vasto” como Torre de Babel. Como contrapunto a esta mirada, pregunto si el deseo de la torre es este—ser habitada por la tribu— ¿cuál el deseo de la tribu, regada a los alrededores de este faro, cuyo reloj, como gran ojo, acaso nos evoca a un cíclope, a otro monstruo?
Lo que sabemos de la tribu es que ataca al ovni (ver imagen de portada), que además ocupa el espacio tridimensional de la estructura. Otro sujeto, en la contraportada (o habría que decir contrapuntada) apunta enmascarado con una resortera hacia el ovni, o acaso, hacia la torre misma donde yace el deseo de tribu.
En la versión de la “Fábula de Polifemo y Galatea” de Luis de Góngora, el monstruo lanza ardido en celos (“celoso trueno”) una roca para aplastar a Acis, a quien acaba de ver amando a Galatea. Tanto en el mito de Ovidio como en el de Góngora, Polifemo/el faro/la torre aplasta a Acis con una roca. Sin embargo, en la versión de Góngora se produce una transformación, acaso, que la roca se transforma en una flecha (“Con violencia desgajó infinita/La mayor punta de la excelsa roca”), haciendo que el gesto del monstruo capture también el de Cupido, por mediación de Galatea. En ese caso, ¿quién sería Acis? ¿El sujeto con el rostro tapado que apunta con la resortera hacia la torre? ¿Presenciamos la resistencia de Acis a volverse, eventualmente, río?
Quizás algo que transforma la roca (el ladrillo), en flecha amorosa, es regresarla a una exigencia de oralidad, en fijarnos cuál es la exigencia del encapuchado hacia la torre, una exigencia que pertenece a la esfera de la amistad, de la comunidad literaria, del espacio público y de la universidad, en el sentido derridiano, como aquel lugar que debe condicionar menos la libertad, exigencias que en estos tiempos no se incorporan con facilidad a la práctica intelectual. Qué nos dicen estos ensayos sobre el cuerpo, la palabra y el goce, dónde emerge mi placer como escucha, poeta, colega de esta comunidad, a qué movimientos de cuerpo y reorganizaciones del sentido invitan.
En “De estigmas ciudadanos: locura y monstruosidad en la literatura puertorriqueña”, Malena Rodríguez, también coeditora del volumen, nos habla de un ethos monstruoso para trazar una genealogía de lo abyecto, que no deja de abordar la dimensión económica de esta monstruosidad, porque “salirse del lugar asignado conlleva un castigo”. La monstruosidad va siendo narcotizada. Así, de la hasta ahora poco mencionada primera novela El monstruo de Manuel Zeno Gandía, sobre un niño deformado probablemente inspirado en el hito pictórico “El niño Avilés” de Oller, pasando por los personajes limítrofes que narran una historia decentralizadora de la narrativa de De Diego Padró y Marta Aponte hasta el ahora poco mencionado Estrategias de la Catedral, de Vanessa Droz, Rodríguez nos narra qué posibilidades se abren cuando lo monstruoso inaugura un nuevo goce.
En “Noticias de un país que desaparece: raros puertorriqueños hoy”, Juan Duchesne, nos habla del lugar de existencia de la literatura puertorriqueña como un excéntrico margen del margen, y en dicha experiencia una agonía de dar testimonio del mundo cuando no existe el asidero plural de la comunidad, cuando el testimonio que el lugar da es precisamente la desaparición del espacio. Para ello, nos ofrece hermosas lecturas de la obra de José Pepe Liboy, Lina Nieves, Eduardo Lalo, Aravind Adyanthaya y de Josérramón Melendes, en el caso de este último, si bien precia el texto entre esta comunidad de raros también señala, “su gran falla maldita”, la incapacidad de reconocer en su práctica poética al género femenino, “su contra aquelarre tan, demasiado, humano”, señala con tono desilusionado. Predomina en este ensayo la opacidad como ideal, y la claridad como virtud de la escritura, así como el gusto por hacer listas para caracterizar tendencias escriturales que también vemos en los otros libros de Duchesne.
En la lectura que hace Luis Felipe Díaz de “La obra de Pedro Cabiya en el contexto escritural puertorriqueño” el autor ubica la literatura de Cabiya como una que produce malestar, un malestar que agrada y seduce a cierto lector posmoderno que no será el lector tradicional. Su lectura de las últimas obras de Cabiya, La cabeza y Trance, publicadas a partir del 2007, en donde lo inhumano se ve inevitablemente asediado por las nuevas máquinas, con el fin de desafiar la formas de audiencia que dominan el espectáculo cultural, nos invita a preguntarnos por qué estas obras no han sido recibidas por la crítica como sus primeros libros de Historias, si será acaso esa “postmodernidad explicada como si fuera a niños”, que señala Luis Felipe, la que ya no interpela a los escuchas del nuevo milenio.
Y así pasamos a la sección “Relación de la literatura puertorriqueña con otras literaturas y artes”, sección que a la vez propone tres binomios temáticos: el cómo pensar no desde sino con lo canónico, el cómo se configura la historia literaria de la experiencia puertorriqueña y el cómo redistribuimos nuestra sensibilidad al pensar el paradigma de lo musical.
Los ensayos de Elidio La Torre Lagares, y Juan Gelpí, “Los dobles complementarios” de “En babia” y “La apropiación de las ficciones de Borges en la literatura puertorriqueña contemporánea” nos recuerdan aquello que decía el escritor trinitense C. L. R. James sobre la práctica escritural del intelectual caribeño como una que siempre va más allá de las limitaciones que buscó imponerle su educación colonial. La lectura de Elidio sobre En babia de José de Diego Padró se aleja del trazo de la antítesis de las influencias literarias para llevarnos al terreno de la pasión de la síntesis, experiencia de lectura en la que los proyectos escriturales de Poe, Lewis y Joyce no son calcados en la obra de De Diego Padró sino que La Torre busca el punto de intersección de sus preocupaciones y riesgos para integrar un proyecto mayor, el de la experimentación moderna con el género de la novela, y su distanciamiento del legado naturalista. Por otro lado, Juan Gelpí destaca cómo la obra de Borges, “no muy dada a representar lo erótico, generó en Puerto Rico reescrituras de un erotismo diverso” en la obra de Manuel Ramos Otero, Edgardo Rodríguez Juliá, Joserramón Melendes y Pedro Cabiya, llevándolos a una reescritura, “nada devota y fiel de la obra del escritor argentino”.
Los siguientes dos ensayos de los que hablaré “La promoción del cincuenta y la División de Educación de la Comunidad” y “Notas para una poética del performance. Pedro Pietri y el corpus de la poesía puertorriqueña” de Catherine Marsh Kennerley y Urayoán Noel, respectivamente, son de todo el corpus los que abordan en su crítica literaria la historia literaria. Si las artes prestan a las empresas de dominación o de emancipación “aquello que pueden prestarles, es decir, pura y simplemente lo que tienen en común con ellas: posiciones y movimientos de cuerpos, funciones de la palabra, divisiones de lo sensible y lo invisible” (Rancière, División 28), cómo ha sido la historia literaria de la experiencia puertorriqueña a través de la presencia de los cuerpos y de las micropolíticas de amistad. En el ensayo de Marsh Kennerley, que también forma parte de su libro publicado en el 2009 Los intelectuales y el proyecto pedagógico del Estado Muñocista muestra de manera novedosa las tensiones entre los espacios legibles e ilegibles del proyecto de educación popular de la Divedco. El trabajo de Marsh Kennerley sobre los intelectuales y artistas que trabajaron en el proyecto nos ayuda a pensar el terreno no siempre armonioso de la praxis, así como las diferencias radicales que distinguen a los escritores de los artistas plásticos que forjaron el canon cultural de estas décadas, y sentó las condiciones de práctica de las siguientes.
El ensayo de Urayoán Noel trae la atención a los procesos de incorporación de los poetas nuyorricans a “la gran familia de las letras puertorriqueñas” al proponer una lectura alternativa de la labor poética de Pietri que busca integrar texto y cuerpo dentro de un marco donde el performance emerge como una práctica autoreflexiva sobre la poesía y el cuerpo. “No se trata de si la poesía como performance es o no espectáculo, el asunto es ver cómo asume tal o cual performero su condición espectacular” y cómo podemos hacer justicia al trabajo de los cuerpos poéticos, que Urayoán llama “territorios poéticos no-incorporados” en nuestras prácticas de estudio y lectura, con lo que termina proponiendo publicaciones con materiales suplementarios y multimedios que hacen eco de lo que él mismo ha llevado a cabo en su poética a lo largo de estos años.
Los ensayos “La escucha de un cuerpo: notas para una teoría de la musicalidad caribeña”, de Juan Carlos Quintero Herencia y “Sombras son la gente”: representaciones raciales en las letras de Tite Curet Alonso” de Juan Otero Garabís, tienen en común que ambos regresan no solo a la práctica musical de la salsa, como punto de intersecciones inesquivables en el campo cultural, sino que ambos recurren al logos de Maelo, a la palabra de Maelo. Esta toma del logos de Maelo viene acompañada de una relectura de la poesía de Palés. Quintero Herencia cita a Maelo cuando dice haber nacido en la salsa y no entrado en esta, usando como prueba al argumento del siempre presente sonido del reloj de su casa en la Calle Calma como aquello que determinó la condición de escucha como condición sensorial específica. Quintero nos convoca a pensar el sensorium caribeño para desjerarquizar acaso lo visual ligado a lo textual y legibilizar la importancia de incorporar otros sentidos, el olfato y el oído, para desestabilizar lecturas fijas en el análisis de la experiencia poética caribeña. Otero Garabís, por su parte, también cita a Maelo para contextualizar la adquisición de visibilidad de la comunidad afropuertorriqueña durante los sesenta y setenta, ¿cómo habla la música de la raza? ¿Cómo habla la poesía de la música? En qué punto se cruzan y divergen estas visiones. Otero Garabís lee en las letras de la canciones de Tite Curet un espacio de contestación estratégico y liberador.
¿He regresado a la tribu? ¿Es esta la exigencia de la comunidad? ¿Que mi presencia dé testimonio de la disolución de la comunidad y simultáneamente me reafirme como escucha de esta? En este momento en el que la mayoría de los intelectuales de mi generación ni siquiera considera regresar dadas las condiciones de la universidad, en que regresar es aceptar la condición de monstruo precario, este momento en que cada vez nos desaparecemos mejor (Duchesne), ¿qué debe hacer la comunidad académica por sus escuchas, qué pueden hacer los cuerpos que conforman la crítica literaria por los cuerpos que leen la crítica literaria y que heredan y estimulan la vitalidad de su pensamiento? ¿Cómo transformar la roca aniquiladora que lanza el cíclope desde su Torre en flecha amorosa? Al leer esta selección tan llena de belleza y hallazgos, recordé también muchos momentos vividos con estos amigos, escritores y, especialmente, maestros, (ocho de los ensayistas han sido en algún momento mis profesores) a lo largo de estos últimos 15 años. Los editores de este libro han sido tres personas especialmente generosas en mi trayectoria. Tengo mucho que agradecerles. Reconozco en este libro el legado a mi comunidad, el esfuerzo rotundo de los editores y editoras en crear un acervo de ideas y pensamientos para los lectores del futuro. Este don desborda el borde. Lo que el poema exige es lo que la obra exige, antología de ensayos que nos invita, acaso, a atravesarla con todos los sentidos, con todas las escuchas.