De espaldas al mar
Me paro en lo alto de las murallas y observo el mar, la lejana línea del horizonte que tantas veces he fotografiado. Para los isleños, el océano puede ser un desierto. Todo o casi todo llega por él, pero a la vez ese espacio es infranqueable. Uno queda allí, sobre la muralla, en el límite de lo habitable, observando el punto más distante.
– Eduardo Lalo
La luna creciente está a punto de esconderse tras el horizonte del oeste, y por el este se asoma la Vía Láctea. Vamos a ver un carey anidar. Termino de prepararme en la oscuridad, hago varios dobleces al filo de mi pantalón para subirlo a la rodilla y así evitar mojarlo cuando camine por la orilla. Uso pantalones cargo fabricados en Indonesia, y una camisa fabricada en la India, ambos mercadeados por una transnacional de la cual una de sus filiales lleva por nombre “Banana Republic”, como una oda ofensiva a la colonización corporativa de los trópicos. Me pregunto si mi cámara habrá sido fabricada en Corea del Sur – mi abuelo fue veterano de la guerra allí, en los años ‘50 – o en Japón – destruido por dos bombas atómicas lanzadas por USA en el ‘45. Lo que tengo claro es que compré la cámara a una transnacional judía, dedicada a la venta de tecnología audiovisual, con sede en la Isla de Manhattan, Nueva York y me atormenta la idea de que mi dinero, sin yo querer, contribuya al genocidio del pueblo Palestino. Irónicamente, en esa zona que hoy se disputan a muerte Israel y Palestina, donde se masacran los sirios, iraquíes y todas las otras tribus, con la asistencia “quirúrgica” del ejército imperialista de Estados Unidos, y donde se encuentran los mayores yacimientos de petróleo del mundo, nació en la antigüedad el concepto de “comercio global”.Fueron los fenicios los que sentaron las bases. Un pueblo semita emparentado con los hebreos y los sirios, junto a quienes habitaba Canaán en la edad de bronce, una estrecha franja de tierra fértil acorralada entre las montañas y el mar Mediterráneo. Hoy esas tierras albergan el Líbano, la Franja de Gaza e Israel. En principio los fenicios eran un pueblo maderero, orientado a la agricultura y al intercambio, sus gentes se lanzaron al mar ante el desgaste de sus bosques de cedro, la erosión de sus terrenos agrícolas y la invasión del imperio persa que los sometió a fuertes tributos. El mar se convirtió entonces en su principal fuente de riqueza y en su hábitat. Cuenta la leyenda que en el 814 a.C., la princesa Dido abandonó con un grupo de seguidores la ciudad de Tiro. Huía de la invasión persa, los humillantes impuestos y su hermano, el asesino de su esposo, rey de los fenicios. Al norte de África, cerca de Túnez, fundó la legendaria ciudad de Cartago, y ésta pronto se convirtió en el centro de un imperio comercial y naval que compitió con los intereses comerciales griegos y más adelante los romanos.
Los cartaginenses fueron por ocho siglos los temibles y esperados “reyes del mar”; a través de ellos la clase privilegiada de Tartessos en el sur de la península Ibérica podía comprar camas egipcias a cambio del estaño de sus minas; o los nobles del medio oriente intercambiaban esculturas griegas por telas de su fabricación. Fueron los primeros en crear una orfebrería de gusto internacional, que hábilmente copiaba y mezclaba los estilos de las diferentes culturas mediterráneas. Establecieron por todo el Mediterráneo una ruta marítima respaldada por colonias, ciudades, puertos, minas, talleres de orfebrería y factorías, que le sirvieron para dominar el mercado del estaño, el cobre, el oro, las prendas, telas, vasijas y otros productos. Preferían las islas, por parecerles fortalezas naturales rodeadas de mar, su mayor aliado, y se asentaron en Chipre, Córcega, Cerdeña, Ibiza y Sicilia. Fue por el dominio de Sicilia que finalmente los romanos redujeron a cenizas la ciudad de Cartago en el 146 a.C., después de dos siglos de enfrentamientos bélicos.
Camino por el borde de la isla, el fin de la tierra, el Océano Atlántico golpea la orilla con ímpetu. A cada paso me hundo en la arena mojada, pesada con el equipo fotográfico. El cielo es espectacular en isla de Mona, hay tantas estrellas que apenas puedo reconocer las pocas constelaciones que aprendí a identificar en el cielo opaco de la isla grande. Reconozco a Escorpión y a Sagitario. Un cielo parecido a este, debieron observar los cartaginenses allá para el siglo 2 a.C. cuando fueron exterminados. Maestros de la navegación y la astronomía, inventaron el alfabeto, un sistema de escritura mucho más práctico para el comercio que los jeroglíficos o los ideogramas. De esta invención descienden el alfabeto hebreo, árabe, griego y latino. Irónicamente no quedó ningún registro de su cultura escrito por ellos, la historia que conocemos está contada por sus conquistadores, los romanos, quienes luego de esclavizarlos, se convirtieron en los próximos dueños y señores del Mediterráneo.
¿Quién contará nuestra historia? El libro “Our Islands and Their People” es un compendio de dos tomos de fotografías y narraciones de las posesiones insulares de los Estados Unidos y la gente que las habitaba para el 1898, cuando pasaron a su dominio. Nuestros antepasados son descritos en estas paginas como “el otro”, el “bárbaro” conquistado. A través de fotografías, narrativa y estadísticas, sus escritores hacen una evaluación de las ventajas económicas y geopolíticas de Puerto Rico para los estadounidenses, y un juicio valorativo del carácter de sus pobladores, su gobernabilidad y su posible americanización. Las primeras cuatro líneas con las que inicia el capítulo dedicado a Puerto Rico son el estigma institucionalizado del menosprecio a nuestras gentes:
“Excelso indolencia”. In the interpretation of this quaint solecism, as employed by the Porto Rico cavalier who accompanied me on my first stroll about San Juan, I recognized a thoroughly appropriate description of the serene old capital’s prevalent characteristic. Literally, the idiom signified “lofty indolence”, which translation, without detracting in the slightest from its current adaptability, I forthwith resolved into “sublime laziness”. Everywhere throughout the length and breadth of the city is the languorous, sedentary element emphasized, personified. – Our Islands And Their People, Chapter XIV, page 257.
Entre unas ramas de uva de playa anida la tortuga. Cava con sus aletas posteriores, luego deposita sus huevos, y los cubre con arena. Estudiantes de biología, uno boricua, el otro portugués, la iluminan con unas luces rojas para no molestarla, la miden y la identifican con un tag que emite señales al satélite para poder monitorear su navegación. Soy la única documentalista entre un grupo de fotoperiodistas; todos registramos conmovidos la hazaña maternal con nuestras cámaras. Una vez culminado el desove, la carey se arrastra veloz y torpemente hacia la orilla. Su periplo culmina ante nuestras cámaras cuando una ola la abraza y la traga, haciéndola desaparecer en la oscuridad de la mar. Siento una plenitud indescriptible y ancestral, a lo lejos en el horizonte negro del mar resplandecen sobre el cielo las luces de la ciudad de Punta Cana, República Dominicana.
La Mona es un paso importante entre nuestras islas. Hoy, por sus costas y aguas viajan isleños emigrantes de la República, Haití y Cuba, en busca de mejores oportunidades. Antes fue un rito de paso vital para el intercambio comercial entre nuestros taínos y los de Quisqueya. Está documentado que para 1517 en la isla de Amona había una comunidad taína de unas 157 personas, que como muchas durante la colonización, fue esclavizada y forzada a abastecer de casabe los asentamientos españoles de la región de Mayagüez. Durante el año 1524 se registraron desembarcos de 85 toneladas de casabe en las costas orientales de la Isla Grande, además de maíz, habichuelas, pimientos, camisas de algodón y hamacas. Todavía hoy el canal de la Mona es un paso importante para el comercio global. Inmensas barcazas atraviesan el Caribe desde o hacia el canal de Panamá cargadas de furgones repletos de objetos fabricados en masa, a costa de la esclavitud moderna en todas partes del mundo. Puerto Rico se convirtió en custodio de este paso. Entre el antes ancestral y el ahora inmediato, esta isla y su canal también fueron un enclave comercial vital para piratas, contrabandistas y los criollos de nuestras costas.
En palabras de Eduardo Lalo, la mar es un desierto; a mí en cambio me gusta pensarla como la frontera líquida donde empiezan todos los caminos. Sin embargo, es cierto que como isleños y habitantes de un archipiélago, nuestra relación con el mar es algo tímida. Casi pareciera que estamos secuestrados entre las 9 millas náuticas que conforman nuestros mares territoriales y la tierra firme. En nuestro imaginario, más que isleños, somos turistas eternos, con acceso “premium” al edén. La playa es ese lugar paradisíaco al que siempre queremos regresar, y en el que soñamos vivir. Tan es así que el frenético desarrollo industrial de los ‘50 nos legó el hábito de construir paredes de edificios que privatizaron el acceso a la playa y borraron de nuestro paisaje cotidiano la mar. En nuestro afán por situarnos lo más cerca de la playa, en el confín de la tierra, le dimos la espalda al mar. Hoy la acelerada erosión costera empieza borrar la playa misma, esa franja de arena que nos separa del mar y principal atracción del turismo. El avance sediento de las olas amenaza con tirar abajo las opulentas construcciones que han sido símbolo del progreso económico de los últimos 50 años y que le dan un aire continental a nuestro entorno. Hoy, las playas llenas de escombros son símbolo de un modelo económico en decadencia. El nuevo paradigma es abrir ventanas al mar.
La noche en isla de Mona no termina aún. Ahora caminamos bajo la Vía Láctea hacia la playa de Sardinera que está junto al muelle. Vamos a documentar la “cobada”, un espectáculo natural que ocurre una vez al año, tres días después de la segunda luna nueva a partir del solsticio de verano –la Noche de San Juan–, según nos cuenta Tony, el oficial de manejo de la reserva. Hace unos años planificamos con una pareja de amigos mexicanos radicados en Puerto Rico un camping en Isla de Mona, con un grupo de excursiones del Sierra Club. El viaje se canceló abruptamente dos días antes de zarpar. Un rayo le cayó a la lancha donde viajaríamos y quedó fuera de servicio por allá, con un grupo de excursionistas que fueron rescatados por el Coast Guard. Era noviembre, teníamos todo listo para la aventura así que cambiamos de isla y nos fuimos a Culebra. Allí montamos campamento cerca del tanque de guerra corroído en Playa Flamenco, monumento a la ocupación militar de Culebra como campo de tiro del ejercito imperial. Entre las muchas conversaciones que tuvimos bajo las estrellas, arrullados por el mar, rodeados de restos del juego militar, surgió una pregunta que no olvido y para la que todavía busco respuesta. ¿Por qué es tan difícil conseguir pescado local en Puerto Rico?
¿Por qué? Me inquieta la respuesta: las pescaderías y los muelles de pescadores son rudimentarios y pobres. Están hechos muchas veces con tablas rescatadas y madera vieja, rota, mientras las marinas privadas de yates de lujo proliferan por nuestras mejores bahías. En tres de cada cinco restaurantes, cafeterías o kioscos donde pregunto si tienen pescado de aquí, la respuesta es “no”. En los congeladores de los supermercados, los pescados son de Tailandia, Japón, Chile… Es como si los pescadores puertorriqueños fueran una especie en peligro de extinción, al igual que los manatíes, las tortugas, nuestra economía y nuestra cultura.
En Culebra, el paraíso insular por excelencia, la mayoría de los negocios de alquiler de scuba, snorkeling, kayaks y lanchitas privadas son estadounidenses, al igual que la mayoría de los restaurants de alto estándar, hotelitos originales, y algunas casas de alquiler. La mayoría de estos gringos no hablan español. Los negocios de transportación como el alquiler de carros y las guaguas de transportación colectiva son de culebrenses, así como los pescadores, los constructores, los capitanes y tripulantes de las lanchas que conectan la Isla Nena con Fajardo. Algunas casas de alquiler, hoteles con ambiciones continentales y la mayoría de las casas de veraneo son de puertorriqueños, extranjeros “puertorriqueñizados”, o especuladores de “real state”. Estos tres grupos no se mezclan más allá de los servicios que se prestan y reciben unos de otros. Esta observación está basada en mi experiencia personal, invito a expertos a investigar a profundidad estas relaciones, pues en Vieques ya empieza a repetirse el fenómeno con sus singularidades. La mayoría de los hoteles, así como los restaurantes en el barrio Esperanza son de estadounidenses que no hablan español. Los viequenses siguen marginados, ahora económicamente. Pasan en sus carros, con el reggaetón en volumen alto reclamando el territorio. Como en la Isla Grande, la tendencia de algunos jóvenes ha sido montar negocios de distribución y venta de drogas, que pagan más de siete pesos la hora y te permiten una corta pero “digna”. La criminalidad es efecto directo de nuestra marginación. Es como una manifestación suicida de rebeldía.
Allí, en Vieques, en tiempos de la desobediencia civil, parada sobre la loma del campamento de los estudiantes, vi amanecer con la luna menguante palidecer y desvanecerse tras el horizonte del este, para luego atestiguar fascinada el nacimiento de las siluetas tenues de las islas de Santo Tomás, San Juan y Santa Cruz – la Islas Vírgenes, también colonias de Estados Unidos. Sentí el llamado ancestral que debieron sentir nuestros antepasados arahuacos. Ese impulso de lanzarse al mar para explorar la otra orilla. Allí también encontré un medio timón que todavía me acompaña.
Miles de cobas –cangrejos ermitaños hembra– de todos los tamaños, cubren como un manto movedizo de caracoles, con sus palancas violetas y anaranjadas, la superficie de la empinada y porosa pared de piedra caliza que separa la meseta de Amona de la playa de Sardinera. El sonido delicado de miles de caracolas chocando entre sí, o cayendo y rodando, es la melodía de la urgente peregrinación femenina para la reproducción de una especie – fascinante – de nuestros litorales. Al contrario de los cartaginenses, los griegos y su cultura sobrevivieron al arrollador paso de las falanges imperiales romanas. Su cultura por alguna razón, no solo resistió ser borrada, sino que además helenizó la cultura romana que se fue expandiendo por todo Europa, África y Medio Oriente. Así la mitología, filosofía, arquitectura, teatro, literatura y creencias políticas griegas sobrevivieron hasta hoy desde su puño y letra. Sin embargo, la cultura romana todavía hoy es la base de las democracias imperiales de los países de occidente, y de las lenguas romances. Cuando vencieron a los cartaginenses no eran navegantes, encontraron una nave encallada de sus enemigos, la desmantelaron y construyeron una flota imitando la tecnología de ésta; así fue que finalmente pudieron derrotarlos. La marca concreta del dominio romano sobre el paisaje conquistado estaba en la ingeniería de sus ciudades, acueductos y calzadas. Estas obras se construían una vez los habitantes del lugar eran doblegados. A sus ciudades les seguía su estilo de vida.
Conocí Roosevelt Roads trabajando como P.A. – production assistant, el rango más bajo en una filmación – en una serie estadounidense llamada The Big C. La serie trataba a grandes rasgos del viaje que emprende una mujer casada en busca del sentido de la vida, al ser diagnosticada con cáncer terminal. Entre las escenas que se filmaban fuera del hotel El Conquistador, estaban las de la protagonista rescatada del mar por las redes de un pescador local – el cliché de un pescador. El actor que hacía de pescador era mexicano, no puertorriqueño. Me chocaba la caracterización del mismo, el vestuario, la decoración de la lancha, su acento, así que decidí enfocar mis pensamientos en el lugar que nos acogía. Esta ex base militar yace sobre las costas del este de Puerto Rico, zona que fue refugio para la resistencia taína después de la sublevación de 1511. Según los registros del municipio de Naguabo (2001) en el año 1513, el cacicazgo del Dagüao organizó una invasión a la capital de la isla, la villa de Caparra. En este ataque sorpresa al poblado, los indios quemaron casas, la iglesia y la residencia del obispo. Ante las amenazas constantes de la resistencia taína y la necesidad de mano de obra esclava para explotar los recursos de la isla, las autoridades españolas ordenaron la fundación de un poblado en esta zona. Se escogieron 50 hombres para el nuevo asentamiento que recibirían como incentivo tierras para el cultivo y la ganadería, posibilidades de practicar la minería del oro cerca de la Sierra de Luquillo, mano de obra esclava, provisiones de pan de casabe y armas. Santiago del Dagüao permaneció poblado apenas un año.
Durante el transcurso de los próximos cinco siglos, el área de Ceiba y Naguabo fue trinchera de la resistencia taína; una vez dominada por los españoles fue ocupada por hatos de ganaderos y de agricultores; deforestada por la industria maderera y a través de su puerto se contrabandeo y se exportó nuestra madera a las otras islas. Finalmente, en el siglo XVIII las autoridades monárquicas españolas promovieron la instalación de haciendas azucareras y la demolición de los hatos ganaderos, para acabar con el contrabando de los criollos. En el 1940, ante la amenaza que representaba la Segunda Guerra Mundial a los intereses económicos estadounidenses que transitaban por estos mares rumbo al Canal de Panamá, se expropiaron las cinco haciendas azucareras, los pescadores y todos los pobladores que ocupaban la zona donde se construyó la base. El cemento usado para su construcción hizo rica a una de las familias más poderosas de Puerto Rico de la época y el presente. Nuestros abuelos cuentan que para ese entonces era común ver submarinos alemanes rondar por nuestras costas del Caribe y el Atlántico, y en las noches había que tapar con mantos negros las ventanas para que no se vieran de afuera las luces. Mi abuela llegó a trabajar en la censura, hoy Archivo Histórico de Puerto Rico, tachando ciertas palabras y frases de las cartas que se enviaban a los soldados puertorriqueños en el frente de batalla y viceversa. Los suministros de comida se hicieron escasos por el asedio de los alemanes y la alimentación del creciente ejército de los Estados Unidos.
La base fue abandonada en el 2004, gracias a la presión internacional que el movimiento de desobediencia civil de la mayoría de la sociedad puertorriqueña ejerció para liberar a Vieques de las prácticas militares del ejercito estadounidense. Allí todavía queda su basura tóxica. Los cayos bombardeados son chuecos testigos silentes de su máquina de destrucción. El índice de cáncer en Vieques es el más alto de todo el archipiélago boricua. Han pasado 10 años desde nuestra hazaña, cuatro administraciones desde entonces han propuesto cuatro planes maestros que no se han puesto en marcha. Seguramente gracias a Atabey, Yemayá, las sirenas y la virgen del Carmen. La mayoría de estos planes no plantea una verdadera diversificación económica de la zona y nuestro archipiélago, más bien copian el ya decadente modelo de desarrollo económico “such is life” que nos enajena de la mar. Todos los planes han propuesto condo-hoteles de lujo con marinas para yates privados, de las que hay 18 en todo Puerto Rico, el 75% de estas en la zona Noreste de la isla. En estos días se recibieron nuevas propuestas para este pueblo fantasma, yo quiero desovar algunas ideas aquí.
El mar es el tesoro de las islas y el porvenir de los isleños, sin embargo por una extraña razón los boricuas hemos dejado de mirar el horizonte líquido como un sendero: le hemos dado la espalda. Desde su liberación, la antigua base ha sido la sede de filmación de diferentes películas y series vinculadas al mar de alguna manera, la última de estas, Crossbones, estuvo nueve meses instalada allí. Esto ha sido así por varios factores: Roosevelt Roads ofrece dos ventajas principales, acceso fácil y facilidades para la instalación de campamentos industriales de filmación; además de paisajes marinos hermosos, una naturaleza silvestre y salvaje, un puerto inmenso en una bahía protegida, con vista a un horizonte limpio como si estuvieras en alta mar. No considerar en los planes de redesarrollo la actividad económica que orgánica y continuamente se ha generado en esta zona desde su liberación es desaprovechar la oportunidad de transformar nuestra economía y la del área este. Pero voy expandir la mirada más allá del horizonte, como alguna vez el Almirante Cristóbal Colón hizo y proponer todo un ecosistema económico con el mar como eje.
¿Por qué nuestros pescadores no pescan más allá de nuestras aguas territoriales, o de las aguas nacionales de Estados Unidos? ¿Por qué hay pescadores japoneses en aguas internacionales del Caribe y no hay pescadores boricuas en aguas internacionales del Pacífico Oriental? ¿Por qué no tenemos una marina mercante que surque los mares transportando nuestros productos de ida y trayendo productos de vuelta? ¿Por qué no somos el centro del Caribe en la reparación y construcción de barcos? ¿Por qué llegan cruceros internacionales a nuestros puertos y un crucero boricua no visita los puertos de otros? ¿Por qué nuestros arqueólogos submarinos no descubren los tesoros históricos que esconde nuestro archipiélago? ¿Por qué nuestros fotógrafos submarinos no trabajan para National Geographic o la BBC? ¿Por qué no estamos haciendo nuestros propios documentales submarinos? ¿Por qué nuestros capitanes y capitanas no navegan los siete mares, y los océanos?
Desde mi primera visita a la antigua base he comenzado a soñar obsesivamente con una “Escuela de Artes Navales y Ciencias Marinas del Caribe” que incluya programas de historia naval y escenografía para cine. Clases de navegación, pesca, tecnología naval, reparación, construcción de barcos y turismo náutico. Especialidades en buceo técnico, fotografía submarina y arqueología subacuática. Y claro, biología marina y oceanografía, áreas donde ya nos destacamos a nivel del Caribe y Latinoamérica, pues nuestras universidades y nuestros científicos son de primera. Lo próximo sería convertir a Ceiba, Naguabo y áreas limítrofes en centros para el desarrollo de estas industrias, artes y ciencias, generando nuevos ecosistemas económicos. Es fácil soñar, el reto es poner en marcha un sueño. Lo comparto par ver si lo soñamos junt@s.
Son ya las dos de la madrugada, el manto de cobas todavía no llega a la playa. Los fotoperiodistas están fatigados, llevamos tod@s más de 21 horas despiert@s, esperando el evento. Poco a poco se van rajando. Junto al último que resiste tomo unas fotos de larga exposición de la Vía Láctea en su apogeo. Luego de dos horas empieza a llegar el manto de cobas a la arena. El último fotoperiodista no aguanta más y se retira a dormir. Quedo yo con personal de Recursos Naturales. Hablamos para resistir el sueño. Aparece la constelación de Orión en el cielo. Ya se ha puesto la Vía Láctea y Escorpión, quien según la mitología grecorromana no comparte el cielo con Orión por haberle dado la picada mortal. Son ya las cuatro, y el manto de cobas empieza a llegar a la orilla del mar. Preparo la cámara y la luz tenue para poder captar el momento. Es casi imperceptible, parece un simple accidente provocado por las olas. Las cobas se acercan a la orilla, se meten hasta donde el ir y venir de la ola es una caricia en la arena – como en la canción de Silvia Rexach – y la ola las cubre por completo. Allí esperan un rato y de momento se dejan ir, la ola las revuelca haciéndolas girar como una vuelta de carnero. En ese momento sueltan la hueva, lo que se ve es una arenisca negruzca chorrearse a su lado por la arena cuando la mar se retira. Así sueltan su cría, a merced de las olas. Un poco más adentro en la arena saltan la cucarachitas marinas tratando de comérselos y ya dentro del agua peces hacen su ronda depredadora. La coba sale del agua y emprende el largo regreso a la meseta.
Hace años escucho de la mítica cobada, pero es la primera vez que tengo el privilegio de atestiguarla. En pocos lugares de la isla todavía se observa este ritual de reproducción del cangrejo ermitaño, que debió repetirse a lo largo de toda la isla por muchos siglos. La idiosincrasia colonial de depredación comercial amenaza también la subsistencia de esta especie. Hay cobos que se refugian en vasos y basura plástica ante la ausencia de caracoles en la arena. Como ellos, nuestra subsistencia está amenazada. ¿Seremos borrados de la historia como los fenicios o los taínos? ¿Dejaremos algún legado más allá de ser el oscuro recuerdo de otro pueblo exterminado por sus sucesivos colonizadores? ¿Qué legado habremos dejado a la humanidad cuando nuestra cultura ya no exista? ¿Seremos como los españoles del 1492 d.C. y los estadounidenses del 1783 d.C. reproductores del espíritu imperialista de explotación ambiental y colonización cultural? ¿O desde este hermoso rincón rodeado por la mar, intentaremos cambiar la historia? No con una guerra más para la lista. Evidentemente hasta ahora ese no ha sido nuestro impulso colectivo. Si no con una cultura de inclusión, defensa de los derechos humanos y auto sustentabilidad. Las posibilidades son nuestras, la isla es pequeña, el mar es amplio y nuestro espíritu es “taíno”, es decir, noble. Como grupo cultural hacemos muchas cosas para resistir y cuidarnos unos a otras que son poco reseñadas por los periódicos. Las ideas son semillas que florecen y dan frutos, como las cobas que depositan sus vástagos en la orilla, con la intención de que nuevas generaciones de cobitos emerjan del mar con sus caracoles a poblar la tierra de sus ancestros. Yo depósito estas ideas en esta red virtual de comunicación, entretejidas con palabras heredadas de nuestros ancestros taínos, africanos y españoles, a su vez descendientes del latín y de aquel antiguo invento fenicio, con la esperanza de que renazcan en las mentes ágiles de los cibernautas boricuas como acciones. Y no sean aniquiladas por los intereses de los depredadores imperialistas. A ver si algún día nuestros vástagos miran de frente al horizonte y vuelven a surcar los mares.