De la basura y el amor
Se trata de una historia de amor realmente. Y como toda historia de amor, comienza con la seducción: el brillo en los ojos, la chispa que llama a un cuerpo para que vaya al encuentro de otro…
Esta historia en particular comenzó un día de 1981 en la playa Cascajo en La Perla.
Había una celestina, alguien que facilitaría el encuentro, una amiga que le había dicho que simplemente tenía que ver aquella playa porque tenía una cualidad mágica: con los cristales en la arena parecía que brillaba. Y así fue que Nick Quijano llegó a Cascajo y descubrió los objetos que trajo el mar. Objetos que hoy aparecen como criaturas inesperadas en la exhibición “Basura”, exponiéndose hasta el 24 de febrero en el Museo de la Américas.
Romance de basura
Hay algo de romántico en las obras que componen “Basura”. Algo de romántico a lo Mary Shelley y su doctor Frankenstein trayendo criaturas a la vida armadas a base de partes obsoletas en una mezcla de obsesión, pasión creativa y sueños inesperados. Hay también detrás de las obras hechas a partir de basura resucitada, un lado más oscuro que si no llega por entero al horror, sí devela una advertencia o una pregunta urgente: ¿qué haremos con toda esta basura?
“El ser humano es el único que produce basura, todos los entes naturales producen cosas que se reutilizan inmediatamente,” dice Quijano. Cierto, pero el asunto es mucho más complejo y el artista lo sabe. La basura también tiene su ciclo, su circularidad y aunque la basura humana tarde más en cumplirlo al andar más alejada de los componentes orgánicos por dicha (o desgracia) de la inteligencia de estos monos locos que somos, eventualmente regresa a la tierra.
“Yo quisiera pensar que la basura tiene una connotación de que la tierra la traga”, dice Quijano. Es ahí, en ese “espacio híbrido” donde la basura habita “antes de que la tierra termine absorbiéndola y desapareciéndola” pero ya habiendo sido “intervenida por los elementos, por el aire, por el agua, por el fuego del sol” que el artista encuentra su objeto de trabajo, que es también el objeto seductor. “Lo lindo es que en ese camino hay una belleza intrínseca de la forma que tiene ese objeto y eso es lo que me seduce, lo que me cautiva. Yo lo encuentro bello”.
Entonces lo vemos: no se trata de un manifiesto ambiental con correspondiente sermón, castigo y agenda. Recordemos, se trata de una historia de amor. Y empezó con el brillo de los cristales en la arena. En aquel primer encuentro fue lo único que se llevó. Mas siguió regresando a Cascajo. Luego de los cristales fueron las porcelanas: desde cantos de lozas hasta pedazos de inodoro. Tal cual “crush” en su apogeo, no había espacio para la vergüenza–se valía todo. Y entonces llegaron las gomas, las suelas de zapatos y los plásticos, en fin, los hijos del petróleo. Con la atracción convertida en entrega comenzaba a faltar el espacio: “Empecé a crear como un basurero en mi techo, literalmente”.
Y poco a poco llegaron las exhibiciones, las pequeñas apariciones en público de quien tantea una relación: 1985 en Museo de Bellas Artes, 1992 en la Galería Botero y en Painwebber. Hoy, se reúne una colección de estas obras en un proyecto mucho más ambicioso: una exhibición de varios meses, armada con la ayuda confabuladora de más de una treintena de personas (muchos de ellos artistas reconocidos) y la integración de conferencias, talleres y presentaciones de otros proyectos en torno al tema de la basura. Aparentemente el amor es contagioso, o la basura es lo suficientemente seductora.
“Esa cosa voluptuosa de la basura”
Con una mezcla de emoción y entrega Quijano habla de su basura, esa que ha recogido, y sigue recogiendo, ya por más de 30 años. Cuenta de “esa cosa voluptuosa de la basura”. Palabras como “juego”, “belleza” y “seducción” salen de su boca. Resulta que la basura, así tan ordinaria y fácilmente olvidable como la pretendemos, tiene plástica. Tiene forma, textura, colores. Cada objeto, aunque haya sido descartado y abandonado a su suerte en el vaivén del mar, parece tener su personalidad, invita a cosas, sugiere, seduce.
Hay seducción en las formas del soldadito de juguete hecho manco por golpes del azar, en los colores tropicales de un canto de silla plástica, en la textura de las suelas de zapatos pulidas por el mar, en lo sugestivo de una chupadera de biberón. Hay algo en esos objetos, algo estético, y es lo que motiva a Quijano: “Cuando yo me pongo a pensar, yo me pongo a pensar plásticamente. Yo no me preocupo por lo que implica. No tengo una oración previa a dejar que esa imagen me llegue y lo acepte. Es como un acto poético”.
La mirada de Quijano a estos objetos encontrados parece devolverles su materialidad. Cuando algo se convierte en basura deja de ser todo lo que era antes para pasar a ser meramente basura. Ya no es juguete o utensilio, plástico o metal, blanco o negro, áspero o liso, si no simple y solitaria basura. Como si al ser descartado el objeto perdiera su fisicalidad para pasar a un plano abstracto de lo invisible. ¿Acaso no es precisamente la invisibilidad lo que proponen las principales formas de manejo de la basura propulsados en Puerto Rico? Basura invisible, escondida bajo el manto de la tierra en un vertedero, y basura “desaparecida” convertida en otra cosa a través de la incineración.
¿Más es realmente cierto? ¿Podemos realmente hacer desaparecer la basura?
Ya lo había dicho la física en una de sus leyes: la materia no se crea ni se destruye, cambia. Ahí parece radicar la raíz del asunto, el problema no es tanto que haya basura, la cuestionante no es como eliminar la basura, el problema es qué hacer con ella.
Para Quijano la respuesta a tal pregunta parece empezar a darse en recordar la basura y lo que implica. “Yo lo que quisiera es que el que visite allí [la exhibición] se quede con ese testimonio” el de la basura, el que parece declarar que “Hemos dejado una huella terrible y maravillosa” sobre el planeta. Mas la basura en “Basura” ofrece también otros testimonios más allá del de su propia existencia como basura que existe y es visible. Recordar la basura es también recordar lo que evoca. La basura, como objetos que algunas vez fueron utilizados, queridos, quien sabe si hasta amados, tiene sus historias, carga con memorias.
“Una suela de zapato, si uno escudriña, se da cuenta que es un testimonio; es una vida”, cuenta Quijano “esa suela es producto de ingeniería, de mercadeo, de diseño… O sea, hay toda una inteligencia previo a su utilización que es compleja. … comprende entonces gente que dedicaron horas en diseñar la forma, la maquinaria, el producto, cómo sacar ese producto del petróleo y convertirlo en una pieza para un molde, para a su vez convertirlo en una pieza de goma, en un taco, que a su vez se ata a un cuero, un plástico o un vinil, para que sea a su vez llevado a una tienda, que a su vez se mercadee, para que la gente lo desee, para que entonces lo compren, lo utilicen, lo desgasten, lo regalen, lo boten y terminen en mis manos. O sea, eso es una novela. Un testimonio total. Y eso es la mitad porque entonces está lo que esa persona dejó en sus afectos, sus emociones, su diario vivir. ¿Qué pisó? ¿Por qué calles anduvo?”
Y de repente la basura se nos aparece con historias, historias para contar e imaginar. Historias de personas individuales pero también del desarrollo de una sociedad.
Quizás es que ya empezamos a verla a través del lente del romance, pero a veces una mirada generosa le da otro color a las cosas. Hay voluptuosidad en la basura en sus formas, pero también en sus historias. Ciertamente hay voluptuosidad en su cantidad, en lo frecuente de su presencia. “Todo se va a convertir en basura tarde o temprano, a menos que lo rescate un museo” dice con mordacidad Quijano. Y nos entra la duda de si es chiste o profecía, pero nos quedamos con la esencia de la idea: la basura es inescapable».
A fin de cuentas aquello que parece rescatar a cualquier objeto de ser basura, o más bien, lo que detiene el devenir natural de un objeto en pasar de ser basura en potencia para convertirse en basura formal (lista para el vertedero, o el mar, tal cual las cosas) es su capacidad de incitar significado. O hiendo más allá, la capacidad del objeto de ser digno de ser recordado, sea por su utilidad o por el amor que las cosas, tal cual damiselas aparentemente inocentes, parecen ir incitando en nosotros a lo largo del tiempo. Ya lo había dicho Quijano en algún momento: “Todo es basura, lo único que queda es la belleza y el amor.”