De picos y espuelas: «Cría Brava»

Es lamentable que, sin un análisis previo de las implicaciones que la ilegalización de esta actividad va a traer a nuestra ya deprimida economía, escuchemos al gobernador Ricardo Rosselló vociferar que como Puerto Rico es un país de “ley y orden,” se va a acatar lo dispuesto por el Congreso sin tomar en consideración ni escuchar lo que tienen que decir los más afectados con esta determinación. Desde el verano de este año que se vienen discutiendo los cambios a este “Farm Bill,” ninguno de nuestros llamados líderes, entiéndase comisionada residente Jennifer González y compañía, han promovido una discusión seria sobre este tema. Mucho menos nos han defendido.
El juego de gallos no es una cosa de los otros días. Hay registros que ubican las primeras peleas de gallos con más de 2,500 años de antigüedad. En la Antigua Grecia eran consideradas las peleas de gallos como un deporte nacional y se han venido peleando gallos en prácticamente todas partes del mundo, con mayor prominencia en países como Indonesia, Tailandia, Filipinas, Bélgica, Francia, Inglaterra, España, México, Perú, Colombia, República Dominicana, Brasil, Cuba y, claro, Puerto Rico.
Sí, ya lo hemos leído, la industria de las peleas de gallos en Puerto Rico es millonaria. Se habla de que se generan más de 20 millones de dólares al año y se crean cerca de 23 mil empleos directos e indirectos. Según sostiene la exposición de motivos de la aún vigente Ley de Gallos del año 2007: “Esta importante industria genera cientos de millones de dólares, ocupando uno de los primeros puestos en la producción agrícola del país. Ejemplo de ello, son los casi doscientos mil gallos de crianza en Puerto Rico… A las más de cien galleras de la Isla, asisten anualmente más de un millón de personas, las cuales producen sobre los cien millones de dólares anuales en postas (apuestas), entradas, consumo de alimentos y otros. Estos números hacen imprescindible el fomentar esta industria de crianza de gallos de pelea,” cierra el párrafo.
El debate puede tomar otro ángulo y de pronto tenemos a un grupo de puertorriqueños defendiendo esta penalización federal desde el discurso de la protección del animal. Válido por demás que la argumentación tome a su vez este giro, pues sí, ciertamente esta actividad, nótese que le llamo actividad y no deporte, puede trastocar sensibilidades. Dos animales están en una valla (arena), se arrojan para que se desbaraten (no todo el tiempo mueren) y un montón de humanos gritan, los agitan, para que gane el más aguerrido y de ahí ellos (los humanos, claro) obtienen un botín.
La historia de las peleas de gallos en Puerto Rico siempre ha cargado con un velo de controversia. Unos líderes más comprensivos con esta forma de recreación popular, legalizaron y aprobaron el recaudo de impuestos ya desde 1770. Seis años después, en 1776, el gobernador español José Dufresne prohibió las riñas de estas aves por considerarlas una distracción para los trabajadores. Pero los gallos nunca se pararon de jugar. El clandestinaje se hizo la orden del día, como cuando se prohibió la producción y venta de alcohol en Estados Unidos de 1920-1933. En 1825, el también gobernador español Miguel de la Torre firmó el reglamento oficial para las jugadas de gallos que estuvo vigente hasta la invasión estadounidense en 1898.
Los nuevos dueños de la isla no hicieron más que llegar y prohibieron esta actividad, incluso, hablaban de las peleas de gallos con mucho desprecio por considerarlas entretenimiento “mundano” y de clases bajas. Sin embargo, con el sólido cabildeo del “gallero mayor,” el entonces presidente del Senado local, Rafael Martínez Nadal, o, como le dicen los galleros, el padre de la Ley de Gallos, el 12 de agosto de 1933 se legitimó esta práctica como un derecho cultural del pueblo de Puerto Rico.
Que se haya creado la Ley de Gallos trajo consigo que se regulara todo el quehacer que involucra la crianza y juega de gallos. En ese sentido, esta actividad cayó bajo la sombrilla del Departamento de Recreación y Deportes y se creó un reglamento. Las peleas van a tener un máximo de tiempo de 15 minutos, se estandarizó el uso de un tipo de espuela plástica, se reguló que antes de cada combate se tengan que limpiar los gallos para evitar que alguno contenga en su plumaje un veneno que vaya a afectar al contrincante, se establecieron topes para las apuestas, entre otras reglas.
Como sabemos, miles de familias puertorriqueñas viven de esta actividad. Hay personas de muchas partes del mundo que visitan el país para hacer turismo gallero o comprar huevos porque los “gallos finos”’ de Puerto Rico han logrado reconocerse como “buena cría” a nivel mundial.
Quien me lea creerá que defiendo ciegamente este entretenimiento porque tal vez vengo de una familia gallera y me crié dentro de este mundo. No. Yo hasta el año 2013 ignoraba mucho de lo tiene que ver con este mundo. Me aproximé a este ambiente por curiosidad investigativa, como documentalista para mi tesis de maestría en Savannah College of Art. Allí tuve que explicarles a mis profesores gringos que Puerto Rico era el último territorio estadounidense donde aún las peleas de gallos eran legales. Antes de Puerto Rico, estuvo Louisiana, donde se ilegalizaron en 2007. De esta forma, entrar con una mirada fresca y sin prejuicios a esta actividad, me hizo hacer empatía con su valor histórico en nuestra cultura. Pude presenciar de primera mano el rigor de muchos de estos galleros y galleras a la hora de criar y jugar sus animales. Como en la novela de Juan Rulfo, estas aves se convierten en los gallos de oro y son ubicados en un pedestal porque son los que han venido cargando mucho del sustento de tantos hogares puertorriqueños.
Una vez un gallero que entrevisté me dijo que ojalá nunca hubiesen existido las peleas de gallos, pero ya que existen y que forman parte de nuestra cultura popular, lo que hay que hacer es protegerlas, velar porque se sigan las normativas, reforzar, adaptar y actualizar las reglas con los tiempos existentes. En cambio, retomar el camino de la penalización sería exacerbar el clandestinaje y que no se salvaguarde la integridad de la práctica y de los animales. Aunque lo busquen evitar y se lance el estado con su cacería de brujas a la calle para multar y meter preso a los infractores, lo cierto es que no van a poder detenerlas. En el pasado otros lo intentaron y no pudieron. Lo que sí pasará es que la economía se va a deprimir aún más. En ese sentido, nos toca defender con pico y espuela nuestras habichuelas, nuestra cultura, en fin, nuestra capacidad para tomar nuestras propias decisiones.
Aquí pueden ver el documental «Cría Brava»
Duración: 18:17min
Año: 2016
Documental que examina la cultura gallística en Puerto Rico a través de la experiencia y trayectoria de tres protagonistas de esta milenaria actividad cultural que exacerba pasiones en la isla y en tantas otras partes del mundo.