De vuelta a «La antigua Sirena», de Tapia
La antigua sirena, de Alejandro Tapia y Rivera, fue la primera novela publicada por un autor puertorriqueño. Se adelantó un año a La peregrinación de Bayoán, de Eugenio María de Hostos, publicada en 1863. El mismo Tapia no la llamó novela, sino “leyenda” y “alegoría”, pero por su trama y riqueza atmosférica es una narración novelesca. La actitud del autor ante su “criatura”, la insistencia en negarle parentesco con el género de la novela histórica, es desde luego significativa y merece comentario aparte.
Tapia hacía “tareas mercantiles” en La Honradez, una enorme factoría de cigarros ubicada en la plaza del antiguo convento de Santa Clara, en La Habana. En 1862 publicó El bardo de Guamaní en la imprenta El Tiempo, localizada en la misma calle de Cuba donde radicaba La Honradez, y dedicado a José Susoni, el propietario de la fábrica. El volumen incluía todo lo escrito por el autor hasta entonces: teatro, poesía, biografía, ensayo y narraciones, entre ellas La antigua Sirena.
Esta novela escrita en Cuba por autor puertorriqueño, y ambientada en Venecia, seduce, de entrada, por su traición a cuanto se espera de una novela fundacional. Importa entender ese gesto de invocar una ciudad distante y ajena para narrarla.
Las Venecias: heterotopías
Ante el palacio del Dux, el narrador de La antigua Sirena confronta sus lecturas con el deterioro prosaico de la ciudad:
No podía conformarme con que en la ciudad de las aguas se pudiese caminar siempre por tierra; ni con que en la patria de lo fantástico y poético se viviese al estilo prosaico del continente. Habíame fingido, como tú lo habrás hecho, para Venecia, una vida extravagante, sin descripción ni paralelo posibles, y completamente extraña a las de las demás ciudades… El canto y la poesía eran inseparables de los canales con todo aquello de trajes vistosos, mascarillas y músicas magníficas (Sirena, 11-12).
La patria de lo fantástico y lo poético se alza sobre motivos pintorescos: máscaras venecianas, gondoleros gallardos, regatas, aristocracia decadente, muertes horrendas, calabozos, intrigas y mujeres tan dominantes como deslumbrantes. Es una página arrancada a un libro, claro. Por esa misma raíz libresca, la Venecia de Sirena forma una red de lugares y fantasmas relacionados con la experiencia del autor.
La Venecia de la “tradición romancesca” puede leerse como un contra-lugar, acaso una heterotopía (Foucault). Esos lugares otros aseguran la estabilidad de los lugares familiares. Conforme al citadísimo texto de Foucault, heterotopías pueden ser tanto los espacios iniciáticos como los ámbitos dominados por las muertes grandes y pequeñas (la luna de miel de las “chicas de buena familia” de antaño; los cementerios; los archivos que acumulan el tiempo, las ferias que lo derrochan; los teatros donde coinciden extraños; el cine, los manicomios, los asilos de ancianos). También las colonias pueden catalogarse como heterotopías compensatorias, donde se ejerce el poder a gusto; o, añadiríamos, donde el territorio ocupado se invisibiliza. La Venecia de La antigua Sirena, ubicable en el terreno de los lugares otros, conforma, de cierta manera, una heterotopía del poder reapropiado en la virazón que Edward Said llamó “voyage in”: un viaje hacia el centro del intelectual colonial que “se esfuerza por invadir el discurso de Europa y Occidente, mezclarse con él, transformarlo y obligarlo a reconocer aquello que ha marginado, suprimido u olvidado” (216).
¿Cuánto puede relacionarse esta rara primera novela puertorriqueña con la tradición de las novelas fundacionales latinoamericanas? La tensión entre forma y pensamiento, entre sensualismo y sistema, que se establece desde la carta prólogo de La antigua Sirena, coloca a este texto “escapista” en el corazón de polémicas cruciales en el tiempo de su escritura. La década de 1857 a 1868 fue antesala de la primera guerra de independencia cubana, de la maduración del movimiento abolicionista, de los efectos de la guerra civil estadounidense sobre el movimiento anexionista cubano. Además, son años de búsqueda de modelos institucionales y de gobierno en América Latina.
La antigua Sirena se publica medio siglo después de la celebración de las Cortes de Cádiz y de las declaraciones de independencia latinoamericanas, en un momento que parecía marcar el crepúsculo de la etapa revolucionaria y la necesidad de “poner orden” en los nuevos estados, afligidos, según Andrés Bello, por una “espantosa y larga anarquía”(Rojas, 190). Conviene situar este contexto de las nuevas repúblicas y las colonias residuales en el más amplio de la historia de España, donde la complicidad entre liberales y conservadores posibilitó una continuidad de gobiernos mediocres bajo los sucesivos ministros de Isabel Segunda. Los gabinetes de la decadencia imperial se empecinaban en mantener las colonias restantes y en recuperar galardones imperialistas a fuerza de despotismo e iniciativas insensatas, como la campaña de África (1859-1860), que entusiasmó a los intelectuales “domesticados” (Alonso, 62) y legó a los anales de la literatura una curiosa sátira orientalista de Galdós (Aira Tettauen).
Las lecturas del pasado en búsqueda de paralelismos que iluminaran el presente sentaron en buena medida las bases de la historiografía del siglo 19, así como de la novela histórica. Andrés Bello afirmaba su “pasión por la república en la que la educación cívica, como en la antigua Roma, era un medio destinado a la conducción política de los sentimientos” (Rojas, 195). Tapia escogió un imaginario veneciano sin cronología fija, pues según él, la época precisa de su narración podría ubicarse en cualquier punto de los quinientos años transcurridos desde finales del siglo 13 hasta la conquista napoleónica de Venecia en 1797.
Cuando el narrador se apropia de un espacio metropolitano en ruinas, el gesto puede calificarse no solo como una devolución de la mirada imperial, sino, incluso, como una devolución de la escritura concebida dentro de los márgenes de la voluntad imperial; como si desde las colonias regidas por leyes especiales, lugares excluidos del poder, fuera posible fundar el presente sobre el cadáver de una tiranía exótica. En La antigua Sirena, la exploración de Venecia como tópico político y literario tiende sus redes hacia la ciudad colonial, San Juan.
Intertextualidades
La novela de Tapia lleva notas al calce, epígrafes, y citas de Lord Byron, Quintana, Espronceda, Pietro Aretino y Pierre Antoine Daru, además de largas transcripciones de cantos populares venecianos coleccionados por Angelo Dalmedico, e incluso un epílogo interpretativo del propio autor. Fuente principal de sus rasgos tenebrosos es el texto que se considera fundador de la historiografía moderna sobre Venecia, y que fuera lectura de referencia de un liberal español afrancesado, como el Duque de Rivas, quien lo cita en su drama La conjuración de Venecia. Se trata de la “nunca bien alabada” (Sirena, 272) historia de Pierre Antoine Daru (1767-1829). Daru fue un militar, administrador y escritor francés que se desempeñó como comisario del ejército de Napoléon. La primera edición de su Histoire de la République de Venice se publicó en varios volúmenes, entre 1815 y 1819. El libro de Daru fundó uno de los grandes lugares de la literatura.1 Al decir de un historiador, con la victoria de las fuerzas napoleónicas la suerte de Venecia pasó de los políticos a los historiadores, del presente a la memoria (Povolo).
En el siglo 19, el antimito y la interpretación de Daru calaron en Lord Byron, Henry James, James Fenimore Cooper, Ruskin, Poe, Balzac y Nietzsche, para no intentar una lista exhaustiva. Tapia y Cooper mencionan a Daru como la suprema autoridad en asuntos venecianos. Esta lectura compartida explica las coincidencias entre la novela El bravo (1831), del norteamericano, y La antigua sirena: la figura misma del bravo, las regatas, los apellidos tradicionales venecianos. Tampoco es impensable que Tapia conociera la novela de Cooper, de la cual se publicó traducción en España en 1833. Vale mencionar que, así como Tapia propuso una interpretación política de su libro en clave alegórica, Cooper aborda el tema político y hace una apología de la singular democracia estadounidense en el prefacio a The bravo.
En contraste con la difusión del tema veneciano en las literaturas de Europa occidental y Estados Unidos, parece que fueron rarísimos los relatos ambientados en Venecia escritos por hispanoamericanos. Joan Torres Pou registra dos: la novela de Tapia y Atenea (1889), de Ignacio Altamirano, y añade: “La razón es bien simple, en Hispanoamérica las novelas obedecen en gran parte a propósitos específicos de la realidad nacional”. Si se extienden los lindes para incluir relatos ambientados en Italia, se suma una novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Espatolino (Madrid 1858). Ampliando aún más el campo a la literatura española, apenas una de las novelas históricas consignadas por José Ignacio Ferreras alude en su título a Venecia: Los cruzados en Venecia, de Agustín Azcona, publicada en 1837 (Ferreras, 76).
España, Nápoles, Venecia: territorios de otro Sur. La doble marginalidad de autores coloniales que contemplan desde los bordes la anomalía de un imperio decadente en el remolino de la modernidad evoca las propuestas de Delleuze y Guattari en Por una literatura menor. La frase, derivada de unas notas del diario de Kafka, se refiere a la literatura que un grupo minoritario “construye” en un idioma “mayor”, y da como ejemplo la escrita en alemán por los judíos de Praga. Esta literatura posee como característica un distanciamiento que constituye una forma de resistencia y ruptura con los dominios del padre. Es inevitablemente política, siempre llama la atención hacia la comunidad de procedencia y colectiviza el conflicto con el poder que en autores de sistemas literarios “mayores” se diluye en conflictos individuales.
Sobre este particular, es curioso que Tapia ubicara los géneros del romance y la leyenda (ambas, según él, variedades del cuento, que “admiten personajes, resortes e incidentes extraños al mundo de la realidad, como son los del invisible y maravilloso”) entre los “poemas novelescos de menor interés” (Conferencias, 252, 266). Esa literatura “de menor interés” se caracteriza porque el lector “se trueca en niño por acto voluntario y solo pide al narrador travesura en la invención, lógica relativa, gracia en la forma y bella naturalidad en la expresión. La fantasía del narrador puede adoptar, si le place, la prosa o el verso como forma, porque en su narración cabe todo lo hiperbólico y fantástico” (Conferencias, 267). Si bien la poética preceptiva de las Conferencias de estética y literatura apuesta a la trascendencia de la “gran obra”, de esta descripción que hace Tapia de una literatura “de menor interés” se traslucen otros afectos entrañables. Desde estos extremos el joven autor deslindó un campo literario como quien interpreta todos los instrumentos de una orquesta.
(Fragmento de un trabajo extenso sobre La antigua Sirena).
- “Pierre Antoine Noél Daru’s Histoire de la République de Venice, published in eight volumes (1815-19) portrays Venice as decadent, oligarchic and incapable of reform. Given his loyalty to Napoleon, whom he served both during and after the Italian campaign, Daru’s harsh historical treatment of Venice can be read in part as a partisan attack on a political system he himself had helped to destroy. Nonetheless, in the early nineteenth century, despite occasional protestations from Venetian scholars who maintained (correctly) that his documentary evidence was largely unreliable, Daru’s interpretation of the Republic was widely shared, as such literary works as Lord Byron’s Marino Faliero, Doge of Venice (1823) and James Fenimore Cooper’s The Bravo: A Venetian Story illustrate. “Reconsidering Venice”, Venice Reconsidered, (3-4). [↩]