¿Debe desaparecer el PIP?
La desaparición del Partido Independentista Puertorriqueño ha sido la condición no verbalizada que han impuesto algunas figuras valiosas del independentismo puertorriqueño para adelantar eventos de concertación de la izquierda. Condición que mantiene como rehenes a seguidores y allegados a esas figuras de cara a las elecciones del 8 de noviembre.
Aunque no se ha anunciado como tal, a esas elecciones obviamente acude una alianza entre el PIP y el Movimiento Independentista Nacional Hostosiano y así lo reflejan los anuncios que buena parte del liderato reconocido del MINH han hecho a favor de la candidata a la gobernación María de Lourdes Santiago.
No sé si se trata de una alianza negociada o de un nuevo acto de buena fe y optimismo del MINH con miras a unir el independentismo tras las elecciones en un proyecto común de descolonización. Uno u otro, se ha encontrado con la resistencia de los sectores independentistas que rechazan la participación electoral como método de lucha. O la otra resistencia que muchos niegan pero no pueden evitar que se les note: la personal contra el PIP. Hay un sector de independentistas molestos con la dirección del PIP, particularmente con Rubén Berrios Martínez. Algunos por razones ideológicas y políticas, otros por molestia y encono personal que disimulan malamente.
Es impresionante el odio que destilan algunos independentistas hacia el PIP. La mera mención de ese partido o de Berrios les activa un dispositivo de bilis. Imposible racionalizar cuando intervienen las pasiones.
Eso ha impedido en buena medida el debate abierto y honesto sobre los fracasos, los aciertos y la ruta a seguir del independentismo puertorriqueño que muchos consideran indispensable para desarrollar un proyecto unitario de descolonización.
Si vamos a ser razonables, el PIP tendría que ser parte de ese debate.
El PIP es el movimiento independentista más grande y más consistente del país. Pretender que desconozca a sí mismo como tal o que no se sienta orgulloso de ello es inútil.
Acusarlo de sectario y cerrado – que lo ha sido – es la manera que muchos usan para devaluarlo como enclave del independentismo puertorriqueño. Hay reconocerle al PIP, sin embargo, su resistencia como cuerpo político que ha mantenido la independencia como opción en el panorama electoral del país durante setenta años.
Buscar un acuerdo independentista sin el PIP es posible, pero no plausible. Un acuerdo tal requiere de un debate desprendido y transparente que hace rato nos espera. Pero ese debate no es solo sobre el PIP y hay quienes lo buscan como justificación para pelear con el PIP. Para caerle encima a Berríos y al PIP desde una postura sancionada por “el pleno” y poder descargar – una vez más – todo su resentimiento.
No que Berríos y el PIP no se hayan buscado la hostilidad de otros sectores. No es que el PIP no haya tenido víctimas que nos prohíben olvidar. Pero el país no se merece empantanarnos en una discordia eterna con el PIP. La urgencia de un frente unido para la descolonización obliga una valoración común de esa necesidad, no un juicio político al PIP.
El miedo a la discordia tampoco debe impedir el debate. Las diferencias internas de la izquierda son célebres en todos los países del mundo. Esa es la idiosincrasia de un movimiento donde no existe un pensamiento estructurado hegemónico. La polémica constante es el atributo de la izquierda, no su defecto. Lo que se promueve es un pensamiento unitario, no único – un sujeto o ente unitario plural que se sostenga en lo que compartimos no lo que nos divide. Romper el nudo gordiano de unas diferencias incompatibles hacia un movimiento que nos una sin renunciar a la propia identidad. O como quieran explicarlo. En palabras sencillas, hay que sentarse a hablar y planificar poniendo el país por delante.
De ahí que posiblemente el pie para el debate sea la pregunta que nos hacemos: ¿Debe desaparecer el PIP? ¿Debemos enjuiciar el PIP como condición a un acuerdo unitario de descolonización? Quizás lo que hace falta es ir al grano de eso que flota en el ambiente y nadie plantea abiertamente por temor a que lo acusen de ser el más odiante.
Como yo dejé atrás mis diferencias con el PIP y los reproches que guardé por años, no tengo reparos en plantear la pregunta tabú. Todo sea por abrir el debate que nos lleve a sentarnos juntos a la mesa.
Sabemos que es precisamente la insistencia del PIP en participar en las elecciones coloniales lo que ha hecho que sus detractores le acusen de haber puesto el partido por encima de la ideología.
Con mucha razón se cuestiona si el PIP vive y trabaja para la lucha por la independencia o para quedar inscrito en el sistema electoral colonial. Pero eso lo tiene que discutir el PIP. Si después de 70 años debe seguir siendo ese su método de lucha lo tiene que decidir el mismo PIP. No lo podemos obligar como parece ser la pretensión de algunos otros grupos.
Pretender que el PIP obedezca o desaparezca es mucho pretender. Pretender que si no lo hace se le condene al purgatorio del independentismo, es ridículo.
A nadie se le hubiera ocurrido pedirle a la Liga Socialista que rescindiera su apoyo a la lucha armada. O a Lolita Lebrón que dejara de ser católica apostólica y romana. O a Filiberto Ojeda Ríos que rindiera las armas.
Muchos han criticado las posturas radicales y de confrontación de grupos estudiantiles de izquierda, pero a nadie se le ocurre condicionar que se amansen para que participen en concertaciones, marchas y protestas.
Son muy pocos los que se han metido con el Partido Nacionalista Puertorriqueño y su lucha interna, mucho menos con el surgimiento del Movimiento Nacionalista Revolucionario como reducto del partido de Pedro Albízu Campos. Algo que parecería inconcebible si pensamos en que el Partido Nacionalista es nuestro referente para tanto en la lucha por la independencia. No es entonces que no importe, sino que se le respeta su proceso interno.
Las críticas al Partido del Pueblo Trabajador por no tener la independencia en su plataforma tampoco han pasado a mayores.
Hay un código omertá para todos los demás sectores independentistas menos para el PIP.
Nos creemos con derecho a impugnar al PIP todo el tiempo. Y digo “nos creemos” porque yo también me lo he creído. Hasta el punto de volver a sugerir – y lo he hecho públicamente y de frente a su candidata a la gobernación – que, ocurra lo que ocurra en noviembre, quede o no quede inscrito, el PIP revise si la vía electoral individual debe seguir siendo su ruta.
O si sería preferible un acuerdo que supere la visión electoralista o que pondere su participación en un frente donde no sean necesariamente la cabeza sino parte del cuerpo. Un frente donde todo se decida por acuerdo de todos en igualdad de condiciones – una organización un voto, en lugar de insistir en que la unidad independentista tiene que ser con el PIP. Un acuerdo político con la convicción de hacer algo nuevo desde la izquierda. Un acuerdo sobre la alternativa que tenemos que construir al margen de nuestras diferencias que son menos de lo que nosotros mismos parece que quisiéramos.
Para ello le pedimos desprendimiento y humildad al PIP. Pero muchos lo hacen sin desprendimiento y humildad porque su fin es humillar al PIP. Enjuiciar al PIP. Su condición no verbalizada es que el PIP desaparezca.
Quizás deba, pero desde el odio jamás lo vamos a convencer. Desde el acecho jamás lo vamos a convencer. El PIP tiene la capacidad de reinscribirse en el sistema electoral y lo ha demostrado una y otra vez.
¿Por qué nos creemos con derecho a enjuiciar al PIP o a exigir que desaparezca como partido electoral como condición a un movimiento unitario?
Y si no los convencemos de que dejen de ser el PIP, ¿seremos capaz de vivir con la idea de que el PIP puede ser parte de un frente anticolonialista en sus propios términos? Posiblemente no. O quizás sí.
Se a lo que me arriesgo con este escrito. Más aún cuando ya todos los que me leen saben que me dispongo a votar por el PIP. Uno de nuestros más graves problemas ha sido que el egoísmo y el individualismo ha vencido la solidaridad y yo quiero pensar que lo he dominado.
Voy a votar por el PIP en las elecciones de 2016. Lo que no quiere decir que haya ingresado al PIP o vuelva a votar por el PIP en otras circunstancias.
Si queda o no queda inscrito no es mi norte. Que lo sea del PIP ya no me da coraje. Difiero del PIP de que deba serlo, pero no voy a entrar en esa porfía. Que me cuenten como independentista y punto. Que me cuenten como anticapitalista y punto.
Pero también porque creo que es momento de aprovechar la crisis para superarnos porque el país necesita más que nunca ver en la descolonización e independencia la alternativa real que es. Después de las elecciones tenemos que hablar sobre ese objetivo. Si no lo han notado, Estados Unidos está señalando el camino: la comunidad internacional.
Se que comparto el pensamiento de muchos en que hay que unir todas las fuerzas en una sola dirección independientemente de la cultura política o ideología de cada cual – y me refiero, obviamente a la izquierda con sus diferencias ideológicas medulares que van desde la independencia light de los que hasta en la república serían de derecha, hasta el comunismo.
Por eso creo firmemente en abrir el debate aunque nos tiremos hasta con las tenis. Pero una vez que nos agotemos peleando, si no prevalecemos en nuestra postura particular, espero que seamos lo suficientemente maduros para quedarnos y hacer algo con lo que tengamos en común.