Del fascismo clásico al contemporáneo: apuntes históricos sobre la intensificación de opresiones
La historia ha demostrado que la doctrina fascista clásica se ha transformado y continúa manifestándose en la actualidad a mano de nuevos actores. Su continuidad ha mantenido y reforzado diversas opresiones por parte de aquellos que ostentan el poder en distintos países. La biopolítica del miedo, la asignación de otredad hacia el exterior, la exclusión radical de lo diferente y el culto a la acción han menoscabado prácticas y percepciones comunes de libertad, igualdad y democracia.
Fascismo Clásico
El fascismo clásico, como doctrina e ideología política, surge tras la complejidad política y social de la época subsiguiente a la primera guerra mundial y la crisis que prosiguió. El debilitamiento y la devastación europea proporcionó las bases para la implementación de doctrinas ideológica-políticas fundamentadas en múltiples conceptos que surgían al calor de los eventos. Particularmente Italia atravesaba una época de fragmentación que Mussolini aprovechó para emplear su doctrina fascista. La lectura, Dottrina del Fascismo, por Benito Mussolini pone en manifiesto estas nociones. Mussolini como fundador e intelectual, describe de primera mano al fascismo como una doctrina de acción. “The necessity for action did not permit of research or any complete elaboration of doctrine” (The Political and Social Doctrine of Fascism, 1934, p. 6). Esta doctrina en sus inicios no gozaba de fundamentos, ni de organización, ni de un sistema distintivo. Los momentos de conflictos fueron los que moldearon mediante la acción a los ideales fascistas. Umberto Eco (2020) define al movimiento fascista italiano como una dictadura no totalitaria. Esto se debe a la debilidad ideológica que poseían y la falta de una filosofía distintiva. Eco (2020) agrega que Mussolini no tenía filosofía sino retóricas. El fascismo se sustenta en diversos principios filosóficos e ideas políticas contradictorias entre sí. Por esto, los principios fascistas apelan a diversas esferas, niveles y jerarquías para así conservar su dominio.
En primera instancia, el fascismo como doctrina es abiertamente anti-democrático, anti-pacifista y nacionalista. El fascismo en sus inicios carecía de organización ideológica, esta se fue estableciendo a través de la búsqueda de soluciones a problemas. Estos problemas eran la relación del individuo frente al estado, los problemas políticos y sociales, los problemas respecto a la autoridad, la libertad y la nación. El establecimiento de una perspectiva distintiva fue constituyendo el fascismo clásico que distingue a la época. Umberto Eco en Ur-Fascism (2020) o Fascismo Eterno enumera algunas características típicas del fascismo u otras doctrinas.
En primer lugar, el culto a la tradición como elemento de enlace social, nacional y espiritual. Las instituciones deben conservar los valores tradicionalistas. También, el fascismo es expansionista e imperialista. Por otro lado, rechazan la modernidad y sus dos principales ideologías impulsadas por la ilustración, estas siendo la Revolución Francesa y el comunismo. Estas nuevas ideologías resaltaban el liberalismo y la pluralidad social, lo cual los fascistas percibían como debilidad. Por lo tanto, el fascismo se puede denominar como irracionalismo y este depende del culto a la acción. O sea, la acción toma precedencia por encima de las ideas. Valora la acción por la acción misma, sin ninguna reflexión previa. Las ideas, interpretadas como la no acción, eran mal vistas; por consiguiente, desconfían del mundo intelectual.
El fascismo eterno habla “Newspeak”, esto significa que el lenguaje utilizado para propagar la doctrina era uno pobre y con sintaxis elemental para así limitar el análisis crítico (Eco, 2020, p. 8). Por lo tanto, los fascistas sospechan de todo análisis crítico y científico que pueda generar conflictos u oposiciones. La ciencia se basa en las diferencias y conflictos de ideas para así continuar la creación y expansión del conocimiento, estos desacuerdos promueven la diversidad de ideas. El fascismo es reacio a la nueva producción de ideas. Los desacuerdos en última instancia son los que engendran revoluciones y conflictos. El fascismo busca implantar consenso y para lograrlo utilizan el miedo a lo diferente. Por estas razones, esta doctrina utiliza el dispositivo del miedo hacia el otro distinto para tornarlos de peligrosos, de intrusos y de contaminantes de la tradición, la cultura y moral. También, utilizan este dispositivo para forjar la identidad nacional. El otro y el exterior ayudan a construir la identidad propia. Se identifica al otro por su clase, raza o enfermedades y estos conforman todo lo que la nación no debe ser y desean regular. Su objetivo es mantener una identidad fija de pensamiento y ser único. Todo aquel que se desvíe o cuestione es radical y abiertamente excluido. Además, apelan a la frustración individual y las narrativas que impulsan su posición de aparentes víctimas. Estas narraciones surgen como factor de la humillación política y su frustración de salir perdedores de la Primera Guerra Mundial.
Mussolini (1934) tilda de absurda la concepción materialista de la historia que explica la historia social por los conflictos de clases y por el desarrollo de los medios de producción. Rechazan esta perspectiva como absurda y delirante (p. 8). Niegan la existencia de la lucha de clases y que esta pueda ser una fuerza de transformación social. Desde el punto de vista de Mussolini (1934), “Fascism, now and always, believes in holiness and in heroism; that is to say, in actions influenced by no economic motive” (p. 9). Para el fascismo la economía no es una fuerza de cambio, la acción sí. A causa de esto es imperante subrayar la fijación con la muerte y el sacrificio que distingue al fascismo. El culto al héroe y a la muerte son distintivos. Todos los miembros son encaminados a aspirar a ser héroes y a anhelar a una muerte heroica. Para resumir, el fascismo clásico apela al imaginario nacionalista y tradicionalista en este particular el italiano. Sus ideologías proponen políticas públicas radicales de división y exclusión social. Particularmente la exclusión del otro diferente y distinto, fundamentado en el racismo y la xenofobia. Utilizando la biopolítica del miedo, esta doctrina legitima la represión y la violencia estatal. El Estado representa el espíritu fascista, la realidad de la nación y la sociedad. Este Estado es absoluto, los individuos se piensan solo en su relación con el Estado y no en su capacidad individual. (Eco, 2020, pp. 5-8).
Fascismo Contemporáneo
Eco (2020) advierte que hay que tener cuidado, ya que el fascismo todavía está a nuestro alrededor y este se esconde bajo los más inocentes disfraces. Nuestro deber es descubrir y señalar las nuevas instancias y formas que tome (p. 8). La crisis paradigmática de la modernidad ha dado señales de todavía cargar con posturas fascistas. La modernidad se podría caracterizar por las premisas emancipadoras aludiendo a la libertad, igualdad y a la democracia.
El consenso de Washington del 1989 marcó un fin al contrato social y al estado benefactor así creando el consenso y la lógica neoliberal. El Neoliberalismo ha permitido la transmisión y reproducción de elementos fascistas. El sociólogo, Boaventura de Sousa Santos (2004) lo denomina como Fascismo Societal. Este es “el resultado de los patrones globales de acumulación de riquezas y división del trabajo promovidos por el fenómeno de la globalización neoliberal” (Pérez Lizasuain, 2017). Santos (2004) plantea que el primer tipo es el fascismo del apartheid social, que se fundamenta en la cartografía humana. Unas poblaciones son más productivas económicamente que otras, así que estas gozan de privilegio por encima de otras poblaciones.
La ley 60 es una medida fascista que crea una división de zonas por clases sociales, entre puertorriqueños y extranjeros. Los inversionistas beneficiados no aportan contribuciones sobre sus ingresos en la isla ni a nivel federal. Esta clase privilegiada reclama sus residencias en Puerto Rico y no aportan a la infraestructura ni a la mejoría de la calidad de vida en la isla. El desplazamiento de puertorriqueños de las costas y la gentrificación demuestran la protección del Estado hacia estos particulares. El Estado paralelo es otra particularidad del fascismo societal. Esta vela en garantizar relaciones económicas para las oligarquías. Aquí el juego de inclusión u exclusión que caracteriza al fascismo clásico es ejercido. Nuevamente, la ley 60 se presenta como un beneficio económico para una minoría extranjera así excluyendo a los puertorriqueños de poder beneficiarse de esta. Este presenta una contradicción con la modernidad antes mencionada al descartar esos ideales fundamentales de igualdad, libertad y democracia.
El fascismo financiero se caracteriza por priorizar el mercado por encima de las instituciones democráticas. La lógica neoliberal toma precedencia sobre el Estado Benefactor. La especulación financiera, la exclusión de la participación ciudadana y el predominio de actores tales como el Fondo Monetario Internacional, las agencias de acreditación y los buitres de Wall Street son rasgos de este tipo de fascismo. Por otra parte, el fascismo paraestatal busca desmantelar el Estado y sus instituciones. Las reformas laborales, la privatización y la desregulación desmedida caracterizan a las políticas neoliberales que tienen como centro estas particularidades. Así mismo, se suma el fascismo jurídico y como secuela el fascismo judicial. Este se refiere a que “Incorporan al cuerpo jurídico acciones fascistas y represivas dirigidas sobre todo a regular y reprimir” (Pérez Lizasuain, 2017). Los elementos empleados relegan la neutralidad legal por las afiliaciones y lealtades políticas. Esto se puede notar en la actual tendencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos en retroceder en la jurisprudencia relevante a los derechos de los trabajadores y los derechos reproductivos. Así mismo, se crean legislaciones y políticas públicas orientadas en reprimir a un individuo o una comunidad en particular. Por todo esto, el fascismo se ha manifestado en nuevos dispositivos, instituciones y en nuevos actores.
El fascismo no ha desaparecido por completo. Al contrario, sus principios continúan latentes en la sociedad actual y en sus instituciones. La doctrina fascista contemporánea ha permitido la intensificación de la opresión, represión y exclusión de individuos en diversas dimensiones sociales, políticas, económicas y culturales. Amin (2014) expone que “fascism has returned to the West, East, and South; and this return is naturally connected with the spread of the systemic crisis of generalized, financialized, and globalized monopoly capitalism.”
La crisis capitalista y la antes mencionada, crisis del paradigma de la modernidad han abierto las puertas para que el neoliberalismo amenace con la imposición de medidas fascistas.
Han surgido y continuarán surgiendo movimientos sociales y políticos que fundamentes sus filosofías en las ideologías fundamentalistas y tradicionalistas del fascismo clásico. Han surgido líderes carismáticos que han logrado el apoyo de las masas en base de la discriminación al otro distinto. En el pasado cuatrienio los Estados Unidos presenciaron el mandato de Donald Trump, un neofascista que utilizó a su favor el dispositivo del miedo para apelar a la masa conservadora. Inmigrantes, musulmanes, latinos y afroamericanos permanecieron en las miras de los ataques de la administración del expresidente. La identidad norteamericana se ha forjado en el dispositivo del miedo y la asignación de una identidad de otredad al exterior de los Estados que en última instancia son vistos como inferior.
Otra institución neonazi es The Proud Boys. Canadá se convirtió en el primer país en considerar a esta organización neonazi como una entidad terrorista. El ministro canadiense expuso que “El grupo y sus miembros han fomentado, planeado y realizado abiertamente actividades violentas contra quienes perciben que se oponen a su ideología y creencias políticas” (VOA News, 2021). Este grupo ha acogido las políticas nacionalistas y abiertamente fascistas del expresidente Trump y fungieron como pieza clave para la agitación en las protestas del ataque al Capitolio el 6 de enero del 2021.
En Puerto Rico, el ambiente es uno más sutil, ya que diversos individuos aunque presenten características fascistas, no son explícitamente fascistas. Se utiliza la religión, la ideología tradicionalista y fundamentalista para justificar retroceder e implantar medidas autoritarias tal como lo hacía el fascismo clásico.
Esta vertiente conservadora y fundamentalista utiliza la biopolítica del miedo, y buscan activamente excluir y rechazar de forma radical todo aquello diferente. Su enfoque político no tiene ninguna substancia e intención de mejorar la calidad y bienestar de sus constituyentes. Basan sus agendas políticas en la acción sin ninguna consideración o respeto a la diferencia. Sus legislaciones benefician sólo a aquellos que se plieguen a sus creencias. Así pues, estos individuos gozan del poder y del apoyo de las masas, y como resultado “las masas admiran fanáticamente a su líder. Ese irracionalismo exalta las pulsiones, especialmente la violencia, la que es fundamental en su militarismo” (Rosario, 2020). Además, el fascismo es atractivo para los capitalistas, ya que su práctica busca desmantelar a los movimientos obreros.
Tal como señala Rosario (2020), estos “asumen políticas neoliberales y eliminan derechos conquistados por los trabajadores durante la fase reformista.” Las reformas institucionalistas y keynesianas de 1940 – 1970 por una parte ayudaron a mejorar el bienestar material y aumentaron el reconocimiento de derechos de los trabajadores. Esto desradicalizó y debilitó a la clase obrera y al sindicalismo.
Al entrar en un periodo de estancamiento en la posguerra se llevó a cabo la implantación del proyecto neoliberal, que beneficio a la clase capitalista. Aquí es importante señalar la idea de conciencia colectiva que propone Wendy Brown (2017). Al acoplarse la clase trabajadora a las medidas keynesianas, y más adelante a la lógica neoliberal, se fue construyendo una conciencia colectiva que afectó la racionalidad política.
Esto fue manifestando efectos reales en las conductas, acciones, los cuerpos y la aceptación del fenómeno neoliberal como poder. La conciencia colectiva es indispensable para la atraer a las masas a internalizar fanáticamente los ideales de aquellos en el poder.
El fascismo, y posteriormente el fascismo societal, son ideologías que se dirigen a las masas y con ellos a la manipulación de éstas. En última instancia, los capitalistas han logrado desmantelar y menoscabar la realidad a su gusto, beneficiándose así de la conciencia colectiva que va desarrollándose en el proceso.
Así, las opresiones se reproducen y manifiestan en formas de represión, exclusión y división. Un ejemplo de esto es el nacionalismo xenófobo estadounidense que proyecta la culpa a los trabajadores y migrantes extranjeros por supuestamente quitarle sus empleos (Rosario, 2020). La victimización y la humillación propia de los estadounidenses -más a allá de la xenofobia- también ayuda en fortalecer la identidad nacional. Se continúan estableciendo los sentimientos anti pluralistas, nacionalistas, racistas y xenofóbicos. Más aún, el desprecio a la democracia, a la libertad, la ciencia, el análisis crítico y el pacifismo son un elemento común de este proceso. En última instancia, el fascismo contemporáneo tiene como objetivo defender la propiedad privada y el capital (Rosario, 2020).
En definitiva, el fascismo clásico ha persistido hasta la contemporaneidad. Continúa presente en todas las dimensiones sociales, económicas, culturales y políticas. La crisis de la modernidad y la crisis capitalista han permitido sentar los fundamentos para incorporar esta lógica a la actualidad.
El neoliberalismo y su precedencia sobre el estado benefactor y el contrato social han agravado las líneas de exclusión, opresión y represión. La biopolítica del miedo como elemento constitutivo fundamenta y legitima la represión por parte del Estado y sus agentes. Día a día vivimos las múltiples dimensiones que ha tomado el fascismo. Las mismas han sido normalizadas. Es indispensable poder distinguir las ideologías fascistas en nuestras instituciones, en las políticas públicas y en los actores políticos.