Del Santo Padre, la madre Iglesia y el derecho de la mujer a no procrear
Aunque la posmodernidad lo ha despojado de la seriedad y respeto con la que quisiera ser escuchado y tenido en cuenta, el tipo no es un viejito simpático cualquiera. Tras su imagen adorable montada para escena hay un viejo zorro-político que, además de ser jefe de estado con reconocimiento e inmunidad diplomática internacional, representa los intereses corporativos-transnacionales de la Iglesia Católica. Y, todavía en el siglo XXI, para la Iglesia y su clientela espiritual a escala planetaria, el papa es infalible y su palabra, que es revelación divina, un dogma de fe. Es decir, que trátese de cuestiones de fe o de moral, lo dicho o escrito por él no es susceptible de discusión alguna; todos los católicos están obligados a aceptarlo así, a acatarlo al pie de la letra e incondicionalmente obedecerlo. Para millones de creyentes, creer al papa no es un acto de libre albedrío, ni es un derecho escoger a voluntad lo creído. Y podrá ser en ocasiones razonable y consentido sin peros, pero, sea como sea, lo creído es siempre el efecto de una subyugación ideológica-moral a una autoridad que no tolera ni permite diferir o dudar de ella. En fin, que el papa es algo así como un déspota que a mucha gente le cae bien, simpatiza con él y no tiene problemas mayores con cumplir lo que manda a hacer o prohíbe que se haga…
Pero, más allá del mal ejemplo que esta arcaica estructura de poder político da a las naciones y gentes que seguimos idearios humanistas-democráticos, la cobertura mediática del papa viabiliza la globalización de las irracionalidades bíblicas y prejuicios atávicos de la cristiandad. Y, aunque en las redes sociales se libran resistencias importantes –predominantemente con mofas y parodias–, la credulidad entre la audiencia sigue siendo resorte de discrímenes y fanatismos, a veces indiferenciables entre la fe religiosa y la manipulación ideológica.
El papa Francisco, entre líneas y a su manera, ha dicho a los cristianos que no sigan al pie de la letra los textos bíblicos por más que crean que son palabra de Dios. Para eso está él, para aclararles lo que Dios realmente quiso decir y quiere que hagan. Así, por ejemplo, porque Dios mande: “Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra…”(Génesis 1:28), no deben creer que para ser buenos cristianos tienen que ser como conejos (2015). Sepan que –según la madre Iglesia y el Santo Padre– con tres hijos por pareja Dios está complacido… Siete años después (2022) se expresa preocupado porque: “La gente no quiere tener hijos, o solamente uno y nada más. Y muchas parejas no tienen hijos porque no quieren; o tienen solamente uno porque no quieren otros… pero tienen dos perros, dos gatos. Sí, perros y gatos ocupan el lugar de los hijos. Sí, hacer reír, lo entiendo, pero es la realidad. Renegar la maternidad y la paternidad nos rebaja, nos quita humanidad…”
Las reacciones y críticas más comunes en las redes sociales apuntan al descaro de este señor por las incongruencias entre lo que hace con su vida y lo que dice a los demás que hagan con las suyas; pues él ni se ha casado ni se va a casar; que sepamos, no es padre de hijo alguno; y ciertamente no puede parir porque no es mujer no puede. Pero, además, sus palabras descargan una fuertísima, irresponsable e injusta condena moral a los seres humanos –parejas, matrimonios o mujeres solas– que, dentro y fuera de los dominios eclesiásticos y del imperio ideológico de la cristiandad católica, han decidido no tener hijos o, si se les antoja, solo uno. Ignora el papa, y con él la Iglesia que representa, las particulares condiciones de existencia de cada quien; trivializa las razones y consideraciones por las que optan abstenerse de traer nuevas vidas humanas en estos tiempos, que son al mismo tiempo el tiempo de sus propias vidas; menosprecia por “renegar” el mandato (imaginado y creído) de Dios; y, en el acto, les acusa de restarle no sé qué a la humanidad, como si el valor del ser humano depreciara por la sola decisión de no querer tener hijos.
Si bien la opción de criar o adoptar hijos es negociable entre ambas partes en una relación de pareja, no lo es la decisión de procrear (mantener un embarazo y parir), que pertenece exclusivamente a quien posee la constitución biológica y la voluntad para hacerlo. Esta aseveración contradice la postura tradicional de la Iglesia, representada en la incitación absolutista a procrear y la condena moral del papa a quienes deciden vivir sin tener hijos. El contraste entre esta postura ideológica-política de la Iglesia y el derecho humano, político y constitucional, de la mujer a ejercer potestad sobre su cuerpo y su poder reproductivo, está enraizado en textos bíblicos de marcado sesgo misógino. Así, por ejemplo, en el mismo libro que Dios manda a sus primeras criaturas humanas –hombre y mujer– a procrearse sin miramientos –para adueñarse de la Tierra y sojuzgar para sí toda vida en ella–, también condena a Eva a parir con dolor y someterse al dominio de Adán (Génesis 3:16) –y con ella condena la existencia de todas las mujeres y consagra la dominación de los hombres sobre ellas, por todos los tiempos hasta el fin de los tiempos–. Este es el fundamento teológico de la ideología patriarcal y el origen bíblico-religioso de las (i)racionalidades machistas en el mundo occidental.
Dentro del imaginario socio-cultural dominante y usando el lenguaje binario que usa la Iglesia, el estado de ley y el feminismo tradicional, debemos concluir que, siendo el poder de procrear propio de la naturaleza biológica de las mujeres, cada una, en su singularidad existencial, es dueña y señora de su propio cuerpo, de su sexualidad y de sus potencialidades reproductivas y nadie más. Reprochar a quienes deciden no procrear; burlarse, despreciar, hacer sentir mal y de menor valía a quienes se niegan a parir–por las razones que sean–; son modalidades de acoso y hostigamiento psicológico, vengan de quien vengan; sea de aquí en la Tierra o de allá en el Cielo.